DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 10    No. 128 MAYO DEL AÑO 2009    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Maestro Alberto Correa:
la música como medicina del alma
Hernando Guzmán Paniagua - Periodista - elpulso@elhospital.org.co
Creó la Orquesta Filarmónica de Medellín que dirige y vendió su casa una vez para salvarla, fundó la primera cooperativa de prostitutas y es pionero de la musicoterapia en Colombia. Alberto Correa Cadavid, músico y médico, es un caso patológico de amor a la música. Cualquier miembro del Estudio Polifónico de Medellín, su hijo dilecto, recuerda su amenaza: “¡Al próximo que se equivoque, lo opero sin anestesia, y yo veré de qué!”. Y su cálida sonrisa
cuando las cuatro voces del Coro afianzan su canto en un ensayo, y él clama: “Ahora todas las voces, ¡la armonía, Dios!”.
Las vocaciones de Alberto, música y medicina, parten de una crisis juvenil de fe: “En mi transición de niño a adolescente estaba impregnado de las ideas de los años 50´s, leía a los existencialistas: Sartre, Simone de Beauvoir… y veía hasta la negación del primer principio (“Dios existe”) como cosa normal. En esto me ayudó la compañía del maestro Fernando González, relación importante porque el famoso Don Benjamín Jesuita Predicador era un tío mío, recibió órdenes menores, enseñó en el colegio San Ignacio la cátedra de filosofía; el primer día de clase enunció el famoso 'Primer principio: Deus est (Dios existe)'. Fernando González, uno de los alumnos, levantó la mano y dijo: 'No, padre, eso de Deus est es muy fácil, ¿por qué no probamos mejor lo contrario: Deus non est (Dios no existe)?'. Cogido por sorpresa, mi tío dijo: 'Está bien, mañana probemos que Dios no existe; esta es la premisa y completemos el silogismo”. Corrió la voz de que habían negado el Primer Principio en el Colegio San Ignacio, al día siguiente echaron a Fernando y lo recibieron en el Liceo Antioqueño, y a mi tío lo echaron de la Compañía de Jesús. Se volvieron muy amigos, Fernando lo llamaba 'mi amigo del alma, Benjamín jesuita predicador', el libro narra sus felicidades en una casa de prostitución en Lovaina, y el descanso de esos ajetreos en una manga, donde filosofaban sobre el reposo del guerrero, etc. Después del famoso Viaje a Pie, mi tío cogió para Copacabana y Fernando para Envigado, nunca se volvieron a ver. El nadaísmo, otras expresiones literarias con fondo existencialista, y mi profesor Fernando González, me generaron una crisis de fe; el dilema era: ¿negar a Dios o buscarlo para reafirmar la fe de mis antecesores? Había entrado a la Coral Tomás Luis de Victoria a los 9 años, ya había dado conciertos y mi solución fue el Seminario de Misiones de Yarumal, contra la voluntad del rector monseñor Jesús Emilio Jaramillo, para quien yo no tenía vocación, pero me dejó entrar porque insistí, vio mi lucha de fe, y además podía servirle mucho en la música. Cuando me salí, Monseñor me dijo: 'Yo le dije que no tenía vocación, váyase tranquilo', y me fui sin saber qué hacer con mi vida”.
Entre monjes
anda el Diablo
Para Correa, el Seminario fue “el momento más enriquecedor de mi vida: me enseñó la organización vital, la convivencia, a perseguir metas altas, a resistir y nunca desistir. Venía del antiguo Liceo Marco Fidel Suárez, fundado por el padre José Gómez-Isaza, adonde mandaban a todos los expulsados de los colegios “buenos” de Medellín como San José y San Ignacio.
Llegué en cuarto bachillerato después de perder todas las materias, menos música. Me encontré con los hermanos Gustavo y Mario Yepes, fui organista, y director de dos coros que creamos: La Pentafilía (los 5 mejores cantantes del Seminario) y la Coral Santa Cecilia. Mario, director de escena, hacía guiones para el teatro musical; nos sirvió para la ópera más tarde. Ninguno de los tres, enamoradizos y sin ver mujeres, era para eso y buscábamos el momento preciso para salir. Una vez toqué una misa en el convento de las Teresitas y conocí unas muchachas hermosísimas que servían en labores domésticas, nos juntamos con tres más para el plan de bajar del último piso por unas sogas y acostarnos en el techo de las monjas a mirar las chicas en el dormitorio, en paños menores. Nos cogió el padre rector que nos alumbró desde arriba con una linterna; asumimos la responsabilidad, echaron a los demás pero a nosotros tres nos dejaron”.
“Otra vez montamos una pieza teatral titulada 'Lázaro el mudo'. Como en el prólogo se bebía en la cantina del puerto, compré en Yarumal 3 o 4 botellas de Ron Antioquia y se las repartí a los actores antes de salir a escena, luego el cura les echó vino en las copas; al cerrar el telón después del prólogo, todos estaban borrachos, en el auditorio había 10 o 12 obispos, ministros, congresistas, era una fiesta con Monseñor Builes y todo.
Una monjita me trajo unos chicharrones que le pedí, a ver si hacíamos vomitar a los actores, la gente esperaba, el médico dijo: 'No hay nada qué hacer, están borrachos'. A la hora y media suspendimos el espectáculo, llevaron el seminario menor a su sede, 10 kilómetros a pie, nosotros nos acabamos de tomar el ron que teníamos guardado y bajamos completamente beodos al Seminario donde tenían expuesto el Santísimo por ese escándalo, oímos la predicación en medio de la rasca, cantando y burlándonos. Yo asumí la culpa, echaron a 4 o 5 pero a mí tampoco me echaron esta vez y al fin del año me salí”.
El papá de Alberto siempre se opuso a su música: “No se lo permito, porque los músicos son malos esposos, malos padres, malos hijos, bohemios, alcohólicos...”. Tras mil peripecias llegó al umbral de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, única que existía, y abrazó esa carrera como “una posibilidad inmensa para servir”.
“Nació un hermoso niño...”
En su segunda etapa, el Estudio Polifónico de Medellín nació en el Pabellón Infantil del Hospital San Vicente de Paúl, como cualquier bebé. Alberto Correa, papá del hermoso niño que está cumpliendo 40 años como coro mixto, relató la historia desde la primera etapa, la masculina: arrancó el 22 de mayo de 1964, de los restos de la Capilla Polifónica de Coltejer (el ciclista Honorio Rúa; doctor Jorge Giraldo; cinco Llanos, ex miembros de la Coral Tomás Luis de Victoria como Gustavo y Mario Yepes, Luis Alberto Restrepo), 16 miembros. Cantó hasta 1968 cuando Alberto se graduó de médico: el coro se acabó.
Reapareció en una huelga de la Universidad en 1971, con refuerzos de la de Antioquia y la Nacional. “Ensayaban -cuenta el gestor- en la sede de la Asociación Médica de Antioquia (AMDA), cuando me llamaron; me vine del trabajo en Barbosa en una ambulancia, hice una rápida colocación de voces y ensayamos la primera obra. Toda una noche copié partituras a mano, pues no había fotocopiadoras. La mayoría de los coristas trabajaban en el Hospital, nos dejaron ensayar 6 años en el auditorio del pabellón infantil o en un aula; luego estuvimos 5 o 6 años en la ONU (Ortopedia, Neurología y Urología). A algunos médicos no les gustaba, para los pacientes era buenísimo, entraban con sus sueros y todo a oír el ensayo, y se entretenían hora y media”.
Hermana melliza del Coro es la musicoterapia en Antioquia, que arrancó en el San Vicente con música en vivo: “Empecé en 1964 experiencias de musicoterapia, y en los años 71 y 72 las continué en Gineco-obstetricia: el umbral del dolor subía mucho, las maternas se quejaban menos, experiencia bellísima que repliqué en Bogotá con primi-gestantes. A algunos médicos que ignoraban esos principios no les gustó que un quinteto de solistas cantara durante el parto, nos sacaron de allá y bregaron a sacarnos del Hospital. A uno del coro que lo operaron le cantamos en el Pensionado, un médico que ya murió nos sacó de la pieza”.
Jueves Santo milagroso
Dos milagros ocurren en Semana Santa y Pascua de 1983. El primero, cuenta Alberto Correa, la creación de la Filarmónica de Medellín, ante la necesidad de una orquesta de cabecera para el Coro: “El primer ensayo fue el 16 de abril, sábado de Pascua, acabábamos de llegar de Popayán donde ocurrió el terremoto el 11 de abril. La vida y Dios no querían que muriéramos ese Jueves Santo. A las 8 a.m. teníamos ensayo con la Orquesta Sinfónica de Colombia In-Universitas de Bogotá, Estudio Polifónico de Medellín, Coro de Cámara de Popayán y un coro de la UIS. Los buses nos debían recoger a las 7.45 y no llegaron, nos dedicamos a calentar, los de la Orquesta salieron a tomar tinto, los buses llegaron a las 8.17, acababa de ocurrir el terremoto: si llegan a tiempo, hubiéramos muerto todos, porque el techo del teatro se desplomó sobre el escenario”.
En 35 años de medicina asegura no haber tenido unas solas vacaciones, descansaba sólo el 25 de diciembre y el 1° de enero: “Los médicos sabíamos que las EPS nos quitarían los pacientes; después de tener un promedio de 30 diarios, el 16 de mayo de 2004 me fui para la casa y le dije a mi señora: No trabajo más. Yo era de los médicos de antes, el amigo, el consultor, amaba ayudar a los pacientes. Y siempre me parecía horrible verme escribiendo en el computador sin mirar siquiera a los ojos del enfermo”.
Alberto Correa tiene dos grandes amores: su esposa Emma Elejalde, cómplice de mil locuras y su “novia”, igual de fiel: la música. En los 60´s tocó la flauta dulce. Hoy, el clavicémbalo y el chelo son parte de su oración diaria: “El clave nos lo regalaron cuando iniciamos El Mesías en el 78, lo toco en casa todos los días, generalmente Bach”. Y con el mismo ímpetu de un colegial, a los 60 años decidió estudiar violonchelo: “Lo toco con mucha responsabilidad, pero no para quitarle el puesto a ningún chelista”. La Filarmónica es su hija y el coro su familia. Para él, la dupla de música y salud es “parte de esa sensibilidad que desarrolla el gremio médico en su profesión, de ahí su inclinación a la música, la literatura, el teatro, etc”. Su amor a la música resistió una prueba de fuego: una de las veces en que la Orquesta estuvo a punto del naufragio, vendió su casa y otros bienes para salvarla.
Después de fundar la Filarmónica de Medellín, el Estudio Polifónico, la Orquesta de Cámara de Medellín, la Coral Ciudad de Envigado, el Grupo de Música Antigua de Medellín, de realizar temporadas de ópera, de dirigir 2800 conciertos al frente de todas sus orquestas sinfónicas del país, de la Sinfónica de Guayaquil (Ecuador), de ser invitado a dirigir varias de Europa -adonde no pudo viajar por una operación de corazón abierto-, de llevar la Filarmónica de Medellín a sus barrios y a pueblos de Antioquia, de “ponerla a sonar como las mejores del país” -al decir de los últimos directores invitados-, de gestar el Festival Internacional de Música de Medellín, de fundar y presidir la Sociedad Colombiana y la Sociedad Antioqueña de Musicoterapia, de recibir 42 distinciones -entre ellas Premio a las Artes y las Letras del Gobierno de Antioquia para la Filarmónica, Gran Cruz de Oro de Antioquia, Orden de Maimónides del Gobierno de Israel, Doctorado Honoris Causa Especialista en Gestión y Promoción Cultural Universidad de Antioquia, dos Medallas al Mérito Cultural del Ministerio de Cultura y de intervenir en el Congreso Mundial de Musicoterapia y en un Encuentro Interamericano de Educación Musical, Alberto Correa declara ante el Estudio Polifónico: “Si yo dejo la dirección de este coro, sólo les pido que me permitan seguir cantando aquí el ratico de vida que me queda”. De esa vida que es una partitura sin fin, con éxitos sostenidos y con todos los bemoles del mundo, y al final de la cual su obra seguirá resonando como un calderón perpetuo.
 
Fundó cooperativa de prostitutas
Alberto Correa señala como “experiencia terrible” su año rural en Tarazá, Bajo Cauca antioqueño: “Llegué en1968, en plena época de violencia, un año angustioso pero muy lindo, sin música, sin agua, sin luz, casi sin comida, mi oficina servía de hospital y de dormitorio. Me tocó atender a guerrilleros del ELN, al Ejército, al pueblo. Hicimos una Cooperativa de Prostitutas del Bajo Cauca. A los soldados que no pagaban, las muchachas los señalaban y 'les cortaban los servicios'. Como cada mes tenían que ir a mi consultorio, las unimos, y con lo que conseguíamos comprábamos leche en polvo y pañales que en ese tiempo no eran desechables sino de tela, ropita para los bebés y atención. En ese momento aparece la píldora y empezamos campañas de planificación familiar con ellas”.
El músico-médico fue hasta gestor de paz: “Me dieron la orden de unir a liberales y conservadores en Tarazá, y jugando póker con ambos caciques, los volví amigos. Uno de ellos era el dueño de la luz y hasta que no terminara de jugar, no la quitaban. Yo alargaba el juego siquiera hasta las doce de la noche y así las cantinitas, que también eran prostíbulos, vendían más cerveza helada, las muchachas tenían más clientecitos, se movía la plata; la guerrilla tomaba trago al frente de la base del Ejército, que quedaba en una colina cercana, eso mejoraba las finanzas del pueblo. Estaban los hermanos Vásquez Castaño en el ELN, Fabio Vásquez tenía su amante allá; cuando llegaba, todo el mundo sabía, nadie lo delataba, o el Ejército sabía, yo no sé...Hasta me retuvo la policía dizque por ayudar a la guerrilla, lo cual no era cierto, me llevaron preso a Cáceres, el médico me sacó de la cárcel y me llevó a dormir a su casa; una mañana llamé al gobernador, Jorge Pérez Romero, quien ordenó que me soltaran. ¿Qué pasó? la Gobernación nos encargó al cura y a mí para la fiesta de la policía, y en hojitas del centro de salud pedíamos la colaboración para la carne a los patrones de las fincas. Como yo hice en Tarazá 385 autopsias, una por día y había días de diez o doce, en los mismos papelitos, los autores de los homicidios dejaban notas por detrás: “Esto es por sapo” y cosas por el estilo. Entonces creían que yo era el que los mataba, pues veían mi firma por detrás”.
 



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