MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 15    No. 180  SEPTIEMBRE DEL AÑO 2013    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

 

Reflexión del mes
“En efecto, la palabra sirve, sobre todo, para vivir".
Émile Benveniste (Alepo, 1902 - París, 1976) Lingüista francés. Su obra, centrada en la indoeuropeística y la sintaxis general, es una de las más fértiles de la escuela francesa, cuyos resultados fructificaron en una teoría de la enunciación en el estructuralismo. En la semántica elaboró una obra pionera en el estudio de los aspectos extralingüísticos. Sus estudios más notables: “Orígenes de la formación de los nombres en indoeuropeo” (1935), “El vocabulario de las instituciones indoeuropeas” (1969) y dos volúmenes de “Problemas de lingüística general” (1966 y 1974), título capital de la lingüística moderna.
 
 
Referendo contra el aborto:
otro atropello a la vida
y derechos de las mujeres
“El derecho al aborto es una demanda por justicia en una democracia laica.
Es prioritariamente una cuestión de derechos humanos y de salud pública”
El 23 de agosto de 2013 apareció en el diario “El Espectador” una noticia sobre un potencial referendo contra la sentencia C-355 de 2006 que despenalizó el aborto en Colombia en tres circunstancias especiales. El argumento del grupo de mujeres que proponen semejante atropello contra la vida y salud de las mujeres es paradójicamente, la defensa de la vida.
Cuando se examinan de manera cuidadosa las escalofriantes cifras del aborto inseguro en Colombia, uno se pregunta: ¿Quienes son realmente los defensores de la vida? ¿Quiénes defienden el aborto y por tanto los derechos de las mujeres? ¿O quiénes se oponen a que las mujeres ejerzan la opción dada por la Corte Constitucional y por tanto hagan valer unos derechos ganados tras décadas de lucha?
El aborto inseguro es un asunto de Derechos Humanos, de salud pública y una de las expresiones más injustas de inequidad contra las mujeres; igualmente es un asunto de género, pues quienes brindan su vida y su salud en el proceso de dar vida, son precisamente las mujeres, no los hombres.
Hace ya varios años una partera aymara del alto Perú, expresó al respecto: “Las mujeres dan vida caminado en los andamios de la muerte”. Nada más cierto si miramos las alarmantes cifras de mortalidad materna en los países en desarrollo: mientras Noruega tiene una muerte materna por 100.000 nacidos vivos, Colombia tiene 80, y la cuarta causa de muerte materna en nuestro país es precisamente el aborto inseguro.
Colombia tiene la tasa más alta de aborto inseguro de América Latina con 39 abortos por cada 1.000 mujeres en edad reproductiva, contra 32 abortos por 1.000 mujeres en edad reproductiva en el resto del continente. Se calcula que en el año 2008 ocurrieron en Colombia 400.000 abortos inducidos, de los cuales solamente 322 fueron procedimientos legales o interrupciones del embarazo practicadas en instituciones de salud; esto indica que a pesar de la sentencia de la Corte Constitucional, el número de abortos seguros representan sólo el 0,08 % del total de abortos practicados en Colombia.
Las barreras impuestas por médicos, instituciones, iglesia, entes rectores de salud y ministerio público, obligan a las mujeres a buscar terminar los embarazos con métodos que ponen en riesgo su salud y su vida, por fuera del sistema de salud, con las consecuencias funestas que un aborto inseguro trae, como la alta tasa de complicaciones reportada para nuestro país de 33%, principalmente hemorragia grave y sepsis que requieren atención médica; esa tasa de complicaciones alcanza el 53% en las mujeres pobres del medio rural. Sin embargo, aproximadamente una quinta parte del total de mujeres con complicaciones post-aborto, no reciben atención médica
En Colombia los abortos se presentan en todos los estratos sociales, pero la gran diferencia está en que las mujeres pobres, las marginadas, las que viven en medio rural y las desplazadas, tienen que recurrir a personas empíricas y pagan con su salud y su vida la terminación de un embarazo no deseado producto de la violencia que a diario se ejerce contra ellas, o cuando el feto viene con una malformación incompatible con la vida. Las mujeres de estratos socioeconómicos altos también se practican abortos, pero su poder adquisitivo les permite pagar un médico particular que les garantiza un aborto seguro.
Muchas personas se oponen al aborto hasta que lo necesitan: la sentencia de la Corte molesta sus conciencias, hasta que una familiar cercana es víctima de violación o su vida corre peligro a causa del embarazo.
Colombia tiene la tasa más alta de
aborto inseguro de América Latina con 39 abortos
por cada 1.000 mujeres en edad reproductiva,
contra 32 abortos por 1.000 mujeres en
edad reproductiva en el resto
del continente.

El aborto inseguro es subdesarrollo, es pobreza, es injusticia, es inequidad: ¿Será que a eso le apuestan las defensoras del referendo contra el aborto seguro en Colombia? Parece que para este grupo de personas es mejor cerrar los ojos y ponerle una cortina a su conciencia, para obligar a miles de colombianas pobres a exponer su vida cuando las circunstancias las obligan a terminar un embarazo no deseado, para no dejar una familia abandonada y unos niños a merced de los violentos.
Oponerse a la sentencia que despenalizó el aborto en Colombia, es tan anacrónico como pretender hoy echar para atrás el derecho de las mujeres al voto. Oponerse al libre ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos, es oponerse y negar la dignidad de las mujeres, pues es precisamente la dignidad, esa condición inherente al ser humano, lo que fundamenta los Derechos Humanos y los derechos sexuales y reproductivos como Derechos Humanos básicos.
La democracia busca fundamentalmente garantizar los derechos de las minorías, y son precisamente esos derechos los que pretenden desconocer quienes se sienten incómodos por la opción dada por la Corte Constitucional a esos miles de mujeres que cada año exponen su vida al verse obligadas a recurrir a procedimientos peligrosos, para terminar una gestación producto de la violencia sexual ejercida por grupos de todos los colores que toman a las mujeres como trofeo de guerra.
Cuando se defiende la vida no solo hay que defender el hecho de estar vivo, hay que defender el derecho a una vida digna y a un proyecto de vida que garantice un futuro mejor para la sociedad y la familia

 
  Bioética
La arrogancia, como la define el Diccionario de la Lengua Española en su vigésima segunda edición, “1. adj. Altanero, soberbio”, no es cualidad que dignifique a quien la ostenta, sino que en el ejercicio de algunas profesiones que tienen como misión esencial el contribuir al bien pleno de quien requiere su ayuda, se convierte en verdadero peligro -inclusive mortal- para quien de buena fe confía en el profesional arrogante.

Toda acción humana debe éticamente hacer el bien a quien la recibe, pero como lo afirmé antes, algunas profesiones por la esencia intrínseca de su misión se convierten en trampas de muerte cruel si carecen de la suficiente humildad y admiten como regla de conducta la arrogancia, la soberbia. Dentro de esas profesiones debo citar la medicina en primer lugar, la de enfermería en general o “antropología del cuidar”, la de confesor u orientador espiritual -cualquiera sea la fe que profese-, la del abogado, la del psicólogo, la del docente o maestro, porque tienen como substrato, como materia prima por decirlo de alguna manera, la persona humana con su dignidad intrínseca, irrenunciable, su libertad, cualesquiera sean las circunstancias que se presenten en el momento de actuar.
El Diario de Veracruz nos trae un episodio escalofriante: un video en el que un profesional de la medicina, no me atrevo a llamarlo médico, Andrey Votyakov, golpea hasta producirle la muerte a su paciente cardíaco, además indefenso “porque estaba atado en cama de cuidados intensivos”. Como explicación, el agresor dijo “que estaba estresado y agotado después de un turno de 24 horas”. “Tan pronto como entré en la habitación con mi equipo, empezó a llamarme de manera despectiva. Habíamos pasado mucho tiempo con su complicado caso para ayudarle a recuperarse y no dijo una sola palabra de agradecimiento”, se justificó el doctor.
No es honesto juzgar a Andrey Votyakov sin conocer a fondo -incluyendo un examen clínico psiquiátrico-, las circunstancias que rodearon su muy infortunada acción, pero podemos analizar ésta como ejemplo de lo que calificamos como arrogancia médica.
Es arrogancia médica el pensar que por el cumplimiento de nuestro deber el paciente -que damos por sentado está siempre en situación de estrés- deba darnos su agradecimiento, más aún cuando nuestra intervención profesional puede crear para él incomodidad, dolor físico y emocional, separación de su entorno familiar, etc. El cumplimiento del deber tiene en sí, su propia compensación: la satisfacción de haber contribuido honestamente al mejor bien de quien recibe nuestra acción y el bien de quien la ejecuta porque promueve su perfección humana.
Arrogancia médica es el aferrarse al concepto personal y desatender opiniones de colegas o de personas no médicas, que pueden abrir horizontes para real beneficio del paciente. Arrogancia médica es considerarse árbitro para decidir quién vive y quién debe ser asesinado como en el caso del aborto y la eutanasia, prefiriendo ceñirse a una determinación legal -cuando no todo lo legal es ético-, e ignorar que el primer derecho humano es el derecho a la vida, derecho inalienable e irrenunciable que obligatoriamente debemos defender para nuestra propia seguridad, la de los seres queridos y la estabilidad del Estado.
Sí, sin duda, la arrogancia médica es el peor mal que lacera la honestidad de nuestra profesión.

NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
 

Maestro, ¿qué es eterno?

La voracidad guerrerista de las potencias militares en contra de la soberanía y dignidad de los pueblos del mundo. Estados Unidos se robó la mitad de Méjico, le quitó Panamá a Colombia y ha matado a miles de personas inocentes en Argelia, Argentina, Nicaragua, Japón, Paraguay, Hawai, Chile, Grenada, Haití, República Dominicana, China, Corea, Vietnam, Irán, Irak, Guatemala, Líbano, Somalia, Yugoeslavia, etc., etc., y hoy quiere invadir a Siria. Japón se metió en China, los chinos de Mao en el sagrado Tibet, la Unión Soviética y Hitler en medio Europa. ¡Qué horror!

 
 











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