MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 7    NO 87  DICIEMBRE DEL AÑO 2005    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

 

Reflexión del mes

Sobria ebriedad

Durante la era pagana, el vino y las bebidas alcohólicas son las únicas drogas que sugieren degradación ética e indigna huida ante la realidad. Ecos del reproche se remontan al primer imperio egipcio, prosiguen en la vieja religión indoirania y llegan a la cuenca mediterránea como dilema: ¿quiso Dioniso-Baco regalar a los mortales algo que enloquece o algo que ayuda a vivir? Los usuarios de cualesquiera otras drogas no interesan para nada al derecho ni a la moral, y cometeríamos un error creyendo que eran escasos. En la Roma de Augusto y Tiberio, por ejemplo, había casi 900 tiendas dedicadas de modo exclusivo a vender opio, cuyo producto representaba el 15% de toda la recaudación fiscal, y el opio era una mercancía estatalmente subvencionada, como la harina, para impedir especulaciones con su precio; sin embargo, no hay palabra en latín para opiómano, mientras se acercan a la docena las que nombran al alcohólico, y ni un solo caso de adicto al opio aparece mencionado en los anales de la cultura grecorromana. Lo mismo debe decirse de quien usa marihuana, hachís, beleño, daturas, hongos visionarios y demás drogas antiguas. Las raíces del mundo occidental coinciden con las de otras innumerables culturas en un concepto a la vez profundo y claro de la ebriedad -alcohólica o no-, que en definitiva apunta a un acto de júbilo y abandono, pues -como señalara Nietzsche- es "el juego de la naturaleza con el hombre". Filón de Alejandría, padre de la corriente jónica vincula la palabra griega para ebriedad (methe) con el verbo methyeni, que significa "soltar", "permitir", y define al ebrio como quien se adentra en "liberación del alma". Platón, su maestro, no ignoraba que el ebrio puede caer en patosería, aturdimiento, avidez y fealdad, pero defendió vigorosamente el entusiasmo ebrio como antídoto para aligerar la tirantez del carácter y sus ropajes rutinarios, que suscita la interioridad original y aquella inocencia donde pueden aparecer a una nueva luz las cosas. Como resumiría mucho más tarde Montaigne, "los paganos aconsejaban la ebriedad para relajar el alma". De ahí que el ideal grecorromano no fuese la sobriedad, sino la sobria ebrietá, la ebriedad sobria que faculta para gozar el entusiasmo sin incurrir en necedades. El sobrio no debe ser confundido con el abstemio, porque el primero es racional con o sin drogas, mientras el segundo sólo lo es sin ellas; uno puede penetrar en los pliegues de la desnudez, y el otro ha de rehuirlo para no avergonzarse ante los demás y ante su propia conciencia".

Antonio Escotado (España, 1941). Filósofo, sociólogo, ensayista e historiador de las drogas. Profesor universitario de Filosofía y Metodología de la Ciencia además de escritor, se ha dado a conocer sobre todo por sus ensayos sobre las drogas, insistiendo en la necesidad de su legalización para avanzar hacia un consumo responsable y evitar los abusos que generan los intereses económicos del narcotráfico. Además de la Historia general de las drogas, ha publicado, entre otros, los libros siguientes: La conciencia infeliz, Ensayo sobre la filosofía de la religión de Hegel (1971), De physis a polis: la evolución del pensamiento griego desde Tales a Sócrates (1982), Realidad y substancia (1986), Filosofía y metodología de las ciencias (1987), El espíritu de la comedia (1991, Premio Anagrama de ensayo), Rameras y esposas: cuatro mitos sobre sexo y deber (1993) y Retrato

del libertino (1998). Recibió en 1999 el Premio Espasa Hoy de ensayo por su obra Caos y orden. Se destacan sus traducciones de Thomas Hobbes, Newton y Thomas Jefferson. En una entrevista, ante la pregunta sobre una posible definición de la ciencia, respondió: "La ciencia es un mito, sólo que es el mito más hermoso, el único generalizable a toda la especie y quizás el más digno de respetarse. La ciencia es un mito, y cuando pretende decir que está más allá del mito está mintiendo. La ciencia es la humildad en la búsqueda de lo verdadero y en cuanto pierda esa humildad ya no es más que una forma de embaucamiento".

 
Bioética
¿Médicos o cacharreros? Mercantilismo preocupante

Ramón Córdoba Palacio, MD elpulso@elhospital.org.co

Debemos aceptar los cambios, más aún promoverlos, cuando hagan avanzar plenamente a la sociedad humana, pero vigilando siempre con especial cuidado que tras sublimes apariencias no se oculten mezquinos intereses, inconfesables apetitos de manipulación, de explotación de los seres humanos con el único fin de llenar las arcas sin fondo de unos cuantos. Infortunadamente han surgido en el área de la salud infinidad de programas en diferentes medios de comunicación -escritos, de radiodifusión, televisivos- que bajo el pretexto de ayudar a la salud de los colombianos sólo buscan la venta de productos elaborados o el prestigio de unos cuantos doctores que confunden su misión con la de cacharreros, que cazan así a ingenuos usuarios o clientes que sirvan de señuelo o directamente acrecienten el rédito para sus arcas.
Es deplorable y preocupante que programas aparentemente orientados a difundir conocimientos sobre el cuidado de la salud sean en realidad ratos de mercadeo de productos o de nombres de doctores que sin ningún pudor convierten su misión en la de vendedores de substancias que todo lo curan, que sirven en todo caso como nutrimentos milagrosos que pueden comprarse a buen precio si se llama ese día y a esa hora a determinado teléfono, en vitrina para exhibir al drama de unos cuantos que al final son instrumentos de propaganda sin darse cuenta de que el costo para ellos, para los pacientes, es la pérdida y explotación de su intimidad.
Mejor lo hacían los llamados, en épocas ya superadas, “culebreros”, que explotaban en curas milagrosas la grasa del oso, de la anaconda, o los extractos de la uña de la gran bestia y mil pomadas, ungüentos o bebedizos extraídos de exóticos orígenes y traídos desde el Amazonas. Aún recuerdo los golpes sobre la caja de madera que guardaba una asustadora culebra que el “culebrero” tomaba en sus manos y, a veces, la enrollaba en su garganta para mejor demostrar la fuerza de su “arte” y la confianza en sus productos curativos. Tenían, o mejor aún tienen porque todavía explotan su comercio, cierta gracia y decoro del que no hacen gala los actuales médicos cacharreros.
“Al caído caerle”, dice un refrán popular de honda sabiduría. A nuestra hoy desprestigiada profesión médica -gracias en gran parte al mercadeo a que la redujo la malhadada Ley 100- no le faltaba para acrecentar el menosprecio de la comunidad sino que aparecieran por todas partes magos generosos que revestidos de la noble capa de servicio a la comunidad, de difundir los progresos y buenos servicios del arte de curar, de enseñar conocimientos sobre el cuidado de la salud o dar a conocer los muy costosos recursos técnicos último modelo con que cuenta tal o cual entidad, dejen ver, al menos en la manera de presentar sus peroratas, su mezquino interés de rédito, los andrajos mercantilistas de su acción.
Y más preocupante y doloroso, es que a esta nueva modalidad promotora se hayan sumado médicos de renombre e instituciones que se han visto como modelos de seriedad, de cordura, que se miran como verdaderos orientadores de la sociedad en la defensa y la búsqueda del verdadero norte en la actividad médica.
¡Volvamos a ser médicos! Por favor no echemos más leña al fuego.
Para los lectores que no tuvieron la fortuna folclórica de presenciar la labor de un culebrero, me permito transcribir el significado que trae el “Nuevo diccionario de americanismos. Tomo I. Nuevo diccionario de colombianismos. Santa Fe de Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1993, p. 117: «Culebrero. m E- Vendedor de pomadas, ungüentos o tinturas, que exhibe culebras y pronuncia largos discursos para convencer el público circundante del poder curativo que tiene su mercancía»
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

 











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