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Antropología
y medicina
Se ha planteado acertadamente
que la ciencia-arte de la medicina constituye una rama del saber
humano derivada de la antropología. La aproximación
humana que sucede en la relación médico-paciente
entraña indisolublemente la presencia de factores múltiples,
que influyen de uno u otro modo en la misma: lenguaje, empatía,
capacidad de comunicación, silencios prudenciales, genuina
solidaridad y compromiso, destreza pedagógica, potencia
persuasiva, tolerancia, paciencia, atención a los detalles.
El paciente es un ser humano críticamente sensible a
las expresiones de todos aquellos componentes de su entorno
y de quien se aproxima a él con intención y voluntad
de ayuda y de acción terapéutica. Se supone, por
parte del médico, su competencia en el aspecto técnico
de su saber, y simultáneamente, siempre se espera de
quien ejerce la función de ayuda, algo más. Se
trata de una exigencia que trasciende las normas convencionales
y los códigos escritos: se espera del terapeuta un particular
modo de comprender el mundo y una singular manera de ser en
la esfera de lo humano -el ethos-, que le permita actuar con
eficacia. A esto se ha referido constantemente la historia de
la medicina, desde las altas exigencias éticas propia
de los tiempos de la Grecia clásica en que nació
como actividad propiamente científica. |
D'Ambricourt, protagonista de Diario
de un cura rural, de Bernanos. |
La literatura nos regala ejemplos de maestría
en la descripción de profundos cuadros clínicos.
Su riqueza no se limita a la precisión semiológica.
Se expande hasta la consideración de los aspectos más
sutiles -y a la vez importantes- de lo que acontece cuando
ocurre la enfermedad y el desmoronamiento de lo corporal.
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Entre los grandes
peligros que hoy amenazan esta relación, se presenta
lo que se ha denominado como una reducción zoológica
del ser humano. La pasión concéntrica por una
tecno-ciencia cuyas aplicaciones cada vez son de mayor alcance
y popularidad, lleva al grave hecho del eclipse de lo humano
en aquel encuentro interpersonal. El enfermo, reducido a usuario-cliente,
corre el grave peligro de ser considerado sólo como un
organismo descompuesto en algunas de sus partes o sistemas,
y el médico, en cuestionable respuesta a las presiones
del mundo contemporáneo, puede ocultarse tras la máscara
de un operario aséptico, hiper-especializado y sin rostro,
que apenas opera y se lucra de alguna de las ingeniosas y poderosísimas
herramientas de que se dispone. Es inminente el peligro de la
tiranía protocolizada de una medicina basada en
evidencias, que más que en ellas lo hace en la
aritmética evaluación de costos y beneficios en
términos financieros. |
La pérdida de
la visión integral de la realidad
corpórea-psicológica-espiritual-biográfica
de cada
ser humano, comportaría la pérdida del
sentido último
de la profesión médica. Podría
estar cercana la imposición
siniestra de una medicina reducida al accionar de
funcionarios anónimos tras sofisticados instrumentos
técnicos, con toda su falsa liturgia y la aniquilación
de lo humano que ello traería.
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La pérdida
de la visión integral de la realidad corpórea-psicológica-espiritual-biográfica
de cada ser humano, comportaría la pérdida del
sentido último de la profesión médica.
Podría ser cosa de un futuro cercano la imposición
siniestra de una medicina reducida al accionar de funcionarios
anónimos que se esconden tras inaccesibles y sofisticados
instrumentos técnicos, con toda su falsa liturgia y con
la aniquilación de lo humano que ello comportaría.
Enfermar es un hecho de carácter biográfico fundamental.
Desde la antigüedad, los diversos testimonios dejan aquella
constancia: se ha dicho que los relatos homéricos son
en cierto sentido, registros de traumatología y de patología
quirúrgica. Las características psicológicas
y espirituales asociadas al hecho del sufrimiento personal -físico,
moral- hacen parte del gran tesoro de la memoria cultural de
occidente. Escultura, pintura, literatura, arquitectura, todas,
en distintas formas relatan o profundizan en las distintas expresiones
de lo inevitable del enfermar y morir, con todo el significado
humano que contienen. Se ha dicho que existen situaciones
límite -la culpa, el sufrimiento, el dolor, la
muerte-, a las que de modo inexorable está enfrentado
todo ser humano, en un hecho que siempre acontece en la primera
persona del singular, que siempre interroga y cuestiona, y que
es ineludible. |
Dos ejemplos imborrables
La literatura universal regala
ejemplos imborrables acerca de estos contenidos: en ellos se
combinan la maestría técnica-literaria con la
agudeza de la descripción clínica, semiológica
y psicológica de sus personajes. Para ello pueden enumerarse
dos novelas cortas de valor especialmente didáctico,
en lo que se propone en esta nota.
Georges Bernanos, escritor francés cuyo apogeo productivo
sucede en la primera mitad del siglo XX, es autor de La
alegría, Crepúsculo de los viejos,
Bajo el sol de Satán, los colosales Diálogos
de carmelitas -llevados a la ópera por Francis
Poulenc- y otras obras. Una de sus novelas, Diario de
un cura rural (1936), contiene profundos y analíticos
recorridos por las honduras existenciales de sus protagonistas.
El más importante de ellos, d'Ambricourt, el cura rural,
un hombre joven que destina su vida a una labor poco entendida
por la mayoría de sus vecinos, enfrenta la soledad y
los momentos de desaliento con una particular energía.
Como parte central de la narración, en la misma medida
en que van pasando las páginas y los acontecimientos,
muchos de ellos relacionados con las miserias y pobrezas existenciales
de los vecinos de alejadas zonas campesinas que son poco prósperas
y dramáticas, el personaje simultáneamente va
padeciendo las sensaciones y limitaciones de una enfermedad
que al cabo se logra establecer como un cáncer de estómago.
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El cura de
Bernanos, de modo discreto inicialmente -luego de modo progresivo-
presenta anorexia, náuseas, intolerancia a alimentos
y un constante dolor epigástrico. Con el paso de unos
seis meses, su condición se convierte en un rápido
enflaquecimiento, debilidad progresiva y en unos dramáticos
episodios de hematemesis que van agravándose cada día.
En el momento de ser examinado por su médico, ya está
presente una masa abdominal palpable y hay un ganglio supra-clavicular
detectable al examen físico; pocas semanas después
fallece.
El caso descrito por Bernanos -adicionalmente a la riqueza narrativa
y semiológica que ostenta-, contiene otro importante
elemento que hace parte de la esfera afectiva-psicológica
y espiritual de su personaje. El cura rural manifiesta ante
su fatal diagnóstico, una actitud de aceptación
y de preparación tranquila para lo que vendrá.
Hay paz en su modo de enfermar y morir, una actitud positiva
ante lo inexorable. En ello, como se cuenta en el relato, el
médico ha actuado como un amigo veraz y prudente.
Contraste Bernanos-Tolstoi
En notable contraste con la historia
de Bernanos, está la novela breve La muerte de
Iván Ilich (1886) de León Tolstoi, el gigante
de la literatura rusa de finales del siglo XIX.
El personaje central, Iván Ilich Golovin, es un funcionario
de 45 años de edad que padece su proceso patológico
de modo muy rápido y doloroso: comienza su condición
con un dolor sordo en el costado, asociado de modo inicial a
un leve golpe. En apenas tres meses, esto se convierte en un
cuadro clínico de deterioro generalizado, molestia abdominal
persistente, sin ninguna mejoría con morfina ni con otros
agentes prescritos por sus médicos. A la caquexia se
añade un intenso color amarillo, anorexia, y sensación
de peso en el abdomen.
Un extraño sabor en la boca y un insoportable insomnio
se añaden a las quejas de Ilich, quien además,
se sumerge en un torbellino de confusión y soledad que
se agrava al ser interrogado y examinado por los diferentes
médicos, quienes asumen una posición de distancia
y de comunicación confusa y poco esperanzadora. |
Bernanos y Tolstoi desde
sus geniales
creaciones, nos regalan lecciones de semiología,
de
clínica, de humanidad, de realidad y hondura
espiritual.
Lecciones de valor imperecedero para quien las aproveche
en su formación, también inacabable.
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Notablemente en su propia
familia, asumen una actitud igualmente excluyente, misteriosa
e insolidaria. El enfermo se ve rechazado y aislado, y su propio
sustrato psicológico-afectivo acentúa esta condición.
A medida que avanza su proceso, crece su angustia. Su propia
reacción, ante la enfermedad y lo que viene con ella,
es de insatisfacción, amargura y rechazo, como lo manifiesta:
¡No hay explicación! Dolor, muerte
¿para qué?. El enfermo Ilich encarna un
modo negativo de padecer la condición fatal: está
abatido, quiere huir, no acepta. Y no encuentra, adicionalmente,
quien esté humanamente dispuesto a acompañarlo
con algo de solidaridad en tan duro proceso. La soledad de la
víctima de una conspiración del silencio, termina
de acentuar su tristeza y abatimiento.
Necesidad de humanidad
La literatura nos regala ejemplos
de maestría en la descripción de profundos cuadros
clínicos. Su riqueza no se limita a la precisión
semiológica. Se expande hasta la consideración
de los aspectos más sutiles -y a la vez importantes-
de lo que acontece cuando ocurre la enfermedad y el desmoronamiento
de lo corporal. Aparecen en el escenario las complejidades de
los horizontes últimos del sentido existencial, los matices
de las dinámicas de las relaciones interpersonales, las
circunstancias histórico-biográficas de quienes
padecen y también de quienes ejercen una determinada
función en la narrativa. El lector atento puede enriquecerse
con esta gran variedad de aportes colaterales. Ello puede ser
útil en el momento concreto de establecer la relación
personal con otros seres humanos, sus pacientes, y quizá
sea una herramienta más para el ejercicio de una práctica
médica con genuino tacto y con solidaridad efectiva.
Las humanidades -estudio de las artes, la historia, las creaciones
poéticas-, se convierten en un sustrato médico
adicional, en un entorno cultural a partir del cual el ejercicio
de la tekhne iatrike se llena de argumentos y de recursos para
la aproximación humana al otro ser, quien atraviesa particulares
momentos de indefensión y menesterosidad que no son sino
expresión de la contingencia propia y esencial a cada
ser humano. Los datos que nos aportan las diversas artes provienen
también de la realidad, son hechos transformados por
mentes creadoras; así se enriquece la práctica
de la medicina basada en la realidad.
Y en los tratados hipocráticos ya se decía: Hay
que guiarse por completo de los hechos y atenerse a ellos sin
reserva. Georges Bernanos y León Tolstoi, desde
sus geniales creaciones, nos regalan lecciones de semiología,
de clínica, de humanidad, de realidad y de hondura espiritual.
Estas lecciones son de valor imperecedero para quien quiera
aprovecharlas en su proceso de formación, que es también
inacabable. |
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OCIOSO
LECTOR
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La tumba
de María,
de Jorge Isaacs
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El
antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia, Luis
Francisco López, investigó una fascinante leyenda
según la cual existió de verdad María -la
protagonista de la novela de Jorge Isaacs-, y su tumba originó
un cementerio sobre el cual reside la identidad del caserío
de Santa Elena en El Cerrito (Valle). Algunos extractos de su
ponencia:
Ya en 1927 el sepulturero Adolfo López (1848-1932),
quien tenía 7 años al arribo de la familia del
poeta, aseguraba haber participado en los funerales de María
en dicho cementerio: 'Sí, yo la llevé a enterrar.
Ahí la tuvimos a la sombra de un guayabo hasta que hicimos
el hoyo y la enterramos' (Entrevista con Eva Arias de Vidal,
9 de diciembre/95); testimonio que también conservó
su nieta Eulalia Canizales, a quien tuvimos oportunidad de entrevistar
el 27 de marzo/96: En [la quebrada] La Honda la bajaron,
y volvieron y siguieron hasta allí al cementerio y ahí
la enterraron. Y está allá la tumba de La María,
ahí dizque la enterraron, me decía él,
donde está la cruz.
En algunas oportunidades, María goza de los mismos
atributos destinados a las santas y mártires: 'La gente
ha cogido como si esa tumba tuviese una santidad. Es que llegan
ahí, y empiezan a rezar (
). Dicen: «María
es un símbolo del amor», como que si ella estuviese
haciendo milagros' (Entrevista con Wilmer Osorio, 19 de diciembre/95).
Resultó evidente que el imaginario colectivo logró
entretejer una serie de discursos encaminados a convertir la
'tumba de María', y al cementerio del que hace parte,
en un referente tangible de la memoria local. |
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