DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 11    No. 140 MAYO DEL AÑO 2010    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

 
Encuentros ejemplares entre medicina y literatura:
los casos Bernanos y Tolstoi
Carlos Alberto Gómez Fajardo, MD elpulso@elhospital.org.co
Antropología y medicina
Se ha planteado acertadamente que la ciencia-arte de la medicina constituye una rama del saber humano derivada de la antropología. La aproximación humana que sucede en la relación médico-paciente entraña indisolublemente la presencia de factores múltiples, que influyen de uno u otro modo en la misma: lenguaje, empatía, capacidad de comunicación, silencios prudenciales, genuina solidaridad y compromiso, destreza pedagógica, potencia persuasiva, tolerancia, paciencia, atención a los detalles.
El paciente es un ser humano críticamente sensible a las expresiones de todos aquellos componentes de su entorno y de quien se aproxima a él con intención y voluntad de ayuda y de acción terapéutica. Se supone, por parte del médico, su competencia en el aspecto técnico de su saber, y simultáneamente, siempre se espera de quien ejerce la función de ayuda, algo más. Se trata de una exigencia que trasciende las normas convencionales y los códigos escritos: se espera del terapeuta un particular modo de comprender el mundo y una singular manera de ser en la esfera de lo humano -el ethos-, que le permita actuar con eficacia. A esto se ha referido constantemente la historia de la medicina, desde las altas exigencias éticas propia de los tiempos de la Grecia clásica en que nació como actividad propiamente científica.
D'Ambricourt, protagonista de “Diario de un cura rural”, de Bernanos.
La literatura nos regala ejemplos de maestría en la descripción de profundos cuadros clínicos. Su riqueza no se limita a la precisión semiológica. Se expande hasta la consideración de los aspectos más sutiles -y a la vez importantes- de lo que acontece cuando ocurre la enfermedad y el desmoronamiento de lo corporal.
Entre los grandes peligros que hoy amenazan esta relación, se presenta lo que se ha denominado como una “reducción zoológica” del ser humano. La pasión concéntrica por una tecno-ciencia cuyas aplicaciones cada vez son de mayor alcance y popularidad, lleva al grave hecho del eclipse de lo humano en aquel encuentro interpersonal. El enfermo, reducido a usuario-cliente, corre el grave peligro de ser considerado sólo como un organismo descompuesto en algunas de sus partes o sistemas, y el médico, en cuestionable respuesta a las presiones del mundo contemporáneo, puede ocultarse tras la máscara de un operario aséptico, hiper-especializado y sin rostro, que apenas opera y se lucra de alguna de las ingeniosas y poderosísimas herramientas de que se dispone. Es inminente el peligro de la tiranía protocolizada de una “medicina basada en evidencias”, que más que en ellas lo hace en la aritmética evaluación de costos y beneficios en términos financieros.
La pérdida de la visión integral de la realidad
corpórea-psicológica-espiritual-biográfica de cada
ser humano, comportaría la pérdida del sentido último
de la profesión médica. Podría estar cercana la imposición
siniestra de una medicina reducida al accionar de
funcionarios anónimos tras sofisticados instrumentos
técnicos, con toda su falsa liturgia y la aniquilación
de lo humano que ello traería.
La pérdida de la visión integral de la realidad corpórea-psicológica-espiritual-biográfica de cada ser humano, comportaría la pérdida del sentido último de la profesión médica. Podría ser cosa de un futuro cercano la imposición siniestra de una medicina reducida al accionar de funcionarios anónimos que se esconden tras inaccesibles y sofisticados instrumentos técnicos, con toda su falsa liturgia y con la aniquilación de lo humano que ello comportaría.
Enfermar es un hecho de carácter biográfico fundamental. Desde la antigüedad, los diversos testimonios dejan aquella constancia: se ha dicho que los relatos homéricos son en cierto sentido, registros de traumatología y de patología quirúrgica. Las características psicológicas y espirituales asociadas al hecho del sufrimiento personal -físico, moral- hacen parte del gran tesoro de la memoria cultural de occidente. Escultura, pintura, literatura, arquitectura, todas, en distintas formas relatan o profundizan en las distintas expresiones de lo inevitable del enfermar y morir, con todo el significado humano que contienen. Se ha dicho que existen “situaciones límite” -la culpa, el sufrimiento, el dolor, la muerte-, a las que de modo inexorable está enfrentado todo ser humano, en un hecho que siempre acontece en la primera persona del singular, que siempre interroga y cuestiona, y que es ineludible.
Dos ejemplos imborrables
La literatura universal regala ejemplos imborrables acerca de estos contenidos: en ellos se combinan la maestría técnica-literaria con la agudeza de la descripción clínica, semiológica y psicológica de sus personajes. Para ello pueden enumerarse dos novelas cortas de valor especialmente didáctico, en lo que se propone en esta nota.
Georges Bernanos, escritor francés cuyo apogeo productivo sucede en la primera mitad del siglo XX, es autor de “La alegría”, “Crepúsculo de los viejos”, “Bajo el sol de Satán”, los colosales “Diálogos de carmelitas” -llevados a la ópera por Francis Poulenc- y otras obras. Una de sus novelas, “Diario de un cura rural” (1936), contiene profundos y analíticos recorridos por las honduras existenciales de sus protagonistas. El más importante de ellos, d'Ambricourt, el cura rural, un hombre joven que destina su vida a una labor poco entendida por la mayoría de sus vecinos, enfrenta la soledad y los momentos de desaliento con una particular energía. Como parte central de la narración, en la misma medida en que van pasando las páginas y los acontecimientos, muchos de ellos relacionados con las miserias y pobrezas existenciales de los vecinos de alejadas zonas campesinas que son poco prósperas y dramáticas, el personaje simultáneamente va padeciendo las sensaciones y limitaciones de una enfermedad que al cabo se logra establecer como un cáncer de estómago.
El cura de Bernanos, de modo discreto inicialmente -luego de modo progresivo- presenta anorexia, náuseas, intolerancia a alimentos y un constante dolor epigástrico. Con el paso de unos seis meses, su condición se convierte en un rápido enflaquecimiento, debilidad progresiva y en unos dramáticos episodios de hematemesis que van agravándose cada día. En el momento de ser examinado por su médico, ya está presente una masa abdominal palpable y hay un ganglio supra-clavicular detectable al examen físico; pocas semanas después fallece.
El caso descrito por Bernanos -adicionalmente a la riqueza narrativa y semiológica que ostenta-, contiene otro importante elemento que hace parte de la esfera afectiva-psicológica y espiritual de su personaje. El cura rural manifiesta ante su fatal diagnóstico, una actitud de aceptación y de preparación tranquila para lo que vendrá. Hay paz en su modo de enfermar y morir, una actitud positiva ante lo inexorable. En ello, como se cuenta en el relato, el médico ha actuado como un amigo veraz y prudente.
Contraste Bernanos-Tolstoi
En notable contraste con la historia de Bernanos, está la novela breve “La muerte de Iván Ilich” (1886) de León Tolstoi, el gigante de la literatura rusa de finales del siglo XIX.
El personaje central, Iván Ilich Golovin, es un funcionario de 45 años de edad que padece su proceso patológico de modo muy rápido y doloroso: comienza su condición con un dolor sordo en el costado, asociado de modo inicial a un leve golpe. En apenas tres meses, esto se convierte en un cuadro clínico de deterioro generalizado, molestia abdominal persistente, sin ninguna mejoría con morfina ni con otros agentes prescritos por sus médicos. A la caquexia se añade un intenso color amarillo, anorexia, y sensación de peso en el abdomen.
Un extraño sabor en la boca y un insoportable insomnio se añaden a las quejas de Ilich, quien además, se sumerge en un torbellino de confusión y soledad que se agrava al ser interrogado y examinado por los diferentes médicos, quienes asumen una posición de distancia y de comunicación confusa y poco esperanzadora.
Bernanos y Tolstoi desde sus geniales
creaciones, nos regalan lecciones de semiología, de
clínica, de humanidad, de realidad y hondura espiritual.
Lecciones de valor imperecedero para quien las aproveche
en su formación, también inacabable.
Notablemente en su propia familia, asumen una actitud igualmente excluyente, misteriosa e insolidaria. El enfermo se ve rechazado y aislado, y su propio sustrato psicológico-afectivo acentúa esta condición. A medida que avanza su proceso, crece su angustia. Su propia reacción, ante la enfermedad y lo que viene con ella, es de insatisfacción, amargura y rechazo, como lo manifiesta: “¡No hay explicación! Dolor, muerte… ¿para qué?”. El enfermo Ilich encarna un modo negativo de padecer la condición fatal: está abatido, quiere huir, no acepta. Y no encuentra, adicionalmente, quien esté humanamente dispuesto a acompañarlo con algo de solidaridad en tan duro proceso. La soledad de la víctima de una conspiración del silencio, termina de acentuar su tristeza y abatimiento.
Necesidad de humanidad
La literatura nos regala ejemplos de maestría en la descripción de profundos cuadros clínicos. Su riqueza no se limita a la precisión semiológica. Se expande hasta la consideración de los aspectos más sutiles -y a la vez importantes- de lo que acontece cuando ocurre la enfermedad y el desmoronamiento de lo corporal. Aparecen en el escenario las complejidades de los horizontes últimos del sentido existencial, los matices de las dinámicas de las relaciones interpersonales, las circunstancias histórico-biográficas de quienes padecen y también de quienes ejercen una determinada función en la narrativa. El lector atento puede enriquecerse con esta gran variedad de aportes colaterales. Ello puede ser útil en el momento concreto de establecer la relación personal con otros seres humanos, sus pacientes, y quizá sea una herramienta más para el ejercicio de una práctica médica con genuino tacto y con solidaridad efectiva.
Las humanidades -estudio de las artes, la historia, las creaciones poéticas-, se convierten en un sustrato médico adicional, en un entorno cultural a partir del cual el ejercicio de la tekhne iatrike se llena de argumentos y de recursos para la aproximación humana al otro ser, quien atraviesa particulares momentos de indefensión y menesterosidad que no son sino expresión de la contingencia propia y esencial a cada ser humano. Los datos que nos aportan las diversas artes provienen también de la realidad, son hechos transformados por mentes creadoras; así se enriquece la práctica de la medicina basada en la realidad.
Y en los tratados hipocráticos ya se decía: “Hay que guiarse por completo de los hechos y atenerse a ellos sin reserva”. Georges Bernanos y León Tolstoi, desde sus geniales creaciones, nos regalan lecciones de semiología, de clínica, de humanidad, de realidad y de hondura espiritual. Estas lecciones son de valor imperecedero para quien quiera aprovecharlas en su proceso de formación, que es también inacabable.
 
OCIOSO LECTOR
La tumba
de “María”,
de Jorge Isaacs
El antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia, Luis Francisco López, investigó una fascinante leyenda según la cual existió de verdad María -la protagonista de la novela de Jorge Isaacs-, y su tumba originó un cementerio sobre el cual reside la identidad del caserío de Santa Elena en El Cerrito (Valle). Algunos extractos de su ponencia:
“Ya en 1927 el sepulturero Adolfo López (1848-1932), quien tenía 7 años al arribo de la familia del poeta, aseguraba haber participado en los funerales de María en dicho cementerio: 'Sí, yo la llevé a enterrar. Ahí la tuvimos a la sombra de un guayabo hasta que hicimos el hoyo y la enterramos' (Entrevista con Eva Arias de Vidal, 9 de diciembre/95); testimonio que también conservó su nieta Eulalia Canizales, a quien tuvimos oportunidad de entrevistar el 27 de marzo/96: “En [la quebrada] La Honda la bajaron, y volvieron y siguieron hasta allí al cementerio y ahí la enterraron. Y está allá la tumba de La María, ahí dizque la enterraron, me decía él, donde está la cruz”.
“En algunas oportunidades, María goza de los mismos atributos destinados a las santas y mártires: 'La gente ha cogido como si esa tumba tuviese una santidad. Es que llegan ahí, y empiezan a rezar (…). Dicen: «María es un símbolo del amor», como que si ella estuviese haciendo milagros' (Entrevista con Wilmer Osorio, 19 de diciembre/95). Resultó evidente que el imaginario colectivo logró entretejer una serie de discursos encaminados a convertir la 'tumba de María', y al cementerio del que hace parte, en un referente tangible de la memoria local”.
 



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