MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 259 ABRIL DEL AÑO 2020 ISNN 0124-4388
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Si algo está quedando claro desde las primeras semanas de la declaratoria de la pandemia por Covid-19 es que el mundo, con todos sus desarrollos y modernidad galopante y arrolladora, no está preparado para afrontar grandes emergencias de tipo global. Y si bien en este momento todos los esfuerzos se deben centrar en atender los efectos directos y colaterales de la enfermedad, lo más importante serán los aprendizajes que surjan, con visiones desde todas las áreas del conocimiento, ya que lo cuestionado hoy toca directamente la esencia de los humanos.
El primer colapso lo han mostrado los sistemas sanitarios de todos los países, independiente de su grado de desarrollo, España calificado hace poco como el mejor de Europa se vio desbordada por la cantidad de pacientes, Estados unidos con su gigantesca infraestructura hospitalaria no dio abasto en los lugares donde se concentró la pandemia, que decir de Italia o de Ecuador nuestro vecino, donde las consecuencias han sido apocalípticas. En Colombia la respuesta ha estado acorde a los lineamientos de la Organización Mundial de la Salud y es pronto, y no es el momento pertinente aun, para analizar la efectividad y oportunidad con que se tomaron las medidas, pero si deberá hacerse en la pos pandemia con un ánimo constructivo que nos permita aprender hacia el futuro.
Es evidente que ningún país del mundo podía estar preparado y Colombia no fue la excepción. Las pocas camas de cuidados intensivos en el país, y su concentración en unos pocos centros urbanos; la falta de personal calificado para el manejo de procesos de mecánica respiratoria, (Medellín es la ciudad con mayor número, 1.2 por cada 100 mil habitantes); la deficiencia en cantidad de laboratorios de punta idóneos para realizar las pruebas, así como de los reactivos necesarios; la incapacidad para dotar al personal de la salud de suficientes elementos de bioseguridad, e incluso a la población de una protección mínima como son los cubre bocas; y que decir de las consecuencias generadas por una cartera hospitalaria históricamente grande y que impide a las instituciones prestadoras estar completamente preparadas para enfrentar este tipo de contingencias.
Estas, entre otras circunstancias que han sido comentadas durante los días recientes, deberían mostrarnos los aspectos más débiles de nuestro sistema de salud, y no porque afirmemos que tendríamos que haber estado cien por ciento preparados para un problema que no era previsible, sino porque denotan las fisuras que la mayoría de las veces pasan inadvertidas o soslayadas en medio de otras discusiones centradas sobre una realidad más acuciantes, pero que cuando llega la crisis se muestran en su dimensión y se convierten en el punto de quiebre.
Resultará interesante revisar con lupa las acciones que tomaron los países donde el Covid-19 ha tenido menor impacto, y que si bien aún no pueden cantar victoria puesto que el riesgo continuará mientras subsistan brotes en cualquier latitud, si han demostrado hasta ahora que sus medidas fueron oportunas y eficientes. Corea del Sur, Singapur, Rusia, entre otros, han controlado o disminuido los efectos de la pandemia hasta un grado tolerable, que es tal vez el escenario realista más deseable, puesto que siempre estaremos sujetos a que nuevas entidades patológicas surjan en cualquier lugar y que con la facilidad actual de cruzar fronteras se propague en días o semanas como ya presenciamos.
Pero además de los efectos sobre la salud, la pandemia de 2020 pasará a la historia por su afectación sobre otros sectores de la sociedad. La economía mundial ha sido la primera en tambalear a pesar de su aparente solidez y la gran acumulación de capitales, y acá valdrá la pena reflexionar si la pérdida de poder de los estados sobre el manejo de los capitales y de los vaivenes de los mercados esta correlacionada con la débil respuesta inicial de la mayoría de los gobiernos frente a la pandemia. El enorme poder que ejercen los capitales privados llevó en varias naciones a que las medidas sanitarias no se tomaran con la oportunidad deseada por el temor de sus efectos en las finanzas, y que al lado del valor supremo de la vida, los mandatarios sopesaran con igual balanza la defensa de dinero.
Se hablará durante mucho tiempo y diferentes ópticas sobre la pandemia del 2020 y ojala todas sus consecuencias no estén relacionadas con la muerte y la enfermedad, sino que también nos recuerde lo débiles que somos frente a la naturaleza, y que en esa medida se recuperen valores relacionados con que quid de la vida, perdido hace décadas en la velocidad de la posmodernidad, pero que por su simpleza nos pasa frente a los ojos y los años sin que paremos a reflexionar que, somos humanos, demasiado humanos.
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