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Aníbal Gil, 90 años con el arte entre sus manos, su mente y su corazón

Por: Yéssica Tuberquia Agudelo
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Aníbal Gil nació un 21 de febrero, el de 1932, en un pueblito de Antioquia llamado Don Matías. Casi desde ese mismo instante no pudo contemplar su vida aparte del arte: era como si estuviera incluido dentro de su ADN, un motor que lo hacía sentir vivo. Nunca desfalleció, nunca se arrepintió, nunca perdió el interés: siempre entregado a su quehacer diario. ¿Abandonar el arte? No, No. Nunca. Nunca. Nunca. Y así, le dio sentido a su vida.

El arte es algo vital. Eso está en mí. En mí. Yo me levanto y ya sé qué tengo que hacer. O mejor dicho, yo no me acuesto sin saber qué voy a hacer al otro día. Entonces, para mí, despertar es una pasión.

Ese objetivo en la mente, que lleva el Maestro Aníbal Gil, viaja de su corazón hacia sus manos. Sus ideas vienen de distintas formas y en distintos tiempos: unas llegan de sorpresa, otras se construyen poco a poco; unas duran más… otras menos; algunas se hacen a un lado (porque no tienen mucho sentido) y otras terminan en sus obras.

La idea se dibuja, se trabaja, evoluciona, se estudia, se borra, se pone. Pero, también, depende de la técnica: por ejemplo, una acuarela; yo he tratado mucho el paisaje a la acuarela. Para mí, esa es una explosión, es llegar a un sitio y en 2, 3, 4 horas llenar una hoja grande de acuarela. Es el producto de estar frente al paisaje, la luz del sol, el viento. Es sentir eso y tratar de plasmarlo rápidamente, porque es un sitio… un momento que va a pasar. Uno no puede estar ahí permanentemente. Hay otras técnicas, como el grabado, que exigen mucho esfuerzo, un lugar muy concreto, con materiales muy definidos y exigen ser más meticuloso; un solo trabajo puede durar hasta meses.

Ahora, con su cumpleaños número 90 y porque los años no vienen solos, el Maestro Gil se dedica a hacer un trabajo más sereno, sin ambiciones. Me gusta que lo que haga sea como un juego, como si quisiera volver a la niñez. Es menos dramático, más lúdico. Son cosas sin mucha trascendencia, como dejando unas constancias sencillas, pero es un trabajo bonito porque está de por medio la experiencia, la tranquilidad. Tiene su encanto.

Él se considera muy feliz de haberse realizado en el medio, de haber aportado nuevas perspectivas y técnicas para la sociedad y la cultura colombiana, sobre todo en relación al grabado. Fue justamente Aníbal Gil junto con el escultor Rodrigo Arenas, en 1964, quienes fundaron el taller de grabado de la Universidad de Antioquia. Yo lo descubrí prácticamente en Florencia. Aquí en Colombia, en el medio nuestro no había; se habían usado en la colonia la litografía y la xilografía para ilustrar periódicos, pero eso se perdió. Desde la juventud, yo veía que en Medellín había habido una litografía, un proceso de estampación interesante, tradicional. Yo quise volver a tomar eso, pero ya en un plano artístico. No con el afán de ilustrar propaganda, sino de aprovechar la litografía y el aguafuerte para traerlo a nuestro medio, sobre todo para emplearlo en una expresión personal. Lo que me llama la atención del grabado es esa manera personal de uno poderse expresar de una forma simple, con elementos muy simples.

Su estadía en Europa

No se puede pensar al Maestro Aníbal Gil sin lo que vivió en Europa, continente que lo recibió para mostrarle su historia, su arte y también lo que significaba estar solo y sin plata. Como un poeta, sin saber que sus frases suenan a versos, recita: Solo. Solo. Solo. Los campos, muy bellos. Solo. Solo. Solo. Sin un centavo en el bolsillo. Un verano de cielo azul… sin quien compartirlo.

El Maestro se fue a Europa después de la muerte de su padre, quien le dejó un aporte económico que le permitió viajar. Sin embargo, su plan nunca fue quedarse unos pocos meses; sabía que el dinero del que disponía tenía que alargarse por varios años. Así, hubo días con hambre, sin un centavo, absolutamente solo. ¿Qué va a ser de mí mañana? ¿Qué puedo hacer ahora? No fue una tarea fácil vivir cuatro años en Europa viajando, estudiando, tratando de sacar el máximo de todo aquello que yo quería aprender. Pero, me di cuenta que a pesar de las dificultades, yo no perdía el entusiasmo. Estoy seguro que hubiera sobrevivido de alguna manera. Tuve momentos muy difíciles, y hoy los veo, en la distancia, con la alegría de haber podido superar esos avatares.

Conocer el viejo continente fue fundamental, adquirió un conocimiento que no podía haber conseguido en Colombia: A mí me impresionó descubrir en Europa la historia; nosotros somos un pueblo nuevo, no se tiene concepto de la antigüedad, de la trayectoria del hombre en el tiempo y allá sí se puede sentir. Volvió con todo su aprendizaje, lo enseñó, lo mostró, y lo convirtió en su propia obra. Hizo arte en su ambiente, su país, su pueblo. Su objetivo nunca fue quedarse al otro lado del mundo, porque la labor que uno puede hacer en Colombia estaba toda por hacer, y más en Medellín. Yo he considerado eso fundamental: prestar un servicio a la sociedad.

El profesor

“Ustedes pueden hacer de mí un buen profesor si tienen inquietudes. Si no tienen inquietudes, ni ustedes ni yo hacemos ninguna labor que sirva”, así le decía el Maestro Aníbal Gil a sus estudiantes, porque para él, lo más importante era el cuestionamiento. Al igual que con su arte, que siempre buscaba la inquietud personal del espectador, que miren mi trabajo y lean algo, sientan algo, que se pregunten algo.

El Maestro vivió la docencia como una parte de su trabajo, como una obligación social. Entendía que había necesidad de hacerlo, porque debía unos conocimientos, una experiencia y debía aportarlos a la sociedad. Alternó su trabajo y la enseñanza durante 20 años; tenía la teoría que para poder enseñar algo debía haberlo elaborado y vivido antes.

Esto me enriqueció porque el contacto con las personas era muy importante para mí. Por temperamento tiendo a recogerme, a aislarme, pero la enseñanza lo mete a uno en el torrente de la sociedad.

El arte, le enseñó la belleza de la vida. Yo siempre pienso que soy un privilegiado de haber tenido el arte en mi mente, mis manos y mi corazón a través de estos 90 años. Me da un sentido sobrenatural. Ahora bien, le parece que el arte es como una flecha disparada que va abriendo camino, algunas veces se encuentra con elementos muy importantes y otras veces se encuentra con el vacío, como el arte contemporáneo, que tiene validez en tanto que es búsqueda, pero que tiene mucha cosa efímera, que mañana o pasado desaparece completamente.

El artista

Aníbal Gil ha confesado en más de una entrevista que cuando era joven tenía la ambición de convertirse en un “genio”. Ahora responde, con una risa nerviosa y coqueta, que sus aspiraciones no eran más que ilusiones propias de la edad. No tiene uno todavía el concepto del tiempo, de lo que es el quehacer. Cree con convicción que lo importante no era llegar a ser así o haber logrado una obra extraordinaria, sino llenar de vida cada día, llenar de sentido el arte. Yo he sido genial en el sentido de haber logrado el interés todos los días. Pero, no, las genialidades se quedan para muy pocas personas.

Es precisamente el quehacer la respuesta para su vida. No hay en él una obra predilecta ni un momento culmen: cuenta cada día, cada trabajo nuevo. No es el pasado ni lo hecho lo interesante, sino lo que viene; la obra que uno hace pasa y siempre está la que viene, la gran ilusión. Es como una fuerza dinámica que no se estabiliza en un punto. Y una vez terminado el trabajo queda el mismo sentimiento: podía haber sido mejor… Aníbal Gil nunca se dijo así mismo que su obra era exactamente lo que quería.

La pandemia le permitió reencontrarse y darse cuenta que el entusiasmo que ha mantenido durante toda su vida también es efímero, imaginario y tiene un fin… un fin que puede suceder en cualquier momento, porque uno como artista ve la vida como si fuera eterna, uno no ve el final, porque hay una ambición tan grande, una dinámica tan fuerte que uno puede seguir y seguir, seguir y seguir.

Y es que tanto encanto tiene por la vida que piensa en la muerte entre quince y veinte veces diarias, desde que tiene consciencia. No viene la vida sin la muerte; esto me hace vivir, en ese reto a la muerte. La diferencia ahora, en su vejez, es que el pensamiento se presenta más sereno y prolongado, en función del no estar… ¿Cómo será no estar? ¿Cómo será no estar? Qué interesante no estar.

Tanto ama ese seguir y seguir que le da miedo dormir; prefiere la vida, el estar haciendo.


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