MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 8    NO 102 MARZO DEL AÑO 2007    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

Reflexión del mes

“La sola idea de que una cosa cruel
pueda ser útil, es ya de por sí inmoral”

“Nadie que confía en sí, envidia la virtud del otro”

“Hay que atender no sólo a lo que cada cual dice,
sino a lo que siente y al motivo porque lo siente”

Marco Tulio Cicerón (106 AC-43 AC) Escritor, humanista, filósofo ecléctico, anti-dogmático, orador y político republicano romano, enfrentó a César y a Antonio (quien le mandó matar). Escribió como abogado numerosos Discursos, a veces agrupados por ciclos temáticos (4 Catilinarias, las Verrinas, 14 Filípicas contra Marco Antonio) y tratados sobre Retórica y Oratoria, como el De Oratore. En el Renacimiento fue un modelo de la prosa; en sus 4 colecciones de cartas, destacan las Epístolas familiares. Otros textos fueron: Sobre las obligaciones, Sobre la naturaleza de los dioses, Sobre el Estado, Sobre las leyes, Lelio, o Sobre la amistad, Catón mayor, o Sobre la vejez.
 
Cuando uno como médico constata en la consulta que los avances en salud pública de la humanidad parecen logros obtenidos por otros seres en otros mundos (llamémoslos civilizados), y que toda la teoría que nos enseñaron en la facultad de medicina parece cháchara impráctica, empieza uno a preguntarse '¿y dónde está el piloto?'...
Porque si de algo da fe este despelote tan evidente en la salud pública de nuestro país, es de que tan significativo asunto parece estar a la deriva, a pesar de que el gobierno alardee con cifras y con indicadores que cuanto más se separan de la realidad de cada día, más evidencian el divorcio entre la realidad virtual de las cifras gubernamentales y la verdad que se vive en las trincheras de la salud.
Ya lo citaba muy bien el editorialista de El Tiempo en su más reciente llamado de atención (12 de febrero de 2007), uno más en una ya larga serie de alarmas): el barco de la salud o por lo menos el de la salud pública está haciendo agua. Y desde hace rato. Y no se ve interés de corregir el rumbo. Y mucho menos se ve que el capitán del barco tenga conciencia de la tempestad por la que atraviesa.
Los diagnósticos parecen bastante claros: hay corrupción en el sistema, hay negligencia de las autoridades, hay desorientación de la opinión pública y salta a la vista una grosera falta de voluntad política para meterle mano a tan delicada situación, que amenaza con llevarse por delante algunos de los más notables progresos alcanzados por nuestro país, gracias al aporte de sus profesionales de la salud y luego de décadas de denodada labor.
Sea la rabia o la fiebre amarilla. O incluso el dengue. Sea el embarazo de las adolescentes. Sea la imperdonable muerte de niños con cáncer que podrían salvarse. Sea la epidemia del abuso de drogas o el consumo desenfrenado de alcohol y cigarrillos. Sea lo que fuere, no parece existir en nuestras autoridades ningún interés por resolver o atenuar siquiera cualquiera de estas plagas casi bíblicas que nos atenazan hoy día. Parece en cambio que el deporte oficial fuera salir a desmentir las cifras alarmantes, echando mano a cifras de otras fuentes u obtenidas con 'otras metodologías', generando el efecto perverso de politizar un debate que debería ser técnico, y polarizándolo entre los afectos al gobierno y sus detractores.
La verdad, como siempre, resulta damnificada. Al final uno no logra comprender cómo es posible que habiendo recursos (como lo repiten de manera sistemática) y existiendo políticas (aunque de papel) para tramitar tan urgentes asuntos, sigamos viendo caer en el campo de batalla a nuestros niños, a nuestras adolescentes, a nuestros jóvenes... Mientras desde nuestras trincheras intentamos con lo poco que nos permite este sistema inicuo, aplicar siquiera pañitos de agua tibia a las víctimas de tanta indolencia.
¿Dónde están las autoridades de salud de nuestro país? ¿Que se 'ficieron'? ¿Dónde está la mano de los organismos de control? ¿Acaso no podría la Procuraduría hacer corte de cuentas y sancionar disciplinariamente a los funcionarios incompetentes? ¿Acaso no podría la Contraloría velar por el buen uso de los ingentes recursos de la salud? ¿Acaso no debería la Fiscalía investigar y acusar a quienes se apropian de los dineros del sistema? ¿Acaso no podría la Defensoría del Pueblo clamar y hacer lo suyo para que las políticas pasen del papel a la realidad? ¿Acaso no podría la Corte Constitucional hacer frente al tema de la salud pública algo similar a lo que intentó hacer frente al tema de los desplazados?
Obras son amores, y no buenas razones. Salud, clama el pueblo colombiano. No pan y circo. De eso ya estamos hasta la coronilla. ¡Tienen la palabra, señores del gobierno!.
 
Bioética
Dosis de realidad y acompañamiento

Carlos A. Gómez Fajardo, MD - elpulso@elhospital.org.co

Han sido señalados insistentemente muchos de los peligros que acechan a la práctica médica contemporánea. Uno de ellos -en época de progresiva intromisión de la intermediación tecnológica de gran complejidad en la clínica-, es lo que acontece alrededor de los procesos y acciones sanitarias en la vecindad del desenlace lógico final cronológico de toda vida humana: la muerte.
La confianza desmedida e irracional en el “poder hacer” de la civilización tecnológica hace bordear con facilidad aquellas zonas en donde también el enfermo terminal resulta convertido en instrumento de intereses y manipulaciones ajenas al “ethos” de la profesión médica. Muchos autores llaman la atención sobre la pérdida del sentido antropológico y de la sumisión a criterios economicistas, que bajo el esguince conceptual de la “calidad de vida” reducirían algunas de ellas a la condición de “vidas que no merecen ser vividas”. Aparece la hoz de la eutanasia bajo el disfraz de la práctica de un calculador y deformado criterio de “piedad”. También, pero de signo opuesto, el encarnizamiento terapéutico. Ambas prácticas obedecen a una degradación del sentido de la medicina.
Romano Guardini (“Mundo y Persona”, “Etica. Lecciones de la Universidad de Munich”) ha escrito: “La enfermedad no es únicamente un acontecimiento fisiológico, sino también, psicológico, o más exactamente, personal”, “…es también un acontecimiento biográfico en el cual se hace efectiva la existencia personal de este ser humano…”
Sucede que el hombre muere. Llegar a alcanzar la condición de enfermedad “terminal” nos acontece, tarde o temprano, como uno de los escalones del ciclo vital. Llega el momento claro cuando lo esperado en un plazo breve es la muerte y cuando las posibilidades terapéuticas no prometen una recuperación. También Hipócrates, dos y medio milenios atrás, cuando nacía la visión racional de la base de la práctica clínica de Occidente, lo había expresado claramente: El “abstenerse de lo imposible” contiene la profunda dosis de realidad que la cosmovisión griega aportó a Occidente; se complementa con el también hipocrático precepto: “Todo exceso es enemigo de la naturaleza”.
No hay que hacer lo imposible. Sí hay que intentar hacer lo posible, lo debido. Lo posible sigue teniendo lugar: hacen parte de la atención médica del paciente terminal el acompañamiento humano, la disponibilidad de ayuda encarnada en el personal asistencial y en la familia. Siempre hay algo que hacer para favorecer en los aspectos relacionados con los cuidados paliativos: manejo adecuado del dolor y de otros síntomas, alimentación, hidratación, aseo. Hay mucho que aportar en el tema de la sedación, de la proporcionalidad terapéutica y de la generación de un ambiente (en el domicilio o en la institución) en el que sea posible la práctica del cuidado, con actitud de respeto, afecto y apoyo. Muchas veces es necesaria la oportuna presencia física de los profesionales que con su actitud hablan silenciosa y efectivamente de respeto y de solidaridad.
La muerte es también un acontecimiento biográfico, tanto de quien muere como de quienes asisten a ello. Es un acontecimiento personal para cada uno de ellos, incluidos los terapeutas.
En este campo cabe tocar una vez más las alertas ante el tecnocentrismo, la deshumanización, la explotación comercial del “poder hacer”, los conflictos de intereses, la mentalidad eutanásica y utilitarista que en realidad propone el abandono como “solución”. La crisis de humanidad exige compromiso, abstenerse de lo imposible pero no renunciar a lo humano, al acompañamiento, que promueve el bien del enfermo y de quien lo acompaña. Con la solidaridad efectiva se hace práctica concreta la dosis de realidad que se requiere para enfrentar lo definitivo que a todos nos interpela.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

 











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