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Reflexión del mes
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La sola idea de que una cosa cruel
pueda ser útil, es ya de por sí inmoral
Nadie que confía en sí,
envidia la virtud del otro
Hay que atender no sólo
a lo que cada cual dice,
sino a lo que siente y al motivo porque lo siente
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Marco Tulio Cicerón
(106 AC-43 AC) Escritor, humanista, filósofo ecléctico,
anti-dogmático, orador y político republicano
romano, enfrentó a César y a Antonio (quien le
mandó matar). Escribió como abogado numerosos
Discursos, a veces agrupados por ciclos temáticos (4
Catilinarias, las Verrinas, 14 Filípicas contra Marco
Antonio) y tratados sobre Retórica y Oratoria, como el
De Oratore. En el Renacimiento fue un modelo de la prosa; en
sus 4 colecciones de cartas, destacan las Epístolas familiares.
Otros textos fueron: Sobre las obligaciones, Sobre la naturaleza
de los dioses, Sobre el Estado, Sobre las leyes, Lelio, o Sobre
la amistad, Catón mayor, o Sobre la vejez. |
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Cuando uno como
médico constata en la consulta que los avances en salud
pública de la humanidad parecen logros obtenidos por
otros seres en otros mundos (llamémoslos civilizados),
y que toda la teoría que nos enseñaron en la facultad
de medicina parece cháchara impráctica, empieza
uno a preguntarse '¿y dónde está el piloto?'...
Porque si de algo da fe este despelote tan evidente en la salud
pública de nuestro país, es de que tan significativo
asunto parece estar a la deriva, a pesar de que el gobierno
alardee con cifras y con indicadores que cuanto más se
separan de la realidad de cada día, más evidencian
el divorcio entre la realidad virtual de las cifras gubernamentales
y la verdad que se vive en las trincheras de la salud.
Ya lo citaba muy bien el editorialista de El Tiempo en su más
reciente llamado de atención (12 de febrero de 2007),
uno más en una ya larga serie de alarmas): el barco de
la salud o por lo menos el de la salud pública está
haciendo agua. Y desde hace rato. Y no se ve interés
de corregir el rumbo. Y mucho menos se ve que el capitán
del barco tenga conciencia de la tempestad por la que atraviesa.
Los diagnósticos parecen bastante claros: hay corrupción
en el sistema, hay negligencia de las autoridades, hay desorientación
de la opinión pública y salta a la vista una grosera
falta de voluntad política para meterle mano a tan delicada
situación, que amenaza con llevarse por delante algunos
de los más notables progresos alcanzados por nuestro
país, gracias al aporte de sus profesionales de la salud
y luego de décadas de denodada labor.
Sea la rabia o la fiebre amarilla. O incluso el dengue. Sea
el embarazo de las adolescentes. Sea la imperdonable muerte
de niños con cáncer que podrían salvarse.
Sea la epidemia del abuso de drogas o el consumo desenfrenado
de alcohol y cigarrillos. Sea lo que fuere, no parece existir
en nuestras autoridades ningún interés por resolver
o atenuar siquiera cualquiera de estas plagas casi bíblicas
que nos atenazan hoy día. Parece en cambio que el deporte
oficial fuera salir a desmentir las cifras alarmantes, echando
mano a cifras de otras fuentes u obtenidas con 'otras metodologías',
generando el efecto perverso de politizar un debate que debería
ser técnico, y polarizándolo entre los afectos
al gobierno y sus detractores.
La verdad, como siempre, resulta damnificada. Al final uno no
logra comprender cómo es posible que habiendo recursos
(como lo repiten de manera sistemática) y existiendo
políticas (aunque de papel) para tramitar tan urgentes
asuntos, sigamos viendo caer en el campo de batalla a nuestros
niños, a nuestras adolescentes, a nuestros jóvenes...
Mientras desde nuestras trincheras intentamos con lo poco que
nos permite este sistema inicuo, aplicar siquiera pañitos
de agua tibia a las víctimas de tanta indolencia.
¿Dónde están las autoridades de salud de
nuestro país? ¿Que se 'ficieron'? ¿Dónde
está la mano de los organismos de control? ¿Acaso
no podría la Procuraduría hacer corte de cuentas
y sancionar disciplinariamente a los funcionarios incompetentes?
¿Acaso no podría la Contraloría velar por
el buen uso de los ingentes recursos de la salud? ¿Acaso
no debería la Fiscalía investigar y acusar a quienes
se apropian de los dineros del sistema? ¿Acaso no podría
la Defensoría del Pueblo clamar y hacer lo suyo para
que las políticas pasen del papel a la realidad? ¿Acaso
no podría la Corte Constitucional hacer frente al tema
de la salud pública algo similar a lo que intentó
hacer frente al tema de los desplazados?
Obras son amores, y no buenas razones. Salud, clama el pueblo
colombiano. No pan y circo. De eso ya estamos hasta la coronilla.
¡Tienen la palabra, señores del gobierno!. |
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Bioética
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Dosis de realidad y acompañamiento
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Carlos
A. Gómez Fajardo, MD - elpulso@elhospital.org.co
Han sido señalados insistentemente muchos de los peligros
que acechan a la práctica médica contemporánea.
Uno de ellos -en época de progresiva intromisión
de la intermediación tecnológica de gran complejidad
en la clínica-, es lo que acontece alrededor de los
procesos y acciones sanitarias en la vecindad del desenlace
lógico final cronológico de toda vida humana:
la muerte.
La confianza desmedida e irracional en el poder hacer
de la civilización tecnológica hace bordear
con facilidad aquellas zonas en donde también el enfermo
terminal resulta convertido en instrumento de intereses y
manipulaciones ajenas al ethos de la profesión
médica. Muchos autores llaman la atención sobre
la pérdida del sentido antropológico y de la
sumisión a criterios economicistas, que bajo el esguince
conceptual de la calidad de vida reducirían
algunas de ellas a la condición de vidas que
no merecen ser vividas. Aparece la hoz de la eutanasia
bajo el disfraz de la práctica de un calculador y deformado
criterio de piedad. También, pero de signo
opuesto, el encarnizamiento terapéutico. Ambas prácticas
obedecen a una degradación del sentido de la medicina.
Romano Guardini (Mundo y Persona, Etica.
Lecciones de la Universidad de Munich) ha escrito: La
enfermedad no es únicamente un acontecimiento fisiológico,
sino también, psicológico, o más exactamente,
personal,
es también un acontecimiento
biográfico en el cual se hace efectiva la existencia
personal de este ser humano
Sucede que el hombre muere. Llegar a alcanzar la condición
de enfermedad terminal nos acontece, tarde o temprano,
como uno de los escalones del ciclo vital. Llega el momento
claro cuando lo esperado en un plazo breve es la muerte y
cuando las posibilidades terapéuticas no prometen una
recuperación. También Hipócrates, dos
y medio milenios atrás, cuando nacía la visión
racional de la base de la práctica clínica de
Occidente, lo había expresado claramente: El abstenerse
de lo imposible contiene la profunda dosis de realidad
que la cosmovisión griega aportó a Occidente;
se complementa con el también hipocrático precepto:
Todo exceso es enemigo de la naturaleza.
No hay que hacer lo imposible. Sí hay que intentar
hacer lo posible, lo debido. Lo posible sigue teniendo lugar:
hacen parte de la atención médica del paciente
terminal el acompañamiento humano, la disponibilidad
de ayuda encarnada en el personal asistencial y en la familia.
Siempre hay algo que hacer para favorecer en los aspectos
relacionados con los cuidados paliativos: manejo adecuado
del dolor y de otros síntomas, alimentación,
hidratación, aseo. Hay mucho que aportar en el tema
de la sedación, de la proporcionalidad terapéutica
y de la generación de un ambiente (en el domicilio
o en la institución) en el que sea posible la práctica
del cuidado, con actitud de respeto, afecto y apoyo. Muchas
veces es necesaria la oportuna presencia física de
los profesionales que con su actitud hablan silenciosa y efectivamente
de respeto y de solidaridad.
La muerte es también un acontecimiento biográfico,
tanto de quien muere como de quienes asisten a ello. Es un
acontecimiento personal para cada uno de ellos, incluidos
los terapeutas.
En este campo cabe tocar una vez más las alertas ante
el tecnocentrismo, la deshumanización, la explotación
comercial del poder hacer, los conflictos de intereses,
la mentalidad eutanásica y utilitarista que en realidad
propone el abandono como solución. La crisis
de humanidad exige compromiso, abstenerse de lo imposible
pero no renunciar a lo humano, al acompañamiento, que
promueve el bien del enfermo y de quien lo acompaña.
Con la solidaridad efectiva se hace práctica concreta
la dosis de realidad que se requiere para enfrentar lo definitivo
que a todos nos interpela.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano
de Bioética -Cecolbe-
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