La telemedicina es una caja de sorpresas que apenas estamos
descubriendo en Colombia: promete aumentar la oferta y la
calidad de los servicios de salud a las personas y comunidades
que habitan en zonas apartadas del territorio nacional,
y es un programa considerado en principio, útil y
costo-efectivo. Pero como todo lo nuevo en tecnología
-más en un campo tan delicado como la salud-, también
genera preguntas y dilemas éticos por resolver: lo
primero que se cuestiona es el aparente reemplazo de una
relación que debería ser entrañable,
entre el médico y su paciente.
La generalización del uso de la telemedicina obliga
a preguntar si ofrece respuestas realmente aceptables en
calidad y eficiencia del servicio de salud, en eficacia
y efectividad, en márgenes de seguridad aceptables
para los pacientes. Y deben resolverse además los
criterios y parámetros a utilizar, el número
de casos a ser atendidos en este programa, y evaluar el
impacto del mismo sobre el bienestar y la salud de la población
atendida, frente al modelo tradicional de atención.
Los defensores de la telemedicina sostienen que contribuye
a mayor equidad dentro del sistema de salud, al ofrecer
recursos disponibles a un mayor número de habitantes;
pero hay que resolver si la falta de acceso al servicio
de salud en una región se puede superar con atención
remota. Es cierto que la tecnología genera un efecto
casi hipnótico, pero hay que tener los ojos bien
abiertos a su utilización en salud en beneficio de
intereses financieros o políticos, para vender equipos
o ilusiones de salud y bienestar a la población;
también es cierto que muchas comunidades huérfanas
de toda atención podrían beneficiarse de servicios
de telemedicina, que este programa impacta positivamente
en la modernización del sector salud, y que genera
oportunidades de acceso a atención médica
de alto nivel en comunidades tradicionalmente marginadas.
Pero tampoco puede ignorarse la otra cara de la moneda:
muchos lugares de regiones apartadas no tienen una red de
telecomunicaciones adecuada para adaptar el uso de la telemedicina;
tampoco se han clarificado y unificado los criterios de
regulación y control de calidad del ejercicio de
la telemedicina para proteger la confidencialidad de la
información recolectada, el respeto por la autonomía
de los usuarios y su derecho a decidir sobre esta forma
de atención; y en el país no hay debate ni
se cuestionan las características éticas y
conceptuales de este nuevo modelo de atención en
salud.
En países desarrollados se plantea que para ser exitosa
y sostenible en el tiempo, la telemedicina debe estar totalmente
integrada en las estructuras y las políticas de salud;
para el caso colombiano, se planteó desde la legislación
la integración del programa de telemedicina a los
planes estratégicos de salud, pero esto no se cumple.
Aunque en años por venir siga en discusión
si el acto médico tal como se conoce por siglos pueda
modificarse al punto de evitar el contacto personal médico-paciente,
todo sí indica que los más pobres y vulnerables
aumentarán su marginación al verse obligados
a interactuar con su médico o enfermera a través
de una pantalla y un teclado. Y es posible que la telemedicina
se emplee para evitar la saturación de los sistemas
de salud y mejorar el acceso al servicio, pero ello obligaría
a plantear nuevos modelos de consentimiento informado para
la práctica médica a distancia, un nuevo sistema
de licencias y la estandarización de la práctica
de la telemedicina. Además, vale preguntar si la
generalización del uso de la telemedicina mejorará
los sistemas de atención primaria y educación
para la promoción de la salud, o si aumentará
los costos médicos al agregar prácticas médicas
innecesarias originadas por incentivos de los proveedores
de estos servicios.
Todo indica que los sistemas de telemedicina tendrán
un protagonismo creciente, apuntando a desplazar el punto
de resolución de un evento médico o clínico
hacia la ubicuidad, dondequiera que se encuentre el paciente.
Y si se demuestra que la telemedicina es realmente útil
para disminuir las inequidades en la provisión de
servicios de salud, ésta deberá integrarse
al ejercicio tradicional de la medicina bajo criterios racionales
y éticos. El caso es que la implantación irreversible
de la telemedicina será un hecho positivo o un experimento
lamentable, según los juicios y valores que prevalezcan
en las discusiones pendientes que haga el país y
el modelo de salud que elija.
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