Al país le llegó la hora de la verdad para
hacer para hacer la reforma al sistema de salud. El gobierno
se comprometió en algo que despertó aceptación,
dudas y escepticismo: el fondo único que afiliaría,
recaudaría y pagaría. Los enemigos de la idea
la atacan reluciendo la dolorosa experiencia del Seguro
Social, señalando que esa institución renacería
pero multiplicada en tamaño a la enésima potencia
y con ello, multiplicados en progresión geométrica
su lastre burocrático, ineficiencia y corrupción;
motivos les sobran para pensar así, pero no necesariamente
tienen razón para rechazarlo, ya que es medida de
alta política que subraya la indelegable responsabilidad
estatal en aseguramiento.
Dicho de otro modo: el Qué es absolutamente lícito
y necesario para corregir de raíz una perversa gestión
de los recursos de salud, y una deficiente e irresponsable
gestión de la atención. Pero el Cómo
no es claro, en un entorno político y administrativo
corrupto, ineficaz y caótico. Por ello, es procedente
pedir claridad al gobierno sobre quién será
el garante real del aseguramiento y cómo garantizará
un fondo acromegálico, una gestión de ingentes
recursos (de $27 a 30 billones), que sea eficiente, ágil
y ante todo, transparente.
También hay inquietud de las aseguradoras sobre su
nuevo rol, por los nichos de mercado que tienen en peligro.
Y a la sociedad también le interesa clarificar el
nuevo esquema de gestión, financiamiento y atención
del aseguramiento estatal: ¿Qué tanto margen
de maniobra tendrán las EPS? ¿Tendrán
incentivos, de qué tamaño y por qué
concepto? ¿Seguirán, como parece, con poder
discrecional de ordenamiento de servicios y atención?
¿Si son administradores, cuánto costará
esa administración? Es más, ¿realmente
merecen que se les confíe alguna forma de injerencia
en el sistema después de producir su descalabro económico
y contribuir significativamente a su quiebra?
Es urgente crear un espacio de verdad donde aclarar todas
las cuentas de los actores, lo más riguroso posible,
que no dependa de la simple relación de deudas, donde
cada actor tire para su costal manipulando cifras a su favor,
que la aclaración y cruce de cuentas se efectúe
cuidadosamente, supervisado por la Contraloría General
de la República y la Contaduría General de
la Nación, con auditoría externa de un organismo
universitario neutral que dé soporte técnico
y garantice transparencia; y que se siga el compromiso serio
de cada actor de ponerse al día en sus obligaciones
financieras, empezando por quienes tengan más altas
deudas, con acuerdos de pagos que permitan en un tiempo
prudencial cerrar la brecha, borrón y cuenta nueva.
Y Hacienda y Salud no pueden ceder a la pretensión
de las EPS: Que el Fosyga nos pague primero y nosotros
les pagamos a los hospitales. Eso no es serio. Eso
sería justo si fuese mayor la deuda del gobierno
con las EPS, pero es al contrario y la diferencia es abismal.
¿Acaso cuando Fosyga les hizo pagos parciales, respondieron
en igual proporción con su deuda a las IPS?
Ese espacio para aclarar cuentas debe complementarse con
otros espacios de sinceridad, sobre todo en indicadores
de salud pública y de gestión, cumplimiento
de normas legales y constitucionales, y compromisos de cada
actor. El gobierno tiene el mayor reto: demostrar que el
fondo único sí puede funcionar con eficacia,
eficiencia y sin corrupción. Otro Seguro Social,
Caprecom o Cajanal, pero hipertrofiados y descontrolados,
no lo aguanta ni lo merece Colombia, pero tampoco otro SaludCoop.
Esto demanda un modelo de gestión que no tenemos
hasta hoy, en materia laboral, de procesos, sistemas de
información, contratación, etc. Y en transparencia,
no basta con decir: Vamos a reformar la Supersalud,
vamos a afinar la inspección, vigilancia y control.
El Estado tiene que aplicar una reingeniería para
cambiar de pies a cabeza el sistema de IVC, y nuevas herramientas
de control fiscal y administrativo, que incluyan sólida
participación ciudadana, gremial y científica.
Y ninguno de estos ingredientes será efectivo si
cada organismo de vigilancia no asume responsabilidades
específicas por su actuación, con consecuencias
administrativas, disciplinarias, económicas y penales
si fuere el caso. Si ese fondo fracasa, el fracaso creará
la peor crisis de credibilidad en nuestra historia de la
salud, porque las quejas de usuarios y pacientes no se podrán
endosar a 50 o 100 EPS, sino al Estado.
Y las EPS deben contribuir a esos espacios de verdad, aportando
toda la sinceridad y honestidad que a algunas les ha faltado.
Ciertamente deben saber a qué atenerse, cómo
salir del sistema de salud o cómo quedarse en él,
pero eso debe depender de un correcto examen de conciencia,
de su enorme deuda social y económica con el país.
Lo mismo que en un proceso de paz, los colombianos les claman:
verdad, justicia y reparación. El nuevo puesto que
asumirían tienen que merecerlo, por algo nadie quiere
que sigan.
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