MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 5    NO 46    JULIO DEL AÑO 2002    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Don Tomás
Carrasquilla

Recuerdos familiares

El doctor Adolfo Arango Montoya, reconocido industrial y pariente del maestro, cedió a EL PULSO un texto suyo sobre el genial escritor antioqueño, leído en la tertulia literaria del Club Unión de Medellín. Un retrato familiar del inolvidable Carrasquilla, "el Tolstoi de los colombianos", como lo llamara el filósofo de Otraparte, Fernando González..
Adolfo Arango Montoya Medellín
Quiero en primer término expresarles mi agradecimiento por la invitación que recibí para que dialoguemos sobre la vida y obra de don Tomás Carrasquilla, congregados en la Biblioteca del Club Unión que lleva su nombre. Aunque debo reconocer que no soy la persona más calificada para comentar su obra literaria, pues por fortuna hemos contado con excelentes críticos nacionales y extranjeros que la han analizado con profundidad, sin embargo me une a su nombre una relación de parentesco, ya que era el único hermano de mi abuela Isabel; además, figuró como mi padrino de bautismo. Tales motivos me hicieron obligante atender este llamado de Ustedes y presentarles algunos apuntes referentes a la vida familiar.
Oriundo de la población de Santo Domingo (Antioquia), Tomasito, como lo llamábamos en la familia, vino a Medellín cuando tenía 16 años a hacer sus estudios secundarios en la Universidad de Antioquia, junto con su gran amigo Francisco de Paula Rendón. En el informe escolar de su comportamiento existe otra curiosa anotación: "La lectura constante de novelas perjudicó mucho a este alumno". El informe consigna además que el avance del estudiante en gramática castellana es "regular", y que en composición en castellano está muy "atrasado".
La guerra civil de 1876 hizo que se suspendieran las clases y decidió regresar a Santo Domingo, donde se empleó en el oficio de la sastrería, previendo tal vez que ese arte pudiera convertirse en el futuro en algo tan importante como la empresa Everfit. Asímismo, como era infatigable lector, en compañía de Rendón, de mi abuelo Claudino Arango y de otros amigos, fundaron la Biblioteca del Tercer Piso; esto les facilitó la compra de libros y la dotación de la misma con la contribución de todos los socios.
La fiebre por la lectura afectó por parejo a los dominicanos, quienes se reunían a comentar los últimos libros llegados. Fue así como Carrasquilla compuso su primer cuento "Simón el mago", destinado a llenar el requisito de ingreso y a atender la invitación formulada por el Casino Literario, círculo intelectual que en Medellín presidía el doctor Carlos E. Restrepo, y que además integraban don Pedro Nel y don Tulio Ospina, don Nicanor Restrepo y otros más. Este cuento lo firmó con el nombre de Carlos Malaquita, anagrama de su propio nombre.
Tras la buena acogida de su primer cuento, entró a participar en las sesiones del Casino Literario donde se discutía si había o no había en Antioquia materia novelable, o sea si el medio ambiente antioqueño era propicio a la pro-ducción de novelística. A invitación de su presidente Restrepo de que probara que sí había, Carrasquilla lo hizo escribiendo su primera novela con acción en Medellín, que tituló inicialmente "Jamones y solomos", pero que habría de rebautizar más tarde como "Frutos de mi tierra".
Para convenir y vigilar la edición de esta obra viajó a Bogotá, donde logró que saliera publicada el 18 de enero de 1896, financiada por su abuelo Don Juan Bautista Naranjo (mi padre Bautista) y hecha en la imprenta de Merardo Rivas. Un año más tarde escribió dos cuentos: "Blanca" y "En la diestra de Dios Padre".
Al morir su abuelo Bautista, quien era el eje de la familia tras la muerte prematura de sus padres, Tomás decidió trasladarse junto con su hermana Isabel y familia a Medellín, a comienzos de siglo, y para ello hicieron reconstruir la casa de la Calle Bolivia en donde vivieron hasta el fin de sus días. Para sufragar los gastos de su construcción, contaron con el legado de su abuelo.
La quiebra del Banco Popular en Medellín en 1904, afectó duramente los haberes de la familia y obligó a Tomás a dejar el ocio y a conseguir trabajo. Por tal motivo se trasladó a la mina de San Andrés, cerca de Sonsón, dirigida por don Carlos Arango J., hermano de don Claudino, donde permaneció tres años, en compañía de su sobrino Rafael, como ecónomo de la empresa. De este período quedan numerosas cartas escritas a sus parientes y amigos.
Estando allá recibió una triste noticia que lo conmovió casi tan profundamente como la muerte del padre Bautista: el fallecimiento de Amalia Salazar, de quien decía que fue para él una hermana incomparable, no por la sangre, pero por el alma, por la convivencia, por todos esos lazos que vinculan en la vida. Expresaba además en una de sus cartas, la falta que le hacía ese ser tan noble y tan inteligente que desde niño encontró en su hogar al lado de su madre. Amalita, como familiarmente se la llamaba, ingresó al hogar de los Carrasquilla como costurera, y allí vivió amada y respetada.
Al regresar de la mina volvió a vivir y a formar parte del hogar constituido por don Claudino Arango, su esposa doña Isabel Carrasquilla y sus hijos. En este período reanudó su vida bohemia. Solía frecuentar cantinas como La Bastilla, Chantecler y El Blumen. En estos sitios se reunía con sus amigos a discutir y a hacer críticas literarias y charlas de sociedad, acompañadas de abundante libación del aguardientico de mi Dios.
Se reunía con sus amigos a discutir y a hacer críticas literarias y charlas de sociedad, acompañadas de abundante libación del aguardientico de mi Dios.
Era Carrasquilla también muy dado a las tertulias sociales y literarias. Entre las primeras sobresalían las de su gran amiga doña Susana Olózaga de Cobo y las del Club Brelán y del Club Unión. Nuestro Club Unión lo hizo socio honorario de la época en que actuó como presidente don Pablo Echavarría, y se dice que nadie en este centro social ha congregado a su alrededor tantos contertulios como lo hizo él, donde pasó varias veladas disfrutando de la conversación, que era uno de los principales soportes de su existencia.
De las tertulias literarias de aquella época la más famosa fue la del Negro Cano, para la cual se reunían en un rincón de la librería de Antonio J. Cano.
En 1914 se trasladó el Maestro a Bogotá, donde ocupó un puesto menor en el Ministerio de Obras Públicas, además de escribir con frecuencia para el periódico "El Espectador". Su opinión sobre Bogotá no era favorable, tal como se nota en sus cartas y páginas escritas durante su permanencia en la capital.
Leer, escribir, charlar
Al regresar a Medellín en 1926, le dieron la bienvenida sus amigos y parientes, especialmente su hermana Isabel y su cuñado Claudino y los sobrinos, todos los cuales se disputaban por complacerlo y con quienes vivió en su casa de Bolivia que pertenecía por partes iguales a Don Tomás y a su hermana.
Durante los siete años siguientes, su actividad consistía en leer, escribir y charlar, no permitiendo que ninguna otra actividad lucrativa lo perturbara. Buena parte de su producción era publicada en "El Espectador" de Medellín.
"La Marquesa de Yolombó", escrita en ese período, es una de las pocas obras suyas que se conservan manuscritas. Este es un documento del máximo valor literario, hecho con la clara caligrafía del Maestro, donde se nota su forma de escribir, con frecuentes correcciones, puliendo y repuliendo muchas frases y en ocasiones eliminando párrafos enteros. Con uno que otro dibujo al margen, es una pieza magnífica, no obstante sus numerosas correcciones e inserciones.
Hoy pertenece el manuscrito a Félix Mejía, hijo. Esta novela está dedicada al padre Félix, el arquitecto Félix Mejía Arango, más conocido como Pepe Mejía, quien influyó insistentemente sobre Carrasquilla para que la escribiera.
Varios miembros de su familia le sirvieron de inspiración para los personajes de la Marquesa, como fueron el Taita Moreno, su hijo don Vicente, esposo de doña María de la Luz Caballero, y el hijo de estos, Don Martín. En una de sus cartas comentaba así el maestro la mala impresión que el libro había producido entre alguno de sus familiares Moreno: "No me perdonan las vagabunderías de su abuelo y tatarabuelo; no pueden perdonarme las palabrotas y pendejadas de mi mamita Luz. Ellos querían que los sacara tomando té, hablando el frances..."
Cuando escribió la Marquesa de Yolombó, su actividad consistía en leer, escribir y charlar, no permitiendo que ninguna otra actividad lucrativa lo perturbara. Buena parte de su producción era publicada en El Espectador.
Contaba también el maestro que estando él muy niño, oía extasiado las charlas de su bisabuelo, don Martín Moreno, con su abuelo Bautista sobre el viejo Yolombó y su Marquesa. Este lo urgió para que escribiera algo sobre tales temas, pero sólo 30 años después de fallecido el abuelo se decidió a hacerlo.
Pepe Mejía le fue de gran ayuda en la búsqueda e investigación de datos en los archivos de Yolombó y Medellín, y por ello no es de extrañar que iniciara la obra con esta dedicatoria: "Pepe, te dedico este mamotreto ya que tanto me has empujado para que lo escriba".
Por el año 1926 sufrió don Tomás un trastorno circulatorio o un ataque de ciática que lo inmovilizó para siempre, al salir de una función del Circo España. Este golpe fue tan duro para él como para doña Isabel su hermana. El no poder volver a caminar hizo que las tertulias tradicionales continuaran alrededor de su silla de inválido. Un peregrinaje de visitantes ayudaba a olvidar sus dolencias, y cuando faltaban las visitas, hacía llamar a sobrinos y sobrinas a que armaran charla, que en buena parte se circunscribía a oírlo. A pesar de la solícita asistencia de familiares y amigos, pasaba muchos ratos deprimido. Permanecía sentado en una silla mecedora y de esterilla, abrigado con su chaqueta y manta para los pies, usaba un gorro bordado de terciopelo y mantenía al alcance de la mano un paquete de cigarrillos Dandy 108, que encendía uno tras otro, lo cual hizo que sus dedos se fueran manchando con la nicotina. A este mal le siguió el gradual desarrollo de la ceguera, primero en un ojo y finalmente en ambos, de modo que para 1931 ya casi no veía. En los tres años siguientes dictó su obra monumental "Hace tiempos", para lo cual sus sobrinos Eduardo y Constanza Arango le servían de amanuense y mecanógrafa respectivamente, muchas veces hasta altas horas del amanecer. Por esta obra le fue adjudicado el Premio Nacional de Literatura y Ciencias Vergara y Vergara, de parte de la Academia Colombiana de la Lengua. Para recibirlo y representarlo en la sesión oficial, designó a su pariente y amigo el abogado Miguel Moreno Jaramillo, en la imponente ceremonia celebrada en el Teatro Colón de Bogotá, y presidida por el señor Presidente de la República. En su aspecto material, el premio consistió en un aporte de 500 pesos, que, según palabras del maestro, "a lo sumo alcanzarán para una rasca".
Esta obra la escribió ante la insistencia de nuestra abuela Isabel, quien al verlo tan decaído de ánimo debido a sus achaques, lo convenció para que reconstruyera la mina "El Criadero", ofreciéndole la ayuda de su privilegiada memoria para revivir los hechos que a ambos les había tocado presenciar durante su niñez, transcurrida en el ambiente de las minas. Bien sabía ella cuál era la mejor manera de hacerle olvidar sus achaques, puesto que las remembranzas constituían su mejor distracción. Fue doña Isabel, la hermana que supo amarle, comprenderle y cuidarlo, como la luz que alumbró la oscuridad y las tribulaciones del maestro.
Miembros de su familia inspiraron personajes. En una de sus cartas comentaba la mala impresión que el libro había producido entre alguno de sus familiares Moreno: “No me perdonan las vagabunderías, las palabrotas y pendejadas... Ellos querían que los sacara tomando té, hablando el francés...”
Escribir, una chifladura

Creo oportuno mencionar que fue opuesto a las inclinaciones y deseos de escribir de sus allegados y familiares, pues consideraba la tarea del escritor como una chifladura de la cual, si llegaban a contaminarse, él se sentiría culpable por haberles dado el mal ejemplo. Sin duda pensaba que así les evitaría seguir la vida bohemia y desordenada tan característica de quienes se dedicaban en su tiempo a las artes, y que él mismo por varios años practicó.
En cambio, no vaciló el maestro en impulsar a los de su casa con entusiasmo a que se lanzaran intrépidamente a la aventura industrial, cual fue la de promover y fundar la Compañía de Cemento Argos a comienzos de los años 30.

Vale la pena recordar que, durante las contingencias iniciales ocurridas en la compañía, cuando las acciones se cotizaban por debajo de su valor nominal, en el momento en que se requería de capital adicional para poder continuar los montajes de la fábrica e iniciar la producción, fueron don Tomás y su hermana doña Isabel quienes animaron y levantaron el decaído espíritu de don Claudino y de sus hijos, ofreciendo ella hasta sus joyas y efectos personales para contribuir a que la empresa pudiera salir del callejón sin salida en que se había visto colocada.

Era don Claudino parco en palabras. No obstante, con frecuencia era consultado y acatado por su sensatez y buen sentido, y siempre supo comprender y apreciar a "Tomás", por quien estaba listo a dejar cualquier ocupación. Su personalidad se dibuja en el Miguel de "Hace tiempos", así como la de Isabelita se vislumbra en la Elisa de la misma obra.
A la muerte de Carrasquilla, sus sobrinos se han encargado de divulgar y recopilar sus producciones literarias. Primero editaron en 1952 las "Obras completas" en Editorial Epesa de Madrid, y posteriormente, para conmemorar el primer centenario de su nacimiento, ordenaron a la Editorial Bedout la edición en dos tomos de todas sus obras, e inclusive, de cartas familiares inéditas.
Varias de sus creaciones, pero de manera especial "Frutos de mi tierra", "Grandeza" y "Ligia Cruz", tienen como escenario la Villa de la Candelaria, su gente, costumbres, constitución y hábitos; de ellas emerge la imagen de una ciudad limpia, muy trabajadora, seria la mayor parte del tiempo, pero también dispuesta a la alegría; un sentido familiar fuertemente desarrollado; devoción religiosa y una clara inclinación por las transacciones comerciales. Sin embargo, dice creer que "esta villa fuese completamente mercantil y filistea, como tanta gente se lo ha propuesto", es equivocado. Y agrega: "Aquí en este medio incipiente donde la vida de urbe apenas si se inicia...nos acogemos al libro como último refugio".
Quince crónicas dedicadas a diversas facetas de Medellín, forman un cuadro pintoresco de la naturaleza de la región: parques, plazas, el río, las quebradas, los barrios, las calles, los cerros, las iglesias y los pueblos vecinos, todos desfilan en sus obras significando, no sólo una descripción de los aspectos físicos peculiares de la capital antioqueña, sino un análisis personal del espíritu de la región.
Quiero por último expresarles a los organizadores de estas agradables reuniones, mi reconocimiento por la encomiable obra de divulgación cultural que vienen haciendo para beneficio de los socios del Club, cuya Biblioteca, que lleva el nombre de don Tomás Carrasquilla y cuenta con un excelente retrato del Maestro, esperamos sea lugar propicio para disfrutar la lectura de sus obras. Mil gracias”

 

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