La curva descendente en indicadores en salud pública,
que se traduce en la pérdida de miles de vidas humanas
por causas evitables y en desmejora de la calidad de vida
para otros millares; la desnutrición galopante que
cada día corta las ilusiones de miles de pequeños;
la existencia de barreras de acceso al servicio de salud
y la falta de oportunidad y calidad en dichos servicios;
el retroceso en coberturas de vacunación, cuando
Colombia era líder en las Américas; la falta
de control de enfermedades infecciosas que cada día
aumenta el número de enfermos de sida, tuberculosis,
malaria, por mencionar sólo algunas enfermedades;
la reemergencia de otras enfermedades y las epidemias que
cobran su cuota en vidas, como la de fiebre amarilla en
2003
En fin: la cuenta es larga, pero lo vergonzoso es reconocer
que en aras de mantener la sostenibilidad financiera del
sistema de salud, la salud ha venido perdiendo la batalla
y perdiendo terrenos conquistados. Cuando a comienzos de
2003 se creó el sistema de protección social,
puesto en marcha por el fusionado Ministerio de la Protección
Social (surgido de los ministerios de Salud y Trabajo),
se vendió dicho sistema como una panacea
para enfrentar la crisis social; pero al evaluar sus resultados
e impacto, el panorama es poco menos que desolador. La propuesta
de la protección social pretendía enfrentar
la recesión económica de 1999, cuando se deterioraron
los ingresos de las familias colombianas, especialmente
las más pobres, dejando en evidencia la necesidad
de una red de asistencia social complementaria a los servicios
tradicionales; escaseaban los recursos públicos y
había explosión del gasto para cubrir pensiones.
Además, se consideraba que el sistema de atención
social estaba a cargo de entidades sin objetivos comunes,
desarticuladas entre sí, y con alta fragmentación
y superposición de programas; se determinó
entonces que la protección a la población
más pobre y vulnerable, se desarrollaría con
instrumentos de aseguramiento y asistencia social.
A 3 años del nuevo sistema y del ministerio que lo
implementó, existen sobradas razones para creer que
el país equivocó el rumbo. No se puede hablar
de un eficiente sistema de protección social, cuando
el estado de salud de la población deja mucho que
reclamar, pese al aumento de los recursos destinados y los
perseguidos aumentos de cobertura en aseguramiento. Todo
esto lleva a sentir que la ausencia más sentida,
es sin duda la del desaparecido Ministerio de Salud, organismo
que debía regir y orientar la mejor destinación
de los cuantiosos recursos girados a salud, para lograr
impactar efectivamente en el estado de salud de los colombianos,
tal como manda la Constitución.
Es innegable que el mercado de la salud creado por la Ley
100/93, regido por sus propias leyes de oferta, demanda
y rentabilidad económica, fue desplazando la salud
como tal y por ende, fue alejando cada vez más el
logro de las metas en salud. A la hora de los balances,
bien vale afirmar que el sector salud está regido
por lo económico, como sostuviera la editorial de
El Tiempo del pasado 8 de octubre; más aún,
cuando las decisiones en salud dependen del concepto del
Ministerio de Hacienda sobre su impacto fiscal, dejando
entrever que la fusión del Ministerio de la
Protección Social parece haber hecho agua y
la necesidad de consolidar un verdadero Ministerio
de Salud, porque el descuido del sector salud arrastra
la vida o la muerte de millones de colombianos.
Y aunque en principio se promovió la fusión
argumentado que era necesaria para reducir el déficit
fiscal, diversos voceros del Ministerio sostienen hoy día
que el objetivo principal no era ahorrar sino por el contrario
invertir más
porque no se debe pensar en salud
y trabajo como dimensiones independientes sino pensar en
protección social como la búsqueda de mecanismos
para que el Estado asegure por lo menos los servicios básicos.
Hoy, cuando hay coyunturas permanentes, participación
marginal en grandes discusiones del sector, falta de vigilancia
y control, caída de la salud pública, des-actualización
de los perfiles de morbi-mortalidad
en un sistema
gobernado por las variables económicas del mercado,
es más urgente que nunca insistir en la necesidad
de tener un Ministerio de Salud capaz de promover un estado
de bienestar, que desestimule el proceso asistencial y privilegie
la promoción y la prevención. Un ministerio
que dentro de una política social global, propenda
por dar cobertura universal ante todo tipo de riesgos, encaminada
a garantizar las necesidades básicas del bienestar,
más allá de los riesgos de la vida moderna
(enfermedades, profesionales o no, invalidez, vejez, muerte
del jefe de familia), como una ambiciosa política
de lucha contra la pobreza y las desigualdades.
Debe discutirse políticamente el sistema de protección
social: Ojalá el gobierno, el Congreso de la República
y la sociedad en su conjunto, no sean sordos a este llamado
angustioso de millones de seres humanos que se debaten en
la miseria y que reclaman efectivas políticas públicas
de solidaridad, para no terminar diciendo como Santa Teresa,
que se derraman más lágrimas por plegarias
atendidas que por las no atendidas".
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