MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 8    NO 103 ABRIL DEL AÑO 2007    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

Reflexión del mes

“Los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer”.
Alfonso V el Magnánimo, Rey de Aragón, España (1394-1458).
 
Divide y reinarás
Ahora que se aproxima el ritual anual de la contratación de los servicios que las IPS prestan, y que las EPS y ARS habrán de pagar para ofrecer a sus afiliados el plan de beneficios que les corresponde, valdría la pena reflexionar sobre la dinámica de este inevitable requisito y de todo lo que entra en juego al pretender cumplirlo.
Año tras año vemos que los costos en salud aumentan inexorablemente, en algunos casos como resultado de aspectos inherentes al simple paso del tiempo (como inflación, aumento de salarios del personal de la salud, y depreciación y deterioro de los activos), y en otros casos como consecuencia inevitable de las crecientes exigencias que hace el mismo sistema para permitir a las instituciones y al mismo personal mantenerse en el mercado (por ejemplo, inversiones en infraestructura, adquisición de tecnología, contratación de personal idóneo y capacitación permanente del mismo personal)…
Esto sin dejar de mencionar el costo financiero que implica la obtención de recursos líquidos para hacer tales inversiones (lo que algunos llaman el precio del dinero: intereses bancarios, costo de oportunidad, gastos administrativos, etc.), y sin dejar de lado tampoco la enorme exigencia de recursos materiales y humanos que impone a su vez el compromiso de hacer las cosas bien, que suele acompañar (aunque no siempre) a los actores del sistema de salud: hablo de inversiones en auditorías internas y externas, asesorías y hasta contratación de programas para certificación de calidad, que pretenden acercar las instituciones a estándares de excelencia en el cumplimiento de sus funciones.
Añadidos están los costos de las pólizas de responsabilidad civil que buscan proteger a las instituciones de las cada vez más frecuentes demandas por malpraxis, amén de la interminable lista de inversiones que ha de hacer cada entidad para satisfacer medianamente las demandas del servicio y los requerimientos de la propia empresa para poder mantenerse en marcha…
Año tras año se repite este ritual que, haciendo caso omiso al progresivo y evidente estrangulamiento contable de nuestras instituciones, nos impone además el trámite inicuo de la competencia desleal entre instituciones, fomentando el canibalismo entre pares, para tratar de mantener cada una el pedazo de mercado que le permita subsistir y brindar a sus propietarios y trabajadores una fuente de trabajo (con cada vez más exiguos dividendos).
Es así como se viene estimulando una carnicería impresentable entre las IPS, que más que conducir a la satisfacción de las necesidades de los usuarios, nos llevará inexorablemente hacia una crisis en la prestación de los servicios, y antes que nada a un inevitable deterioro de la calidad de los mismos y en las condiciones laborales de todos los trabajadores del sector.
Si, como lo he planteado con anterioridad, el manual tarifario más utilizado para la contratación de servicios de salud (el manual del ISS) tiene una desactualización tal que implica un déficit de casi el 50% en el avalúo de los servicios a contratar, ¿qué podríamos esperar de tarifas que ni siquiera están a este nivel sino incluso por debajo del mismo? Contratar servicios a tarifas ISS menos algún descuento no sólo atenta contra la sostenibilidad financiera de cualquier institución, sino que desvirtúa cualquier justificación para exigir a las IPS que busquen, alcancen y mantengan condiciones de funcionamiento y estándares de calidad que de esta manera no están en capacidad de ofrecer.
Es como si uno quisiera ir a un restaurante y con el precio de un 'corrientazo', exigir que le sirvieran la mejor comida a la carta, en manteles de seda, con un trío de cuerdas tocando música de fondo y con todo en su punto. Casi absurdo, ¿no? Ah, y a esto súmele de postre el dudoso privilegio de poder objetar la cuenta (hasta por los motivos más baladíes) y de pagarla cuando se le antoje, nunca antes de 60 días, y sin que le corran intereses de mora.
Así las cosas, uno entiende por qué las EPS y ARS patrocinan y hasta propician tan inconveniente situación, y por qué se esfuerzan por aprovechar al máximo la subienda que cada año, por estas épocas, les permite pescar en el río revuelto de la competencia salvaje entre las IPS.
El problema es que, tarde o temprano, por ese afán del pez gordo de comerse al chico, la competencia podría dar al traste con los intentos de los peces chicos por sobrevivir, generando una suerte de monopolio de los peces gordos que sería aún más inconveniente para todo el sistema. De pronto porque el pez gordo se indigeste o porque se torne tan gordo que no haya carnada que le satisfaga o incluso porque ya no quieran intentar pescarlo… Aunque para eso talvez las EPS y ARS tengan desde ya la solución a la mano: la integración vertical. De suerte que con cara ganan ellas y con sello pierden las IPS…
La solución no pasa por declarar la guerra a las EPS y ARS. Ni siquiera con declararlas personajes non gratos. Al fin y al cabo, ellas están en su negocio. Un negocio lícito y rentable que tiene el aval del mismo sistema. La solución pasa por procurar algunos acuerdos entre bomberos: para no pisarse las mangueras, para alimentar la competencia sana en vez de asfixiarla, para definir pisos tarifarios (por debajo de los cuales ninguna IPS esté dispuesta a contratar), para evitar las agendas ocultas y el lenguaje doble…
En fin, la solución sólo podrá llegar el día en que se deje de lado la glotonería del que mucho abarca y poco aprieta, y se entienda que no es feriando nuestras instituciones como vamos a prolongarles la vida, y que el legítimo apetito de los pescadores (léase EPS y ARS) puede ser saciado sin necesidad de 'perratear' el mercado y sin atentar contra el legítimo derecho de todos los peces a sobrevivir en las tormentosas pero imprescindibles aguas de tan revuelto río… por lo menos hasta el día de la pesca. Las juntas directivas tienen la palabra.
 
Bioética
La consulta médica cronometrada

Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

Una de las más infamantes condiciones en las cuales se presta la atención en salud, al menos en medicina, es la determinación de las instituciones intermediarias de fijar límite fijo en tiempo a la consulta de los pacientes: infamante para el paciente e infamante para el médico. Sin embargo, ni la Superintendencia de Salud y menos aún el Ministerio de las Protección (¿?) Social, llamados a defender la dignidad y la eficacia de dicha atención, han hecho nada para suspender tal atropello. Realmente, Superintendencia y Ministerio se han sumado al criterio económico de la salud, al mercantilismo de la vida y la dignidad humanas.
Tal medida es deshonrosa para el paciente porque no se le considera una persona humana ni se acepta la honesta manifestación de su compleja expresión como unidad inseparable de espíritu, organismo, ser social y cultural, y se pretende que sea un capítulo de cualesquiera de los tratados de patología clínica, quirúrgica, psíquica, etc., capítulo que el médico -médico esclavo para pacientes esclavos- debe leer en 15 ó 20 minutos, condición indispensable para ser evaluado como competente por sus amos que cuidan en esta forma que los ingresos a sus arcas no disminuyan económicamente. Si las condiciones clínico-patológicas del paciente, protegido por cualquiera de los sistemas proclamados en la malhadada Ley 100, no pueden ser adecuadamente resueltas en los 15 ó 20 minutos, peor para él, pues lo importante es que por ningún motivo el balance mensual de los ingresos monetarios muestre descenso. La existencia, la vida del “cliente” de la cual la salud es una circunstancia -a veces no la más importante-, es para dichos intermediarios cuestión de tasa monetaria que desconocen así la dignidad y el valor intrínseco y no negociable de la persona humana. Sin embargo, su falaz propaganda mercantilista exalta la atención humana y diligente de las respectivas “tiendas de salud”, como se promueve el uso de un detergente, de una margarina, de una marca de papel higiénico, etc.
¿Y quién responde por los errores en el diagnóstico y en el tratamiento, por el deterioro a veces grave del paciente? Éste, injustamente en la mayoría de los casos, culpa y demanda al médico de turno que lo atendió pero no exige a las instituciones garantías para que la evaluación de su situación clínico-patológica no se realice bajo la presión y la premura del cronómetro. “No hay enfermedades sino enfermos”, o mejor aún, “hay enfermedades en enfermos”, afirma Laín Entralgo, y esto requiere tiempo para analizar los síntomas que aquejan a cada uno de los pacientes que, reiteramos, no son cosas sino personas con todo lo complejo y grandioso que significa esta condición. Y buen número de los medios de comunicación, que debieran contribuir a hacer conciencia de tan absurda forma de atender a seres humanos, ponen en la picota al profesional sin cuestionar las condiciones en las cuales se le exige trabajar.
La consulta cronometrada es infamante para el médico, pues de entrada le está manifestando que la empresa desconfía de su honestidad y debe vigilarlo estrictamente para que cumpla con el contrato, aún cuando para esto falte a los deberes éticos de su misión, que es, ante todo, humanitaria, que le exige estudiar a cada paciente en su personal condición para poder ayudarlo adecuada, diligente, oportuna y eficazmente. No contentos con semejante atropello a la dignidad del médico, el Ministerio de la Protección (¿?) Social creó un empleo que acrecienta más la pérdida de la libertad profesional de quien asume la responsabilidad de cuidar de un ser humano, así sea por unos minutos: la auditoría médica, en la cual unas personas, que pueden no ser médicos y que si lo son no han evaluado personalmente al paciente, deciden sobre los exámenes para-clínicos, sobre el tratamiento, sobre la hospitalización, etc., como dioses que pueden disponer a su capricho de la evolución de la patología que sufre el paciente. Y lo peor de todo, dichos auditores son jueces y parte, pues laboralmente están vinculados a la empresa que los ocupa y, no obstante, deben juzgar sobre las diferencias entre lo que requiere para su existencia y su salud el paciente, y la empresa que los paga: juez y parte, figura propia de las tiranías, de los capataces.
Todo lo anterior ocurre desde 1993, y el Ministerio de la Protección (¿?) Social nada ha hecho para salvaguardar los derechos del paciente; y ese mismo Ministerio estuvo muy preocupado en reglamentar el aborto, la culminación de una mentalidad inhumana, mercantilista.
¿Cuándo el pueblo colombiano y sus cuerpos legislativos se darán cuenta del atropello a que está sometido el ser humano, y reclamarán seriamente sus derechos y el respeto a su dignidad?.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

 











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