MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 8    NO 103  ABRIL DEL AÑO 2007    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 


¿Qué esta negociando Colombia?
El TLC: Un tratado
de libre comercio, degradador

Juan Carlos Arboleda Z.- elpulso@elhospital.org.co

PLa gran verdad, escueta: lo que Colombia sigue llamando “TLC” ya no lo es para los Estados Unidos. En los documentos de las negociaciones hasta agosto de 2006, la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos denominó el proceso con Colombia como FTA -Free Trade Agreement- (Tratado de Libre Comercio); pero desde noviembre de 2006 y en los recientes documentos de política y agenda del Departamento

Comercial norteamericano, se alude a la negociación de un TPA -Trade Promotion Agreement- (Tratado de Promoción Comercial) como aparece en la página www.ustr.gov.
Esto marca una diferencia fundamental, por cuanto en las políticas internacionales un tratado bilateral de libre comercio implica una negociación de par a par, en donde ambos países acuerdan aspectos favorables para el intercambio de productos y servicios; en cambio, un Tratado de Promoción se refiere a las condiciones que un país necesita para PROMOCIONAR sus productos frente al otro. La cuestión es mucho más que semántica, es quizás el verdadero fondo de lo que significa el tratado para una de las partes.
No deja de ser curioso que mientras Estados Unidos llama “Tratados de Libre Comercio” -FTA- a todos los acuerdos bilaterales firmados con Australia, Chile o Centroamérica, sólo da el titulo de “Tratado de Promoción Comercial” -TPC- a los acuerdos firmados con Perú y Colombia. La pregunta sería: ¿Por qué el gobierno colombiano sigue hablando de un Tratado de Libre Comercio -TLC-, mientras para su contraparte pasó a ser un acuerdo de “Promoción Comercial” -TPC-? La economista e historiadora Tatiana Andia considera que reconocer ante los colombianos el cambio unilateral en el tratado, es muy dificil para el gobierno Uribe: “Después de toda la movilización de recursos y de opinión pública para conseguir un TLC, queda muy difícil reconocer que ya no es un Tratado de Libre Comercio sino de simple Promoción Comercial, y que además en términos relativos quedamos en desventaja frente al resto de países de América Latina que sí tienen un TLC”.
Presiones desde el norte
El cambio de connotación que tuvo el tratado para el gobierno norteamericano, no implica que haya perdido el interés de firmarlo; por el contrario, y pese a la oposición demócrata en el Congreso, las presiones aumentaron. Así se desprende de lo acontecido con la senadora Alexandra Moreno Piraquive, quién debía presidir las reuniones conjuntas de las Comisiones segundas en el Congreso para estudiar el texto definitivo, pero que por una serie de acciones de la bancada uribista, fue reemplazada por un congresista gobiernista: “Me contactaron funcionarios de la Embajada de Estados Unidos para solicitarme una aprobación rápida del tratado, que presionara el trámite ante el Congreso norteamericano y sirviera para ablandar las negociaciones con Corea, que exige no incluir los temas de patentes ni de propiedad intelectual. Nuestro tratado sería una carta de negociación frente a otros procesos. La situación me pareció inconveniente y no me comprometí a tramitar el TLC en un par de semanas: creo que es deshonesto con los colombianos. Por eso me eliminaron de la presidencia de comisiones y colocaron a un uribista que sí lo hiciera”.
Presiones desde adentro
Un argumento del gobierno frente al trámite que el tratado debe tener en el Congreso, es la obligación de que su aprobación o negación sea en bloque, sin que el Legislativo pueda alterar el texto en estudio, ya que se podría ir en contravía de lo negociado por los dos países. Sin embargo, el ex presidente de la Corte Constitucional, Eduardo Montealegre, sostiene que el Congreso debe examinar la conveniencia del tratado y su constitucionalidad; por tanto, si encuentra incompatibilidad entre el tratado con algún principio de la Constitución, no puede aprobar tal disposición y debe usar las facultades que autoriza su reglamento, utilizando las reservas y declaraciones interpretativas: “El Congreso puede aprobar inclusive en su integridad el tratado, pero puede hacer interpretaciones para excluir la aplicación en ámbitos que considere inconstitucionales; por ejemplo: si encuentra que el tratado o la interpretación de él puede tener efectos negativos en salud, el Congreso a través de declaraciones interpretativas puede excluir esos ámbitos de aplicación para hacer compatible el tratado con la Constitución”.
En caso de incluirse en el texto notas interpretativas o reservas por parte de congresistas, el exmagistrado plantea que el procedimiento ya existe como precedente, cuando la Corte Constitucional declaró inconstitucionalidades parciales dentro de tratados bilaterales; la consecuencia es que el gobierno nacional tiene que plantear al otro Estado las reservas o interpretaciones, y el otro país determina si acepta o no el tratado en esas condiciones. En el fondo, es una renegociación de aspectos puntuales del tratado. Para el doctor Montealegre es muy claro que el Congreso debe estudiar la constitucionalidad, porque en caso contrario o debido a la velocidad con que se quiere tramitar el análisis del texto, le corresponderá a la Corte Constitucional antes de que Colombia lo ratifique, y en ese caso, “estaríamos en un proceso complejo que puede durar 6 meses y el Presidente no podrá obligar a Colombia internacionalmente sin que la Corte no haga ese examen”.
Alegría en el norte
Una fórmula para evaluar los resultados de una negociación es mirar las reacciones de la contraparte; en el caso del tratado con EU, hay una gran duda sobre los beneficios obtenidos por Colombia cuando se observa la alegría del lado norteamericano, donde lo califican como “el mejor texto hecho hasta ahora, con excepción de los 3 tratados con países árabes”, según el doctor Francisco Rossi, especialista internacional en el tema de medicamentos; señala además que en la página gremial de la industria farmacéutica americana www.phrma.org, en las evaluaciones que hace la industria mencionan como pérdidas de sus empresas farmacéuticas en Colombia por la falta de un tratado, cifras equivalentes a las ventas de laboratorios colombianos productores de genéricos, que con la vigencia de un TLC estarían bajo patentes o protección de datos: “Ellos dicen que las empresas norteamericanas perdieron más de 200 millones de dólares porque los vendieron las industrias colombianas, y cuando uno mira una reflexión de esa naturaleza concluye que ellos quieren que las ganancias de los productores de genéricos colombianos pasen a los suyos, con dos consecuencias muy graves: los usuarios tendrán que pagar más caros los medicamentos al no existir competencia y se destruirá la industria nacional”.
Preocupación adentro
La preocupación por el tema de medicamentos es evidente. La iglesia católica, hasta ahora siempre amiga del gobierno, se pronunció con Monseñor Pedro Rubiano en contra de la firma del tratado, por considerarlo lesivo para la salud de los colombianos; y líderes gremiales como el doctor Maximio Visbal de Asocoldro, que apoyan el tratado, ven con preocupación el endurecimiento de la propiedad intelectual por prohibición de divulgación de datos de prueba y la compensación por demoras injustificadas, que ampliarían los plazos de entrada de nuevas moléculas al país y retrasarán el ingreso de sus genéricos.
La Fundación Misión Salud tiene estudios que demuestran una preocupante proyección del aumento en precios. El doctor Miguel Cortés considera que el ministro de la Protección Social dice verdades a medias, porque si bien es cierto que los medicamentos que están en el mercado nacional no tendrían un impacto inmediato, los nuevos productos que lleguen no tendrán competencia, fortaleciendo el monopolio de multinacionales y por tanto el precio lo establecerán ellos, sin competidores con alternativas mas económicas. Algunas cifras de Misión Salud muestran que se llegaría a un monopolio de casi 63%, un incremento en el índice de precios de 40% y aumento del gasto en medicamentos de 919 millones de dólares para 2020. Luis Guillermo Restrepo, quien fue negociador por Colombia, manifestó que, contrario a lo que dice el ministro Diego Palacio, el tema no es importante por el número de medicamentos patentados, porque pueden ser muy pocos medicamentos, pero con efectos muy graves sobre el sistema de salud.
El doctor Rossi tiene otra inquietud: ”Una aspiración normal es que lleguen al país nuevos medicamentos, pero tendrán precios escandalosos amparados en la propiedad intelectual; los usuarios sin seguridad social no los podrán tener, traduciéndose ello en mortalidad y diferencias éticamente no justificables; y para el sistema, los precios serán soportables hasta un límite, y en ese momento vivirá Colombia la crisis que enfrenta hoy el sistema de salud en Estados Unidos, que no soporta la facturación de medicamentos; esto llevaría a retirar medicamentos del POS o repartir la carga entre aseguradora y paciente, haciendo que el medicamento lo tome quien tenga dinero, y estoy seguro que en el mediano y largo plazo, el sistema no aguantará”.

 
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