La antropología filosófica nos enseña,
igual que el sentido común, que el ser humano tiene,
o debe tener, en la escala de valores un sitio superior, de
privilegio, al de sus posesiones -animales no racionales,
vegetales, objetos inanimados-, cualquiera sea el beneficio
espiritual, sentimental, o material que de ellos obtenga.
Sin embargo, en los avatares culturales, especialmente cuando
desaparece o decrece el respeto al ser humano, a su dignidad
intrínseca e incondicional, se invierten los términos
y, como lógica consecuencia, los animales, los vegetales,
los objetos inanimados y hasta las mismas personas se convierten
en cosas a las cuales se les señala un precio, en cosas
que pueden negociarse, venderse y comprarse, que pueden manipularse
para beneficio propio sin importar la suerte de los demás,
cuando se trata de personas.
En este siglo XXI, brillante en conquistas tecnológicas,
abundan los ejemplos de esta deshumanización y trastrueque
de valores: las pirámides, algunas técnicas
médicas incompatibles con la dignidad del ser humano,
los secuestros, etc. Me ocuparé sólo, y por
razones obvias, de la situación en que la desastrosa
Ley 100 convirtió a la atención médica
de los seres humanos.
Gracias a dicha perversa Ley 100 de 1993, creada con un falso
disfraz de sentido humano, las mascotas, especialmente animales,
tienen muy superior calidad de atención en salud que
sus mismos dueños. Sí. Por absurdo que parezca,
las mascotas en Colombia tienen mejor calidad de atención
en salud: sus médicos no están sometidos a los
caprichos de ninguna EPS, IPS, etc., que los obligue a un
tiempo determinado y restringido para elaborar un diagnóstico
correcto; sus prescripciones no tienen la humillante y no
ética condición de ser revisadas por alguien
que puede no ser médico y que si lo es no examina al
paciente, pero que decide sobre la existencia
de éste; la mascota no está sometida a la discriminación
de una clasificación como el Sisbén y el POS,
ni se le niega la atención porque no está
en lista, no aparece en pantalla, etc. Su
condición clínico patológica, su historia
clínica, no está sometida a manos de no profesionales
de la salud y por lo tanto no expuesta a ser conocida por
quien nada tiene que saber de ella.
Sí, la perversa Ley 100 de 1993 convirtió en
Colombia la salud en un bien de consumo y creó instituciones
de mercado que vendieran salud para todos, con
criterio económico y grandes beneficios para sus arcas
particulares; trocó la misión esencial de la
medicina que es la velar pre-eminentemente por la existencia
más que por la salud del paciente -el cuidado de la
existencia exige el cuidado de la salud, no así a la
inversa: el cuidado de la salud no exige el respeto por la
existencia del paciente-. Más aún, la trocó
en una disciplina deshumanizada en la que cuenta más
lo técnico que lo humano; más tarde, en el desarrollo
del sistema y para vigilar las ganancias, se crearon medidas
irracionales como un tiempo caprichosamente fijado en 15 minutos
por paciente -de los cuales cerca de 9 minutos se gastan en
papeleo-, medida que demuestra el desconocimiento de lo que
es de verdad la medicina y la confunde con la revisión
en un taller mecánico. Se creó también,
como reglamentación de la fatídica Ley, la figura
del Supervisor, personaje con autoridad legal pero no ética,
pues resuelve sobre la vida del paciente que es en esencia
lo que el médico cuida en el ejercicio honesto de su
profesión, sin ser médico o, peor aún,
siendo médico, sin haber examinado al paciente y, además,
nombrado y pagado por la misma entidad que lo considera juez
para decidir entre los intereses del paciente y los propios
de la entidad; la historia clínica, documento en el
cual se deja constancia de la intimidad del paciente y de
sus antepasados, con el pretexto de mejor y más oportuna
atención, se pone en manos de personas que no pertenecen
profesionalmente, aunque sí laboralmente, al área
de la salud con las consecuencias nefandas que esto puede
traer y ha traído para algunas personas, pero es que
en el sistema de atención creado por la Ley 100/93
el ser humano no cuenta: cuenta el rendimiento económico,
el sonido de la registradora cada cuarto de hora.
Por paradójico que parezca, las mascotas entre nosotros
están mejor atendidas, con más respeto, que
sus dueños sometidos por ley a un absurdo y perverso
sistema de atención en salud, que desconoce la esencia
de la medicina, la dignidad del ser humano y que todo lo enfoca
al rendimiento económico de unos cuantos mercaderes
que negocian, como los antiguos vendedores de esclavos -los
llamados negreros-, con seres humanos.
También es paradójico que el cuerpo médico,
las Academias de Medicina y demás asociaciones de estos
profesionales, que las Facultades de Medicina y nuestros legisladores,
sigan tolerando estos atropellos legales pero reñidos
con la más elemental ética.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano
de Bioética -Cecolbe-
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