MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 10    No. 125 FEBRERO DEL AÑO 2009    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

Reflexión del mes

“La radio para mí ha sido un vehículo fundamental, porque en nuestro país es la que crea opinión. Durante la mañana los periodistas gobiernan el país y gobernar es decirle a la gente lo que está pasando”

Julio Nieto Bernal (1935-2008). Periodista colombiano, director de Coldeportes en los años 70's. Se inició en la hípica, siendo uno de los primeros que narró las carreras de caballos en los años 50's. En los últimos años se dedicó a la cultura y el entretenimiento, y fue director del noticiero Telepaís.

 

Las discusiones sobre medicamentos suelen ser bizantinas: mientras las farmacéuticas multinacionales promueven sus productos como si fueran la mano de Dios en un frasquito y denigran sin sonrojo a los medicamentos genéricos, los productores de genéricos tratan de seguir adelante usufructuando el derecho que les concede el vencimiento de las patentes y la capacidad que tienen de producir medicamentos buenos y baratos, así no sean tan bonitos.
El gremio de las multinacionales se la pasa desinformando al cuerpo médico y a los usuarios, mientras siembra en el aire (con gran provecho para sus arcas) grandes dudas sobre la calidad de los genéricos. Irriga grandes cantidades de recursos en publicidad y mercadeo (forma eufemística de designar el trueque que se configura al “agasajar” a los prescriptores, mientras éstos promueven las 'generosas ventajas' de usar medicamentos de marca).
¿Y quién le pone el cascabel al gato? Nadie, por supuesto. Todos olvidan que el ente que da el visto bueno para la producción y distribución de los pomposos medicamentos de marca, es el mismo ente que hace exactamente lo mismo con los medicamentos genéricos. Entonces viene la paradoja insoluble: ¿resulta bueno el aval del Invima para medicamentos de marca pero resulta cuestionable y poco confiable para los genéricos?
Es que en Colombia no tenemos a la FDA dando avales. Ni la necesitamos. Además la mismísima FDA (que algunos citan con fervoroso orgullo), también ha sido cuestionada en su propio país por procedimientos y aprobaciones poco transparentes o apresuradas. En todos lados se cuecen habas, podríamos decir.
¿Qué es lo que hace presumir a tanta gente que los medicamentos de marca son buenos, pero los genéricos no? Averígüelo Vargas. Quién garantiza que los medicamentos de marca sí son buenos: ¿sólo su buena reputación? No, es el Invima, nadie más. No son los testimonios de los fabricantes diciendo que sí, que lo de ellos es bueno pero lo de los demás no.
Y es ese mismo Invima el que da los avales para los genéricos. ¿O acaso alguien cree que es algún organismo extranjero -la FDA, digamos- el que debería dar fe de la calidad de nuestros propios productos? La FDA ya tiene bastante con sus propios problemas para que vengan a hablarnos tanto de ella y de su inmaculada labor que no es tan inmaculada.
No voy a denigrar a los medicamentos de marca (o innovadores, como les llaman los amigos de descrestar tontuelos a punta de palabrejas enredadas o de neologismos). No es necesario porque si el Invima les dio su aval, debe ser porque son buenos y cumplen con estándares de calidad. Su único problema es el precio. Precio absurdo y exorbitante en la mayoría de los casos y que supone un desmesurado lucro para los fabricantes, esos mismos que son capaces de rebajar sus precios a valores casi ridículos cuando se trata de ganar grandes licitaciones para entidades gigantescas como el antiguo Seguro Social.
Además, algunos de esos monstruos multinacionales tiene sus propias líneas de genéricos (uno de ellos es dueño incluso del segundo productor de genéricos del país) y ganan por punta y punta: con sus líneas de marca (bellamente empacadas, etiquetadas, promocionadas y comercializadas) y con sus genéricos (austeramente empacados y vendidos).
Qué bueno que el gobierno, en acto legítimo de imposición del interés nacional, obligara a los proveedores de medicamentos de marca a tener líneas genéricas de todos sus productos. A ver si de una vez por todas acabábamos con ese absurdo comportamiento de las multinacionales farmacéuticas que, como niños ricos y privilegiados, miran por sobre el hombro a sus primos pobres, los laboratorios farmacéuticos de genéricos que proveen medicamentos de calidad y a precios justos… Con el aval del Invima, aunque a muchos les duela la cobarde envidia. Que así sea.

 
  Bioética
Con Ley 100:
mascotas mejor atendidas
en salud que sus dueños

Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

La antropología filosófica nos enseña, igual que el sentido común, que el ser humano tiene, o debe tener, en la escala de valores un sitio superior, de privilegio, al de sus posesiones -animales no racionales, vegetales, objetos inanimados-, cualquiera sea el beneficio espiritual, sentimental, o material que de ellos obtenga. Sin embargo, en los avatares culturales, especialmente cuando desaparece o decrece el respeto al ser humano, a su dignidad intrínseca e incondicional, se invierten los términos y, como lógica consecuencia, los animales, los vegetales, los objetos inanimados y hasta las mismas personas se convierten en cosas a las cuales se les señala un precio, en cosas que pueden negociarse, venderse y comprarse, que pueden manipularse para beneficio propio sin importar la suerte de los demás, cuando se trata de personas.
En este siglo XXI, brillante en conquistas tecnológicas, abundan los ejemplos de esta deshumanización y trastrueque de valores: las “pirámides”, algunas técnicas médicas incompatibles con la dignidad del ser humano, los secuestros, etc. Me ocuparé sólo, y por razones obvias, de la situación en que la desastrosa Ley 100 convirtió a la atención médica de los seres humanos.
Gracias a dicha perversa Ley 100 de 1993, creada con un falso disfraz de sentido humano, las mascotas, especialmente animales, tienen muy superior calidad de atención en salud que sus mismos dueños. Sí. Por absurdo que parezca, las mascotas en Colombia tienen mejor calidad de atención en salud: sus médicos no están sometidos a los caprichos de ninguna EPS, IPS, etc., que los obligue a un tiempo determinado y restringido para elaborar un diagnóstico correcto; sus prescripciones no tienen la humillante y no ética condición de ser revisadas por alguien que puede no ser médico y que si lo es no examina al “paciente”, pero que decide sobre la existencia de éste; la mascota no está sometida a la discriminación de una clasificación como el Sisbén y el POS, ni se le niega la atención porque “no está en lista”, “no aparece en pantalla”, etc. Su condición clínico patológica, su historia clínica, no está sometida a manos de no profesionales de la salud y por lo tanto no expuesta a ser conocida por quien nada tiene que saber de ella.
Sí, la perversa Ley 100 de 1993 convirtió en Colombia la salud en un bien de consumo y creó instituciones de mercado que vendieran “salud para todos”, con criterio económico y grandes beneficios para sus arcas particulares; trocó la misión esencial de la medicina que es la velar pre-eminentemente por la existencia más que por la salud del paciente -el cuidado de la existencia exige el cuidado de la salud, no así a la inversa: el cuidado de la salud no exige el respeto por la existencia del paciente-. Más aún, la trocó en una disciplina deshumanizada en la que cuenta más lo técnico que lo humano; más tarde, en el desarrollo del sistema y para vigilar las ganancias, se crearon medidas irracionales como un tiempo caprichosamente fijado en 15 minutos por paciente -de los cuales cerca de 9 minutos se gastan en papeleo-, medida que demuestra el desconocimiento de lo que es de verdad la medicina y la confunde con la revisión en un taller mecánico. Se creó también, como reglamentación de la fatídica Ley, la figura del Supervisor, personaje con autoridad legal pero no ética, pues resuelve sobre la vida del paciente que es en esencia lo que el médico cuida en el ejercicio honesto de su profesión, sin ser médico o, peor aún, siendo médico, sin haber examinado al paciente y, además, nombrado y pagado por la misma entidad que lo considera juez para decidir entre los intereses del paciente y los propios de la entidad; la historia clínica, documento en el cual se deja constancia de la intimidad del paciente y de sus antepasados, con el pretexto de mejor y más oportuna atención, se pone en manos de personas que no pertenecen profesionalmente, aunque sí laboralmente, al área de la salud con las consecuencias nefandas que esto puede traer y ha traído para algunas personas, pero es que en el sistema de atención creado por la Ley 100/93 el ser humano no cuenta: cuenta el rendimiento económico, el sonido de la registradora cada cuarto de hora.
Por paradójico que parezca, las mascotas entre nosotros están mejor atendidas, con más respeto, que sus dueños sometidos por ley a un absurdo y perverso sistema de atención en salud, que desconoce la esencia de la medicina, la dignidad del ser humano y que todo lo enfoca al rendimiento económico de unos cuantos mercaderes que negocian, como los antiguos vendedores de esclavos -los llamados negreros-, con seres humanos.
También es paradójico que el cuerpo médico, las Academias de Medicina y demás asociaciones de estos profesionales, que las Facultades de Medicina y nuestros legisladores, sigan tolerando estos atropellos legales pero reñidos con la más elemental ética.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

 











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