540 hospitales públicos de Colombia en riesgo fiscal
y financiero medio y alto son la exacta medida del estado
del sistema de salud y seguridad social imperante. Ahí
está el resultado de un modelo y un sistema equivocados,
injustos e inoperantes en términos de bienestar social.
Este voluminoso grupo de Empresas Sociales del Estado -que
representa cerca de la mitad de las que tiene el país-,
soporta una dura carga por cuenta de la cartera que en forma
irresponsable han dejado crecer sus deudores, por cuenta
del torpe y desigual flujo de recursos, y en cierta medida,
por cuenta de la corrupción y politiquería
empotrados en muchos de nuestros hospitales públicos.
Antioquia, departamento líder en grandes obras de
emprendimiento, en industria y en desarrollo cultural y
social, también lo es con frecuencia en terribles
males como la violencia y como en esta emergencia sanitaria:
83 de sus 133 ESE en riesgo alto o medio, nada menos que
62% de su red hospitalaria pública. En la Guajira,
12 de sus 16 hospitales públicos (75%) de la red
están en situación riesgosa, y la crisis no
es menor en Santander, Valle, Cauca y otros importantes
departamentos. Hoy, cuando están de moda los paros,
no se necesitará del paro de los trabajadores de
la salud, porque la salud se está paralizando solita.
Por fortuna, las instituciones afectadas por esta calificación
avanzan, unas más que otras, en sus planes de saneamiento
fiscal y financiero, y no pocas están saliendo al
otro lado. Pero siguen con el sambenito que les impone una
metodología aplicada a rajatabla y sin contemplaciones
por el Ministerio de Hacienda, cuyos técnicos sólo
atienden a la fría realidad de los números.
Con razón, esa metodología ha recibido fuertes
críticas de sus víctimas, sobre todo por el
peligro de que esos rótulos de riesgo alto o medio
disminuyan la utilización de sus servicios y por
ende la facturación, pilar de cualquier plan de saneamiento.
Con altibajos e intermitencias, el giro directo ha significado
alguna mejoría en esos programas de recuperación,
pero generalmente poco representa frente al lastre de la
ominosa cartera que en su más alto componente está
en cabeza de algunas EPS, que viven aferradas en forma parasitaria
a los recursos del sistema.
Ningún plan de saneamiento fiscal y financiero será
suficientemente eficaz para salvar a nuestros hospitales
en forma definitiva de sus crisis recurrentes, si las causas
estructurales del desangre se mantienen incólumes.
El Estado es severo en esos procesos de recuperación,
y no puede actuar de otra manera. Pero el usuario de la
salud reclama igual severidad frente a los diversos causantes
de la debacle económica de su hospital. Ante la inoperante
vigilancia estatal, sólo la participación
de la comunidad puede poner en su lugar al puñado
de caciques de pueblo que esquilman los menguados dineros
de los hospitales y convierten a éstos en fortines
políticos. Y no puede ser que mientras a la ESE víctima
se la castigue con rigor, a sus victimarios, un grupo de
EPS irresponsables, se las premie con mayores prebendas
y beneficios. En realidad, es la salud del pueblo colombiano
la que está en altísimo riesgo.
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