Una sensación muy extraña
y de verdadera perplejidad nos causa la venta de una de las
empresas más grandes del país a una multinacional
sudafricana. A mí en particular me ocasiona incertidumbre
y hasta risa ver como algunos periódicos y medios masivos
de comunicación nacional se adelantaron a aplaudir el
acontecimiento, que según su opinión demuestra
la enorme confianza que ofrece nuestro país a los inversionistas
extranjeros.
No faltó quien se propuso decir y soñar folclóricamente
que era la empresa colombiana la que se convertía en
multinacional gracias a que estaba vendida. También se
alegó en los medios, sin distinguir entre lo que es vender
empresas maduras de crearlas, que éramos los colombianos
los que estábamos convirtiéndonos en dueños
de la segunda o tercera cervecera del mundo. Sólo fue
hasta que se comunicó la salida de las acciones de ésta
empresa de la Bolsa de Bogotá, que a algunos la cosa
les pareció un poco preocupante, mucho más, luego
que algún comentarista del periódico El Tiempo
se atrevió a desear nerviosamente que ojalá los
dineros pagados a los antiguos dueños retornen al país
para seguir impulsando la industria colombiana. También
observaba éste comentarista que ahora las utilidades
se irían a la casa matriz, ubicada en un país
externo. Cosas de la globalización. Entre tanto, otra
nota reproducía el anuncio de los nuevos propietarios,
en el sentido que las marcas extranjeras se empezarán
a promover en Colombia, pero que las criollas no se van a mercadear
en el exterior.
Sobre como se deba interpretar lo sucedido no me atrevo a opinar
más que a preguntar, porque es un asunto que interesa
a la salud y al bienestar de los colombianos. ¿Porque
los franceses salieron a la calle el mes pasado para protestar
por la posible venta de Danone, una empresa de comestibles a
Pepsi Co.? ¿Porque a los norteamericanos y al gobierno
de ese país no le gusta la idea de venderle una compañía
petrolera privada a la China, como también se ha sabido
recientemente?
Coincidencias: más Iva,
menos renta
Afortunadamente una casualidad
de esas que suelen suceder alumbra el caso. El mismo día
que se publicaba felizmente la venta de la cervecera, también
se instalaban las sesiones del Congreso y se anticipaba una
nueva reforma tributaria para extender a más productos
el impuesto a las ventas IVA (que pagan los consumidores) y
reducir el impuesto a la renta (que pagan quienes tienen mayores
ingresos). Los que van al supermercado pagarían más,
los que tienen rentas pagarían menos: Una política
selectiva de impuestos que se está aplicando actualmente
en Estados Unidos, con resultados entre polémicos y muy
malos para la economía de ese país, porque se
le acusa de incrementar el déficit fiscal sin que mejore
el crecimiento económico.
Porque este anuncio coincide con la venta de la cervecera, nos
debe llevar a discutir sobre los impuestos para ver que tan
justa y buena es la política de rebajarle los impuestos
a las empresas para fomentar la inversión, y subírselos
a los consumidores, afectando su capacidad de compra, de educarse,
vestirse y obtener salud.
El tema de la cerveza es un ejemplo digno de estudio porque
justamente esa bebida tiene un impuesto a las ventas del 11%,
mientras los licores pagan un impuesto del 25% y los otros bienes
y servicios están gravados con un 16%. Tuvo durante muchos
años esta bebida un IVA del 8%, a pesar que los otros
bienes casi doblaban ese valor. También han estado favorecidas
de impuestos las maltas y otros insumos así como algunos
productos que por razones variadas no pagan como cervezas sino
como refrescos. Según algunas fuentes que el periódico
consultó, también la manera como se factura en
la cadena de distribución a camiones y distribuidores
pequeños es favorable al consumo de la cerveza, porque
muchos de ellos no están obligados a declarar. Sin parecer
esto suficiente, el impuesto se calcula sobre el líquido
excluyendo el envase del valor total. Ventajas todas construidas,
según se dice, durante años apoyando las campañas
parlamentarias.
No obstante, la cerveza debería estar gravada fuertemente
como bebida alcohólica que es. A las bebidas embriagantes
se les deben poner impuestos elevados para reducir su demanda,
porque son bienes elásticos (con pequeños incrementos
del precio se reduce sensiblemente la demanda). No es para financiar
la salud que se gravan este tipo de productos, sino para apuntalar
la correcta política de salud pública que es reducir
su consumo; sin embargo, en la reforma tributaria anterior se
prefirió ponerle un 7% de impuesto a los arriendos, afectando
a muchas personas que sin otra opción se jubilan
por ese medio, buscando una renta modesta para poder vivir.
También se gravó la medicina prepagada, la mitad
de la canasta familiar y hasta los condones. El esquema se complementó
bajando el tope para declarar renta, enclavando a miles de ciudadanos
en el régimen común a medida que demuestren $80
millones de patrimonio bruto (activos sin importar deudas),
valor que cualquiera tiene con un apartamento clase media y
una deuda de dos terceras partes de su valor total; sólo
que ahora, como el dueño del apartamento no tiene empleo
fijo sino contratos, porque su puesto de trabajo lo flexibilizaron,
debió convertirse en empresario y prestar
servicios. En lugar de recibir salario, pensiones y salud tiene
que pagar IVA. No trabaja sino que vende servicios gravados;
todo un potencial evasor. La estrategia es apretar en el IVA,
así se ha anunciado, pues se sabe de muchos que ingresaron
a la base de declarantes no alcanzan a pagar renta, a menos
que la Dian se esté "dateando" para poner un
nuevo impuesto al patrimonio.
Tiene por lo tanto el Ministro Carrasquilla toda la razón
cuando dice que el sistema impositivo colombiano era ejemplar
hace 25 años y ahora es poco más o menos que un
desorden. Mientras esas cosas pasan, la cerveza ha gozado durante
décadas de un tratamiento especial y un escudo protector
que ni siquiera le permitió acercarse al ex ministro
Rudolf Hommes o al expresidente Gaviria. Sea cual sea la situación,
la salud pública ha perdido, tanto porque un impuesto
bajo significa recaudos escasos o porque el consumo de bebidas
embriagantes genera externalidades negativas, es decir, accidentes
de tránsito, violencia, desintegración familiar
y social, etc. Luego, los colombianos contribuimos a forjar
una gran empresa que ahora ya no es del país, sea pagando
sus externalidades negativas o asumiendo impuestos bajos.
Vale recordar que a fines de la década anterior se generó
una controversia pública porque los equipos para producir
cerveza no tenían impuestos arancelarios de importación,
en tanto que las máquinas para pasteurizar leche sí.
No hubo poder político que cambiara las cosas a pesar
que el profesor Genaro Pérez se metió a reclamar
sobre esta inequidad. Todos sabemos que la leche es para los
niños y los bebés pero que la cerveza no; no obstante,
la opinión pública colombiana en estas cosas es
indiferente o muy mal informada, por decirlo así simplemente,
sin ser muy duros. ¿Dónde está la política
pública sana?
Paradojas e interrogantes
Por todo lo expuesto, la situación
presente nos lleva a muchos colombianos a preguntarnos que tan
buena es la política de impulsar selectivamente las empresas
con impuestos bajos, sobre todo cuando producen cosas como bebidas
embriagantes que causan externalidades negativas. ¿Cuál
es el criterio que se utiliza para favorecer la inversión?
Cuando se establecen preferencias impositivas también
se dejan de recaudar recursos para educación y salud,
que son elementos indispensables para salir del subdesarrollo
y lograr un país capaz de agregar valor económico
innovando, y no sólo explotando el petróleo y
el carbón como hoy hacemos.
Ojalá en la próxima reforma tributaria, que ya
está anunciada, por lo menos nos sentemos a entender
estos problemas, para saber por qué es mejor que todos
paguemos más impuesto a las ventas y que quienes tienen
rentas paguen menos por ellas. No descarto de antemano que eso
sea bueno porque no conozco la propuesta, pero me parece difícil
creerlo. Máxime, cuando lo que se entiende es que las
empresas son de particulares y no de los colombianos, y que
los impuestos si son públicos, a menos que uno hubiera
estado en la jugada de comprar unas acciones para venderlas
después más caras. El asunto se parece al tres
por mil: los bancos son de los colombianos para rescatarlos
pagando el impuesto, pero cuando los venden ellos tienen sus
dueños. Lo que se invierte en salud y educación
si creo que sea de todos: por eso no me cabe duda que tenemos
que revisar hasta dónde y cómo se estimula la
empresa y hasta donde sus utilidades nos benefician; dónde
está la línea que divide el sacrificio que los
colombianos tienen que hacer para que exista inversión
y prospere la empresa y en donde ésta última tiene
que aportar para que existan los colombianos. Un debate que
en Medellín debería estar más caliente,
colmando de preocupación a todos los que como antioqueños
o colombianos nos hemos sentido propietarios de las Empresas
Públicas de Medellín, pero que no sabemos eso
de quién es y cómo se va a vender.
Un punto final. Las reformas tributarias tienden a ser, en el
mundo y en nuestro país, uno de los mejores contraejemplos
de la democracia. Son pactadas en medio de un intenso cabildeo
(lobby) de los grupos más organizados y poderosos, ante
la mirada impotente de los ciudadanos, indefensos e incapaces
de acceder a la agenda pública. Sería bueno entonces
que desde ahora cada ciudadano comience a llamar a su senador,
representante y precandidato presidencial, a pedirle cuentas
condicionando su voto en donde si exista una verdadera representación
del interés ciudadano. |