MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 5    NO 53   febrero DEL AÑO 2003    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

Pobreza y neoliberalismo

Gabriel Poveda Ramos, Medellín

Los periódicos de América Latina publicaron en días recientes la noticia de que la Cepal denuncia que este continente se ahoga en la pobreza. Agregan que los países más inopes son Haití, Honduras, Bolivia y Paraguay, y que a éstos se les están acercando Ecuador, Venezuela, Colombia y hasta Argentina (que otrora fuera como los países del primer mundo).
Pero ni la Cepal ni los periódicos dicen cuáles son las causas de esa pobreza, ni qué hay que hacer para combatirla, porque no quieren reconocer que para hacerlo hay que señalar a culpables muy poderosos dentro y fuera de la región. Cuando la Cepal era importante, sus estudios demostraron que las causas madres de esa pobreza son varias: la pésima distribución de la propiedad agraria; la ignorancia técnica de campesinos y de proletarios urbanos; los malos servicios de higiene y salud accesibles a los más pobres; la ausencia total de suministro de capital (léase crédito) para los pobres; el saqueo, destrucción o negligencia de extranjeros y nacionales hacia nuestros recursos naturales; el estancamiento económico, y la colusión entre políticos y epulones para mantener esta situación para siempre.
Pero hasta 1986 los países latinoamericanos estaban avanzando, así fuera lentamente, hacia su mejoramiento económico. En ese año, en Colombia el porcentaje de población pobre era cercano al 40% mientras hoy es de 54.9%, y mientras otro 26% es hoy de indigentes. En 1986 un grupo de fuerzas reaccionarias internacionales ayudadas por el Banco Mundial y el temible FMI reunieron el consenso de Washington, desenterraron el cadáver del neoliberalismo, lo convirtieron en doctrina política y de gobierno, y nos lo impusieron dictatorialmente a Latinoamérica. En estos 16 años esta ideología perniciosa ha trabajado rudamente contra los pobres del continente y ha aumentado su número en diez millones de personas (según la Cepal). Unos gobiernos de malinches han aplicado esta política con brutal eficacia para generar desempleo en grande escala; para enriquecer mucho más al puñado de epulones; para rebajarles el ingreso a los obreros; para entregar las grandes empresas públicas a monopolios rapaces; para acabar con los hospitales públicos; para desmantelar lo poco que había de estado de bienestar; para arruinar la agricultura, para acabar con la industria y, en resumen, para que los muchos pobres sean cada vez más en número, y más pobres, y para que los pocos epulones sean cada vez más ricos.
Ingenuamente la Cepal dice que la pobreza se acabará cuando haya crecimiento económico. Pero no dice que con gobiernos neoliberales (como los de nuestro Dodecenio Negro) no volverá a haber crecimiento económico y omite señalar las otras causas graves de la pobreza latinoamericana. Tampoco dice que mientras los gobiernos latinoamericanos sigan funcionando de espaldas a sus inmensas mayoría de indigentes y de pobres para seguir enriqueciendo a sus exiguas minorías de epulones con la ayuda del FMI y del BM, cada año habrá más millones de pobres en América Latina. Un presidente del Banco Mundial, seguramente acosado por sus remordimientos, dijo el año pasado que en el mundo entero no habrá paz mientras haya tantos pobres tan pobres y tan pocos ricos tan ricos.

Educación al garete

Augusto Escobar Mesa Profesor Universidad de Antioquia, Medellín aescobar@catios.udea.edu.co

A la pregunta: ¿cómo se distingue un profesor malo de uno bueno?, en una encuesta espontánea a un grupo de jóvenes de la básica secundaria de varias instituciones educativas públicas y privadas, se encontró la siguiente respuesta: "el primero logra la unanimidad entre los estudiantes, el segundo, apenas el consenso". Esta respuesta sorprende por haber logrado de manera tan densa y precisa expresar con claridad el mal que aqueja la educación en nuestro medio. Es unánime la opinión -basta leer las encuestas, las estadísticas comparativas con otros países, el grado de deserción, los informes de instituciones privadas, gubernamentales, educativas- para concluir que el sistema educativo colombiano, y en particular, el antioqueño, va de mal en peor, a pesar de las "cuantiosas inversiones hechas", las reiteradas "buenas intenciones" de los secretarios de Educación y ministros del ramo de turno.
En los informes de las entidades económicas de toda índole, nacionales y extranjeras, es reiterada la queja de que en el país la baja calidad productiva, el escaso rendimiento, la poca competitividad, la falta de innovación, curiosidad e imaginación; la no motivación al trabajo y al cambio que por años y décadas ha llevado a una recesión en la economía se debe, en buena parte, a la escasa o pobre escolaridad, a los inadecuados métodos de aprendizaje, a la falta de motivación para renovar los modelos de enseñanza; a la pobreza de información, de lectura; a la falta de deseo de cambiar a partir de otras experiencias vistas, conocidas, leídas, etc. Es unánime este diagnóstico de ayer y de hoy de tal desfondamiento del aparato educativo al igual que el de la salud, -del que no me referiré, por ser peor-. También unánime es -se repite a menudo en los medios- que no es tan prioritario este problema en los asuntos de la Nación -así lo mencionen como un extravío en los discursos partidistas, electorales- ni tampoco en los itinerantes y poco especializados Ministros de Educación y menos en los despachos de los Ministros de Hacienda. Nada distrae la atención que lleve a encarar este problema, no obstante las decenas y centenares de diagnósticos y sobre-diagnósticos, de los miles de libros y millones de folios escritos al respecto o que a diario emanan de las inocuas y casi siempre mediocres facultades de Educación.
Casi a diario se cuelan entre las noticias que tal o cual grupo importante de expertos de países desarrollados llegó a la conclusión -hace mucho tiempo llegaron- que el nivel de vida y desarrollo social y económico de sus países se debe exclusivamente a la calidad de la educación en la cual los Estados están atentos en hacer grandes inversiones, en preservarla y acrecentarla. Pero estas notículas no pasan de ser más que datos en las páginas siempre ligeras de los periódicos. Nuestros campantes políticos, administradores, dirigentes, diplomáticos, ministros, presidentes han, por décadas y siglos observado esto en los países desarrollados y verifican tal progreso siempre que salen -muy recurrentemente- en sus comisiones pagas al exterior; sin embargo, son inmunes al respecto. Eso no es asunto para aplicar internamente porque no es la prioridad del Estado ni de la economía. Mejor es privatizar la educación para garantizar una enorme masa inculta dispuesta a vender su fuerza de trabajo por un salario de miseria, lo que implicará altos rendimientos para esa "dirigencia" (no se sabe de qué) en este rincón olvidado del mundo cuyo manejo sigue siendo neocolonial, gamonal, de hacienda ganadera. Es pues unánime, como decía el estudiante, que padecemos de la mala educación, porque simple y llanamente no hay ninguna voluntad política ni responsabilidad moral para remediarla por parte de las instituciones y representantes del Estado. Desde la perspectiva económica y social se acepta como válido el reclamo ante esa dirigencia de la postración de la educación y sus servidores por sus bajos salarios, la falta de recursos de trabajo, la inseguridad laboral por efectos de la violencia, el cada vez menguado reconocimiento social, el exceso de carga laboral, pero esto no debe ser óbice para eludir la alta responsabilidad social que tienen los educadores en la formación de las futuras generaciones del país.
En lo que apenas sí hay consentimiento es que los buenos maestros y una educación eficiente corresponde a una minoría en la sociedad. Y es precisamente por eso que no hay unanimidad, porque difícilmente se reconoce tal excepcionalidad en las escuelas, en los liceos, en los colegios, en las universidades, donde pululan los maestros buseteros -a pesar de ellos-, los de garaje, los que erraron de oficio, los que desde un comienzo del año y de su vida de maestro están pensando en las próximas vacaciones o en la jubilación, lo que no logran sobrepasar los cómics o páginas deportivas de los periódicos porque "leer es muy cansón", los que todo lo consienten para "evitar problemas y no complicarse la vida"; los que todo lo hacen difícil, complicado, incomprensible para que no "crean que no sé", pero ellos saben menos; los tareístas para dilatar el tiempo de la clase y los no tareístas porque "qué pereza corregir"; los "cineístas" y ecológicos que se inventan estos recursos u otros afines cada vez que pueden para no tener que dictar clase, y, para no seguir con tan maravillosa fauna, los analfabetas culturales que poco se distinguen de los mentales por haberse quedado fijados en las fichas amarillas de tanto trajinar y en el libro escondido con las respuestas a los problemas insolubles por mal formulados. Esta mínima clasificación es relativa única y exclusivamente a la manera como asumen el oficio un sector amplio de maestros y profesores.
Igual podría hacerse un espectro o fauna de los directivos y subdirectivos de esas instituciones, pero (extensivo esto a buena parte de los que administran la educación del país en las secretarías municipales, departamentales y nacionales); sólo enunciemos algunos, porque entre ellos tampoco hay consenso en reconocer los buenos administradores: sólo son unánimes con aquellos que les sirven incondicionalmente a sus intereses (aquí como en toda regla, también hay contadas excepciones). A unos se los reconoce porque hacen de esas instituciones objeto de divertimento para sus vidas aburridas o bolsa de negocios o forma de entretenimiento de su clientela. A otros porque les gusta, a la manera de una escarapela, exhibir su oficio como un trofeo de caza o como gratificación para sus mediocres vidas. Otros se pelean esos cargos porque les da el estatus social que no alcanzarían con su "méritos personales", algunos más para garantizar la cuota burocrática de algún político extraviado en asuntos académicos, pero cualquier puesto es bueno para pagar el favor de los votantes. Para otros, es el "escampadero" mientras se jubilan para evitar la molesta actividad docente que tanto agota, pero son implacables con los que de ellos dependen. Dejamos aquí por ser vasta la lista. Obvio de toda obviedad, estos especímenes no pueden reconocer al maestro, al administrador digno, auténtico, responsable -tampoco la mayoría de los alumnos o subordinados- porque esto les significará su propio cuestionamiento y exigencia. En lo que sí hay unanimidad es que hay que prescindir de esos perturbadores e inquietos maestros y administradores, porque lo único que pueden propiciar es conflicto en sus clases y en la institución que a menudo cuestionan, porque en ellos sólo cabe una y única expresión: ¡sapere audem!, el libre ejercicio de la razón.

Bioética
Situación actual de los valores éticos
P. Guillermo León Zuleta S.

No es necesario hacer un gran esfuerzo para darnos cuenta de que existe una crisis profunda en el terreno de la moral. Es un hecho que se nos impone con una descarnada evidencia. Esta crisis no significa el fin o la muerte de la moral, pero tampoco significa una variación sin importancia en el comportamiento moral de los hombres.
En la actualidad no faltan voces que, desde uno u otro ángulo de visión (religioso o civil, privado o público) y con unos u otros intereses, expresan valoraciones sobre la situación moral de la sociedad: hablan de un modo pomposo y grandilocuente del "nivel ético" de la humanidad, de la "salud moral" de la sociedad.
Los diagnósticos se mueven, de ordinario, dentro del genero de la "patética moral", y las medidas terapéuticas se limitan también, de ordinario, a exhortaciones generales y abstractas sin incidencia efectiva en la realidad del problema moral.
Salta a la vista la poca fiabilidad objetiva y la abundante sobrecarga "ideológica" de estas valoraciones morales sobre la sociedad en general. Quienes explican la situación moral actual con la hipótesis de "desmoralización", creen que nos encontramos en un momento de involución moral.
Interesa, sobre todo, realizar una descripción del fenómeno, principalmente partiendo de:
Quienes ven la desmoralización como un aumento cuantitativo del mal moral (Inmoralidad).
Quienes entienden la desmoralización a partir del carácter "permisivo" de nuestra sociedad (Permisividad).
Quienes valoran la desmoralización a partir del tipo de hombre que está creando la sociedad actual (Amoralidad).
A. Desmoralización: Inmoralidad
De entrada se afirma que es la manera más superficial de entender la moralidad. Esto porque es muy difícil, por no decir imposible, "medir" la salud moral concreta de un grupo humano.
Además es necesario admitir la fuerza operante de lo que se ha dado en llamar la conciencia purificadora o "catártica" de la misma sociedad.
En definitiva: la valoración del fenómeno de desmoralización como aumento cuantitativo de inmoralidad es un aspecto del problema y, ciertamente, no el más decisivo.
B. Desmoralización: Permisividad
En verdad nuestra sociedad es de signo "permisivo". La sociedad "paternalista" (cerrada, de control absoluto) ha dado paso a una sociedad "permisiva" (abierta, con poco o ningún control). La permisividad aparece en una sociedad pluralista y conlleva, como consecuencia, la "tolerancia".
Esos tres factores: Pluralismo + Permisividad + Tolerancia, repercuten hondamente en la manera de vivir y de formular la moral.
La permisividad, propia de nuestra sociedad pluralista, tiene dos manifestaciones fundamentales:
- Permisividad Social: Es notable el paso de la "clandestinidad" a la "publicidad". Muchos comportamientos éticamente reprobables permanecían antes en la esfera privada, mientras que ahora han pasado a la esfera de lo público. Es bueno insistir principalmente en dos aspectos negativos de esto:
a) La publicidad de las fallas morales va creando una situación de oscurecimiento de los valores éticos; va apareciendo una "connaturalidad", con relación al mal, que hace descender el nivel de reacción moral.
b) Los aspectos negativos repercuten de un modo especial en todas aquellas personas que podemos llamar "débiles": niños, personas en período de educación y formación, personas inmaduras, etc.
- La Tolerancia Jurídica: El pluralismo de nuestra sociedad lleva consigo la realidad de la tolerancia.
a) Por una parte denota un descenso real de los valores morales. Un ordenamiento jurídico de tolerancia supone una realidad social que configura su vida con esa valoración tolerante.
b) Al mismo tiempo, el ordenamiento jurídico de tolerancia supone un progreso en la aceptación real de la libertad de conciencia de las personas.
En todo caso, hay que distinguir claramente entre lo "lícito moral -lo "ético"- y lo "lícito jurídico" -lo "lícito"-.
C. Desmoralización: Amoralidad
La amoralidad supone una mayor desmoralización que la inmoralidad y la permisividad.
No cabe duda de que nuestra sociedad está proyectada y se expande dentro de una civilización dominada por la ley del "consumo". La industrialización de anteayer, el urbanismo y la masificación de ayer y el tecnicismo (post-industrialidad, postmodernidad) de hoy, abocan necesariamente a una nueva forma de civilización. Nace así la "sociedad del consumo".
En la sociedad consumista actual existen factores estructurales que la hacen refractaria al cuestionamiento ético. Se puede decir que la sociedad de consumo provoca cierto grado de "amoralidad".
Se pueden destacar los siguientes factores que la caracterizan:
La creación de un nuevo tipo de hombre: El hombre - masa.
La desintegración de las relaciones humanas.
La función manipuladora de la palabra.
La degradación del amor y de la sexualidad.
La violencia como forma de relación interhumana.
El empobrecimiento del espíritu humano.
También es cierto que nuestra época es favorable a la aparición de una nueva estimativa moral. Los siguientes son los factores socioculturales que propician la pregunta moral:
La búsqueda de "fines" y de "significados", ante el agotamiento de la preponderancia de la "razón instrumental".
La necesidad de utopías globales, ante la ambigüedad de las estrategias y ante la multiplicidad de alternativas sociales.
El valor inalienable del hombre, de todo hombre y de todo grupo humano.
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética --Cecolbe-

 











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