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Pobreza y neoliberalismo
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Gabriel
Poveda Ramos, Medellín
Los periódicos de América Latina publicaron
en días recientes la noticia de que la Cepal denuncia
que este continente se ahoga en la pobreza. Agregan que los
países más inopes son Haití, Honduras,
Bolivia y Paraguay, y que a éstos se les están
acercando Ecuador, Venezuela, Colombia y hasta Argentina (que
otrora fuera como los países del primer mundo).
Pero ni la Cepal ni los periódicos dicen cuáles
son las causas de esa pobreza, ni qué hay que hacer
para combatirla, porque no quieren reconocer que para hacerlo
hay que señalar a culpables muy poderosos dentro y
fuera de la región. Cuando la Cepal era importante,
sus estudios demostraron que las causas madres de esa pobreza
son varias: la pésima distribución de la propiedad
agraria; la ignorancia técnica de campesinos y de proletarios
urbanos; los malos servicios de higiene y salud accesibles
a los más pobres; la ausencia total de suministro de
capital (léase crédito) para los pobres; el
saqueo, destrucción o negligencia de extranjeros y
nacionales hacia nuestros recursos naturales; el estancamiento
económico, y la colusión entre políticos
y epulones para mantener esta situación para siempre.
Pero hasta 1986 los países latinoamericanos estaban
avanzando, así fuera lentamente, hacia su mejoramiento
económico. En ese año, en Colombia el porcentaje
de población pobre era cercano al 40% mientras hoy
es de 54.9%, y mientras otro 26% es hoy de indigentes. En
1986 un grupo de fuerzas reaccionarias internacionales ayudadas
por el Banco Mundial y el temible FMI reunieron el consenso
de Washington, desenterraron el cadáver del neoliberalismo,
lo convirtieron en doctrina política y de gobierno,
y nos lo impusieron dictatorialmente a Latinoamérica.
En estos 16 años esta ideología perniciosa ha
trabajado rudamente contra los pobres del continente y ha
aumentado su número en diez millones de personas (según
la Cepal). Unos gobiernos de malinches han aplicado esta política
con brutal eficacia para generar desempleo en grande escala;
para enriquecer mucho más al puñado de epulones;
para rebajarles el ingreso a los obreros; para entregar las
grandes empresas públicas a monopolios rapaces; para
acabar con los hospitales públicos; para desmantelar
lo poco que había de estado de bienestar; para arruinar
la agricultura, para acabar con la industria y, en resumen,
para que los muchos pobres sean cada vez más en número,
y más pobres, y para que los pocos epulones sean cada
vez más ricos.
Ingenuamente la Cepal dice que la pobreza se acabará
cuando haya crecimiento económico. Pero no dice que
con gobiernos neoliberales (como los de nuestro Dodecenio
Negro) no volverá a haber crecimiento económico
y omite señalar las otras causas graves de la pobreza
latinoamericana. Tampoco dice que mientras los gobiernos latinoamericanos
sigan funcionando de espaldas a sus inmensas mayoría
de indigentes y de pobres para seguir enriqueciendo a sus
exiguas minorías de epulones con la ayuda del FMI y
del BM, cada año habrá más millones de
pobres en América Latina. Un presidente del Banco Mundial,
seguramente acosado por sus remordimientos, dijo el año
pasado que en el mundo entero no habrá paz mientras
haya tantos pobres tan pobres y tan pocos ricos tan ricos.
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Educación al garete
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Augusto
Escobar Mesa Profesor Universidad de Antioquia, Medellín
aescobar@catios.udea.edu.co
A la pregunta: ¿cómo se distingue un profesor
malo de uno bueno?, en una encuesta espontánea a un
grupo de jóvenes de la básica secundaria de
varias instituciones educativas públicas y privadas,
se encontró la siguiente respuesta: "el primero
logra la unanimidad entre los estudiantes, el segundo, apenas
el consenso". Esta respuesta sorprende por haber logrado
de manera tan densa y precisa expresar con claridad el mal
que aqueja la educación en nuestro medio. Es unánime
la opinión -basta leer las encuestas, las estadísticas
comparativas con otros países, el grado de deserción,
los informes de instituciones privadas, gubernamentales, educativas-
para concluir que el sistema educativo colombiano, y en particular,
el antioqueño, va de mal en peor, a pesar de las "cuantiosas
inversiones hechas", las reiteradas "buenas intenciones"
de los secretarios de Educación y ministros del ramo
de turno.
En los informes de las entidades económicas de toda
índole, nacionales y extranjeras, es reiterada la queja
de que en el país la baja calidad productiva, el escaso
rendimiento, la poca competitividad, la falta de innovación,
curiosidad e imaginación; la no motivación al
trabajo y al cambio que por años y décadas ha
llevado a una recesión en la economía se debe,
en buena parte, a la escasa o pobre escolaridad, a los inadecuados
métodos de aprendizaje, a la falta de motivación
para renovar los modelos de enseñanza; a la pobreza
de información, de lectura; a la falta de deseo de
cambiar a partir de otras experiencias vistas, conocidas,
leídas, etc. Es unánime este diagnóstico
de ayer y de hoy de tal desfondamiento del aparato educativo
al igual que el de la salud, -del que no me referiré,
por ser peor-. También unánime es -se repite
a menudo en los medios- que no es tan prioritario este problema
en los asuntos de la Nación -así lo mencionen
como un extravío en los discursos partidistas, electorales-
ni tampoco en los itinerantes y poco especializados Ministros
de Educación y menos en los despachos de los Ministros
de Hacienda. Nada distrae la atención que lleve a encarar
este problema, no obstante las decenas y centenares de diagnósticos
y sobre-diagnósticos, de los miles de libros y millones
de folios escritos al respecto o que a diario emanan de las
inocuas y casi siempre mediocres facultades de Educación.
Casi a diario se cuelan entre las noticias que tal o cual
grupo importante de expertos de países desarrollados
llegó a la conclusión -hace mucho tiempo llegaron-
que el nivel de vida y desarrollo social y económico
de sus países se debe exclusivamente a la calidad de
la educación en la cual los Estados están atentos
en hacer grandes inversiones, en preservarla y acrecentarla.
Pero estas notículas no pasan de ser más que
datos en las páginas siempre ligeras de los periódicos.
Nuestros campantes políticos, administradores, dirigentes,
diplomáticos, ministros, presidentes han, por décadas
y siglos observado esto en los países desarrollados
y verifican tal progreso siempre que salen -muy recurrentemente-
en sus comisiones pagas al exterior; sin embargo, son inmunes
al respecto. Eso no es asunto para aplicar internamente porque
no es la prioridad del Estado ni de la economía. Mejor
es privatizar la educación para garantizar una enorme
masa inculta dispuesta a vender su fuerza de trabajo por un
salario de miseria, lo que implicará altos rendimientos
para esa "dirigencia" (no se sabe de qué)
en este rincón olvidado del mundo cuyo manejo sigue
siendo neocolonial, gamonal, de hacienda ganadera. Es pues
unánime, como decía el estudiante, que padecemos
de la mala educación, porque simple y llanamente no
hay ninguna voluntad política ni responsabilidad moral
para remediarla por parte de las instituciones y representantes
del Estado. Desde la perspectiva económica y social
se acepta como válido el reclamo ante esa dirigencia
de la postración de la educación y sus servidores
por sus bajos salarios, la falta de recursos de trabajo, la
inseguridad laboral por efectos de la violencia, el cada vez
menguado reconocimiento social, el exceso de carga laboral,
pero esto no debe ser óbice para eludir la alta responsabilidad
social que tienen los educadores en la formación de
las futuras generaciones del país.
En lo que apenas sí hay consentimiento es que los buenos
maestros y una educación eficiente corresponde a una
minoría en la sociedad. Y es precisamente por eso que
no hay unanimidad, porque difícilmente se reconoce
tal excepcionalidad en las escuelas, en los liceos, en los
colegios, en las universidades, donde pululan los maestros
buseteros -a pesar de ellos-, los de garaje, los que erraron
de oficio, los que desde un comienzo del año y de su
vida de maestro están pensando en las próximas
vacaciones o en la jubilación, lo que no logran sobrepasar
los cómics o páginas deportivas de los periódicos
porque "leer es muy cansón", los que todo
lo consienten para "evitar problemas y no complicarse
la vida"; los que todo lo hacen difícil, complicado,
incomprensible para que no "crean que no sé",
pero ellos saben menos; los tareístas para dilatar
el tiempo de la clase y los no tareístas porque "qué
pereza corregir"; los "cineístas" y
ecológicos que se inventan estos recursos u otros afines
cada vez que pueden para no tener que dictar clase, y, para
no seguir con tan maravillosa fauna, los analfabetas culturales
que poco se distinguen de los mentales por haberse quedado
fijados en las fichas amarillas de tanto trajinar y en el
libro escondido con las respuestas a los problemas insolubles
por mal formulados. Esta mínima clasificación
es relativa única y exclusivamente a la manera como
asumen el oficio un sector amplio de maestros y profesores.
Igual podría hacerse un espectro o fauna de los directivos
y subdirectivos de esas instituciones, pero (extensivo esto
a buena parte de los que administran la educación del
país en las secretarías municipales, departamentales
y nacionales); sólo enunciemos algunos, porque entre
ellos tampoco hay consenso en reconocer los buenos administradores:
sólo son unánimes con aquellos que les sirven
incondicionalmente a sus intereses (aquí como en toda
regla, también hay contadas excepciones). A unos se
los reconoce porque hacen de esas instituciones objeto de
divertimento para sus vidas aburridas o bolsa de negocios
o forma de entretenimiento de su clientela. A otros porque
les gusta, a la manera de una escarapela, exhibir su oficio
como un trofeo de caza o como gratificación para sus
mediocres vidas. Otros se pelean esos cargos porque les da
el estatus social que no alcanzarían con su "méritos
personales", algunos más para garantizar la cuota
burocrática de algún político extraviado
en asuntos académicos, pero cualquier puesto es bueno
para pagar el favor de los votantes. Para otros, es el "escampadero"
mientras se jubilan para evitar la molesta actividad docente
que tanto agota, pero son implacables con los que de ellos
dependen. Dejamos aquí por ser vasta la lista. Obvio
de toda obviedad, estos especímenes no pueden reconocer
al maestro, al administrador digno, auténtico, responsable
-tampoco la mayoría de los alumnos o subordinados-
porque esto les significará su propio cuestionamiento
y exigencia. En lo que sí hay unanimidad es que hay
que prescindir de esos perturbadores e inquietos maestros
y administradores, porque lo único que pueden propiciar
es conflicto en sus clases y en la institución que
a menudo cuestionan, porque en ellos sólo cabe una
y única expresión: ¡sapere audem!, el
libre ejercicio de la razón.
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Bioética
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No es necesario hacer un gran esfuerzo para darnos cuenta
de que existe una crisis profunda en el terreno de la moral.
Es un hecho que se nos impone con una descarnada evidencia.
Esta crisis no significa el fin o la muerte de la moral, pero
tampoco significa una variación sin importancia en
el comportamiento moral de los hombres.
En la actualidad no faltan voces que, desde uno u otro ángulo
de visión (religioso o civil, privado o público)
y con unos u otros intereses, expresan valoraciones sobre
la situación moral de la sociedad: hablan de un modo
pomposo y grandilocuente del "nivel ético"
de la humanidad, de la "salud moral" de la sociedad.
Los diagnósticos se mueven, de ordinario, dentro del
genero de la "patética moral", y las medidas
terapéuticas se limitan también, de ordinario,
a exhortaciones generales y abstractas sin incidencia efectiva
en la realidad del problema moral.
Salta a la vista la poca fiabilidad objetiva y la abundante
sobrecarga "ideológica" de estas valoraciones
morales sobre la sociedad en general. Quienes explican la
situación moral actual con la hipótesis de "desmoralización",
creen que nos encontramos en un momento de involución
moral.
Interesa, sobre todo, realizar una descripción del
fenómeno, principalmente partiendo de:
Quienes ven la desmoralización como un aumento cuantitativo
del mal moral (Inmoralidad).
Quienes entienden la desmoralización a partir del carácter
"permisivo" de nuestra sociedad (Permisividad).
Quienes valoran la desmoralización a partir del tipo
de hombre que está creando la sociedad actual (Amoralidad).
A. Desmoralización: Inmoralidad
De entrada se afirma que es la manera más superficial
de entender la moralidad. Esto porque es muy difícil,
por no decir imposible, "medir" la salud moral concreta
de un grupo humano.
Además es necesario admitir la fuerza operante de lo
que se ha dado en llamar la conciencia purificadora o "catártica"
de la misma sociedad.
En definitiva: la valoración del fenómeno de
desmoralización como aumento cuantitativo de inmoralidad
es un aspecto del problema y, ciertamente, no el más
decisivo.
B. Desmoralización: Permisividad
En verdad nuestra sociedad es de signo "permisivo".
La sociedad "paternalista" (cerrada, de control
absoluto) ha dado paso a una sociedad "permisiva"
(abierta, con poco o ningún control). La permisividad
aparece en una sociedad pluralista y conlleva, como consecuencia,
la "tolerancia".
Esos tres factores: Pluralismo + Permisividad + Tolerancia,
repercuten hondamente en la manera de vivir y de formular
la moral.
La permisividad, propia de nuestra sociedad pluralista, tiene
dos manifestaciones fundamentales:
- Permisividad Social: Es notable el paso de la "clandestinidad"
a la "publicidad". Muchos comportamientos éticamente
reprobables permanecían antes en la esfera privada,
mientras que ahora han pasado a la esfera de lo público.
Es bueno insistir principalmente en dos aspectos negativos
de esto:
a) La publicidad de las fallas morales va creando una
situación de oscurecimiento de los valores éticos;
va apareciendo una "connaturalidad", con relación
al mal, que hace descender el nivel de reacción moral.
b) Los aspectos negativos repercuten de un modo especial
en todas aquellas personas que podemos llamar "débiles":
niños, personas en período de educación
y formación, personas inmaduras, etc.
- La Tolerancia Jurídica: El pluralismo de nuestra
sociedad lleva consigo la realidad de la tolerancia.
a) Por una parte denota un descenso real de los valores
morales. Un ordenamiento jurídico de tolerancia supone
una realidad social que configura su vida con esa valoración
tolerante.
b) Al mismo tiempo, el ordenamiento jurídico de tolerancia
supone un progreso en la aceptación real de la libertad
de conciencia de las personas.
En todo caso, hay que distinguir claramente entre lo "lícito
moral -lo "ético"- y lo "lícito
jurídico" -lo "lícito"-.
C. Desmoralización: Amoralidad
La amoralidad supone una mayor desmoralización que
la inmoralidad y la permisividad.
No cabe duda de que nuestra sociedad está proyectada
y se expande dentro de una civilización dominada por
la ley del "consumo". La industrialización
de anteayer, el urbanismo y la masificación de ayer
y el tecnicismo (post-industrialidad, postmodernidad) de hoy,
abocan necesariamente a una nueva forma de civilización.
Nace así la "sociedad del consumo".
En la sociedad consumista actual existen factores estructurales
que la hacen refractaria al cuestionamiento ético.
Se puede decir que la sociedad de consumo provoca cierto grado
de "amoralidad".
Se pueden destacar los siguientes factores que la caracterizan:
La creación de un nuevo tipo de hombre: El hombre -
masa.
La desintegración de las relaciones humanas.
La función manipuladora de la palabra.
La degradación del amor y de la sexualidad.
La violencia como forma de relación interhumana.
El empobrecimiento del espíritu humano.
También es cierto que nuestra época es favorable
a la aparición de una nueva estimativa moral. Los siguientes
son los factores socioculturales que propician la pregunta
moral:
La búsqueda de "fines" y de "significados",
ante el agotamiento de la preponderancia de la "razón
instrumental".
La necesidad de utopías globales, ante la ambigüedad
de las estrategias y ante la multiplicidad de alternativas
sociales.
El valor inalienable del hombre, de todo hombre y de todo
grupo humano.
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de
Bioética --Cecolbe-
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