 |
|
|
 |
 |
Lo que Truman Capote no
dijo
Reportaje de George Plimpton sobre
el célebre autor de A sangre fría.
elpulso@elhospital.org.c
 |
Hickock te impresionaba como un individuo
que quería hacerse notar. Smith era más... no
sé cómo decirlo. Mortífero. Te mataba no
bien te miraba. Truman se veía a sí mismo en Perry
Smith... Truman nos dijo que en la vida uno sigue un sendero,
y de repente el camino se bifurca, y uno toma por la derecha
o toma por la izquierda. Sentía que él había
tomado por la derecha y Perry por la izquierda. |
El 15 de noviembre
de 1959, dos extraños entraron a una granja solitaria
cerca de la pequeña comunidad rural de Holcomb, en
Kansas, y asesinaron a su dueño, Herbert Clutter, a
su esposa, Bonnie, y a sus dos hijos, Kenyon y Nancy. A mediados
de diciembre de ese año, Truman Capote viajó
a Kansas para investigar el crimen, enviado por la revista
The New Yorker. En principio, planeaba explorar los efectos
que habían producido en un pueblo chico y sumamente
pacífico esos asesinatos, supuestamente cometidos por
nativos del lugar. Los asesinos resultaron ser dos ex convictos,
Dick Hickock y Perry Smith, quienes habían sido mal
informados por un compañero de prisión acerca
de la cantidad supuestamente inmensa de dinero que Herbert
Clutter guardaba en una caja fuerte en su granja.
Seis años después, luego de infinitas horas
de investigación en Kansas, Capote publicó A
sangre fría. El libro se convirtió en un suceso
increíble de crítica y de ventas. A Capote le
gustaba decir, y lo decía seguido, que A sangre fría
había inaugurado una nueva forma literaria: la "novela
de no ficción". Es decir, un trabajo de investigación
y reportaje al que se le aplican las técnicas de la
ficción. Algunos de sus pares notaron una aparente
contradicción en el término. Entre ellos Norman
Mailer, quien dijo que una novela de no ficción sonaba
como "dar un remedio para una enfermedad sin nombre"
(aunque, años después, no tuvo problemas en
intentar el género, con La canción del verdugo,
sobre la vida criminal de Gary Gilmore).
Las líneas que siguen aspiran a ser otra forma literaria,
conocida como "biografía (c)oral" (otra receta
medicinal para una enfermedad que no tiene nombre), en la
que una serie de voces conforman una suerte de continuidad
coral que va hilando un relato. El relato revela nuevos detalles
sobre el inusual estilo de Capote para narrar, sobre su impacto
en esa comunidad de Kansas, y sobre su conducta el día
en que los asesinos fueron ahorcados.
Slim Keith (amiga): Truman me llamó un día
y me dijo: "El New Yorker me dio a elegir entre salir
por Manhattan con una mucama por horas que nunca conoce a
los dueños de casa para los que trabaja e ir a Kansas
a cubrir el asesinato de una familia. ¿Qué hago?".
Yo le contesté que hiciera lo más fácil:
ir a Kansas.
Brendan Gill (escritor): Nunca existió la orden
de hacer esa nota. Creo que William Shawn (el editor del New
Yorker) le dijo a Truman que le interesaba el efecto que producía
un crimen en un pueblito del medio oeste: una catástrofe
sin precedentes para ellos. Eso sí le hubiera gustado
a Shawn. Nada de sangre. Hubiese dicho que no, de haber sabido
lo que terminaría siendo A sangre fría. Creo
que los dos se sorprendieron cuando vieron en lo que terminó
la nota.
John Knowles (escritor): Truman se puso desaforadamente
detallista durante la cena en Le Pavillion. Dibujó
la casa, el lugar en el que encontraron los cuerpos... Hasta
entonces los asesinos no habían sido capturados. Yo
le dije: Si te encuentran husmeando por ahí...
Quiero decir, ya asesinaron a 4 personas, ¿crees que
corres peligro?" El contestó: "Razonablemente".
John Barry Ryan (amigo): Truman tenía miedo
de ir solo a Holcomb y llevó a su amiga Harper Lee,
que era una mujer muy dura. Recuerdo que le preguntó
a Harper: "¿Conseguirías un permiso para
portar armas y llevarías una?".
Duane West (residente de Holcomb): Era una especie
de gnomo, que hacía un deliberado esfuerzo por exhibir
su excentricidad. Estábamos en pleno invierno y él
andaba con un abrigo enorme y uno de esos sombreros que usaba
Jackie Kennedy.
Alvin Dewey (agente federal): La primera vez que lo
vi fue en el tribunal de Garden City. Apareció con
Harper Lee, me dijo quién era y charlamos un rato.
Llevaba puesto un sombrerito, un saco de piel de oveja y una
bufanda muy larga y angosta que caía hasta el piso.
Nunca había visto un reportero que se vistiera así.
Yo nunca había oído hablar de él. Le
pedí ver su credencial. El dijo que nunca nadie le
había pedido algo así. Pero ofreció mostrarme
su pasaporte.
|
A Capote le gustaba
decir, y lo decía seguido, que A sangre
fría había inaugurado una nueva
forma literaria: la "novela de no ficción
|
Harold Nye (agente
federal): Al Dewey me invitó a conocer a este señor
que había venido al pueblo para escribir un libro.
Fuimos a su cuarto en el hotel después de la cena.
Y ahí estaba, en una especie de bata de seda rosa,
caminando por todo el cuarto con las manos en la cintura y
contándonos a todos que iba a escribir un libro que
haría historia. No fue una buena impresión.
Y esa impresión nunca cambió. Voy a contar una
cosa que dará una idea de por qué. Mi mujer
es una mujer muy estricta y religiosa. Una vez en Kansas City,
Truman nos preguntó si queríamos salir esa noche.
Nos llevó a la calle principal y pagó cien dólares
para entrar en un bar de lesbianas. Había 50 parejas
de mujeres comiendo, bailando, haciendo sus cosas. Mi esposa
se quería ir pero no se atrevía a decirle nada
a Truman. De ahí nos llevó a un bar de hombres.
Nos sentamos y pedimos unos tragos, y no pasan tres minutos
que algunos de estos tipos se acerquen a nuestra mesa y empiecen
a hablarle, a tocarlo, a juguetear con sus orejas, justo enfrente
de mi esposa. Truman sabía qué clase de mujer
era mi esposa. Pero, ¿cómo se le dice a un hombre
tan famoso como Truman Capote que no te gusta lo que está
haciendo?
Alvin Dewey (agente federal): Nunca traté a
Truman de una manera diferente a como traté al resto
de la prensa. Lo que pasa es que él seguía volviendo,
y naturalmente nos fuimos conociendo más. Pero no gozaba
de favoritismo o información adicional, definitivamente
no. Salió solo y lo hizo solo. Conseguía información
que nadie tenía, ni siquiera nosotros. Por supuesto,
también cuando compró las desgrabaciones de
todo el proceso judicial, y si tenías eso, tenías
toda la historia.
Marie Dewey (esposa de Alvin Dewey): Ni Harper ni Truman tomaban
notas mientras entrevistaban a la gente. Pero después
iban a sus cuartos, escribían todo de memoria y chequeaban
uno con el otro.
Harrison Smith (abogado defensor): Los grabadores no
eran muy comunes en aquellos días. Cuando pienso en
eso, me pregunto cómo se puede tener una conversación
como la que estamos teniendo ahora durante una hora y después
sentarse y escribirla. Truman me contó que, cuando
era chico, agarraba la guía telefónica de Nueva
York y memorizaba una página. Después, hacía
que alguien le preguntara "En la línea tal, ¿cuál
es el nombre y cuál es el número de teléfono?".
Harold Nye (abogado defensor): Tuve problemas con Truman
cuando me mandó las pruebas de galera de su libro,
donde hablaba de mi viaje a Las Vegas, cuando fui allá
a buscar pruebas; lo que contaba era incorrecto, y yo me ofendí
y me negué a aprobarlas. Fue algo insignificante, excepto
que yo tenía la impresión de que el libro iba
a ser fáctico, y no lo era: era un libro de ficción.
Marie Dewey: Perry Smith le cayó bien de entrada.
Hickock no le gustaba.
Alvin Dewey: Hickock te impresionaba como un individuo que
quería hacerse notar. Smith era más... no sé
cómo decirlo. Mortífero. Te mataba no bien te
miraba. Truman se veía a sí mismo en Perry Smith.
Sus infancias eran más o menos iguales. Ambos venían
de padres separados. Tenían más o menos la misma
altura, y la misma contextura física.
|
 |
Marie Dewey:
Truman nos dijo que en la vida uno sigue un sendero, y
de repente el camino se bifurca, y uno toma por la derecha
o toma por la izquierda. Sentía que él había
tomado por la derecha y Perry por la izquierda.
Joe Fox (editor de Capote): Lo adoraba. Perry era una suerte
de doppelgänger: un doble de él.
Harrison Smith: No creo que Truman haya tenido que
hacer mucho esfuerzo para ganarse la confianza de Perry y
de Hickock. Uno puede imaginárselos sentados en esa
celda diminuta en la que apenas entra el sol por una ventanita.
Y todas esas revistas, cigarrillos y golosinas que Truman
les enviaba. Yo también tendría buenos sentimientos
con alguien que me manda cosas así en una situación
como ésa.
Charles McAtee (director de institutos penales de Kansas):
Perry era, a su manera, buen mozo. Hickock tenía la
cara desfigurada por un accidente de auto: un ojo miraba siempre
en otra dirección.
Alvin Dewey: Truman y yo no nos poníamos de
acuerdo en un punto: si Perry había cometido los cuatro
asesinatos. Truman creía que sí, yo suponía
que Perry había cometido dos y Hickock otros dos.

|
En su primera declaración,
Perry admitió que había matado al señor
Clutter y a su hijo Kenyon, y que después le pasó
el arma a Hickock y le dijo: "Ya hice todo lo que pude,
encárgate de los otros dos". Pero cuando la declaración
estaba siendo tipeada, mandó a decir que la quería
cambiar. Cuando le pregunté por qué, contestó:
"Estuve hablando con Hickock y no quiere que su mamá
piense que él cometió dos de esos asesinatos.
Yo no tengo parientes, así que por qué no lo
hacemos de esta manera". Pero Truman sentía que
Smith realmente había matado a los cuatro. No creía
que Hickock tuviera los cojones.
Harrison Smith: Truman era demasiado astuto como para
prometerles: "Voy a sacarlos de ésta". Lo
que podía hacer era darles coraje, y decirles que quizá
los tribunales superiores revirtieran el veredicto. Lo que
en realidad estaba haciendo era exprimir sus cerebros: qué
hicieron después de cometer los asesinatos y huir,
qué sintieron cuando los atraparon. Pero creo que,
con el tiempo, llegó a sentir verdadera simpatía
por ellos y odió que los liquidaran. En cuanto al libro,
no había ninguna diferencia en que los ahorcaran o
les dieran cadena perpetua: sólo necesitaba saber cuál
sería el último acto. Al menos eso es lo que
siempre decía.
|
La ejecución
de Smith y Hickock fue una experiencia terriblemente traumática
para Truman. Pero no creo que fuese eso lo que lo quebró,
sino el éxito abrumador de A sangre fría.
|
Kathleen Tynan (escritora
y viuda del crítico Kenneth Tynan): En la primavera
del '65 Ken conoció a Truman en una fiesta. Se acababa
de anunciar que los tipos iban a ser ahorcados y, según
Ken, Truman saltaba de alegría: "¡Estoy
fuera de mí! ¡Fuera de mí de felicidad!"
Ken quedó muy impresionado. Cuando se publicó
el libro en Inglaterra, Truman estaba en el Claridge's. Creo
que sospechaba o había oído que Ken iba a hacer
la crítica de A sangre fría para The Observer,
y vino a visitarnos. Parecía un banquero, un pequeño
banquero. Fue una reunión bastante tensa. Truman se
dio cuenta de que estaba en problemas. En su reseña
Ken sugería que, a pesar de lo que afirmaba Truman,
el libro hubiera sido muy difícil de publicar si no
los hubiesen ahorcado. Ken escribió: "Por primera
vez un escritor de primera, con influencia, ha tenido una
posición de intimidad privilegiada con criminales a
punto de morir y, en mi opinión, hizo menos de lo que
podría haber hecho para salvarlos". Truman acusó
públicamente a Ken de tener "la moral de un mandril
y las agallas de una mariposa".
George Plimpton: Truman estaba furioso con Tynan. No
podía olvidarse de lo que había dicho. Me acuerdo
de estar comiendo con él en un restaurante italiano
del East Side, al que le encantaba ir porque supuestamente
pertenecía a alguien de la mafia. Me contó que
el mozo era un asesino a sueldo que ya había matado
a más de una docena de personas. De repente empezó
a describirme una fantasía maquiavélica sobre
Tynan. Empezaba con el secuestro: lo llevaban con los ojos
vendados y atado, a una clínica paradisíaca
en algún lugar fuera del país. Puso especial
cuidado en los detalles: lo bondadosas que eran las enfermeras,
lo excelente que era la comida. Después, su voz se
puso filosa: Tynan sería llevado al quirófano
y... la idea era que le fueran extirpando órgano tras
órgano, con post-operatorios absolutamente exquisitos
y meticulosos, para que se fuera acostumbrando a la ausencia
de cada cosa que le extraían. Hasta que finalmente,
después de meses de cirugía y recuperación,
todo había sido extirpado excepto un ojo y los genitales.
Entonces Truman apoyó la espalda en la silla y reveló
el desenlace: "Lo que hacen después es llevar
hasta su habitación un proyector de películas
y una pantalla ¡y le pasan películas pornográficas,
de las más fuertes, todo el tiempo, sin parar!".
|
 |
John Knowles:
La ejecución de Smith y Hickock fue una experiencia
terriblemente traumática para Truman. Pero no creo
que fuese eso lo que lo quebró, sino el éxito
abrumador de A sangre fría. Creo que perdió
el control de sí mismo después de eso. Había
sido tremendamente disciplinado hasta entonces, uno de los
escritores más disciplinados que jamás conocí.
Charles McAtee: Era esa clase de noche lluviosa de
película. Un perro ladraba a lo lejos. Dick y Perry
fueron llevados en auto desde el edificio de la prisión
a un galpón trasero de la cárcel. Las horcas
estaban adentro. Cuando la pena capital fue abolida en Kansas,
fueron desarmadas y entregadas a la Sociedad Histórica
del Estado, que todavía las conserva. Truman había
dicho que no podía terminar el libro si no presenciaba
la ejecución, tenía que sentirla personalmente.
|
Los condenados podían
elegir tres testigos. Tanto Hickock como Smith lo eligieron:
él les había dado una parte de las ganancias
del libro para que ellos pagaran a los abogados que apelaban
sus sentencias. Truman llegó al Hotel Muehlebach a
eso de las dos de la tarde y me dijo: "Chuck, no puedo
hacerlo". Le pregunté qué quería
decir: "¿Eso significa que no vas a presenciar
la ejecución?". Truman dijo que estaría
en la ejecución, pero que no tenía fuerzas para
verlos antes ni hablar con ellos.
Joe Fox: Truman me pidió que lo acompañara
a Kansas. Realmente necesitaba ayuda para poder tolerar las
ejecuciones. Paramos en una suite del Muehlebach. Apenas llegamos,
empezaron las llamadas telefónicas de Perry y Hickock.
Mi trabajo era filtrar todas las llamadas, incluso las de
ellos. Siempre era el asistente del alcalde de la prisión
el que hablaba: "Tengo a Perry y a Dick en mi oficina.
Quieren hablar con Truman". Truman lloraba, no me dejaba
salir de la habitación. Alrededor de las 9:00 de la
noche salimos hacia la prisión. Alvin Dewey dice que
fuimos en dos autos. Yo sólo recuerdo que íbamos
con tres de los agentes federales que habían resuelto
el caso. Llovía muy fuerte. Cuando llegamos, Truman
y los federales entraron a ver a Perry y a Hickock y yo me
quedé en la sala de espera. De repente, después
de 20 minutos, se abrió una puerta y Truman me hizo
señas de que entrara urgente. Me presentó a
Perry y a Hickock, que estaban esposados. El asistente del
director de la prisión cayó sobre mí
antes de que atinara a decir nada. Nunca voy a olvidar a ese
tipo. Medía cerca de 2 metros y pesaba 50 kilos. Decían
que estaba muriendo de cáncer, pero que quería
seguir el caso hasta el final. Estaba hecho una furia. Fue
simplemente horrendo. En cuestión de minutos todos
partieron rumbo al galpón. Hubo un intervalo de una
hora entre el ahorcamiento de Hickock y el de Perry. Cuando
Truman reapareció eran alrededor de las 2:00 de la
mañana.
|
Biografía
(c)oral": una serie de voces conforman una suerte
de continuidad coral que va hilando un relato.
|
Charles McAtee:
El director de la prisión pensaba que los tipos iban
a la horca sin mostrar absolutamente ningún remordimiento,
y que eran animales. Yo no estaba de acuerdo con eso. Esas
dos personas que ejecutamos no eran las mismas personas que
cometieron el crimen. Sigo creyendo en la pena de muerte.
Sólo estoy diciendo que esas dos personas habían
aprendido bastante de ellos mismos en los cinco años
que pasaron esperando el cumplimiento de la sentencia. Dejamos
que se despidieran uno del otro antes de llevarnos a Hickock.
El director, el médico y yo fuimos en otro auto. Era
pavoroso; nunca voy a olvidarlo. En total, éramos como
veinte personas. Sin sillas. Todos estábamos parados.
No como hoy en día, con la silla eléctrica o
las inyecciones letales, y esa platea para las visitas y los
testigos. Esto era realmente un galpón; ni siquiera
tenía piso de concreto, sino de tierra. Entraron a
los dos hombres por separado, después de su primer
viaje en auto en cinco años. Hickock fue el primero.
No me acuerdo cómo se decidió eso. Tiraron una
moneda, o quizá fue por orden alfabético. El
director de la prisión leyó la sentencia de
muerte que determinaba que el 14 de abril después de
la medianoche debían ser colgados por el cuello hasta
que murieran. Por supuesto, no estaban encapuchados todavía.
El alcalde preguntó si querían decir sus últimas
palabras.
Alvin Dewey: Hickock dijo algo así como que
iría "a un lugar mejor" y que esperaba que
la gente lo perdonara. Le pusieron la capucha, y después
el lazo corredizo alrededor de su cuello. Estaba parado en
una plataforma pequeña que se liberaba por una palanca.
Había visto a un montón de gente morir en mi
vida, pero nunca así. No sabía cómo me
iba a sentir al respecto. Así que me apoyé en
una pila de madera que había a un costado, por si necesitaba
apoyo. Truman estaba a mi lado. El capellán leyó
el padrenuestro y el verdugo tiró de la palanca.
James Post (capellán de la prisión):
Subimos los escalones juntos, Perry y yo. Estaba masticando
chicle. Arriba, en el patíbulo, dejó de mascar
y miró alrededor como con culpa... me miró fijo,
como si yo fuera su padre, y yo me acerqué para que
pudiera escupir el chicle en mi mano.
Alvin Dewey: En A sangre fría, Truman dice que
yo cerré los ojos, cosa que no es cierta. No lo hice.
Había visto esto desde el principio y lo iba a ver
hasta el final. Después de ver cómo había
quedado la más pequeña de los Clutter, podría
haber tirado de la palanca yo mismo.
|
En el vuelo de
vuelta a Nueva York, después de las ejecuciones,
Truman me agarró la mano y lloró casi
todo el viaje.
|
Charles McAtee:
Cuando cae el piso de la plataforma hay un clang estridente
y el cuerpo cae como un peso muerto. Están como empaquetados
por un arnés de cuero, que es como un chaleco de fuerza,
que los mantiene rígidos como una tabla. Suben los
escalones encadenados. Los grilletes son lo suficientemente
flojos como para que puedan subir, por supuesto. Después
se los sacan de las piernas y les atan los tobillos. El arnés
mantiene la columna rígida y las manos a los costados,
pegadas a los muslos. Cuando el cuerpo cae no se balancea.
Apenas rebota un poco, la cabeza inclinada hacia un costado.
Cae y eso es todo. El cuello ya está roto. Creo que
la horca es uno de los métodos de ejecución
más humanos, si está bien hecho. La fuerza de
la cuerda y el largo tienen que estar determinados de antemano,
según el peso del individuo. Teníamos un capitán
que había participado en las ejecuciones de los criminales
de guerra nazis después de los juicios de Nuremberg.
El hizo los cálculos matemáticos. No recuerdo
que nadie dijera nada hasta el momento en que llegó
la ambulancia y los descolgaron.
James Post: Perry y Dick fueron enterrados en las parcelas
de los prisioneros. Estas parcelas estaban originalmente dentro
del perímetro de la prisión, y los visitantes
(si es que había alguno) tenían que pasar junto
al chiquero de la granja del penal para llegar. Ahora están
en un cementerio a cuatro millas de la prisión, en
Leavenworth. Tienen sus lápidas... creo que las pagó
el mismo Truman. Pero nadie vino al funeral, cuando se los
trasladó. Pocos años después recibí
una llamada de la ex mujer de Dick Hickock. Me dijo que su
hijo estaba leyendo A sangre fría, como en tantos colegios
secundarios, y el chico había sumado dos más
dos. A pesar de que su madre se había vuelto a casar
y él llevaba el apellido de su padrastro, de repente
entendió con toda claridad que Dick Hickock era su
padre.
Tiró el libro al suelo y salió corriendo a la
oficina del director, y se derrumbó ahí. Su
madre me dijo: "Rick descubrió quién fue
realmente su padre. Tenemos miedo de lo que pueda hacer".
Así que fui hasta allá para contarle al chico
cómo había conocido a su padre. No minimicé
el hecho horrible que había cometido. Pero sí
le dije que su padre no era el demonio sexual en el que Capote
había querido convertirlo, cuando dice que trató
de violar a la pequeña Clutter antes de matarla. Le
dije que había varias mentiras en el libro, cosas que
no sucedieron, que Capote puso allí para mejorar la
historia. El chico solamente dijo: "¿Me llevaría
a conocer la tumba de papá?". Fuimos en mi auto
desde su casa hasta el cementerio. Lo conduje hasta el sector
de las parcelas de prisioneros. Las dos tumbas estaban juntas.
Mientras nos acercábamos noté algo realmente
extraño: las lápidas no estaban. Alguien se
las había robado.
Joe Fox: En el vuelo de vuelta a Nueva York, después
de las ejecuciones, Truman me agarró la mano y lloró
casi todo el viaje. Me acuerdo que pensé cuán
extraño debíamos parecer a los demás
pasajeros: dos hombres grandes de la mano, uno de ellos sollozando.
No pude leer ni nada, con Truman agarrado de mi mano. Sólo
miré para adelante durante todo el viaje.
|
|
|
 |
|
|