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Reflexión
del mes
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Todo
lo que es humano regenera la esperanza al regenerar su
vivir; no es la esperanza lo que hace vivir, es el vivir
lo que hace la esperanza, o sería mejor decir:
el vivir hace la esperanza que hace vivir.
(Tierra-Patria)
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Edgar Morin (París, 1921). Filósofo,
sociólogo y político francés de origen judeo-español (sefardí).
Entre sus más de 50 obras de relevancia, se destacan:
El espíritu del tiempo (1966), El paradigma perdido: la
naturaleza humana (1973), Introducción al pensamiento
complejo (1990), Tierra-Patria (1993) y La complejidad
humana (1994). También tiene a su haber, infinidad de
artículos publicados en periódicos y revistas de circulación
internacional |
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No pudo ser más
oportuna la crisis financiera mundial en relación con
nuestros fondos de pensiones. A pesar del daño que la
crisis económica mundial le causa a nuestra economía,
también es sabido que las recesiones son cíclicas
y que vendrán, por lo que no hay que quejarse tanto.
Lo que tienen que hacer los países es estar preparados,
como estaba por suerte Colombia.
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Y digo
por suerte, porque si bien la última caída nuestra
del ciclo económico en 1998-99 dejó bastantes
lecciones, en otros aspectos nos salvamos gracias
al encierro de nuestra economía. O por suerte, como en
pensiones, observación que debe llevarnos a reflexionar
profundamente sobre nuestro régimen pensional.
Por suerte, porque hace poco menos de un año, meses antes
que asomara la crisis financiera mundial, ya se discutía
en el Congreso una reforma financiera para liberalizar las inversiones
de los fondos de pensiones, de manera que éstos estuvieran
en capacidad de ofrecer portafolios de mayor rentabilidad y
también de mayor riesgo. La propuesta consiste en crear
un sistema Multifondos, que permitiría tomar
portafolios con mayores riesgos para personas más jóvenes,
y de riesgos bajos para quienes estén próximos
a pensionarse. Es un sistema que exigiría mayor conocimiento
y decisión de los cotizantes, aunque en Colombia ni siquiera
los profesionales a veces entienden la diferencia entre régimen
de ahorro programado y prima media; por supuesto esa iniciativa
no apareció de la nada en la mente de congresistas y
del gobierno. Era, en ese momento, una respuesta lógica
para las bajas rentabilidades de los fondos privados y la preocupación
de su baja competitividad frente al viejo régimen de
prima media. ¿De que otra manera se enfrentaría
la comparación de pensiones que se estima apenas superarán
mesadas equivalentes al 35% ó 40% del valor de los aportes
en el régimen de ahorro programado, mientras el régimen
de prima media hace una promesa del 65% y 13 mesadas al año?
Todo un dolor de cabeza aún sin respuesta, así
como el hecho concreto de que en éste régimen
de ahorro el cotizante corre con los mayores riesgos, independientemente
de la rentabilidad a que tienen derecho los bancos, según
las normas vigentes.
¿Qué hubiese pasado si la crisis se demora 3 o
4 años y asimismo se hubiese desarrollado un mayor portafolio
de inversiones riesgosas? ¿Habrían sido tan conservadores
en sus inversiones los fondos como lo fueron hasta hace poco,
gracias al régimen anterior? Es poco probable, porque
al fin y al cabo en nuestro sistema los riesgos los corren los
cotizantes, mientras que las ganancias benefician a los bancos.
No cabe duda que en este caso hay que darle un gran aplauso
al Ministerio de Hacienda y especialmente a unos funcionarios
que en el sector a veces criticamos mucho, y que prefiero abstenerme
de nombrar directamente. Pero también hay que decirles
que se pongan a pensar, porque esta crisis financiera sería
otra cosa muy distinta con una afectación de los fondos
de pensiones, de sólo imaginar todos los problemas en
que estaríamos. Una lección para muchos que infortunadamente
invirtieron por largos años en fondos de ahorro voluntario,
a manera de pensiones ó ahorro para la universidad de
los hijos, en bancos e inversiones en el extranjero, y que ahora
no saben de su plata, ni de la rentabilidad prometida, y ni
siquiera del recurso para acudir a la justicia en Colombia.
Es hora también de volver a analizar la situación
del régimen pensional, porque si bien es cierto que el
sistema de ahorro programado tiene unos riesgos financieros
y se proyecta con mesadas inferiores a las del régimen
de prima media, no es menos cierto que las proyecciones de sostenibilidad
de este último régimen se parecen más bien
a las de una pirámide. Nadie sabe hoy en concreto como
se pagarán esas promesas dentro de 15 ó 20 años,
o si se tendrán que reducir las pensiones consolidadas,
de donde saldrá la plata ó qué se va a
hacer. Es un hecho que la economía nuestra no crece a
un ritmo que permita absorber semejantes promesas y que la bomba
pensional sigue su cronómetro.
Entre tanto, debe avanzarse en cosas como respaldar la creación
de una Corte Financiera Internacional y mecanismos para conocer
mejor el destino de los recursos una vez que salen del país.
El crimen financiero de Madoff enseñó algo nuevo:
el problema de hacer auditoría ó reclamación
judicial cuando un ahorrador deposita dinero en otro país
a un intermediario y este reinvierte en otro país y así
sucesivamente, quedando estas transacciones sujetas a 4 ó
más jurisdicciones de países, con legislaciones
distintas. Se requiere tanto una instancia judicial internacional
como mayores controles y supervisión. Puesto que no existe
una suerte de Superintendencia Financiera Mundial,
es muy difícil estar seguros de que la liberalización
de las inversiones en el extranjero será razonablemente
riesgosa. ¿A quién acudir entonces? ¿Cómo
manejar mejor los riesgos y los recursos de los colombianos
en este contexto? Es momento de preguntárselo ahora que
seguramente se discutirá de nuevo la propuesta de una
reforma financiera que toca un aspecto crucial de los regímenes
de pensiones, como la seguridad. Como suele suceder, con una
mínima participación calificada de los usuarios
y una gran fortaleza de los bancos, que de suyo tienen otros
intereses distintos que los de los afiliados . |
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Bioética
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La legalización de la eutanasia que la Primera Comisión
del Senado propuso el pasado 16 de septiembre (2008) en el «Proyecto
de Ley estatutaria 44 de 2008 Senado», por el cual se
reglamentan las prácticas de la Eutanasia y la Asistencia
al suicidio en Colombia, el servicio de cuidados paliativos
y se dictan otras disposiciones, es un asesinato legal y una
contradicción jurídica: eliminar viejos inútiles,
enfermos terminales y, en determinados casos, apropiarse de
sus bienes. Aunque se enmascare con palabras bonitas: «muerte
digna», «muerte dulce», «no sufrir»,
«respeto de la dignidad», es un verdadero crimen. |
No hay ninguna duda en el ámbito científico,
moral, político ni religioso sobre el hecho de que
cuando la medicina no puede proporcionar la curación,
lo que tiene que hacer es aliviar el sufrimiento y el dolor
de los pacientes, no suprimirlos. El remedio de una enfermedad
no es matar al enfermo. Ni siquiera porque él lo pida.
El enfermo no desea la muerte, lo que desea es dejar de sufrir.
Por eso se le pueden y se le deben administrar toda clase
de paliativos del dolor. Incluso los que pueden indirectamente
acelerarle la muerte, pero sin intención de matarle,
como son aquellos que su acción primaria es analgésica,
y el efecto secundario no querido, es el acelerar la muerte;
en cambio, la eliminación voluntaria y directa del
enfermo es eutanasia. Lo que sí es lícito, y
además un deber ético y social, es evitar el
encarnizamiento terapéutico, que se define como el
uso de medios desproporcionados y ya inútiles para
el enfermo. Es decir: se pueden retirar o no dar al enfermo
todos esos medios a él ya desproporcionados, inútiles
y que prolongan su agonía, más que ofrecerle
elementos de mejora. Lo que nunca se puede hacer, por respeto
a su dignidad de persona, es negarle o privarlo de los medios
a él proporcionados según la situación
y según el nivel sanitario del país en ese momento.
La eutanasia es un atentado mortal a la dignidad de la persona
humana sobre la que se funda el Estado colombiano, según
lo expresa el pacto constitucional. Es siempre un crimen,
también cuando se practica con fines piadosos y a solicitud
del paciente. La principal expresión del respeto de
la dignidad de la persona, no es sólo el respeto de
su autonomía (la decisión hecha por ella), sino
el respeto del bien objetivo contenido en dicha decisión,
o el evitar el mal objetivo contenido en la decisión.
Para que esta decisión sea auténtica y digna
de ser respetada por el médico y la sociedad, es necesario
que no contradiga el bien primario del enfermo, que es la
vida. Eliminada la vida se pierden todos los valores. La libertad
está intrínsecamente unida a la verdad, y no
hay auténtica libertad fuera de la verdad. Disociarlas
es poner las premisas de comportamientos arbitrarios e inicuos.
Por eso la eutanasia propuesta por el proyecto de ley de la
Primera Comisión del Senado es la supresión
de un ser humano, la eliminación del primer valor que
tenemos: la vida, la violación del fundamental principio
constitucional de nuestro país: la dignidad de la persona
humana.
Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente,
sea anciano, enfermo incurable o agonizante. Ninguna autoridad
puede imponerlo o permitirlo. Se trata de una violación
a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la
vida, de un atentado contra la humanidad. Los derechos fundamentales
no se consensúan, ni se conquistan: se tienen y se
defienden. La vida es un don y, si se quiere, el derecho fundamental,
que jamás puede estar sujeto al consenso de una mayoría
parlamentaria. Un Estado democrático y social tiene
el deber de proteger a los más pobres e indigentes,
como son los discapacitados, los ancianos o los enfermos terminales.
Cuando el Estado, en vez de proteger a los más débiles,
da cobertura legal a su muerte, se transforma automáticamente
en un Estado totalitario, los fundamentos de la convivencia
se quiebran y surge una sociedad de la muerte, una auténtica
«tanatocracia».
También cuando se practica por sentimiento de piedad,
la eutanasia viola la dignidad de la persona humana. Monstruosa
aparece la figura de un amor que mata, de una compasión
que elimina a quien sufre, de una filantropía que se
entiende como liberación de la vida de otro porque
se ha convertido en un peso, de una compasión selectiva
y eugenésica que no cura, sino que discrimina. El amor
verdadero es siempre presencia, cercanía, apoyo; no
es supresión, huída.
La legalización de la eutanasia en Holanda creó
un fuerte problema social, porque se perdió la confianza
en los hospitales y motivó que los ancianos no quieran
ir al hospital ante el temor de que se les administre una
inyección letal. Por eso se fundó una organización,
la NPV, que tiene cerca de 100.000 afiliados que llevan una
tarjeta donde dice que el portador no quiere ser ingresado
en un hospital.
El «Proyecto de ley estatutaria» del Senado de
Colombia ampararía muchas otras barbaridades, no sólo
éticas, sino económicas y sociales: por ejemplo,
se podría comprar un coche con el dinero del seguro
del enfermo al que se aplica la eutanasia. Detrás del
«para que no sufra», puede esconderse el «porque
para mí es molesto; me da compasión; me lo quiero
quitar de encima». Se daría también el
caso de otros enfermos desesperados, porque aunque se ha hecho
por ellos todo lo que es razonable hacer, piensan que se les
aplica la eutanasia. Además empujaría a las
políticas sociales hacia posturas extremas que violentan
la conciencia de muchos colombianos. La objeción de
conciencia por parte de los médicos puede quedar así
borrada de la normativa vigente, a la hora de tomar la decisión
sobre el final de la vida. El «Proyecto de ley estatutaria»
no prevé dicha objeción de conciencia y los
médicos se verían penados si no se atienen a
los mandatos gubernamentales.
La muerte digna no es matar al enfermo sino ayudarle en ese
momento. Los enfermos necesitan verse bien tratados, estimados,
acompañados. Nunca he visto un paciente, en situación
terminal, que no se agarre a la vida con todas sus ganas.
Sus ojos no han mirado nunca con desdén hacia el trabajo
terapéutico y de acompañamiento. El enfermo
necesita, además y sobre todo, motivación en
su dolor. La aceptación del dolor es una actitud madura
frente a una enfermedad que no se puede superar, o a una muerte
que viene inexorablemente al encuentro. También quien
sufre de este modo puede realizarse a sí mismo y vivir
la propia dignidad de persona. Los sacrificios motivados se
hacen con gusto. Donde se ama no se sufre, y si se sufre se
ama el sufrimiento que el amor procura. Por eso la Conferencia
Episcopal Española redactó un «modelo
de testamento vital» que, entre otras cosas, dice: «El
que suscribe pide que no se le practique la eutanasia activa,
ni se le prolongue irracionalmente el momento de morir, sino
que en caso de muerte desea la compañía de sus
seres queridos».
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano
de Bioética -Cecolbe-
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