MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 10    No. 131 AGOSTO DEL AÑO 2008    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

Reflexión del mes



“El hombre tiene dos tercios
de animal y un tercio de misterio”.
Eduardo Sarué. Antropólogo etno-botánico chileno, graduado en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Profesor de Antropología médica y Etno-botánica UAHC y Universidad Bolivariana, Chile.
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El querer ser de un
profesional llamado médico

Ricardo Restrepo Guzmán, MD - Corresponsal en Nueva York, Estados Unidos
Para cualquier ser humano es indispensable tener acceso a algún tipo de actividad diferente a la que uno normalmente está dedicado. Como médicos y profesionales de la salud, nos vemos expuestos a una infinidad de dilemas en nuestra vida cotidiana que nos llevan a cuestionar quienes somos y a dónde queremos llegar. Tarde o temprano, el hacer o el dejar de hacer algo repercutirá en lo que somos como individuos, dentro de una profesión que demanda una reflexión constante de lo que significa el equilibrio.
La perfección, el conocimiento y la disciplina son claves en el desarrollo de cualquier profesión u actividad de la persona. Pero muchas veces creemos que estos tres pilares solo se deben centrar en el aspecto profesional, sin tener en cuenta que para ser médicos necesitamos de una combinación incesante de estos tres elementos sumados a la curiosidad de acercarnos más a lo que somos y a lo que nos rodea. Muchas veces, dejar ese halo de omnipotencia que se asocia con la figura del médico, sería beneficioso para cada uno de nosotros. Pero en una profesión como la nuestra no se pueden reflejar debilidades, pues nos enseñaron a ser fuertes y a no sucumbir ante ningún obstáculo. Así empezamos a desconectarnos de esa cotidianidad que nos lleva a pensar que estamos perdiendo el tiempo si no podemos ser lo que somos: médicos. La medicina es un arte y es ahora cuando deberíamos recordar que si para ser médico se necesita ser artista, para ser artista se necesita ser más humano.
No quiero decir que en nuestra profesión no exista el derecho a tener pasión por lo que hacemos, pero no debemos olvidar que podemos continuar descubriendo nuevos intereses y a la vez desempeñar nuestro arte con conciencia y dignidad como se menciona en el Juramento Hipocrático.
Durante mi carrera he conocido grandes deportistas, artistas, escritores, y muchos seres humanos con alguna aptitud o dote especial que al ingresar a la Facultad de Medicina se ven en la disyuntiva de cambiar, pues se enfrentan a la duda de si se puede ser médico continuando con lo que han sido hasta entonces. Esta aventura de convertirse en médico se relaciona frecuentemente con la decisión de dejar a un lado el tiempo personal para poder ser profesional.
En un estudio realizado por la Facultad de Medicina en la Universidad John Hopkins en Baltimore, en el cual se entrevistaron residentes de 7 especialidades, se evidenció que el médico se prepara para tener un agotamiento extremo durante su residencia, aceptando y adoptando un desequilibrio temporal entre aspectos de su vida personal y profesional. Los médicos entrevistados definen bienestar como un balance en estos dos aspectos, pero a su vez consideran la educación médica como la base central para su realización personal, y están dispuestos a pagar con el sacrifico personal, aún si esto significa perder temporalmente el sentido de su identidad.
¿Es esto acaso un reflejo de lo que por generaciones se ha repetido en nuestra profesión? Es el de decirnos a nosotros mismos que podemos tener varias actividades, pero con la conciencia de que no se pueden hacer al mismo tiempo. Esto es lo que nos lleva a un momento en que pondremos en tiempo de espera lo que nos define como personas, incluyendo: tiempo con nuestros hijos, hacer ejercicio, pintar, jugar fútbol, tocar nuestro instrumento musical, leer, etc. Todo esto para lograr ser médico y alcanzar esta prometida y diferida satisfacción.
Esta decisión tiene sentido y es gratificante al iniciar nuestra carrera. Pero lo que se asumía como temporal para lograr una perfección en ese proceso de entrenamiento médico, se torna en una constante que para muchos es difícil cambiar.
Al persistir ese desequilibrio, el crecimiento profesional no es suficiente para la mayoría de los médicos. En el estudio mencionado, los que se definen como más felices son aquellos que mantienen actividades familiares, personales y de esparcimiento, quizás no al mismo grado que antes de iniciar la residencia, pero que logran mantener vivas esas otras actividades. Los residentes que no lograron encontrar este balance están en riesgo de agotamiento extremo, depresión u otras formas de estrés. Aunque pueden mantener su trabajo adecuadamente, en ellos se reflejan momentos de impulsividad, irritabilidad o decisiones médicas atemporales con sus pacientes.
Este estudio no es solo un reflejo de lo que sucede con los residentes en Estados Unidos, sino también de lo que se vive en nuestro país. Además en un sistema donde el profesional de la salud se siente ultrajado, irrespetado y abusado por los mercaderes de la medicina, se corre el riesgo de que el haber dejado a un lado el balance de su ser conlleve a frustraciones que se reflejarán en todo ámbito o círculo de vida.
Miremos a nuestro alrededor: aquel estudiante de medicina, simpático, inteligente y con una curiosidad por otras actividades pero que no tuvo un mentor de vida, tendrá la expectativa de que más tarde podrá decidir retomar sus otros intereses. El internado llega y piensa que en el segundo año todo va a ser mejor. Luego se culmina la residencia y cree que todo mejorará y que finalmente encontrará un balance en la vida. Después vendrá la graduación y ya para cuando esté practicando, habrá postergado ese bienestar para la hora del retiro.
No dudemos en que como médicos necesitamos meditar una y otra vez hacia donde queremos orientar nuestras vidas. Permitámonos sentir, dudar y pensar. Esto nos dará facultades para tener empatía, compasión y cuidado con nuestros pacientes, cualidades que no vienen en los libros pero que están íntimamente ligadas a nuestro espíritu. Así, podremos entender que en el querer puede estar el balance en nuestras vidas. Al final, esta inversión en ser más humanos se reflejará en nuestros pacientes, pues podremos afirmar que el ser profesional no implica dejar a un lado lo que somos.
 
Medicina Basada
en la Prudencia -MBP-

Carlos_Alberto_Gómez_Fajardo, MD
Con frecuencia se hace referencia a la necesidad del análisis prudencial de situaciones clínicas concretas, en especial cuando éstas se presentan en los espectros de la máxima dificultad, tanto en los procedimientos diagnósticos como en las propuestas terapéuticas en circunstancias de complejidad tecnológica. En esta era en que la medicina evolucionó hacia una alta especialización e “instrumentalización”, es minuciosa la capacidad de medir o cuantificar con asombrosa precisión determinadas realidades objetivas.
Basta ver los innumerables patrones de medición de datos y parámetros fisiológicos, bioquímicos, hematológicos, cardiovasculares y de funcionamiento de diversos órganos y sistemas, que se lleva a cabo de modo rutinario en los pacientes que han ingresado por diversas razones en Unidades de Cuidados Intensivos.
El paradigma contemporáneo de tan alta intervención mediada por la tecnología, hace parte del incremento exponencial de la disponibilidad de las ayudas tecnológicas útiles en la interpretación de las realidades clínicas del paciente concreto. Karl Jaspers, uno de los más destacados pensadores médicos del siglo XX, ya lo había comentado en su significativa obra La práctica médica en la era tecnológica: “… Cuanto mayor el conocimiento y la pericia científicos, cuanto más eficiente la aparatología para el diagnóstico y la terapia, más difícil resulta encontrar un buen médico, tan sólo un médico”. El psiquiatra y pensador alemán escribía esto a finales de la década de los años cincuenta del siglo pasado.
Por otra parte, no es de extrañar la actual preocupación social y política acerca del exponencial incremento de los costos de la atención médica y de la necesidad de intervenir en ello por diversos mecanismos: auditoría, normatización de las prácticas, medidas regulatorias, “managed care”. A la gran complejidad de la práctica clínica se añade un innegable deterioro del panorama en el aspecto jurídico, que cada vez interviene con mayor peso en la relación médico-paciente en un entorno en que la “autonomía” del segundo a veces quisiera aniquilar la del primero. Estos son problemas existentes en ambos mundos, en el de la avanzada económica y tecnológica, y en el que se encuentra en vía de desarrollo; es una constante global.
No obstante lo anterior, tiene validez el compromiso con el “non nocere” hipocrático, como principio rector de la práctica clínica contemporánea. El médico con capacidad de discernimiento ético -diferenciación entre el bien y el mal de acuerdo con escalas racionales de valor, y por supuesto, con elección deliberada, libre y consciente del bien como opción-, está en capacidad de poner mucho de su parte para promover y favorecer el bien del paciente. Existe el peligro de caer en la confusión del concepto “salud”, con el de “venta de tecnologías médicas”. Estos son dos temas bien diferentes, comercial el uno, de rango antropológico el otro. La realidad de enfermar es un dato de orden existencial. La historia clínica constituye un “relato pato-biográfico”, abarca la condición existencial de ambos (médico y paciente), y supone en toda su entidad la presencia entre ellos de una relación de carácter interpersonal. Por otro lado, está la realidad constantemente presente de la iatrogenia, el abuso comercial de determinadas tecnologías y modas, y la poderosa influencia del “marketing” y de los medios masivos de comunicación en el tema del consumismo en aspectos sanitarios. Es cierto que la amenaza del encarnizamiento terapéutico y la pérdida del sentido de la proporcionalidad terapéutica existen, y van de la mano de una hipertrófica “medicalización” de la vida cotidiana.
Tiene especial importancia el ejercicio de la “phrónesis”, la clásica virtud de la prudencia para el discernimiento de lo que es bueno y malo por arte del médico tratante. Es básica la confianza del paciente en ese compromiso por parte de quien lo trata. Este concepto es aplicable también para equipos e instituciones en las cuales el manejo interdisciplinario es una condición pareja al nivel de complejidad e intromisión instrumental. La medicina basada en la prudencia afirma la fidelidad al “ethos” hipocrático: “primum non nocere”. De ella se habla poco y debería ser motivo más frecuente de consideración en las cátedras de las diversas especialidades.
 
  Bioética
¿Cuándo se es madre asesina?
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
Si la descomposición moral de una persona o de una sociedad se mide por lo horrible de los crímenes y la frecuencia de los mismos, no podemos ocultar la gravedad de nuestra realidad nacional y contentarnos con manifestaciones externas vehementes, conmovedoras, pero que pronto se olvidan ante hechos de similar magnitud en otras áreas.

Hace pocos meses el país entero se manifestó aterrado y avergonzado por la muerte del niño Luis Santiago asesinado por su padre, y recientemente, quizás con más dolor por ser la madre la asesina del hijo de pocos días de nacido, se repiten con expresiones de rechazo y con el clamor de justicia y de ira contenida las marchas de solidaridad en defensa de los niños contra estos progenitores homicidas y mentirosos, pues en ambos casos lloran y suplican -con cirio encendido en sus manos el padre de Santiago- para que quien secuestró a su hijo lo devuelva sano y salvo, cuando ellos saben con certeza donde está el cadáver y quien le arrebató la vida. Humanamente, lo único de mayor gravedad que estos asesinatos, sería la indiferencia de la comunidad ante conductas tan abominables.
Pero estos crímenes se repetirán si no analizamos con sinceridad y honestidad, así nos cueste reconocerlo, que en nuestros principios culturales se han introducido conceptos que restan todo valor al ser humano y a su existencia en cualquiera de las etapas de su desarrollo y que, por lo tanto, puede sacrificarse con la misma y a veces con más impavidez que cuando se elimina la vida de un animal irracional, de una mascota. Las mismas Instancias nacionales han resuelto que matar al hijo no nacido es una acción no punible y, sin embargo, se pide el máximo castigo para quien lo asesina fuera del vientre materno. ¿Podrá alguien demostrar con una verdadera antropología que en la etapa de desarrollo intrauterino ese ser no es el vástago humano, fruto de la unión de un óvulo y un espermatozoide de la especie humana, y en cambio sí lo es cuando ha nacido? Los partidarios del aborto dicen que en esas primeras etapas es sólo un montón de células -criterio que manipulan con doble moral-, pero es que un motón de células somos siempre, pero un montón de células que ontogénicamente son elementos fundamentales de la estructuración esencial del ser humano, estructuración que no es posible cambiar ontogénicamente. Es de advertir que esta imposibilidad de cambio estructural no es condición exclusiva del ser humano, sino propiedad de todas las especies vivas. Nuestra legislación permisiva y falsamente humanitaria es responsable de esta desvalorización del ser humano y del desprecio por el hijo, cualquiera sea la condición de su gestación.
El respeto incondicional y sumo por el ser humano desde la concepción hasta su muerte natural no es un concepto religioso como lo enseñan falazmente los abortistas y los partidarios de la eutanasia, sino un principio fundamental de toda antropología que merezca llamarse así. Es el respeto incondicional al ser inteligente, racional, libre y por lo tanto responsable de realizar su existencia con sentido humano y humanitario en medio de la comunidad en la cual convive.
La enseñanza de este respeto necesariamente debe iniciarse en el hogar, no sólo con las palabras sino especialmente con el ejemplo y continuarse en todas las instituciones educativas, incluyendo dentro de éstas los medios de comunicación de masas. Pero menguado será el resultado, o totalmente malogrado, si desde las instancias nacionales se sigue proclamando la impunidad a quien asesina al hijo sin nacer y castigando a quien lo hace después de nacido, creando así confusión y autorizando a la madre a decidir si su hijo debe morir o puede vivir.
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

 
 











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