MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 10    No. 132 SEPTIEMBRE DEL AÑO 2008    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

Reflexión del mes

“Los doctores son hombres
que prescriben medicinas que conocen poco,
curan enfermedades que conocen menos,
en seres humanos de los que no saben nada”.
Voltaire (1694-1778). François-Marie Arouet, quién se dio a sí mismo el seudónimo de Voltaire, fue uno de los intelectuales franceses más polifacéticos e importantes del Siglo de las Luces. Escritor y filósofo, fue uno de los principales representantes de La Ilustración, período en que se enfatizó el poder de la razón humana, la ciencia y el respeto hacia la humanidad. Dejó una obra literaria heterogénea y desigual, de la que resaltan sus relatos y libros de polémica ideológica. Como filósofo, Voltaire fue un genial divulgador, y su credo laico y anticlerical orientó a los teóricos de la Revolución Francesa.
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Lapidación mediática contra la mujer
… “La mujer ha conocido el odio de los inquisidores que a nombre de la santa madre iglesia condenaron su cuerpo a su servicio y a las infames llamas de la hoguera”… Sería de esperar que en pleno siglo XXI, siglo del conocimiento, del desarrollo del hombre y del respeto por los derechos humanos, todas las formas de discriminación contra la mujer fueran cosas del pasado.

Para vergüenza nuestra, en la Medellín de hoy la lapidación no ha desaparecido, simplemente se ha transformado, se ha nutrido de las nuevas tecnologías de la información y ha renacido bajo la forma de lapidación mediática, lapidación en contra de un proyecto que busca proteger la salud y promover el bienestar de las mujeres de la ciudad. La Clínica de la Mujer es un proyecto de la actual administración municipal que busca dar respuesta integral a las necesidades más sentidas de la salud de las mujeres como son la promoción de la salud, la prevención de la enfermedad y en especial de todas las formas de violencia conocidas y practicadas en nuestro medio. Este proyecto ha recibido todo tipo de ataques liderados por el periódico El Colombiano y algunos de sus columnistas, y todo por el hecho de que en esta institución, además de muchos otros servicios, se practicarán interrupciones voluntarias de embarazo o mejor como prefieren llamarlo sus enemigos, abortos en los casos especiales despenalizados por la Corte Constitucional colombiana en la Sentencia C-355 de 2006.
Para ubicarnos en la problemática, demos un rápido vistazo a la situación mundial de las mujeres sometidas a aborto inseguro:
De los 42 millones de embarazos que se terminan voluntariamente cada año en el mundo, aproximadamente 20 millones se realizan por fuera de los sistemas de salud y son por lo general, abortos inseguros, es decir, practicados por personal no capacitado o en condiciones inadecuadas. Por esta razón, el aborto inseguro es considerado una pandemia de carácter prevenible.
Son las mujeres pobres de países en desarrollo quienes pagan con su vida la carencia de condiciones y de capacitación del personal de salud responsable de su atención. Las complicaciones del aborto inseguro, como la hemorragia y la sepsis, se encuentran entre las primeras causas de mortalidad materna; en cambio, en los países industrializados, el aborto legal practicado en instituciones habilitadas y por personal idóneo, es un procedimiento seguro con menos de una muerte por 100.000 procedimientos.
En los países pobres hasta el 50% de los recursos destinados a la atención de salud sexual y reproductiva se dedican a la atención del aborto inseguro; además, las complicaciones del mismo tienen un costo social imposible de cuantificar en dinero: la pérdida de un miembro productivo de la sociedad, en muchos casos la cabeza de la familia, un número importante de niños huérfanos expuestos a mortalidad infantil, desnutrición, analfabetismo, violencia, abuso sexual y esclavitud laboral.
Se afirma que la atención de las complicaciones del aborto inseguro ocupa el segundo lugar en el uso de los recursos para la atención obstétrica en países en desarrollo. Cada año, 5 millones de mujeres en el mundo son hospitalizadas por complicaciones del aborto inseguro y 220.000 niños quedan huérfanos como consecuencia del mismo. La OMS considera que el 2% de las mujeres que se someten a un aborto inseguro quedan infértiles luego del procedimiento. De las 66.000 muertes maternas como consecuencia de aborto inseguro en el mundo, 98% ocurren en países en desarrollo y 28% corresponden a mujeres de 20 a 24 años.
Casi todas las muertes por aborto inseguro son prevenibles si el procedimiento se realiza en condiciones de seguridad y por personal entrenado, con infraestructura adecuada, vigilancia del cumplimiento de la norma. Cuando estas condiciones están garantizadas, la mortalidad por aborto es de 1.7 por 100.000 procedimientos realizados durante el primer trimestre de la gestación. Por estas razones, la ONU en su Asamblea General de 1999 consideró que “en circunstancias donde el aborto no sea ilegal, los sistemas de salud deben entrenar y equipar a los proveedores de los servicios de salud y tomar otras medidas para asegurar que los abortos sean seguros y accesibles…”.
No sobra recordarles a los nuevos inquisidores, que el Estado colombiano es laico, que el aborto está despenalizado en Colombia en tres circunstancias especiales, que por ley (resolución 4905 del 14 de diciembre/2006), es “deber del Estado garantizar la provisión de servicios de salud seguros y definir los estándares de calidad que garanticen el acceso oportuno a los procedimientos de Interrupción Voluntaria del Embarazo -IVE-”; que esta obligación cobija a EPS, entidades de medicina prepagada, entidades departamentales, distritales y municipales de salud. Si estas entidades no ofrecen estos servicios con calidad y oportunidad, serán objeto de sanciones.
Es fácil condenar y lapidar a los promotores de la Clínica de la Mujer, cuando no se conoce la triste y desgarradora historia de miles de mujeres que hace algunos años acudieron a las salas de obstetricia de los hospitales de Medellín con severas complicaciones derivadas de abortos provocados en condiciones de inseguridad, y como consecuencia de ello, cientos de adolescentes sometidas a abortos inseguros en clínicas clandestinas o en bodegas de farmacias, salían luego de varios meses de hospitalización mutiladas, sin útero, sin ovarios como consecuencia de infecciones causadas por la introducción de sondas con alma de alambre con las que les provocaban el aborto o terminaban pagando con su vida por carecer de dinero para pagar un procedimiento seguro como lo hacían los estratos altos de la sociedad antioqueña. Porque así nos duela, el aborto se practica en ricas y pobres, en blancas y negras, en solteras y casadas; la diferencia radica en las condiciones en que se practica y en quien lo hace, y por lo tanto, en las complicaciones que el procedimiento conlleva.
Es bueno recordar que el rostro de las madres muertas por aborto inseguro en Colombia es joven, es pobre, es marginado, y lleva las huellas de una violencia de género que las acompaña por generaciones desde su propia concepción y hasta el último de sus días, y de ello es cómplice una sociedad indolente e hipócrita como la nuestra.
Los huérfanos que dejan estas madres generalmente mueren en la infancia, los más afortunados: los demás se desnutren, son presa de la violencia sexual, de la prostitución infantil, las drogas, la esclavitud laboral o se convierten en insumo para las bandas criminales de todas las pelambres que pululan en nuestra ciudad, o terminan en el abanico delincuencial que les ofrece la sociedad colombiana.
Quienes por más de 25 años hemos visto parir la miseria en la ciudad de Medellín y hemos vivido de cerca las consecuencias sociales del aborto inseguro, le pedimos a los nuevos lapidadores mediáticos responsabilidad en sus escritos y respeto por los derechos de las mujeres, derechos adquiridos luego de años de lucha librada por quienes ustedes de manera despectiva y grosera llaman “feminista sesentudas”. Puede que sesentudas algunas, pero tienen la satisfacción de haber invertido buena parte de sus mejores años en la lucha por la defensa de los derechos de las mujeres, de sus madres, de sus esposas, de sus compañeras y de sus hijas .

 
  Bioética
“Clínica de abortos”
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
Uno espera, como simple ciudadano, que los dineros recaudados por impuestos sean empleados para bien de la comunidad, para lo que se conoce como bienes comunes en beneficio de todos los ciudadanos, al menos de una gran mayoría o de una minoría verdaderamente necesitada que por sus circunstancias exija la solidaridad o la caridad humana.

Ninguna de estas condiciones aparece en la determinación de autoridades municipales en la creación de “La Clínica de la Mujer”, eufemismo para denominar lo que según la descripción de las labores que se adelantarán en dicha clínica, es simple y llanamente una clínica de abortos.
Entonces, ¿será ético, honesto, emplear el patrimonio de la comunidad en la construcción y mantenimiento de una clínica que servirá a unas cuantas personas para satisfacer la difusión de su ideología con el apoyo de las autoridades de turno? ¿Podremos sospechar que detrás de estas determinaciones sólo existe el interés de progresar en la carrera política con el apoyo de los jóvenes que se beneficiarán porque sus aventuras sexuales carecerán de la responsabilidad debida a su propia dignidad humana, a la de su compañero o compañera sexual -mejor aún genital- y a la de la criatura que engendraron irresponsablemente y que luego condenan a la pena de muerte sin que haya cometido ningún delito?
Los interrogantes que plantea el aborto son antropológicos, antes que legales o religiosos. ¿Qué es, ontológicamente, lo que se elimina o suprime? ¿Cuál es el estatuto del embrión humano? ¿Es realmente sólo un cúmulo de células y órganos o posee estructuralmente la condición de ser humano, de persona humana? ¿Cuándo adquiere y por qué razón la calidad de persona humana? La biología y la antropología filosófica nos permiten afirmar que desde la fecundación el nuevo ser, el zigoto resultado de la unión del óvulo y el espermatozoide humanos, es: una realidad humana, una persona humana en acto, que realmente es un “montón de células” -como afirman despectivamente los partidarios del aborto- porque todos lo somos en las diferentes etapas de la existencia, pero un montón de células constitutivas de una persona humana, porque los seres humanos no tenemos cuerpo sino que somos cuerpo, no tenemos espíritu sino que somos espíritu: cuerpo animado o espíritu encarnado.
Es persona en acto, no una persona posible. Realizada la fecundación, el nuevo ser inicia por su propio impulso vital -«autonomía teleológica» o «autonomía intrínseca»- la división en células y, posteriormente, la formación coordinada de los diferentes órganos. La madre le proporciona el ambiente propicio a su desarrollo autónomo, lo que no mengua la dignidad intrínseca e incondicional de ese nuevo ser humano, único, irrepetible, pues todo ser vivo, cualquiera sea la etapa de su desarrollo o maduración, necesita de un ambiente propicio para poder sobrevivir. Si el ambiente es propicio, las primeras etapas de desarrollo del embrión ocurren también en la reproducción asistida, en la reproducción fuera del vientre materno.
La biología nos enseña que desde la concepción, el zigoto o embrión es ser humano porque posee -mejor, porque es- la estructuración genética fundamental y ontogénicamente inmodificable propia del ser humano y no de otra especie, y que expresa su existencia en cada momento según su circunstancia. A este carácter estructural de la persona lo denomina Xavier Zubiri “personeidad” -diferente de personalidad- y nadie puede ser persona si no posee, mejor, si no es “personeidad”. En consecuencia: esencialmente y por naturaleza somos personas desde la fecundación porque estructuralmente somos personeidad desde ese instante. Entonces, ¿qué del tan manoseado concepto de “preembrión” de Ana McLaren? Al respecto enseña Jerôme Lejeune, gran médico y genetista: « […] nuestros colegas británicos inventan el término “pre-embrión”. Esto no existe ni ha existido nunca. No necesitábamos ninguna subclase a la que llamar “pre-embrión”, porque no hay nada antes del embrión. Sólo el espermatozoide y el óvulo, eso es todo».
El rechazo ético al aborto voluntario no es religioso en el sentido de confesión religiosa, como lo expresan los abortistas, sino antropológico, de convicción de respeto al ser humano. Ya en el Juramento (Hórkos) llamado Hipocrático
-finales del siglo V- se proclama en el voto IV: «No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal, ni haré semejante sugerencia. Igualmente tampoco proporcionaré a mujer alguna un pesario abortivo. En pureza y santidad mantendré mi vida y mi arte»
Me pregunto: cuándo presenten públicamente cuenta de su gestión administrativa, los promotores de “La Clínica de la Mujer” dirán con toda franqueza cuántos seres humanos han asesinado en el vientre materno; asesinado, porque según el Diccionario de la Real Academia, asesinar es «matar a una persona con premeditación, alevosía, etc.», que es lo que ocurre en cada aborto voluntario.
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

 
 











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