MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 10    No. 135 DICIEMBRE DEL AÑO 2008    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

Reflexión del mes

"La profundidad, la abundancia y sobre todo el arcano misterioso de lo real, sólo se descubre al espíritu respetuoso".
Dietrich von Hildebrand (Florencia, 1889 - New Rochelle, 1977). Filósofo alemán. Hijo del escultor Adolf von Hildebrand y profesor en Munich y en Nueva York (desde 1931), fue influido por Scheler y por Husserl. En 1914 se convirtió al catolicismo, siendo su ideal permanente de vida una búsqueda profunda de la transformación de la humanidad para Cristo; la naturaleza y el valor del amor humano y religioso son dos de sus principales temas. Sus obras más representativas son: Metafísica de la comunidad (1930) y Actitudes fundamentales éticas (1933).
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¡Nuestro sistema
de salud está enfermo!

Jorge Martín Rodríguez, MD. - Epidemiólogo Cuernavaca México
Varias voces se unen para manifestar la necesidad de un cambio profundo y estructural a la Ley 100/93 y al Sistema de Seguridad Social en Salud. Un síntoma de la enfermedad del Sistema se observa cuando los principios de eficiencia, universalidad, solidaridad, integralidad, unidad y participación no se cumplieron en estos 15 años ni se cumplirán en los próximos 15... Las inequidades generadas entre actores son evidentes; la falta de solidaridad, eficacia e integralidad es notoria; en la mayor parte del país no hay ligas de usuarios funcionales, por lo que la participación es escasa respecto de lo planteado en un principio.

Otro síntoma patognomónico se observa en las aseguradoras, que dejaron de cumplir su papel (habría que analizar profundamente si alguna vez lo cumplieron), se convirtieron en “Empresas Atendedoras de Enfermedad” y en ocasiones de forma inoportuna, inadecuada e inapropiada. Ejemplos hay muchos: cabe resaltar el caso de la pésima atención a niños con cáncer, en IPS de garaje, con un silencio profundo y 'cómplice' de la Supersalud.
Cambiamos un Seguro Social (ISS) deficiente, incompetente, por una multitud de aseguradores con ánimo de lucro, donde prima la rentabilidad económica como principal objetivo; en ocasiones -me consta-, si no se consiguen los objetivos económicos trazados (una ganancia de X cantidad), ¡¡¡se asume como pérdida!!!
La rentabilidad social que algunas manejan es un mero sofisma de distracción; los objetivos, llamados a veces, directrices gerenciales, apuntan básicamente a incrementar las arcas de sus dueños e inversores. No está mal que si alguien invierte quiera obtener rentabilidad: sólo que en la prestación de servicios de salud se mezclan factores humanos y éticos altamente sensibles; pensar en la negación de un servicio por un motivo de orden administrativo, es contrario al desarrollo de la razón y al crecimiento social.
Otro síntoma es la inequidad desarrollada en la implementación del sistema: profesionales de salud con salarios inferiores a $1'000.000 por tiempo completo, sin seguridad social, trabajando a destajo o cuando bien les va, con un contrato de prestación de servicios a 6 meses o un año, mientras hay directivos con salarios 'escalofriantes', iguales o superiores a $25'000.000 o $35'000.000, similar a lo que se gana en una multinacional, por encima del salario del Presidente de la República; y todo, derivado de aportes de los trabajadores.
Otro síntoma es la paradoja existente entre quienes afirman que los recursos no alcanzan para garantizar las prestaciones del Plan Obligatorio de Salud o servicios que requieren los usuarios, y las grandes ganancias de las aseguradoras: o no alcanza el dinero o las ganancias son insuficientes. Cada año, estas 'empresas de salud' aparecen dentro del ranking de las primeras 500 empresas (más bien, dentro de las primeras 100), que más utilidades obtuvieron a nivel nacional.
Otro signo es la 'tutelitis': no es posible que más del 40% de las tutelas sea para salvaguardar los derechos constitucionales en la prestación de servicios de salud; la tutela se creó como medida constitucional para garantizar derechos fundamentales (en este caso, mantenimiento y recuperación de la salud). Muchas veces, las aseguradoras la recomiendan, debido a que los trámites burocráticos y limitantes administrativos del Sistema impiden que un servicio sea autorizado y prestado oportunamente, además que garantiza recuperar un buen porcentaje del servicio demandado por vía judicial.
El sistema involucionó. Infortunadamente, el crecimiento en cobertura se hace más en el papel que en la realidad, como dice el editorial de El Tiempo de agosto 31 de 2009: “... de que sirve tener un carnet que los acredite (-se refiere a niños con cáncer-) como afiliados al sistema, si no se les garantiza un tratamiento integral y digno!!!”.
Me uno al concepto de algunos académicos que plantean la falta de investigaciones serias que evidencien de forma contundente, periódica y actualizada, los sofismas continuos de representantes del Ministerio de la Protección Social, acerca de la escasez de recursos: que la UPC no alcanza, que los costos crecientes son inevitables, que existe demanda infinita, la función social del aseguramiento y que el sistema responde a principios éticos. Solo generando investigación rigurosa, estableciendo procesos de monitoreo y evaluación, será posible responder a estos sofismas; de lo contrario, sólo se repetiría algo sin ningún argumento que lo justifique.
De la misma forma comparto la tesis de la Dra. Cecilia López, en la necesidad de que la salud sea reconocida como un verdadero derecho y no como un negocio. Para eso es imprescindible reestablecer el Ministerio de Salud: la presencia del Estado se minimizó, permitiendo el crecimiento de emporios económicos de forma exorbitante, regulando deficientemente la prestación de servicios de salud y siendo cómplice de las políticas de enriquecimiento 'lícito' de ciertos particulares.
Los principios en los que se basó la construcción del actual Ministerio de la Protección Social fueron el pluralismo estructurado, del cual vemos la distancia existente con el ideal original (el 'pluralismo' pretendía evitar los extremos del monopolio en el sector público; esto implicó a que el monopolio y la anarquía pasara al sector privado. 'Estructurado' evitaría los extremos de procedimientos autoritarios del gobierno y la ausencia anárquica de reglas del juego transparentes para evitar o compensar las fallas del mercado); en Colombia en estos 15 años padecimos las deficiencias crecientes en la calidad de prestación de muchos servicios de salud, enriquecimiento de aseguradores, la primacía de la salud como negocio y no como derecho, y en México, de donde es otro de sus creadores, no fue posible implementarlo luego de más de 12 años de su promulgación.
Volver a los ministerios de Salud y de Trabajo permitirá manejar agendas específicas, tratar temas sensibles de manera independiente de forma oportuna y proactiva. El Ministerio de Salud debe ser el garante del cumplimiento de la Sentencia 760 de la Corte Constitucional y velar para que el grandísimo rubro económico que maneja el sector quede en quienes requieren servicios médico-asistenciales: pacientes y población beneficiaria de un nuevo sistema de salud. Y como siempre habrá utilidades, éstas se deben invertir en investigación (clínica, epidemiológica y básica) y educación continua en los profesionales de salud.

 
  Bioética
Se ha dicho que la medicina contemporánea se ubica en una fase de “poderío y perplejidad”. Poderío, pues nunca antes el avance de las aplicaciones de la tecnociencia ha crecido y se ha ampliado hacia las masas de un modo tan acelerado y exponencial. El crecimiento en diversos aspectos de la economía, del desarrollo y la convivencia social, pone al alcance de millones lo que antes fue apenas lujo de exquisitas y poderosas minorías. Aunque persisten cuestionables diferencias en temas como el acceso a prestaciones sanitarias y a la equidad

humana básica, el habitante normal del planeta, de un modo similar a su contacto cotidiano con temas como las telecomunicaciones o el transporte, frecuentemente tiene que ver con la aplicación de medios diagnósticos o terapéuticos que involucran el poder de la alta tecnología. Este es un dato que alcanza a ser algo de carácter “rutinario” para muchos.
Perplejidad, también por varios motivos: el alcanzado nivel de especialización es extraordinario, dada la máxima complejidad de las aplicaciones. Simultáneamente el crecimiento de sistemas logísticos, jurídicos y administrativos aproximan el peligro de reducir el acto médico a una especie de trámite de carácter administrativo. Se ha querido convertir al paciente en “usuario” y al médico en “dispensador” de servicios, en parte de un personal operativo cuyo alcance se llega a asimilar al de un empleado bancario que atiende tras una ventanilla a alguien anónimo que realiza un trámite… Es explicable la perplejidad que se presenta ante la deshumanización y la pérdida de un horizonte antropológico que ha permitido la intromisión de terceros implacables y todopoderosos en la relación médico-paciente. El Estado y entes de otro orden se llegan a convertir en el “poder tras del telón”, en un inmenso e intrincado escenario en el que aquellos dos originales “actores” (médico y enfermo) apenas se limitan a ejecutar un brevísimo diálogo secundario.
Ahora cabe la pregunta: ¿Y, dónde está el clínico? En la semiología clásica se recuerda la raíz griega klinée (lecho), haciendo referencia al actuar del terapeuta junto al lecho del enfermo. El proceso de la anamnesis, recopilación de datos y de la historia personal del enfermo, sus antecedentes, aspectos de su entorno laboral, familiar, en fin de su existencia, a los cuales se añade la visión -a la vez analítica y sintética- del médico, investigador. Es el clínico, por excelencia, quien elabora un diagnóstico, propone un plan y por último responde al paciente a su más difícil pregunta: “¿a qué atenerme?”. La pregunta por el futuro -prognosis- es también constitutiva del alma del quehacer clínico. Sólo conociendo con antelación se ejercita de modo prudente la acción terapéutica. Ambos, médico y paciente, reconocen que aquel encuentro de carácter personal, un encuentro de saber y de conciencia, tiene lugar entre seres humanos concretos, limitados, expuestos ante la realidad misteriosa y a veces agobiante de la enfermedad y de las situaciones del sufrimiento -propio o de los seres amados- y de la muerte. Estos datos reales no se pueden cuantificar según manuales de “Medicina Basada en Evidencia”.
Flexner, gran reformador de la educación médica en Canadá y Estados Unidos en los primeros años del siglo XX, trató de imprimir orden, vigor racional y metodológico al proceso de formación de los médicos en Norteamérica. A pesar de los logros, sus esfuerzos no fueron del todo compensados; él mismo, en 1925, se quejaba de una de las grandes carencias del sistema norteamericano: reconocía que faltaba mucho por hacer en el aspecto de la formación cultural, filosófica y humanista de sus profesionales.
Quizás la queja de Flexner continúe teniendo ahora validez: el clínico auténtico no puede ocultar su rostro humano tras la intermediación de la aparatología biotecnológica. El “homo faber” o el “homo económicus” no pueden abarcar la totalidad de lo que atañe al hecho de enfermar. Enfermar es un modo individual de vivir experimentado por cada ser humano. Más que aplicación de una mentalidad protocolaria -propia de una impensable y rígida ingeniería- estamos ante la necesidad del apoyo y acompañamiento existencial de un “homo viator”, ser contingente, que se pregunta y padece y que debe afrontar sus particulares situaciones límites como un hecho de carácter personal más que un hecho sociológico, económico o político. El clínico, investigador e intérprete de signos y síntomas, debe ser un integrador de conocimiento científico que a la vez sabe asumir su compromiso humano con el bien de su paciente. Al tratar de aceptar esta responsabilidad lógica y afectiva, honra la dignidad del arte-ciencia de la medicina; al esquivarla, se convierte en un operario tecnócrata que ha cedido su obligación a otros intereses y prioridades.
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

 

 
 











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