Siguiendo el inobjetable precepto hipocrático de
Primero no hacer daño, todo esfuerzo
en aras de brindar al paciente el mejor cuidado médico
para ayudarle a conservar o recuperar la salud perdida,
es un noble esfuerzo. A fin de cuentas, la razón
de ser de la ciencia médica es la mejor atención
del paciente.
Por eso, cuando desde las autoridades de salud se proponen
unas guías de práctica clínica basadas
en la evidencia científica, para asistir a los médicos
y a los pacientes en la toma de decisiones sobre los cuidados
de salud más apropiados para determinadas circunstancias
clínicas, hay que aplaudir esa iniciativa. Es apropiado
y es necesario procurar la constante mejora del cuidado
brindado al paciente, es conveniente entregarle cada vez
más y mejor información, y es adecuado aumentar
el acceso a los servicios.
Tampoco hay que desconocer los beneficios que propician
las guías a los profesionales de la salud, como mejorar
la calidad del servicio, ofrecer las mejores opciones de
tratamiento al paciente y facilitarle herramientas para
su defensa legal y administrativa cuando hubiere lugar.
Y en últimas el sistema de salud, con las guías
busca mejorar su eficiencia, en su propósito de recuperar
o mantener los niveles de salud de la población.
Pero a la hora de adoptar dichas guías, hay que cuidarse
también de los riesgos que entrañan. La evidencia
científica cambia hoy más aceleradamente que
en otras épocas; las guías son diseñadas
para el paciente promedio, pero no hay dos pacientes
ni dos enfermedades iguales, porque cada enfermedad puede
asumir tantas formas como pacientes existan, y entonces
con las guías se sacrifica el cuidado particular
a cada paciente, además de reducir las coberturas
y beneficios a que tiene derecho. Y lo que más se
cuestiona de las guías: que puedan convertirse en
camisa de fuerza que frene el desarrollo de la práctica
médica y la investigación, y acabe con la
autonomía profesional.
Por eso hay que defender el carácter orientador e
indicativo, no obligatorio, que deben tener las guías,
apelando a la autorregulación que deben aplicar profesionales
de la salud honrados y comprometidos con la misión
social de su quehacer. Carece de todo fundamento pretender
encasillar en una guía, la práctica y el criterio
médico: las consecuencias podrían ser desastrosas.
Las guías son eso, GUÍAS, referencia, orientación,
indicación, no pueden ser obligatorias, no es su
naturaleza ni su finalidad. Son un parámetro de calidad
para mejorar la atención al paciente, no son un parámetro
ético.
Con la declaratoria de emergencia social y su decreto 131,
se aumentó la confusión alrededor de los estándares
de obligatorio cumplimiento en la práctica médica,
so pena de pagar cuantiosas multas. Y la reacción
de las academias de medicina, sociedades científicas,
universidades y gremios y asociaciones de profesionales
de la salud, no se hizo esperar. La Academia Nacional de
Medicina tachó ese elemento coercitivo de la multa
para obligar a la adopción de estándares,
como un atentado nunca antes visto en la medicina y en ningún
país democrático del mundo. En igual sentido
se pronunciaron casi generalizadamente, todos los actores
del sistema de salud, excepto las aseguradoras.
Y por eso ahora, cuando iniciaría el proceso de construcción
de las Guías de Atención Integral, que estarían
listas en poco más de un año, se espera que
el proceso de elaboración de las mismas consulte
a los expertos de las sociedades científicas, que
no contemplen la evidencia como único derrotero y
que surjan de un consenso construido con todos los actores
del sistema de salud, sin olvidar además que se debe
asumir el compromiso de actualización periódica,
para que no queden desfasadas en poco tiempo.
Asimismo, que más que privilegiar la racionalidad
económica en defensa de la viabilidad financiera
del sistema, tengan como norte la búsqueda de las
mejores condiciones para la atención médica
al paciente, al enfermo. Que brinden al profesional de la
salud las mejores indicaciones, basadas en la mejor y actualizada
evidencia científica, para resolver los problemas
cotidianos en la práctica médica. Para cumplir
su cometido de la mejor manera, las guías no pueden
ser inamovibles ni obligatorias: deben ser cartas de navegación,
brújulas que orienten al médico para decidir
cuál es la mejor opción para su paciente.
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