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La mujer en los mitos originales:
¿ángel o demonio?
Hernando
Guzmán Paniagua Periodista - elpulso@elhospital.org.co
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Una mujer libre resulta peligrosa; por ello,
se acuña la imagen de la mujer fatal.
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Irónicamente, el imaginario social
convirtió en diablesa a Lilith, una pionera de la liberación
femenina, además precursora del Kama-Sutra.
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La mujer, fuente de la vida y
flor del universo, es vista en diversos mitos fundacionales
como todo lo contrario: fuente del mal y de la muerte. Lilith,
en la mitología asirio-babilónica, fue la primera
compañera de Adán, pero no brotó de su
costilla sino de inmundicia y sedimento. Rebelde
ante su posición de dominada en el acto sexual, exigió
igualdad y libertad, Adán trató de forzarla, Lilith
pronunció el nombre mágico de Dios, abandonó
al marido y se convirtió en un demonio alado con cola
de serpiente, devoradora de hombres y estranguladora de recién
nacidos. Se la llama también la ramera, la
negra y la perversa. Irónicamente,
el imaginario social convirtió en diablesa a una pionera
de la liberación femenina, además precursora del
Kama-Sutra.
La pervivencia de los mitos primigenios, expresa el miedo de
toda una sociedad al poder creador de la mujer. Erika Bornay,
en su obra Las hijas de Lilith, analiza las mitologías
que sustentan el vasto imaginario de la femme fatale,
paradigmas de la ideología de la inferioridad femenina.
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| El siglo XIX con
su urbanización desmedida, y sus secuelas de miseria,
enfermedad y criminalidad, es caldo de cultivo para una multiforme
misoginia. Una mujer libre resulta peligrosa; por ello, se acuña
la imagen de la mujer fatal en el mundo artístico
y literario, se condena la mujer-amante-estéril que emerge,
y se refuerza su opuesto: la mujer-esposa-madre. Ello viene
de un mundo tan misógino como el medieval -plantea Bornay-,
donde sólo se explica el auge del culto mariano en el
siglo XIII, por ser María la no-mujer, asexual,
libre del pecado original con su hijo Jesucristo. |
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La pervivencia de los
mitos primigenios,
expresa el miedo de toda una sociedad
al poder creador de la mujer.
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Aún hoy, pese
al Concilio Vaticano II, y a las conferencias de Medellín,
Puebla y Aparecida, la predicación católica insiste
en la vieja idea de la teología paulina: Si por
una mujer entró el pecado en el mundo, por otra mujer
vino la salvación. Si para Tertuliano, Eva es la
puerta del diablo, ¿qué diría de Lilith
que es el demonio en persona? Los Padres de la Iglesia beben
del anti-feminismo hebraico, explicable en una cultura donde
la mujer ha sido eterna desposeída de derechos. Por eso,
no firman la partida de matrimonio de Adán y Lilith.
Por varios siglos el canto llano fue privilegio masculino: mujeres
cantando esos sensuales melismas eran ocasión de pecado
para los hombres.
Cuentan que en el Sínodo de Macon (año 585), un
obispo cuestionó si la mujer era o no un ser humano.
A la Inquisición católica le bastaban leves sospechas
de actos de hechicería, para quemar en la hoguera a una
desdichada mujer. Su sola belleza, motivo de perdición
para el hombre, era indicio de poderes demoníacos que
justificaban su persecución, además del vil chantaje
sexual por parte de muchos inquisidores. |
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Represión que persistió
mucho tiempo en Estados Unidos, especialmente entre las comunidades
puritanas de Nueva Inglaterra y en los procesos de Salem. Ya
antes del cristianismo, la tradición neoplatónica
despreciaba el mundo sensible, y oponía el cuerpo al
alma. Para Aristóteles, el intelecto femenino era defectuoso
y propenso a la lujuria.
Erika Bornay muestra cómo la Edad Media arrasó
los vestigios de la serena sexualidad de la antigüedad
clásica y el anatema sexo-fóbico de los
Padres de la Iglesia llegó hasta la alcoba de los casados
por el rito católico. En el Medioevo, el coito extra-matrimonial
era un pecado peor que el asesinato; el penitencial de Beda
establecía un año de ayuno y de penitencia
por cada acto pre-matrimonial, y desear a una mujer acarreaba
40 días de ayuno y suplicios.
El miedo a la new woman
Tras siglos de oscurantismo, el Renacimiento reivindica el cuerpo
y la sexualidad, y la mujer tiene una modesta incursión
en las esferas del poder. Pero ello tristemente coincide con
un auge de la prostitución cortesana, sobre todo en ambientes
fastuosos de Italia, que eclipsa la irrupción femenina
en terrenos realmente valiosos. Pierre Darmon habla del vértigo
sexual que se apoderó del siglo XVI francés.
El discurso contra la enfermedad venérea y las teorías
seudo-científicas acentúan la misoginia. Lombroso
y Ferri aseguran que la prostitución es manifestación
de la estructura criminal de la mujer. El médico Nicolás
Venette aseguraba en 1696, que el cerebro se enfriaba y secaba
al perder los humores por las caricias con las mujeres. P. Wald
en su obra Sífilis, decía: Cuando
París oscurece, la sífilis y la cortesana se confunden.
Un médico inglés afirmó ante un grupo de
graduados de Oxford: De cada 10 mujeres, a 9 les desagrada
el acto sexual, y la que hace el número 10 es una prostituta. |
Jules Michelet y
Augusto Comte elogian a la mujer-monja, cuyo convento
es el hogar burgués. En el Siglo de las Luces (XVIII),
aunque la mayoría de los filósofos admite la igualdad
de sexos, hay muchas voces misóginas; para Rousseau,
el sitio de la mujer es un imperio de dulzura, de habilidad
y de condescendencia; sus órdenes son los halagos y sus
amenazas los llantos. Debe reinar en casa como un ministro en
la nación, procurando que le manden lo que quiere hacer
(
) Pero cuando desconoce la voz de su dueño, cuando
quiere usurpar sus derechos y mandar ella, sólo miseria,
escándalo e indignidad resultan de este desorden.
Ni la Revolución Francesa (en 1789) abrió espacio
considerable a la mujer; para los revolucionarios más
radicales, una amplia sexualidad era una concesión al
ancien régime, o sea, corrupción social.
En la mitad del siglo XIX -indica la señora Bornay- cobró
auge el matrimonio -generalmente de conveniencia- por el apogeo
industrial, como garantía de herederos legítimos
para las propiedades y la riqueza. Por ello la sociedad victoriana
impuso severos códigos sexuales a las clases media y
media alta, sobre todo a las mujeres, no fueran a descarriarse
como sus vecinas francesas. Por el miedo a la nueva mujer,
los enemigos del control natal comparan a las feministas con
Lilith, quien fuera de estéril, es asesina de niños.
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Ni la Revolución
Francesa abrió espacio
considerable a la mujer; para los revolucionarios
más radicales, una amplia sexualidad era una concesión
al 'ancien régime', o sea, corrupción social.
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Preconizando
su super-hombre, Nietzsche envilece a la mujer.
En Así hablaba Zaratustra, dice que las mujeres
son gatos y pájaros y, en el mejor de los casos,
vacas. En la misma obra, una mujer, peor aún, dice:
¿Vas con las mujeres? ¡No olvides el látigo!.
Schopenhauer, influido por el dualismo cuerpo-alma del idealismo
alemán, pero más por sus fracasos amorosos y por
la rivalidad literaria con su madre novelista, le niega las
facultades morales, intelectuales y hasta la belleza a la mujer:
Por la fuerza ha tenido que oscurecerse el entendimiento
del hombre para llamar bello a ese sexo de corta estatura, estrechos
hombros, anchas caderas y piernas cortas. En vez de llamarlo
bello, sería más justo llamarle 'inestético'.
La femme fatale surge como imagen en la segunda
mitad del siglo XIX: Una rubia, de cabellos largos y abundantes,
piel blanca y ojos generalmente verdes, encarna la naturaleza
animal del ser humano. Para Baudelaire, la belleza de la mujer
tiene un valor de destrucción. Por otra parte, el culto
pictórico a las niñas a fines del siglo XIX, bajo
la máscara de la pureza, esconde un auge de pornografía
y prostitución infantil; allí -dice Bornay-, la
frontera entre la inocencia y un perverso erotismo se diluyen
por completo. |
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Venus, Evas, esfinges...
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Personajes míticos,
históricos y bíblicos que refuerzan los paradigmas
de la mujer fatal, son recreados por pintores,
escultores, literatos y músicos en una misoginia de
la cual pocos son conscientes. Venus, casi celestial en el
arte renacentista, en el siglo XIX es una mujer fatal más.
Pandora, con el mismo pecado de Eva: la curiosidad, también
trae infortunio a los hombres. Medea, asesina por amor y celos.
Astarté o Ishtar, cruel diosa babilónica de
la fertilidad, la guerra y el amor.
Proserpina es condenada al infierno por probar un fruto prohibido,
como Eva. Circe, la bruja griega, seduce a Ulises y convierte
en cerdos a sus hombres. Helena de Troya destruye naves, ciudades
y hombres, y provoca una guerra, declarada en verdad por tres
diosas del Olimpo, finalistas del primer reinado de belleza.
En las pinturas y esculturas, estas mujeres se parecen más
a las modelos de los artistas, muchas veces amantes suyas,
que a los referentes históricos o míticos.
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Detalle de Nacimiento de Venus
de Alexandre Cabanel, 1863. Venus, casi celestial en el arte
renacentista, en el siglo XIX es una mujer fatal más.
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Circe ofreciendo la copa a Ulises,
de
John William Waterhouse, 1891.
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Eva
encabeza las figuras bíblicas, como madre de todos los
hombres en el judeo-cristianismo. Salomé, con su danza
de embriagadora sexualidad, y su madre Herodías, son
la perdición de buenos (el Bautista) y malos (Herodes
Antipas). A Judith, viuda piadosa, la truecan los artistas en
femme fatale; igual que Salomé, decapita por placer,
interpretado como castración. La belleza, poder sexual
y astucia de Dalila son la perdición de un hombre fuerte;
su robo de energía vital tiene connotación vampírica.
Por Cleopatra, paradigma de la dupla Eros-Tánatos, se
pierden hombres y batallas y se amenaza a todo un imperio. Mesalina
y Lucrecia Borgia son ejemplos de amores desenfrenados, intrigas
y asesinatos, más legendarios que reales.
En el bestiario mítico sobresale la esfinge del antiguo
Egipto, violadora y asesina de jóvenes varones,
a quienes mata abrazando y ahogando, y portadora de enigmas.
Medusa, con serpientes (otra vez) como cabellos, petrifica a
los hombres con su mirada. |
| Las
sirenas, hijas de Aquelarre, al principio mujeres-aves, luego
mujeres-peces, lían a los hombres con mágicas
melopeas y hacen naufragar a los marinos. No es casual
que todos estos monstruos femeninos encarnan el mal y son vencidos
siempre por héroes masculinos que encarnan el bien: Edipo,
Perseo, Ulises, o Belerofonte, quien en el caballo alado Pegaso
vence a la Quimera. La Harpía, monstruo infernal con
cabeza de mujer y cuerpo de ave (como la sirena primigenia)
y cola de serpiente, es raptora de almas. La Llorona,
la Patasola, la Madremonte y otros monstruos femeninos de Antioquia
y Colombia, depredadoras de niños, son versiones locales
de estos monstruos universales. |
Judith y Holofernes, Caravaggio,
1599.
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Y
el vampiro tiene ancestros femeninos en casi todas las culturas
del mundo: Lilith en el medio oriente, las Lamias en versión
latina. Mucho antes de Drácula de Bram Stoker
(1897), primera gran novela con vampiro masculino, Goethe consagraba
a la vampiresa como reina de la noche en La novia de Corinto
(1797), y 40 años después de ésta aparece
Clarimonde, protagonista de La muerta enamorada
de Gautier y en 1872 el clásico Carmilla
de Sheridan Le Fanu, primera vampiresa lésbica. Al noble
conde Drácula lo acompañan tres hermosas vampiresas,
fuera de Lucy y de todas las no-muertas que en lo sucesivo perpetuarán
la legión.
En fin, son nuestros ojos los que hacen a la mujer buena o mala.
Ella será Gorgona si nuestros ojos la miran como llamas,
o ángel si nuestra mirada es luz que dulcifica su existencia
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Yuruparý: dimensión
sagrada del Amazonas |
En su aparente misoginia,
Yuruparí, relato mítico fundacional amazónico,
y uno de los grandes textos precolombinos que sobreviven junto
con el Popol Vuh, reivindica un orden social ancestral y respeta
la dignidad femenina. Florece en la cuenca del Río Vaupés
y se transmite oralmente. Habla de un héroe legislador
de tribus nativas de Brasil y Colombia, de las familias lingüísticas
tupí-guaraní, tucano y arawak.
Remite a "los principios del mundo", en la Sierra
de Tenui, márgenes del Río Içana, afluente
del Río Negro, tributario del Amazonas. |
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Una de las versiones de la leyenda
narra que una epidemia aniquiló a toda la población
masculina de la Sierra y sólo sobrevivieron unos pocos
viejos sexualmente impotentes; para evitar el fin de la raza,
las mujeres se reunieron en el Lago Muypa, donde Seucý,
nombre dado a las Pléyades, solía bañarse,
pero nada resolvieron. El viejo payé, autoridad mágico-religiosa
y protegido de la luna, las reprendió por desobedecer
su prohibición de acercarse al lago. Seucý no
volvió en mucho tiempo y las mujeres fueron excluidas
de los asuntos vitales. |
El payé las
fecundó a todas y diez lunas después dieron a
luz en el mismo momento. Entre los recién nacidos estaba
Seucý, idéntica en su hermosura a la Seucý
celestial. En su pubertad, ella comió la fruta Pihycan,
al parecer la Piquia, nuez amazónica, que la fecundó,
y tuvo un hijo tan bello como el sol. Los Tenuinas lo proclamaron
tuixáua: jefe, y lo llamaron Yuruparý, esto es,
engendrado por la fruta. También se entiende
como hijo de los pájaros, entre otros significados.
Una luna después del nacimiento de Yuruparý, el
niño desapareció, y volvió 15 años
después, en una noche de luna de la mano de su madre,
cuando la Seucý celeste bajó a bañarse
en el lago. Proclamado cacique, Yuruparý cambió
las leyes matriarcales y caóticas por las leyes del Sol,
que eran patriarcales y ordenadas; en sus visitas a varias tribus
para instruirlas encontró resistencia femenina, se enamoró
de Carumá, pero al fin se alejó por el Oriente
buscando a una mujer digna del Sol. |
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El mito de
Yuruparý también enseña que
las mujeres nunca abandonan su empeño de
recuperar el poder del que fueron despojadas por
el héroe legislador, de tal manera que su lucha es
una reivindicación de la condición femenina.
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| Profesor César
Valencia |
Para el profesor César
Valencia Solanilla, Yuruparý representa el establecimiento
de una nueva forma de gobierno, el patriarcado, pero también
una gesta fundante de una nueva concepción del
mundo y de un conjunto de principios éticos y morales
para trascender al hombre y la realidad. Agrega el experto,
que la misión del héroe legislador es plantar
el patriarcado y encontrar -sin lograrlo totalmente- a la mujer
perfecta. Pero advierte: El mito de Yuruparý,
contrario a lo que pueda comúnmente pensarse, también
enseña que las mujeres nunca abandonan su empeño
de recuperar el poder del que fueron despojadas por el héroe
legislador, de tal manera que su lucha es una reivindicación
de la condición femenina, así deban soportar la
verticalidad y exclusión en la sociedad patriarcal
(Revista de Ciencias Humanas, Universidad Tecnológica
de Pereira, 2000).
La profesora Bettty Osorio plantea: La estricta separación
de las labores entre los sexos implica un orden social: las
mujeres procesan y preparan los alimentos, cuidan a los niños
pequeños y cultivan la chagra; los hombres tienen a su
cargo la caza y la pesca, el establecimiento de relaciones comerciales
y políticas, y las decisiones fundamentales de la vida
comunitaria. Y añade: Es imposible desconocer
que esta separación tajante de roles pone a las mujeres
de esta zona en desventaja ante sus padres, maridos y hermanos;
aún así es indispensable comprender la dinámica
cultural que le da sentido y ser extremamente cuidadoso; un
proceso hermenéutico simplista no sólo destruiría
el delicado complejo simbólico que lo constituye, sino
que lo convertiría en instrumento al servicio de la colonización
de los grupos amazónicos que todavía luchan por
mantener sus derechos en el continente verde (El mito
de Yurupary: memoria ancestral como resistencia histórica,
Revista de Estudios Sociales, abril 2006).
Al respecto, los investigadores Roberto Pineda y Beatriz Alzate
precisan que entre 1830 y 1911, los grupos amazónicos
eran objeto de un genocidio cultural, agenciado por las casas
caucheras, algunas de las cuales tenían sus cuarteles
en Manaos y Belem de Pará.
Por lo expuesto, Yuruparý, riqueza poética sagrada,
representa una tradición de identidad cultural y social
de nuestros indígenas, ejemplares para toda Colombia. |
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Ocioso
Lector
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La danza de Salomé |
Sus
pies pasaban uno delante del otro, al ritmo de la flauta y de
un par de crótalos. Sus brazos arqueados llamaban a alguien
que siempre huía.
Le perseguía más ligera que una mariposa, como
una Psiquis curiosa, como un alma vagabunda, pareciendo dispuesta
a echarse a volar. Los fúnebres sones de las gingras
reemplazaron a los crótalos. El abatimiento había
sucedido a la esperanza. Sus actitudes expresaban suspiros,
y toda su persona tal languidez que ya no se sabía si
lloraba a un dios o se moría en su caricia. Con los párpados
medio cerrados, torcía la cintura, balanceaba el vientre
con ondulaciones de ola, hacía temblar sus dos senos
y su rostro permanecía inmóvil y sus pies no se
detenían.
(
) Luego fueron los transportes del amor que quiere ser
saciado. Bailó como las sacerdotisas de la India, como
las nubias de las cataratas, como las bacantes de Lidia. Se
volvía a todos los lados como una flor agitada por la
tempestad. Los brillantes de sus orejas saltaban y la tela que
le colgaba por la espalda refulgía en tornasoles. |
La aparición, acuarela
de Gustave Moureau (1826-1898), representa a Salomé
en su baile ante Herodes y la cabeza de Juan El Bautista que
pidió como recompensa.
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De sus brazos, de sus pies y de sus vestidos brotaban invisibles
chispas que inflamaban a los hombres. Cantó un arpa.
La multitud la acogió con aclamaciones. Sin doblar las
rodillas, separando las piernas, se arqueó tanto que
la barbilla le rozó el suelo. Y los nómadas acostumbrados
a la abstinencia, los soldados de Roma expertos en libertinajes,
los avaros publicanos, los viejos sacerdotes agriados por las
disputas, todos, dilatando las aletas de la nariz, palpitaban
de deseo.
(Extracto del cuento Herodías, de Gustave
Flaubert). |
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