Si algún problema es urgente en nuestro sistema
de salud son las urgencias, la mejor imagen del caos de
la atención. Estos servicios dan la medida de la
deshumanización de la medicina, pues Colombia en
este punto carece de regulación, de organización,
de capacidad instalada, de una política coherente
y de rectoría para garantizar la atención
necesaria a los usuarios y pacientes.
Los servicios de urgencias en los principales hospitales
y clínicas de los centros urbanos funcionan de manera
distorsionada. Una cantidad considerable de la atención
que se ven obligadas a brindar las IPS, corresponde a enfermedades
que se deberían atender en los primeros y segundos
niveles, suponiendo que estos hospitales tuvieran capacidad
resolutiva para ello, pero no la tienen. En alto porcentaje,
esos niveles iniciales perdieron el poder de curar las enfermedades
comunes de la gente, lo cual significa uno de los problemas
básicos de un sistema de salud: el empobrecimiento
de la medicina general.
En los análisis que hacen distintos estamentos, se
volvió un lugar común, una frase de cajón,
aquello de que las urgencias no funcionan bien porque los
usuarios no hacen uso adecuado de ellas y por ende se trataría
de un problema cultural. Y vista la cosa de
manera superficial, pareciera que tuviesen la razón
quienes así diagnostican el problema. Pero es un
discurso que utilizan reiteradamente muchas EPS, en especial
las más incumplidas en sus pagos a la red de prestadores
de servicios. Hay que decirles que esa cultura
de mala utilización de servicios de urgencias la
crearon ellas con su indisciplina e irresponsabilidad. En
otras palabras, la cultura de mal uso de las urgencias está
precedida por una cultura peor: la de ser ineficaces en
la autorización de servicios, medicamentos y procedimientos
ordinarios de ocurrencia cotidiana, y la de no pagar a los
hospitales.
Cuando el usuario se cansa de solicitar una cita para muchas
enfermedades comunes, la única opción que
le queda es recurrir a las urgencias de algún hospital,
convirtiendo estos centros de alta complejidad en puerta
de entrada al sistema de salud y congestionándolos
en grado sumo. Esta congestión que es ya normal
en cualquier hospital, impide que su atención de
urgencias se concentre en la alta complejidad para la cual
fue concebida.
La infraestructura de urgencias hospitalarias siempre ha
estado rezagada respecto de la demanda de servicios, razón
por la cual muchas urgencias tienen de tiempo atrás
el penoso carácter de hospitales de guerra.
La difícil situación financiera que es común
denominador en la mayoría de los hospitales y clínicas
y que se agrava día a día por la asfixia financiera
a que las inducen las EPS con su cultura de incumplimiento
en los pagos, impide el mejoramiento de esa infraestructura.
La capacidad instalada de algunas urgencias es obsoleta
ante esas circunstancias adversas y el problema se agudiza
con el aumento inusitado de las enfermedades crónicas
en todo el mundo. Esta escalada cogió a nuestro sistema
de salud sin preparación.
En este panorama, el Estado muestra de nuevo su falta de
rectoría, al no disponer de un aparato regulatorio
que ponga orden en el esquema general de atenciones inmediatas,
iniciales y hospitalaria por niveles jerarquizados y con
racionalidad. Así las cosas, la circulación
de pacientes por salas de urgencias y pabellones de hospitalización
queda al arbitrio de las aseguradoras que impusieron un
desorden con la irregular gestión del riesgo en salud,
y a merced de la buena voluntad y del sacrificio de las
IPS públicas y privadas. Ante problemas tan agudos,
sólo explicables en un sistema de salud desnaturalizado,
privado de su componente humanitario, cobran vigencia de
nuevo las consignas de cambio total urgente del modelo e
implantación de la promoción y la prevención
como diques al desbordamiento pavoroso de las urgencias
que vive Colombia.
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