Para la época en que se promulgó la Ley 100
de Seguridad Social, el entonces ministro de salud, doctor
Juan Luis Londoño, hoy ministro de Salud y Trabajo,
manifestó abiertamente que "la competencia,
aquella fuerza insustituible del progreso económico
y social, llegará con esta ley al campo de la salud.
La competencia de los proveedores y la libre elección
de las gentes será la mayor garantía de los
servicios oportunos y de mejor calidad para todos".
Pero este sueño, como la mayoría de ellos,
quedó como eso, un sueño, pues hasta hoy las
cosas no han funcionado como lo pensó el ministro
Londoño de la Cuesta, ya que la competencia y la
libre elección han sido manipuladas al punto que
ni una ni otra existen, y no podrán existir mientras
el mercado esté dominado por uno solo de los actores
del sistema.
Y es que la competencia, no se encuentra fundamentada en
términos de calidad, eficiencia, oportunidad, conocimiento,
tecnología: la competencia se está manipulando
con base en el precio, y las redes de servicio que se han
de conformar por los aseguradores y que serían una
verdadera base para la libre escogencia, no son la motivación
para escoger, y la libertad para elegir termina en el momento
en que el ciudadano selecciona su Empresa Promotora de Salud
(EPS), pues hemos visto como la posibilidad que tiene el
afiliado de elegir la institución que le preste los
servicios o al profesional no existe, al punto que iniciados
los tratamientos, son ordenados los traslados aún
por encima de la voluntad del paciente y sin considerar
el criterio de los médicos tratantes. Lo más
grave del caso, es que todo esto se hace con el amparo legal
y la incompetencia de los órganos del control para
poner orden en el mercado.
Y decimos que con el amparo legal, pues la Ley 100 limitó
el actuar de los prestadores arguyendo una supuesta posición
dominante en el sistema, que nunca ha existido en las IPS,
ya que la dominación se da por quien posee el medio
de pago y este no está precisamente en los prestadores,
y es a estos a quienes se les ha permitido la saturación
del mercado, la imposición de precios, la limitación
en el uso de los insumos, con el agravante de que la responsabilidad
por el resultado de los tratamientos pesa sobre el prestador
y los profesionales de la salud, quedando la calidad y la
eficiencia, principios básicos exigidos a los prestadores,
imposibles de cumplir o hacerlo a costa de su supervivencia.
Además, los aseguradores han encontrado la fórmula
para no pagar, no obstante toda la legislación que
se ha expedido en cuanto a plazos, sanciones, multas, intereses,
etc., y que se elude con el argumento de la pertinencia
y centrado en supuestos criterios técnicos que distorsionan
el sentido de servicio.
La ley que se esperaba tuviese un gran sentido social, es
en definitiva una ley económica, donde prima la rentabilidad,
y esto no mejorará en la medida en que siga siendo
esa su razón de ser.