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Reflexión del mes
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Los mayores progresos
de la civilización se experimentan inicialmente como
sus peores amenazas.
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Alfred North
Whitehead (1861-1947). Filósofo y matemático
anglo-americano. Publicó trabajos sobre álgebra,
lógica, fundamentos de las matemáticas, filosofía
de la ciencia, física, metafísica y educación.
El trabajo más conocido, del que es coautor con Bertrand
Russell, es Principia Mathematica.

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Corría el año
de 1947 cuando, quien esto escribe, estaba terminando su bachillerato
en el Colegio San Ignacio de Loyola y debía decidirse
por una profesión. Mi abuela quería que aplicara
al seminario o al noviciado de los jesuitas; mi madre, que fuera
médico. Me acerqué entonces con gran respeto al
joven médico de mi pueblo a pedirle consejo. Y el doctor
Hernando Vélez Rojas no dudó un momento: debes
estudiar medicina, me dijo. Y así lo hice. Logré
ingresar a la Facultad de Medicina, valido del promedio de mis
calificaciones de bachiller, que era la usanza de la época.
Ese mismo año de mi ingreso a la Facultad, el Dr. Vélez
Rojas concursaba para la Jefatura de Clínica Quirúrgica
en el Hospital de San Vicente. Ocho años más tarde
estaría yo tomando el mismo concurso.
Hernando Vélez Rojas nació en Bogotá el
17 de Julio de 1919 en el hogar formado por el Dr. Emilio Vélez
y doña Leonor Rojas. Su padre fue también médico,
egresado de la Universidad Nacional de Colombia. De Bogotá
sus padres se movieron luego a Cali y New York, donde Hernando
hizo estudios primarios. Luego cursaría el periplo secundario
en tres ciudades, Cali, Barranquilla y Medellín, donde
terminó el bachillerato en el Liceo de la Universidad
de Antioquia. Inició sus estudios médicos en 1939
y los terminó en 1944 en la Facultad de Medicina de la
misma Universidad. Su tesis de grado titulada Apendicitis por
Balantidium Coli fue laureada. Fue luego médico en Barbosa
en 1946 y 1947, donde se hizo tan famoso, no sólo por
sus hazañas profesionales sino por su don de gentes,
que, una vez establecido en Medellín su consultorio fue
llamado por muchos como el Consulado de Barbosa. A partir de
su ingreso como Jefe de Clínica Quirúrgica, fue
Cirujano de Policlínica y Profesor de Cirugía
por mas de 50 años. Unos de sus compañeros de
trabajo en Policlínica fueron León Hernández
y Hernando Echeverri Mejía que luego se convertirían
en los fundadores de los servicios de Cirugía Plástica
y Ortopedia. Esta pareja de los Hernandos llenaron una época
de la cirugía en Policlínica. Otros cirujanos
de Policlínica por aquellos mismos años fueron
Alonso Robledo, también profesor de Fisiología,
Urbano Osorio y Gabriel Franco.
Durante los años 1952 y 1953 estuvo el Dr. Vélez
en el Departamento de Cirugía de la Universidad de Michigan.
A su regreso de Estados Unidos volvió a su trabajo de
cirujano con énfasis en el manejo del trauma y continuó
haciendo turnos o guardias en Policlínica durante toda
su vida profesional. Fue en Estados Unidos donde aprendió
que el trato delicado de los tejidos, el control riguroso de
la hemostasia, el buen manejo de los materiales de sutura y
de los instrumentos, el estar atento durante el procedimiento
al reemplazo de líquidos y a la perfusión tisular,
todo esto junto, calificaba al buen cirujano, y no la velocidad
de acción en el quirófano como equivocadamente
se creía. Así lo había establecido y confirmado
Halsted en el Hospital de John Hopkins. La velocidad como objetivo
del cirujano pudo haberse justificado en una época en
la cual la anestesia era rudimentaria y poco se sabía
sobre el complejo proceso de la cicatrización y la homeostasis.
Paradójicamente, el postoperatorio de sus pacientes,
que él no delegaba en nadie y seguía con el mayor
cuidado, especialmente en el manejo de líquidos y electrolitos,
era el mejor en aquellas salas donde nos desempeñamos
como internos o como Jefes de Clínica.
Hernando Vélez Rojas inició en la década
de los años 50 una Reunión Semanal de Complicaciones
y Defunciones, durante la cual se hacía también
la revisión de un tema quirúrgico. Esta reunión
se celebraba en la Policlínica, localizada entonces en
la carrera Carabobo, abierta no sólo a los médicos
del Hospital sino a todos los de la ciudad que quisieran asistir
y participar. Allí se dieron discusiones y verdaderos
debates sobre los temas más importantes y de actualidad
que hicieron época en el medio profesional. No es exagerado
afirmar que esta reunión fue la precursora de las reuniones
académicas que se fueron configurando bajo la influencia
de todos los que participamos años más tarde en
la organización administrativa y académica del
Departamento de Cirugía.
Sus trabajos sobre autotransfusión, que él
se ideó e implementó y que ha salvado muchas vidas,
tal vez no ha recibido el reconocimiento debido. La observación
de las heridas penetrantes de abdomen, un recurso clínico
que cambió el manejo de este tipo de pacientes, ha significado
que muchos se hayan ahorrado una cirugía inútil
y posibles complicaciones. Igualmente, implementó la
utilización de la punción abdominal mínima
como un recurso de diagnóstico de gran valor. Con cierta
tristeza escuché en un Congreso en los Estados Unidos
hablar del Bogotá bag - bolsa de Bogotá,
refiriéndose al uso de la bolsa en que vienen las soluciones
intravenosas para lograr el cierre temporal de grandes defectos
de la pared abdominal cuando no había otra alternativa.
Pero en honor a la verdad no fue en Bogotá donde primero
se utilizó este recurso heroico; fue en realidad Hernando
Vélez Rojas el primero en hacerlo en el Hospital San
Vicente de Medellín. Seguramente algún visitante
de la capital pudo observar el procedimiento hecho en Medellín
y le dio publicidad, olvidándose mencionar el autor y
el Hospital donde esto se inició. Me contaba el profesor
Vélez Rojas que alguna vez, mucho antes de que se hablara
del Bogotá Bag, estaba operando un paciente
obeso y sumamente distendido, cuyo cierre abdominal era imposible.
Se le ocurrió entonces esterilizar un pedazo del hule
de una de las camillas y utilizarlo para lograr dicho cierre.
El paciente toleró este cuerpo extraño el tiempo
necesario para permitir posteriormente el cierre primario de
su pared abdominal. Del hule pasó al material sintético
de las bolsas mencionadas, mientras otros como el teflón,
el dacrón y otros más refinados llegaban a nuestro
medio.
Mucha controversia despertó la acción y la trayectoria
de Hernando Vélez Rojas en el Departamento Quirúrgico
del Hospital Universitario, lo cual no hace más que confirmar
la tradición que dice que no ha habido un hombre importante
cuya acción no despierte controversia, precisamente por
la muy simple razón de que estos son los que hacen la
historia.
La turbulencia estudiantil de los años 60 y 70 y la presencia
en el Departamento de Cirugía de algunos de sus líderes,
le causó gran angustia y tristeza, y llegó a estar
convencido que detrás de todo aquello andaba el comunismo
internacional. Así lo sintió y lo escribió.
Ponía oídos sordos a cualquier explicación
diferente del fenómeno que afectó no sólo
la Universidad colombiana sino a todo el mundo, empezando por
el levantamiento de los estudiantes en la Sorbona, en París,
que se propagó a las grandes ciudades europeas y norteamericanas:
Columbia en Nueva York, Berkeley en California, Kent, etc. Pero
mientras en aquellos países se modificaban viejas tradiciones
y se examinaban los viejos principios a la luz de los nuevos
tiempos, mientras se condenaba por igual la injusta guerra de
Vietnam, la discriminación racial, y el aplastamiento
del pueblo de Praga por los tanques soviéticos, nuestras
autoridades enfrentaban los problemas estudiantiles blandiendo
un principio de autoridad que el mismo Estado públicamente
desautorizaba. Como cuando el propio Presidente de la República
le solicitó la renuncia al rector Ignacio Vélez
Escobar, para aplacar los estudiantes en paro nacional por la
implantación de los Estudios Generales.
La historia de la vida de Hernando Vélez Rojas como médico
y profesor de cirugía es la historia de un hombre que
sirvió, y sirvió bien, a sus pacientes en primer
lugar, al Hospital Universitario y a la Cátedra de Cirugía
de la Universidad de Antioquia, donde contribuyó de manera
importante a la formación de muchas generaciones de cirujanos.
Por mas de cincuenta años se sometió a la tremenda
demanda de los turnos o guardias de urgencia en Policlínica
y en las salas del Departamento de Cirugía. Nunca nadie
había hecho algo semejante.
El 17 de julio es el día de su onomástico. Me
tomo la vocería de todos los que recibimos la influencia
benéfica y las enseñanzas del profesor Vélez
Rojas o fuimos sus compañeros de trabajo en alguna época
de la historia, para rendirle un merecido reconocimiento. Existe
en todos los grandes hospitales del mundo una unidad académica
y asistencial con vida propia, con organización propia
aunque no independiente, conocida con el nombre de Cirugía
de Trauma. El trauma ocupa una de las tres primeras posiciones
como causa de muerte en los diferentes países. El Departamento
de Cirugía de la Facultad de Medicina y del Hospital
Universitario San Vicente de Paúl, para los cuales trabajó
por tantos años con dedicación y empeño
el Dr. Hernando Vélez Rojas, deberían darle este
nombre a una sección que se denominara Unidad de Trauma
Hernando Vélez Rojas. De este pequeño homenaje
quiero hacer partícipes a su esposa Luz Bertha, a sus
hijas y a su hijo también cirujano que lleva su nombre,
y a sus dos hermanos médicos, Guillermo y Jaime. |
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No se imaginan lo que ha sido este sufrimiento. Por un mes
cada cuatro años se respira y se vive el fútbol
mundial. Casi imposible ignorarlo, a menos que se viva en
otra galaxia, pero aquí en Boston, Massachussets, ciudad
tradicional de Estados Unidos, pasó desapercibido.
¿Cómo? No sé, y durante el mundial esa
fue mi gran pregunta. Decidí entonces ponerle un poquito
de psicología al asunto. Quizás el egocentrismo
nacional es tan fuerte que en una de las ciudades con más
diversidad étnica en Estados Unidos, los medios de
comunicación y la misma comunidad tengan la capacidad
de ignorar un evento de multitudes.
El primer día del mundial, me dispuse a compartir en
uno de los tantos bares de la ciudad el primer partido. Lo
primero que vi fueron dos pantallas planas de alta definición,
de esas que cualquiera de nosotros quisiera tener en casa.
Pero para mi sorpresa, estaba rodeado de personas que adornaban
sus cabezas con las típicas cachuchas que lucen una
gran B en frente. Los televisores enfocaban un campo de juego
que se parecía a un diamante. No acabándome
de reponer a lo que veía, un anuncio de la serie mundial
aparecía en la pantalla. Pero este no era el mundial
de fútbol
Los artistas no eran futbolistas y
los escupitazos eran de mascar tabaco más no de correr
90 minutos. Además, en vez de un cañonazo me
encontré con un pitcher y un hombre al otro extremo
del juego, de contextura medio obesa, agazapado con su bate
y tocando la arena como cuando un toro sale al ruedo.
Así fue el inicio de mi mundial. Seguí con la
esperanza de que la fiebre del fútbol tocara corazones
y que en esta comunidad internacional se empezaran a ver banderas,
escuchar cánticos y compartir comentarios, pero todo
seguía igual. El fin de semana, unos amigos nos invitaron
al partido Méjico-Irán, atractivo juego en donde
la presencia de un público persa y mejicano hacía
la invitación mas interesante. Bueno, esto no estará
mal, me dije. Llegamos dispuestos a apoyar la causa latina.
El canal de transmisión era la cadena ABC, transmitiendo
en inglés. La ruidosa y cirquezca transmisión
latina por Univisión con su humor tipo Roberto Gómez
Bolaños, alias El chapulín colorado,
quedaba para el recuerdo. Se inicia el partido, y aquí
empiezo a extrañar a los gritones, parcializados y
ruidosos comentaristas de la cadena hispanoparlante. Desde
que Irán tocó la esférica, vino el primer
comentario sobre la guerra por un narrador gringo. En el segundo
toque adujeron que los iraníes no podían celebrar
la fiesta del mundial por cuestiones religiosas, una mentira
absurda como lo pude confirmar con los otros espectadores.
Un juego lleno de emociones se tornó en una trasmision
de estrategia político-militar. Los persas mismos que
llevan años en el exilio no podía creer las
estupideces de los comentarios y la falta de conocimiento
que el periodista tenía del fútbol. Uno de ellos
descaradamente se atrevió a comparar el fútbol
con el baloncesto, el béisbol y el fútbol americano
¡Por Dios! Sí, son deportes y eso quizás
es lo único que tienen en común. No tengo nada
contra los dos primeros deportes mencionados, pero el fútbol
americano
¡Respeto al público que sigue
al fútbol mundial!
Las pocas casas que no fueran regidas por el fútbol
americano y el béisbol nos dieron la oportunidad de
deleitarnos con este mundial. Cada vez que jugaba Ecuador,
mi Colombia querida venia a mi memoria. ¿Cómo
no fue posible? Tressor, Córdoba, Yepes, el Sultán
y Amaranto no dejaban de estar en mis nostálgicos recuerdos.
Pero la única y más horrible imagen de aquella
eliminación se sentenció con aquel gol de Zalayeta
en el Centenario que nos dejó mal heridos. Después,
vendría aquel empate en Barranquilla con Chile que
de nada nos sirvió a pesar del triunfo contra Paraguay
en la última fecha de las eliminatorias.
Desde que quedamos eliminados, mi anhelo mayor como el de
muchos colombianos es estar presentes en Sudáfrica
2010. Como hincha y como médico convencido del poder
terapéutico del fútbol, exijo a los directivos
colombianos que se tracen metas claras y concretas, sin favorecer
a terceros. Propongo una intervención de nuestro mesiánico
Uribe en las entrañas del fútbol colombiano.
¿Por qué no dedicarle al fútbol uno de
esos encuentros con la comunidad, en transmisión horario
triple A para todo el continente americano, y en donde la
presencia de los directivos deportivos sea el plato fuerte?
El fútbol es del pueblo y unos pocos no pueden hacer
de una selección una mina con fines de lucros personales.
La selección nos pertenece a todos y tal como el pueblo
decide sobre sus gobernantes, los hinchas del deporte estaremos
atentos a su accionar. Al técnico y a los jugadores:
estamos con ustedes. Sabemos que en el fútbol se gana
y se pierde. Pero cuando se enfunden la camisa de nuestro
país, no sólo piensen en la prima o en el empresario
avivato que los tiene en la mira. Todo un pueblo sabrá
pagarles como se lo merecen. Pregúntenle al Pibe, Leonel
o a Perea lo que esto significa.
Después de ver como Brasil, que representaba a todos
los latinoamericanos fue eliminado unos días después
de Argentina, nos tocó hacer un giro forzoso hacia
nuestras raíces latinas. Nos familiarizamos con la
magia de la selección portuguesa que fue capaz de sacar
provecho de la favorita Inglaterra, pasando a la semifinal
gracias a las pataletas del niño boxeador Rooney y
el bello indiferente de Beckham. Después
vino la derrota frente a Francia, manejada por el genio Zidane,
de pausa y experiencia. Al mismo tiempo que esto pasaba, veíamos
como Italia con su tragi-comedia local de corrupción,
deleitaba al público causando un mar de lágrimas
en el país sede, Alemania. Ya unos días después,
la pólvora preparada para la gran final no se podía
quedar guardada. Toda Alemania se deleitó con los juegos
pirotécnicos de lo que hubiera sido.
La final llegó. Todos los ojos del mundo estaban puestos
en la despedida del astro Zidane, muchos veían a Francia
con una segunda copa del mundo, pues hacía mérito
en la cancha para lograrlo. En menos de cinco minutos, Zizou
puso su cabeza en polos opuestos. Primero, un soberbio cabezazo
a la puerta del cancerbero italiano Buffon, que haciendo alarde
a su nombre ahogó el grito de gol para lo que hubiera
sido la consagración total de Zidane y sus secuaces.
Vino entonces el otro cabezazo en forma de ataque, aquel que
nos dejó un sinsabor, un vacío, cuando todo
su potencial neuronal se redujo a una sinapsis de instinto
primitivo, al serle recordada su querida madre en un lenguaje
romántico como el italiano. En ese instante recordamos
aquellas gloriosas embestidas que se dan en el mundo de la
tauromaquia. Y allí, en el ruedo, confirmamos una vez
mas que el fútbol es lo más parecido a la vida
misma.
Con un mes de fútbol, se confirma el poder catalizador
de este deporte popular comparable a un espectáculo
del imperio romano. No tan macabro como el circo de aquellas
épocas, pues casi nunca nadie muere, pero más
emocionante y civilizado. Y al que no le guste el fútbol,
como dicen por ahí, que se le den dos tazas. Es un
tema inevitable de actualidad y el más recalcitrante
enemigo de este deporte quedará fuera de órbita
al no saber qué pasa dentro y fuera de la cancha, pues
el único patrimonio de la humanidad que nos queda es
el fútbol.
Aquí en los Estados Unidos, se encendieron los televisores
en los barrios que antes se llamarían ghettos para
ver el partido predilecto y hacer fuerza a un océano
o más de distancia. El día de la final, un político
prominente de Nueva Inglaterra se expresó del fútbol
como el deporte del futuro. Quizá no sabía que
el resto del mundo lo llevaba practicando más de cien
años.
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Bioética
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Los sofismas de los abortistas
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Ramón
Córdoba Palacio, MD elpulso@elhospital.org.co
Si no fuera por la trágica realidad que conscientemente
ocultan -porque no puedo pensar que lo hagan por ignorancia-,
serían dignos de admiración los esfuerzos de
quienes aprueban y a lo mejor han practicado, practican o
practicarán el aborto, por demostrar lo benéfico
de su campaña, pues han rebajado la mortalidad de mujeres
por aborto inseguro, más guardan un ominoso
silencio en relación con el aumento de seres humanos
-es decir, personas- en estado embrionario sacrificadas por
ellos voluntariamente. Ese ominoso silencio nos hace pensar
que ellos mismos, los abortistas, no están convencidos
de que para un problema de salud pública, según
su criterio, como es la muerte de mujeres que se someten por
sí mismas a maniobras abortistas, el remedio eficaz
sea matar a otros seres, a los hijos de éstas madres.
Sin embargo, con sus falaces estadísticas se proclaman
defensores de los derechos de la mujer -el inconcebible derecho
de desconocer el derecho fundamental a la vida de quien ella
procreó, el nada noble derecho a matar impunemente
a un ser indefenso-.
A lo largo de la historia de la humanidad, el que con la venia
del Estado ejecutaba o ejecuta a quien el mismo Estado legítima
o ilegítimamente considera indigno de vivir, se ha
llamado y se llama aún en algunos lugares: verdugo.
En nuestro idioma, verdugo es «Persona muy cruel o que
castiga demasiado y sin piedad» (D. R. A. E.). Igualmente,
la historia nos enseña que los condenados a desaparecer
por el poder del Estado tienen un juicio y un defensor de
sus derechos, juicio real y verdadero defensor o simple apariencia,
más en el caso de los niños en etapa vital intrauterina,
ni siquiera por pudor la Corte Constitucional colombiana exige
para aceptar la muerte de estos seres humanos una pantomima
de juicio con defensor. Sin embargo, los abortistas, médicos
o no, despliegan la bandera de defensores de la vida conscientes
de que asesinan a una persona que no participó en la
situación que soporta su madre y que muere para que
ésta disfrute de su deseo, de su irresponsabilidad.
También los verdugos reunidos en gremio pueden alegar
ante la historia que suprimiendo vidas defendían la
vida y que el respectivo Estado no sólo no los penalizaba,
más aún, a veces exaltaba su profesión.
Sin embargo, y en honor a la verdad, debemos registrar cambios,
para bien o para mal, pero cambios al fin y al cabo: el verdugo
en la antigüedad ocultaba todo su rostro excepto los
ojos, en la actualidad el verdugo o «Ministro que ejecuta
las penas de muerte
» (D. R. A. E.), sólo
usa tapabocas o mascarilla médica porque considera
que llevar a cabo lo que denomina «aborto seguro»
lo dignifica, pues suprime la vida de seres humanos asépticamente
y, además, fija el precio a su intervención.
Por algo es doctor verdugo o verdugo doctorado.
Más aún, la mentalidad médica frente
a los problemas de salud pública ha sido, y debe ser
con verdadera lógica científica, la de analizar
racionalmente la causa real del problema, pero nunca se había
proclamado que para resolver dichos problemas, para disminuir
la mortalidad que producen, la solución sea suprimir
la vida de seres humanos, seres humanos que no son los que
embarazan a las madres abortistas ni quienes las inducen al
«aborto inseguro».
Con la mentalidad y la lógica de los abortistas, que
no es otra que la de ignorar la causa y suprimir los efectos;
frente al resurgir de la tuberculosis, el sida, la malaria,
etc., debe matarse a los pacientes para que no difundan la
enfermedad, y así la mortalidad por estos verdaderos
problemas de salud pública, disminuirá radicalmente.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano
de Bioética -Cecolbe-.
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