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Reflexión del mes
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"Uno a uno, todos
somos mortales. Juntos somos eternos
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Apuleyo
(124-180 d.C.), norteafricano, filósofo y abogado, gran
viajero, se interesó por los enigmas y religiones orientales,
y la magia (acusado de hechicería, pero absuelto). Fue
autor muy prolífico, aunque buena parte de su obra se
perdió, lo mismo que sus tratados técnicos de
botánica, medicina, astronomía, paremiología,
etc. De su retórica se conserva una antología
de florituras estilísticas llamada Florida, y su discurso
de defensa cuando se le acusó de casarse con un viuda
acaudalada mediante artes de hechicería, Apología
o Pro se de Magia. De su obra destaca la novela El Asno de oro,
llamada también Metamorfosis, muy leída en la
Edad Media y que influyó en Bocaccio y Cervantes.
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La Ley 100
y el ojo de Juan José
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Ramón
Córdoba Palacio, MD elpulso@elhospital.org.co |
En el periódico El Colombiano
del domingo 20 de noviembre de 2005, en la página cuatro
A, el periodista y escritor Juan José Hoyos tuvo el valor
de contar al gran público la tragedia que le costó
la pérdida de visión por su ojo derecho y que
él atribuye al actual sistema de atención de salud.
Sí, Juan José, usted sufrió en carne propia
los resultados del comercio de seres humanos para quienes la
Ley 100 puso precio a su existencia y a su salud, pero al mismo
tiempo tuvo la fortuna de tener, como lo confiesa en su artículo,
médicos amigos que con honestidad y amor por la profesión
al servicio de la persona humana procuraron ayudarle en su deteriorada
salud; pero son muchísimos los colombianos que pese a
estar cubiertos con los exaltados POS y Sisbén, han padecido
mengua grave no sólo en su integridad sino que han perdido
la vida porque el sistema no cubre los gastos de la enfermedad
que presentan; porque no hay camas disponibles;
porque hay que cumplir con los protocolos como lo exige la institución
comercial (EPS, IPS, etc.) en la cual están inscritos;
porque su nombre y registro no aparece en pantalla;
porque el Sisbén no pertenece al municipio donde consultan;
porque el gerente o auditor médico considera que es enfermedad
catastrófica; porque no han trascurrido las semanas de
cotización; porque ya los días de hospitalización
contratados se cumplieron, sin importar la condición
clínico-patológica del enfermo, etc.
Los Tribunales de Ética Médica guardan en sus
archivos muchas de estas tragedias que aterrorizarían
a cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y solidaridad
con el semejante que sufre. Pero la Ley 100, Juan José,
cambió de un plumazo una de las finalidades de la medicina:
ayudar a quien sufre por enfermedad orgánica, espiritual
o mental, por la del mercader: acrecentar los réditos
de unos cuantos que negocian legalmente con la integridad y
la vida de seres humanos. La Superintendencia Nacional de Salud
tiene también en su poder miles de denuncias enviadas
a ella por los citados Tribunales y por personas naturales sin
que se haga ninguna justicia. Sin embargo, para los responsables
de la orientación de la salud en nuestro país,
vale más la curva ascendente del llamado cubrimiento,
el número de tarjetas de Sisbén, que la calidad
de la atención médica, que la verdadera protección
en salud.
Un distinguido Ministro de la Protección Social (q. e.
p. d.), en los inicios de la vigencia de la Ley 100, se atrevió
a responder a las objeciones éticas a ésta, y
ante un numeroso grupo de estudiantes de medicina, que la ética
médica proclamada desde Hipócrates de Cos era
muy vieja y había que cambiarla, que los médicos
habíamos tenido en nuestras manos un gran negocio y no
supimos explotarlo, que ahora si se haría. Y, vaya si
entorpecieron el cumplimiento de la ética médica:
el fin de la medicina era y es, aunque la citada Ley lo desconozca,
la persona del paciente, pero a partir de 1993 es un negocio
que debe ser rentable para quienes lo explotan, sin importar
lo que ocurra al ser humano que caiga en sus manos. Los hospitales
públicos no se evalúan ahora por la calidad de
la atención que prestan a los enfermos sino por los réditos
que producen, no por el bien que hacen a sus pacientes sino,
como cualquier comercio de abarrotes, por las ganancias que
dejan en dinero contante y sonante; no obstante, buen número
de ellos están quebrados y cerrados. Y el monto de estas
ganancias es bastante abultado, según se observa en los
balances que ostentan con orgullo de buenos negociantes, pero
no de buenos médicos, las instituciones -EPS, IPS, etc.-
creadas por la Ley 100. Y el futuro es más oscuro, pues
los hospitales y clínicas que se enorgullecían
de ser universitarios, no pueden hoy servir de formadores
de nuevos profesionales porque eso no es rentable, y éstos
se verán privados de los conocimientos y el sentido humanitario
de la profesión que da el contacto con seres humanos
y sólo disponen de simuladores que imitan a las personas
pero que no son personas. Médicos, mejor, técnicos
en muñecos, en medicina basada en evidencia,
en protocolos, mientras los seres humanos acrecientan con el
costo de sus sufrimientos el ingreso en dinero de las EPS, IPS,
etc.
Sí, Juan José, usted perdió la función
de un ojo pero tuvo la fortuna de saber escribir y encontrar
un medio que le permitiera denunciar su situación aberrante,
pero hay miles y miles de colombianos que no contaron con la
fortuna de saber escribir o de encontrar quien se hiciera vocero
de su tragedia. Créame que lamento de verdad lo que le
ocurrió, que espero su recuperación y que le agradezco
que con su denuncia contribuya a descubrir el grave engaño
que oculta la malhadada Ley 100.
Sin embargo, es posible que el Sisbén tenga una utilidad
que no se proclama con la debida publicidad: si un colombiano
muere a las puertas de un servicio de venta de salud
porque no fue atendido diligente y oportunamente ya, gracias
a la Ley 100, no lo pueden sepultar como N. N., pues está
cubierto con la tarjeta que enseña su nombre,
edad y lugar de origen. |
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Bioética
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Sobre
la proporcionalidad
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Carlos
Alberto Gómez Fajardo, MD elpulso@elhospital.org.co
Desde una postura bioética respetuosa con la dignidad
del paciente, está claramente entendido que el quehacer
del terapeuta parte del entendimiento de la realidad limitada
y contingente de la existencia humana. Limitación que
comienza -no por obvio debe dejarse de recordar oportunamente-
por la propia del citado terapeuta. Ya lo sabía bien
el médico de la época clásica, de cuya
conducta conocemos hoy mucho. Herófilo de Alejandría
había definido al buen médico como aquel
que es capaz de distinguir entre lo posible y lo imposible.
En la práctica tecnocentrista y comercial de hoy, caracterizada
por una pesada intermediación instrumental ante la
realidad del enfermar, se llega a veces al extremo absurdo
del encarnizamiento terapéutico. La preocupación
y el temor del paciente lo han llevado, de la mano de la desconfianza,
a querer en cierto modo gestionar la muerte acercándose
al peligroso límite de hipertrofia de la autonomía.
En tal sentido puede entenderse la extensa trayectoria de
documentos jurídicos sajones como el living will
y las advanced directives, no despojados de un
autoritarismo unilateral. Quizás sean apenas una solicitud
del futuro paciente para no ser convertido en víctima
de una tecnología deshumanizada y fría; quizás,
una expresión más de insatisfacción ante
un acto médico degradado a la realización de
un contrato multilateral, susceptible de evaluación
judicial constante.
El testamento vital es un tema que pronto se toca
con el de la eutanasia, el suicidio asistido y la sutil manipulación
terminológica relacionada con la muerte digna,
que conduce a que muchos terminen llamando bueno
a lo que es malo y viceversa.
Ayuda a despejar el panorama, para quien quiera tener en cuenta
esta realidad, la enunciación del principio de
totalidad o terapéutico, basado en el todo unitario
en que consiste la existencia corpórea, única
y personal de todo ser humano.
El respeto por la vida incluye la proporcionalidad de la terapia
propuesta, la justa evaluación de las medidas en el
contexto de la totalidad de la persona: riesgos, daños,
beneficios, costos, expectativas. Si este ponderado análisis
tiene lugar, el médico se sabrá mantener lejos
del engaño, de la participación dicotómica
en la explotación comercial, de la manipulación
sombría e indebida, y del encarnizamiento. En una atmósfera
de respeto a la dignidad del otro, se comprende la máxima
todo exceso es enemigo de la naturaleza y el texto
hipocrático: haré uso del régimen
en beneficio de los enfermos, según mi capacidad y
mi recto entender y, si es para su daño e injusticia,
lo impediré.
Tal es la validez de algunos conocimientos clásicos,
ahora que no es infrecuente que algunos imaginen que el acto
médico científico lo es cuando se
acoge a la MBE (Medicina Basada en la Evidencia).
Para quienes reafirman su condición de científicos
acudiendo a las últimas cifras provenientes de la base
de datos Cochrane, podría hacerse una respetuosa
sugerencia: debería haber una rotación del personal
en entrenamiento en las ciencias de la salud por un curso
de algunas semanas que incluyera unos turnos de biblioteca
e investigación y lectura crítica de la historia
de la medicina. Se debieran matricular -es evidente-
también los profesores. Así podremos superar
el peligro de que las cosas se reduzcan, como acontece, a
facturo, luego existo.... El ensañamiento
terapéutico es, además de una falta contra códigos
vigentes, un lamentable error de juicio clínico y de
juicio ético-antropológico.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano
de Bioética -Cecolbe-.
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