MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 4    NO 45    JUNIO DEL AÑO 2002    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Memorias con un “patiero”:
Héctor Rojas Herazo

Martha Luz Gómez y Sophia Gómez
El escritor y pintor Héctor Rojas Herazo (1921-2002), estuvo en Medellín en abril de 1998, invitado por la Universidad de Antioquia, con el fin de aceptar un homenaje a su vida y su obra. Durante su estadía nos concedió una larga y amena charla, en la cual en compañía de su esposa y del profesor Augusto Escobar, rememoró historias y lugares y nos habló de manera extensa sobre sus novelas y sus procesos creativos.
Pregunta: ¿Cuál fue la génesis de "Respirando el Verano", ya que como Usted ha dicho en varias ocasiones, se demoró veinte años pensándola y en tres meses la escribió? ¿Por qué duró tanto en esa concreción?
Héctor Rojas Herazo: Una de las cosas que me motivó a escribirla fue la necesidad económica de ganarme un premio, pero esa vez no gané, quedé de segundo. El primero fue García Márquez. Me lo gané fue con "En Noviembre llega el Arzobispo" . Yo tenía 25 o 30 años de estar pensando en aquel tema pero sin concreción; de pronto apareció el objetivo del premio y cómo estaría de meditada, de paladiada, que la pude hacer en ese tiempo. En cambio "El Arzobispo" tomó 5 años y "Celia" de nueve a diez años, pues lleva mucho taller, mucha vigilia y sobre todo la cautela que tiene que tener un escritor latinoamericano, porque somos demasiado rápidos en la elección de temas.
P: Usted decía en su conferencia en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, que hay que estudiar y seleccionar muy bien los títulos. ¿Por qué "Respirando el Verano", por qué los gerundios: "respirando", "liberando sus pájaros", "interpretando el misterio de la paloma"?
HRH: Lo malo de cualquier vocablo es que no esté usado a tiempo y en el lugar debido. Lo demás está muy bien. "Respirando el Verano" es la actitud correcta y lo que motivó la novela. Eso estaba meditado con mucho amor, porque era el tema del patio, de la abuela. Yo estaba acostumbrado a la columna periodística, pero cuando me tocó escribir novela, me di cuenta de que uno como periodista se permite ir empleando rápidamente las cosas que atesora. Como cada ser humano es un misterio, es un recuerdo, entonces estas cosas se van regalando a la columna, luego nos damos cuenta de que esto es más esencial que la columna misma y que puede aprovecharlo en la novela. La labor del periodista es de una fecundidad extraordinaria: La persona, sobre todo en la época contemporánea, que quiera ser escritor, que pretenda ser escritor, debe ensayarse y modelarse en el periodismo, porque ésa es la gran enseñanza: El periodismo lo vincula con lo social, con el recuerdo, penetra en los espacios de la intemporalidad; es decir, es una aventura a una especie de narración.
P. ¿Durante la elaboración de "Respirando el Verano", se discutió el tema con el grupo de "El Universal" de Cartagena como Clemente Zabala, Gustavo Ibarra, García Márquez, o fue un trabajo a posteriori, cuando ya estaba en "El Heraldo"?
HRH: No. Yo vivía ya en Bogotá. Ya había dejado de ser columnista de "El Universal". Con Zabala y el grupo éste, en ese entonces no hablábamos sino de las posibilidades que tenía la novela americana, concretamente aquí, en el país.
P. Hay una presencia de Celia en todos los personajes, al punto que todos se van perdiendo, se van desdibujando ante esa imagen portentosa y mágica de Celia, la figura mítica, la que toca a todos los seres, los envuelve, los determina en nosotros; los demás no existen sino como encarnaciones de ella. Esto se hace más evidente con Jorge, ese personaje arrogante, macho, que podría perdurar y sin embargo se diluye.
HRH: Si, yo traté de evocar. No solo su imagen está en el recuerdo, sino en los retratos, la ollita aquella, la totumita que era de la abuela, donde ella guardaba las fotografías, las mazorcas para la gallina, todo, todo. Yo traté de acercarme lo más posible a la pura realidad, porque por imaginativo que pueda ser un narrador, no hay nada superior a la realidad misma. Es lo más extraordinario: mientras más se acerque, mejor. A mí me fascinó desde el principio el sentido de la ruina en la casa que había sido la mejor de Tolú, la mejor hacienda, pero se convirtió en ruina. No fue pobreza, sino ruina. Entonces yo empecé a recordar aquello y empezaron los fantasmas de la ruina.
Celia no es sólo la abuela: es a la vez todas las mujeres de la novela, ya que después se va volviendo una serie de aproximaciones a lo femenino y es también la hija de ella, también la tía, pero todas se involucran en Celia. Lo opuesto es Jorge, porque cuando aparece el espacio urbano ("Celia se Pudre"), la parte burocrática y dramática, es decir, tantas cosas que eran imprecisas en " Respirando el Verano", se van diluyendo los diferentes personajes y ya no tienen nada que ver con Celia, pero están empapados y tienen que ver narrativamente porque ella fue la supermatriarca, la que se apoderó de todo: se apodera de los hijos, se apodera del marido, se apodera de todo el mundo y se apodera de los tres espacios novelísticos. Ella está en todo.
P. Pero Celia se va descorporeizando; es la presencia física en "Respirando el Verano", en "El Arzobispo" es un fantasma en el árbol y en "Celia se pudre" es una presencia ausente.
HRH: Es que llega un momento en que está viva, diría yo, en "El Arzobispo": la ve él cuando se santigua y ninguno más la vio. ¿Quién es esa señora? Era la fantasmalidad. No es que yo quisiera hacer eso con el personaje, pero él comandaba la narración, él aparece, él hace lo que quiere. Como sería que esa novela llegó a tener dos mil y tantas páginas y después empezaron la presión, las recomendaciones y es ahí donde se fue el tiempo, en la depuración, "esto no", "esto no".... Llegó el momento en que yo estaba con una novela de 811 páginas y memoriosamente estaba pendiente de dónde faltaba una coma ... y se va a alterar esto... y ... ese repaso se llevó años.
P. Ese estado de ocaso que se vislumbra desde el comienzo con los olores, el verano, un final apocalíptico, la caída del lugar, de la casa, etc., en "Respirando el Verano", y la descomposición de la burocracia como una especie de algo que se desmorona en "Celia se pudre", ¿son una alusión como escéptica, pesimista, fatalista del mundo en una y en otra?
HRH: Quiero ser fiel. No es que uno crea en el fatalismo, sino que al narrar lo más profundamente posible una realidad, entra en el fatalismo, porque es inevitable en un ser humano y era lo que recordaba Borges del papá, "Y era así mi padre...": Como todo ser humano me tocó vivir en tiempos difíciles, porque vivir es algo comprometedor y terrible; como decía el día que me preguntaron qué opinaba de la felicidad y dije: Es otro aspecto más de la pena, a Usted le llega un momento en que le ocurre una cosa grata y después le ocurren 4 o 5 infelicidades.
P. Pero Usted ha tenido una vida relativamente tranquila, exitosa, de reconocimientos, y sin embargo, ¿por qué esa carga de dolor?
HRH: Es que lo que ocurre no es. Lo otro es superfluo. Es decir, es esencial en el hombre el padecimiento. Si yo le contara tantas cosas terribles que me han sucedido y que a todo ser humano le ocurren, por mucho que aparentemente sea lo cordial, lo tranquilo que se ha vivido, no faltan estas cosas comenzando por la ruina. Hay tensiones. Si yo voy a contabilizar los padecimientos de cualquier ser humano... Ahora, como todo ser humano es tremendamente único, pues ninguno se parece al otro y al entrar a la zona narratoria, empieza a aparecer el concepto que uno tiene del amor, de la realidad, etc. No es que lo quiera inventar: es que todas son formas.
Una narración como "Celia..." no es de una persona que ha vivido tranquilamente, ésa no es una forma de la tranquilidad. Aquello es el concepto que yo tengo de la burocracia, que es una cosa terrible.
P. El tema de la burocracia es muy reiterado, muy repetitivo: la burocracia enajenante, deshumanizante, castradora, perversa.
HRH: Se retorna a ello porque el que convive con el tema y lo lleva a las últimas consecuencias es el nieto. A él le siguen sucediendo cosas hasta que llega un momento en el cual ya él queda poseído por la novela y de pronto, él cree que terminó todo y resulta que está buscando la llegada a su oficina en el Ministerio, y resulta que entró el cura, porque es que el ocurrir es de imposibles. En el cine hay tomas fotográficas de lo que queremos ver todos: al recordar un amigo, lo recuerdan en una esquina saludándolo, cuando se encontraron en una biblioteca, etc. Son tomas. Lo mismo ocurre en la narración: son focos narrativos. Eso ocurre con la realidad.
P. Esa imagen macrocefálica es la imagen de la burocracia de pronto . Así como Celia es la totalizante, la burocracia es macrocefálica, es deforme y atemorizante porque va tocando todo con los tentáculos.
HRH: Es que eso es lo bueno, lo que yo hablaba del lector por ejemplo. ¿Qué es lo que busca el escritor? Un lector creyente. Es que el lector es el que le da vida, lo que le obliga a continuar el libro, es el cohacedor de la obra; porque todo libro, sea bueno o malo, tiene un misterio que ni el mismo autor conoce y se va descubriendo parcialmente por medio de cada lector. Cada función crítica va descubriendo cosas. Yo se le dije a una señora caleña que hizo un ensayo sobre " En Noviembre...": llega un momento en que todo el afecto, el cariño con que usted ha leído el libro es el que descubre cosas y me las enseña.
P. En ese episodio de la novela en que hay una competencia por llegar a un barco abandonado, ¿ese barco qué representa?
HRH: Bueno, es otra forma de la ruina. El ser humano es la ruina. No es la riqueza, es la ruina, comenzando por el destino: somos polvo y en él nos tenemos que convertir. Entonces la ruina es una de las esencias del ser humano y ahí aparece, aparece en la burocracia, aparece en los distintos personajes, aparece en los durmientes de la burocracia, en todos ellos aparece.
Celia persiste en la muerte del hijo, en la muerte del marido. Es tal, que a él lo trajeron en la misma hamaca en la que había muerto en la hacienda; y con la muerte de él desapareció la hacienda porque todos los hermanos empezaron a pelear, a disputársela, cosa que debieron cuidar. Era una hacienda de legua y media de frente y no recuerdo cuantas de fondo, con límites por el norte con el mar, por otro con un arroyo y por el otro lado un pantano. No tenían ningún problema: todo les venía de la hacienda. En vez de haberla cuidado, la vendieron y la compró un antioqueño.
Por eso yo llamo a Tolú "Medellín Beach", porque el Tolú que yo conocí era un pueblito sereno, la plaza llena de tedio, con dos policías que vigilaban ese tedio de la plaza.
P. Un tema que llama la atención en "Respirando el Verano" es el incesto. La relación de Jorge con Berta su hermana, del sobrino con Silvia, Milciades con la sobrina. ¿Ese tema del incesto es el que desencadena la culpa en la novela?
HRH: Hay algo. Las relaciones de Milciades con la sobrina, que luego se convierte en su esposa, o sea que se legitima la relación . Es el retrato de una cultura.
Le pedimos que nos autografiara unos ejemplares de la novela que poseíamos. Uno de ellos lo habíamos adquirido en una anticuaria por $35. Al verlo, exclamó:
- "¡Qué maravilla! Hombre: usted tiene una joya, un documento. ¿Usted sabía cuando valía una casa de habitación normal con un patio grande? $130. Y a mi tía le vendían un par de patios en la playa, -entre otras cosas, no me han llamado la atención la playa ni los mares, por que no se había desplegado el pueblo hacia allá- y ella preguntó por curiosidad cuanto valía cada patio y le dijeron que $15 pesos y a ella le parecieron muy caros ".
Cuando uno publicaba un libro de poemas, por ejemplo, entonces acordaba un precio y uno decía: estoy invirtiendo $3.500 pesos en vez de gastármelos en parrandas. Me daban 500 ejemplares y lo primero que uno tenía que hacer, era regalar 100 entre los amigos, después a otros no tan amigos, aspirando a que se vendieran por lo menos 100 en la librería y 50 ejemplares a uno. Los otros se perdían. Una editorial necesitaba 5 años para publicar una edición y se ganaba un milloncito de pesos.
P. Hay una frase que nos llamó mucho la atención en esta novela que dice: "las palabras no sirven sino para enturbiar y envilecer lo que sentimos". ¿Por qué esa expresión tan desgarrante? ¿Cree Usted que hay una enajenación en las palabras? ¿Qué significa ese concepto?
HRH: Imagínese. Yo tengo que ver el contexto. Las palabras las pronunciamos y nos quedamos vacíos.
Quiero decir que la palabra es una aproximación a lo que se desea decir, no es una exactitud. Sería un fracaso si fuera la precisión misma, si en la palabra no hubiera dubitación. Seríamos otros seres. Pero a la hora de la verdad tiene más potencia una mirada a fondo que diez mil palabras. Estas son sólo aproximaciones. Es lo mismo que digo de la poesía. Digamos el deseo de aproximación al cuento y que apenas rocía la palabra. La significación misma de la palabra es muy difícil, y además nunca la alcanza uno plenamente. En un momento dramático de la voz uno quisiera decir exactamente eso, pero no puede. Por eso es una aproximación.
P. ¿Por qué la miseria y los patios, que son una constante temática en la narrativa, no aparecen en su pintura?
HRH: (Refiriéndose a uno de sus cuadros: "La vendedora") Ahí está también en la vendedora, están los dientes, están los peces...
P. Pero están como una representación, no como ese lugar sacramental...
HRH: No es que sea una representación de la novela. No es una ilustración. Es una referencia específica a la novela, pero hay que ver el contenido, por ejemplo, que tiene una vendedora. Los bodegones son todos abstracciones del novelista. Lo que pasa es que no ilustramos con el retrato de Celia ni con el autorretrato. Tal vez algún día ensaye.
P. Celia nunca sale de su lugar y solamente sale para entrar al mar; del mar emerge un niño en un caballo y el brillo del sol se le interpone. ¿Es la imagen del mar que da vida a la vez que atrapa y destruye?
HRH: Esa imagen del niño emergiendo de las olas en un caballo ha persistido en mi memoria y siempre he dicho que es la imagen más bella que he visto: Es como si fuera la imagen de un lucero temprano. Corresponde también con la llegada del hijo cuando regresa y al momento en que a Celia le traen el marido arrastrando en un caballo y ella habla del horror de la guerra civil.
P. Usted habla de que nosotros somos recuerdo, que nos habita el recuerdo, pero los más nítidos en su obra son los de la infancia.
HRH: Todos los recuerdos son anclaje. Por eso yo amo la pintura, porque pintarlos es una forma de darme libertad. Excepto el recuerdo del burócrata. Es que el burócrata es algo aterrador porque a él le pusieron ocho horas diarias de esclavitud. Ocho horas de muerte. Eso es terrible. ¿Qué sueldo puede pagar eso? Nada.
Además, todos cumplimos penas. Cuando se aproxima la muerte, nos damos cuenta de que por mucho que hayamos hecho no hemos hecho nada. La vida es un fracaso. Fue lo mismo que dijo "el gringo" que hizo una novela en la cual hablaba solamente de sus experiencias sexuales: Arthur Miller, a quien le preguntaron: "¿Usted por qué pone esto así?" y él decía: "es que eso no lo he inventado yo o, ¿entonces yo inventé la maldad?, pero en vez de eso inventé el sexo. Eso es vivir. Si uno no inventa nada, en nada se queda".
P. Usted es severo con Dios. Sin embargo, hay un determinismo siempre acusador, un origen culposo que afirma una condición teológica del destino humano, y no obstante, contra Dios usted siempre es contestatario.
HRH: Siempre estoy y ése es mi gran interrogante, los famosos interrogantes que son los elementos que habitan en mi existir: de dónde vengo, dónde voy, quién soy, hacia dónde voy; ahora, ahí está metido Dios, -imagínese en qué forma- y está la nada y están todas las cosas. O es Dios el responsable o no existe, si no existe, está el drama de a quién invocamos. Por eso yo he procurado ser deísta: no me interesa la empresa religiosa. Toda la creación tiene que tener un inventor. Entonces creo en Dios. No se qué forma tiene ahora. El hombre ha procurado aproximarse y traer a Dios y lo que lo llena de él mismo, le pone todas las diabluras, lo pone celoso, lo pone vengativo. Imagínese un Dios así.
P. ¿Cual es su razón para la utilización de lo que se ha denominado fisiologismo grotesco? ¿Es con el objeto de mostrar esa condición miserable de la vida humana?
HRH: Es que ése es el existir: Es decir: todo lo que ocurre en el existir. Lo que le ocurre a uno en la vida tiene una trayectoria bien amplia. No es que yo tenga ninguna predilección temática al narrar. Cualquier personaje representa al ser humano: con su equipaje de angustias, valores, soledades... Imagínese que los escritores hubiéramos inventado la soledad, la cuenta que nos iban a pedir por esto. La soledad, la muerte, el destino. Mire usted el terror que nos produjo la noticia del Ministro que estaba en ejercicio y a los cinco minutos estaba muerto, ¿qué tal ese destino? Es que no vamos a negar el destino. El destino tiene un plan contigo. Entonces, ¿por qué vamos a preocuparnos? Lo que le va a ocurrir a uno, le ocurre.
P. ¿La muerte de Celia en "Respirando el Verano" en una fecha que es bastante representativa para la historia en 1948, alude, indica algo? Nace en el momento de la república liberal, en el año de 1855 y muere en una fecha que es una especie de catástrofe, de revolución inconclusa. ¿Es una premonición ese desmoronamiento de la casa, con ella, con todo?
HRH: Es una coincidencia, pero yo no pensé en eso. Es que no tenía idea. Lo que estaba era narrando. No tenía objetivos concretos ni simbólicos. Narrando, narrando como cohacedor de la novela. Era una cosa que yo no había observado. Lo que le digo: el misterio está allí. Cada libro, por el solo hecho de haber sido fraguado, encierra un misterio. Esa acumulación de palabras, de conceptos, proporciona una apertura y uno no sabe en qué termina y se vuelve misterio. Uno está tratando de aproximarse a los diferentes misterios del ser humano. Uno concibe un misterio privado para escribir un libro o un poema. Todo tiene su misterio. El abuso del hombre con la palabra, ya eso es un misterio.
P. Usted tiene un vocablo que utiliza reiteradamente: "la compasión". ¿Cuál es el propósito?
HRH: Hay que compadecer, hay que compartir el padecimiento en el sentido nato de la palabra. Hay mucha gente que no tiene capacidad de compasión y entre otras cosas porque no ha acabado de descubrir al otro en uno. Cuando uno compadece al otro, se está compadeciendo a uno mismo a través del otro. Uno cree que la compasión es arbitraria.
P. Usted decía en una autobiografía que sigue creyendo que todo malestar fisiológico en un hombre tropical tiende a convertirse en un sistema fisiológico.
HRH: Como decía Celia: "y no te metas en esas cosas de Dios porque terminas dándole gracias al Partido Liberal". Es que hay que ver el candor del ser humano. Hay que ver como el dolor nos muerde y nos tritura.
P. ¿Quién es hoy Héctor Rojas Herazo?
HRH: Un individuo más que va hacia su final. Eso es lo que somos. El hombre se da cuenta a medida que avanza en años de que se aproxima su final. Eso es todo. Lo demás es cosa de esto y de lo de más allá. Uno se va dando cuenta porque va apreciando cada día más lo que le resta del existir. A veces se asombra y el asombro es un árbol, el asombro es un amigo. Uno profundiza más ese asombro, lo degusta más, porque se va a ir. Eso es lo que me pasa a mí. Por eso no entiendo cómo tiene un individuo tiempo de ser vanidoso. A mí no me queda tiempo. Lo que sí siento es que hay cierto rigor en haber existido y eso es lo que he tratado de plasmar. Lo que angustia a uno es que el misterio de la palabra devele el misterio de la vida.

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