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Reflexión del mes
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Cuando alguien asume
un cargo público debe considerarse a sí mismo
como propiedad pública.
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Thomas Jefferson
(Estados Unidos, 1743-1826). Tercer presidente de su país,
consideraba que todos los hombres eran igualmente libres e
independientes y tenían derecho a la vida, la libertad,
los medios de adquirir propiedades y la obtención de
la felicidad y la seguridad. Se argumenta que formaba parte
de una corriente del liberalismo anticapitalista; es considerado
por algunos como precursor del anarquismo.

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No más ética
médica
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Diego
Andrés Rosselli Cock, MD - Neurólogo, académico
e historiador - Publicado en Portafolio el 5 de abril de 2006
elpulso@elhospital.org.co |
El concepto de ética
ha estado ligado al de medicina desde la antigua Grecia. En
Nuremberg, Helsinki y, más recientemente en Santiago
y Tel Aviv, la Asociación Médica Mundial ha cambiado
una frase aquí y agregado una cláusula allá,
a los preceptos hipocráticos centrados alrededor del
primum non nocere (ante todo no hacer daño). Tal vez
por esa larga existencia, nadie se ha detenido a cuestionar
la existencia misma del paradigma ético.
Debemos aceptar que la medicina ha sufrido varios cambios drásticos
en el último siglo. Algunos descubrimientos como la anestesia,
los beneficios de la higiene quirúrgica, los antibióticos
y los psicofármacos, hicieron del siglo XX una época
de gloria y de inusitado optimismo. Pero la Edad de Oro de la
medicina ha terminado. El nuevo siglo se abrió con importantes
augurios de un rápido declinar del ejercicio médico.
La creciente oferta de profesionales, por elementales reglas
del mercado, reducirá cada vez más los ingresos
y empobrecerá a la profesión. Después de
todo, se estima que la mitad de los 50.000 nuevos médicos
colombianos que se graduarán en los diez años
venideros difícilmente podrán ser acogidos por
el sistema, y se verán obligados a diversificar su ejercicio
profesional, a ser creativos en su manera de competir o, simplemente,
a desempeñarse en algo distinto a aquello para lo cual
fueron formados.
Los sistemas de salud cambiaron para siempre. De un ejercicio
independiente, en lo que toda la vida fue un ejemplo de profesión
liberal, el médico pasó a ser primero, parte de
una nómina empresarial y luego, más grave aún,
ha entrado al sector informal de la economía: pagado
al destajo, sin derecho a incapacidad, vacaciones ni prestaciones.
Sí, es cierto que la expectativa de vida hoy es unos
20 años mayor que la de hace medio siglo. Sin embargo,
no es por los antibióticos, ni los rayos X, ni la cirugía.
No es por los hospitales ni por esos pocos medicamentos aparentemente
milagrosos. Es por mayor acceso al agua potable, mejor nutrición,
mayor salubridad tanto urbana como rural y, sobre todo, mayor
cobertura educativa. En comparaciones internacionales, uno de
los mejores predictores del nivel de salud de un pueblo es el
grado de igualdad de sus habitantes. Es un hecho: mientras mayor
sea la brecha entre ricos y pobres más baja será
la expectativa de vida y más alta la mortalidad infantil,
por no hablar del resentimiento social y su papel en la felicidad.
En resumen, la salud del pueblo no está en manos de sus
médicos. Está en las de sus legisladores que,
si de veras lo desearan, podrían reducir la desigualdad.
Está en manos de los medios de comunicación, que
son más importantes que los médicos para determinar
los estilos de vida de la comunidad. Está en manos de
los publicistas que pueden manipular mejor el comportamiento
de la gente (y de mucha más gente) que los consejos en
privado de un médico desmotivado.
Ahora, ¿por qué se nos exige a los médicos
una entrega altruista y un comportamiento 'ético' que
no se considera necesario en los verdaderos protagonistas? No
me imagino a los banqueros suizos, ni a las juntas de accionistas
de las grandes multinacionales, deteniéndose a analizar
las minucias éticas de ésta o aquélla inversión,
más allá de los límites legales interpretados,
claro está, con la mayor laxitud. Nos piden que asesoremos
a nuestros pacientes fumadores sobre los efectos nocivos del
tabaco, en intervenciones cuyo beneficio es (y repito el término
de los economistas) apenas 'marginal', mientras que apenas sí
cuestionan a las grandes mafias tabacaleras y su bien diseñada
estrategia para reclutar niños y adolescentes en su macabro
negocio. Publicistas, abogados, comunicadores, comerciantes,
administradores, por no hablar de los políticos, juegan
con otras reglas cuya razón de ser son los rendimientos
económicos.
Cómo es de triste pagar impuestos cuando uno cree ser
el único que lo hace. Qué tonto se siente el ciudadano
de bien cuando es el único en detenerse en un semáforo
en rojo que nadie más respeta; qué inútil
es dar un rodeo en el carro para respetar una flecha que nadie
más parece ver.
Colegas, somos por formación un grupo apegado a las tradiciones.
Pero aceptemos la nueva realidad y entremos de lleno en el siglo
XXI jugando las reglas de la 'globalización': en el planeta
en que nacieres haz lo que vieres. Aceptemos con conformismo
sumiso esa filosofía neoliberal que permea nuestro sistema
de salud y nos orienta hacia ese mismo capitalismo salvaje de
nuestros intermediarios. Si somos apenas 'marginales', no nos
demos unas ínfulas que no tenemos y acojamos un nuevo
precepto: primum pecuniae, primero las ganancias. ¡Al
traste con lo demás!. |
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Bioética
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Decisión horripilante
frente al aborto
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Ramón
Córdoba Palacio, MD elpulso@elhospital.org.co
No pasaría de ridícula, si no fuera por las
horrendas consecuencias que puede traer, la respuesta de la
Academia Nacional de Medicina a la Corte Constitucional, según
comunicación del 17 de febrero de 2006. Y es ridícula
porque no cabe en ninguna mente humana, y con mayor razón
si tiene formación médica, que un grupo de doctores
recomiende como solución a un problema de salud
pública, eliminar seres humanos.
Veintinueve doctores, 29 académicos, ignorando el êthos
de la acción médica, la inspiración que
desde tiempos inmemoriales ha orientado el quehacer del médico,
decide que ante un problema de salud pública -el aborto
inseguro como lo denominan- la solución es matar
seres humanos, personas humanas que en nada participaron en
la situación que vive la madre. Y con cinismo hablan
del manejo ético de la mujer gestante como
si el término mujer gestante no implicara
el cuidado del ser que crece en sus entrañas. La ética
que inspiró al primer hombre que realizó frente
a la necesidad de su semejante un acto médico fue la
ética del bien: contribuir al bien de éste,
al bien pleno, según su leal saber y entender. Pero
ahora que disponemos de mayores recursos científicos
y técnicos al servicio de nuestros pacientes, madre
e hijo en el caso que nos ocupa, un grupo de doctores -me
resisto a llamarlos médicos-, proclaman como solución
a un problema de salud pública suprimir la vida de
personas, de seres humanos y, además, considerar el
valor incondicional de la vida humana por debajo del dinero,
de buena parte de los recursos destinados a la salud.
Si aceptamos en términos generales los conceptos de
estos 29 académicos y los aplicamos a los múltiples
problemas de salud pública que azotan a Colombia y
a otros países, ¿qué será de los
tuberculosos, de los enfermos de sida, de los enfermos de
paludismo? La ingente cantidad de dinero y de esfuerzos humanos
en la lucha infructuosa contra el paludismo podría
encontrar en la solución propuesta por los citados
académicos algo efectivo: matar a los palúdicos
es más económico, pues al exterminar a los enfermos
los mosquitos no tienen forma de difundir el plasmodio que
se encuentra en la sangre de aquéllos; la muerte de
los tuberculosos bacilíferos suprimirá muchos
focos de contagio y el dinero invertido en el tratamiento
podrá dedicarse a campañas de higiene, etc.
¿Qué pensar de estas soluciones prácticas
pero inhumanas que se aparten del espíritu médico
y se acercan, casi se confunden con las aplicadas en la era
de los verdugos nazis? También en ese régimen
político se pensó que era más económico
y tranquilizador matar a los enfermos mentales y, posteriormente,
a las personas que no satisfacían las normas de pureza
de la raza propuesta por el Estado, que se consideró
amo de los seres humanos bajo su jurisdicción.
En la mayoría de los pueblos llamados primitivos en
los que se practicaban sacrificios humanos, éstos no
se realizaban por mano del sanador, así
fuera al mismo tiempo médico y sacerdote, sino por
otro que hoy llamaríamos verdugo. Y es que repugna
que quien por vocación -o por designio de los
dioses en algunos pueblos primitivos- debe realizarse
a sí mismo llevando a cabo el sentimiento de ayuda,
el bien pleno del paciente, sea el que lo elimina, trastocando
así el imperativo de su misión. Y no es cuestión
de norma religiosa católica como se argumenta hoy en
día, pues entre el siglo V y el siglo IV antes de Cristo
ya los asclepíadas griegos se comprometían bajo
juramento a no proporcionar a ninguna mujer pesario
abortivo. Sin embargo, 29 miembros de la Academia Nacional
de Medicina pretenden que es labor del médico suprimir
la vida de seres humanos en vez de cuidarlos como enseña
el êthos de la profesión.
Pero en la respuesta de la Academia Nacional de Medicina a
la Corte Constitucional hay un argumento que muestra claramente
la pobreza de criterio con la que fue concebida: «Las
circunstancias a que se hace mención han sido tenidas
en cuenta en las legislaciones de un número grande
de países, con el respectivo aval de sus organizaciones
sanitarias». Es la aplicación por parte de un
grupo de universitarios doctorados del viejo pero sabio refrán
que muestra la incapacidad de trazarse criterios propios:
«¿Para dónde vas, Vicente? Para donde
va la gente».
Por último, y haciendo uso de la libertad de duda,
me pregunto si tras esta decisión horripilante no se
ocultará el deseo de acrecentar los ingresos económicos
personales: se pueden hacer abortos sin ocultarse por temor
a la ley y cobrando buen dinero porque ya son seguros.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano
de Bioética -Cecolbe-.
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