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Cultural |
Historias
de la caricatura en Colombia
De le generación quemada a los Botero, los Grau, los
García Márquez...
Por
Germán Arciniegas (*) |
Es una generación de artistas
que ha quemado la historia. No recuerdan, no la estiman.
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La generación quemada. Quemada en
el olvido. En algunos casos, tronchada por la muerte. En los
años veinte, en los treinta del siglo XX, caricaturistas,
pintores, poetas -los de los tiempos de Rendón, León
de Greiff, Alberto Arango iban a ser un puente colgante para
salir de los de la guerra de los Mil Días y de la generación
del Centenario que siguió a la guerra, a lo que son
hoy las artes y las letras, el nuevo mundo de los Botero,
los Obregones, los García Márquez. No sé
con exactitud si Rendón o Alberto Arango conocieron
el mar. Creo que no. De Greiff lo vio muy tarde, cuando ya
había escrito su mejor poema marino. Otto de Greiff
y yo nos cruzamos telegramas con un sentido de emoción
tan grande como el de Colón en un ya lejano 12 de octubre.
Eramos de tierraadentro, del interior. Los otros
eran extrovertidos costeños. Entre unos y otros había
una separación brutal: los de tierra veíamos
de otra manera los horizontes. La luz nos tocaba distinto.
Los primeros contactos hechos en la universidad o en el café
acercaron a los costeños y cachacos, y fueron esclarecedores.
La integración colombiana no estaba muy sólida.
Era teatral ver juntos en el Congreso a los Manjarrés
de la Costa y a Sotero de Boyacá. Esto salta a la vista
en el álbum de caricaturas de aquel tiempo nuestro.
Aquella
revolución tenía elementos románticos notorios,
y si nos iniciábamos en la dialéctica de Hegel
y en cierto materialismo marxista, era con dificultades que
no han conocido las generaciones posteriores. No se habían
inventado los seminarios universitarios y la palabra seminario
seguía significando semillero de curas. De muchos lados
diversos atacábamos ferozmente las cosas que queríamos
cambiar. Como hubo la revolución universitaria en que
uno de los ingredientes más activos fue el mismo canaval,
hubo la literaria de Panida en Medellín, de Voces en
Barranquilla, del Windsor en Bogotá, de todo lo cual
habrían de resultar cosas que aún hoy están
muy a la vista. Uno de los instrumentos de nuestra lucha era
el sarcasmo. Pocas veces ha tenido tanta importancia la caricatura
como en aquellos días. La historia del derrumbamiento
del conservadurismo filosófico, que llegó hasta
la entraña misma del partido conservador, para el caso
colombiano, no podía hacerse sin tener a mano el álbum
de Rendón.
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No
se habían inventado los seminarios universitarios
y la palabra seminario seguía significando
semillero de curas. De muchos lados diversos atacábamos
ferozmente las cosas que queríamos cambiar.
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Nuestros contactos con
el exterior eran tímidos e indirectos. Tal vez
los más eficaces fueron los que hicimos a través
de las federaciones de estudiantes. Sacamos inconscientemente
del fondo de otras épocas la palabra federación,
que en Colombia había prohibido don Miguel Antonio
Caro, para uniones universitarias que iban desde México
a la Argentina. Todo por correspondencia. En arte, a
comienzos del siglo, hubo media docena de pintores que
fueron a Francia. En Bogotá o Medellín
eran pocos quienes habían visto un cuadro pintado
por un maestro del otro lado del Atlántico. Había
que entrar a las iglesias, como turistas, para suponer
que tal vez aquella tela había sido pintada por
Murillo. Nuestras relaciones eran con Quito y Cuzco.
Los que llegaban de regreso de la Academia de San Fernando
de Madrid, de la Jullien de París, traían
mensajes que nos arrojaban relativamente. Recuerdo a
Roberto Pizano descubriéndonos a Joaquín
Sorolla. Nuestros conocimientos eran de libros ilustrados.
Reproducciones a color que hoy nos parecerían
malísimas. Después de todo, así
se habían formado en la Colonia los Vásquez
y Figueroas, viendo estampas y grabados. Estas noticias
harán sonreír a las nuevas juventudes
que encontrarán aquel mundo rudimentario y primitivo.
Lo que no alcanzarán a imaginar son los estímulos
y la curiosidad que crecían en relación
directa con nuestras limitaciones. He dicho: generación
quemada, porque la han quemado en la historia. No la
recuerdan, no la estiman. En realidad, el puente colgante
estaba tendido entre dos puentes y entre dos siglos.
Al olvido y al desconocimiento contribuyó un
accidente imprevisto, no bien conocido. El gran animador
de los que vinieron fue una mujer elocuente, alucinante,
extranjera. Venía de la Argentina a prender la
mecha creando un boom para los nuevos pintores: Marta
Traba.
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Creo
que todo este mundo merece recrearse en una novela, en una
historia humanizada. De ahí salieron grandes imaginerías
de dibujantes, las primeras novelas que le abrieron a Colombia
horizontes de fama universal, poemas que han pasado a las
antologías. Todo, hecho por quienes no tenían
moneda de cobre, ni les importaba. Había otras medidas
para calcular la gloria. No hubo pintor que vendiera cuadros,
ni autor de ediciones de más de mil ejemplares (que
no se vendían), ni artista con casa propia, ni siquiera
con cuenta en el banco y chequera en el bolsillo. Se trataba
de una realidad que no nos incomodaba, y como el caso era
común, se vivía fuera de toda competencia
que amargara. Para imprimir un libro había que ir
con la plata contante al editor, y yo, que era un mecenas
fabuloso sin caja fuerte, le pagaba cinco pesos por caricatura
a Rendón para ilustrar la cubierta de una revista
-Universidad- que era una de las cosas que Rendón
más quería.
Bogotá
era la meta fatal a donde había que llegar para los
diálogos nacionales, para surgir colombianamente,
para llegar a una audiencia menos estrecha que la de la
provincia...
Las
dos muertes
Nada explica mejor los temperamentos que sus muertes. La
de Rendón, que todos creen conocer, es de un dramatismo
brutal. Llegó a un café de la carrera séptima,
que no era el suyo. Se llamaba La Gran Vía, y jamás
fue de tertulia literaria. Pidió una cerveza, sacó
el lápiz como lo hacía siempre porque era
su modo de expresión, y con un revólver se
voló los sesos. ¿Cómo lo consiguió,
por qué lo cargó, qué movió
su mano acostumbrada a hacer las caricaturas de los otros,
y la suya propia, para convertirla en el instrumento de
su propia muerte? De paso salgo a cortar una leyenda que
encuentro infeliz. Algunos decidieron que el comprador de
sus caricaturas, El Tiempo, lo tenía muerto de hambre.
Nunca antes caricaturista alguno fue pagado mejor que Rendón
y Don Fabio, el gerente, era infinitamente menos escatimador
desde la caja del periódico de lo que se dice. Si
apuros tuvo Rendón, como era normal entre nosotros,
don Fabio no fue sordo para quien era el consentido del
diario.
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Nada
explica mejor los temperamentos que sus muertes. La
de Rendón, que todos creen conocer, es de un
dramatismo brutal.
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Rendón era ácido y seguía
la ruta que le iban mostrando sus propias caricaturas. Inventó
un fantasma que a él mismo le royó las entrañas.
Lo mismo le ocurría con los personajes que caricaturizaba.
Cuando hizo las primeras imágenes de don Marco, fue acentuándole
unos rasgos que luego la vida le iba sacando al viejo, como
si su destino fuera seguir las líneas de Rendón.
Es impresionante ver como al final don Marco vino a ser Rendón,
lo había previsto. Con mayor aproximación a una
razón que explicara el suicidio, se ha dicho que Rendón
murió porque la subida del liberalismo al poder lo dejó
sin tema.
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La caricatura
Había en los caricaturistas e
ilustradores antioqueños una tendencia notable a la
simplificación y síntesis, tan admirable en
Alberto Arango como en Rendón, con una diferencia:
lo que en Rendón fue sarcasmo era gracia en Alberto
Arango. Quedaban atrás aquellas creaciones del siglo
pasado, cuando cada caricatura era un retrato fidelísimo
de la cabeza, y el discurso político se hacía
escena burlesca...
Hasta
la crítica pide caricaturas. La gracia no atrae tanto
como el zarpazo. Es un valor fino que no cuenta. Pero si no
soy optimista perdido, creo que ha llegado la hora de incorporar
finezas al inventario del arte nacional. Entre otras cosas
porque si se suprime esa generación de Arango, Pepe
Mexía, Sergio Trujillo, Ariza, Franklin, Gómez
Jaramillo, Ramón Barba, y Otálora y José
Domingo Rodríguez y Restrepo Rivera y Tobón
Mejía, contemporáneos de Rendón, no se
entenderá bien contra quiénes iban a alzarse
Botero, Grau, Obregón y cuantos hoy figuran en el catálogo.
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Hasta
la crítica pide caricaturas. La gracia no atrae
tanto como el zarpazo.
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(*)Adaptación
de Historia de la Caricatura en Colombia,1988.
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