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Desde la época
de Juan Luis Londoño (q.e.p.d.), no obstante haber
sido él un actor muy importante en la aprobación
de la Ley 100 en 1993, se sabía del deseo que se tenía
de restarle importancia al Consejo Nacional de Seguridad Social
en Salud (CNSSS). En el presente año sólo se
ha citado una vez, a finales del primer trimestre, y ahora
se entrega su Informe anual al Congreso sin que se sepa a
ciencia cierta qué grado de participación en
su elaboración, revisión y evaluación
han tenido los miembros del Consejo en dicho informe. ¿Se
preparó y publicó solamente atendiendo a la
exigencia del artículo 172 de la Ley 100, que contempla
la presentación del informe anual para analizar la
evolución del sistema? Si así fuera, se trataría
entonces del empecinamiento que pareciera existir en relegar
al Consejo. Además vale anotar que en el Informe de
Actividades 2002 2003 del Ministerio de la Protección
Social al Congreso de la República, no se menciona
siquiera al Consejo como entidad adscrita. Y restarle importancia
al Consejo no es bueno, no acordarse de él es descortés,
y desconocerlo es malo, muy malo; incluso, es sintomático.
Ciertamente hay muchas realizaciones que deben anotarse cuando
de hacer la relación de la evolución del sistema
se trata, porque la verdad sea dicha, se ha trabajado con
empeño en este gobierno en materia de salud. Pero sin
demeritar el esfuerzo y las buenas intenciones que se han
tenido, creemos que el contenido habrá que mirarlo
con beneficio de inventario y con mucha serenidad.
Al corte del año 2002, el sistema reconoció
que tenía 24.6 millones de afiliados, es decir un 56.1%
de colombianos. Quiere decir ello que estamos atrasados dos
años en alcanzar la meta que fijó la Ley 100:
cobertura total. De este monto, 11'444.030 personas corresponden
al régimen subsidiado, que equivalen al 46.5% de población
asegurada y al 70% respecto de la población NBI (con
Necesidades Básicas Insatisfechas).
Todos recordamos los periplos que cumplieron los funcionarios
públicos en aquel entonces de las discusiones de la
Ley 100 y muchos recordamos sus aseveraciones, no sin negar
que se sabía que habría dificultades, las propias
de cualquier cambio tan trascendental, pero nada más.
Sin embargo no ha sido así. Es cierto que se han presentado
imprevistos mayores y problemas graves con la economía,
que han tenido que sortearse con muchísimo esfuerzo,
pero seamos sinceros, esto no ha sido todo el problema. En
la parte de salud el cambio fue total y se incrustó
profunda y férreamente la mentalidad economicista.
La medicina ha quedado muy herida, con lesiones muy dolorosas,
que ya está advirtiendo como inconvenientes para sus
intereses el mismo público en nuestro país.
Ya se escucha gente común y corriente, que sin resentimientos
pero con toda claridad se lamenta de lo que se perdió
en las relaciones médico - paciente. Y esto si se mira
sólo desde el aspecto humano, porque en el campo de
las coberturas, los logros no han correspondido al esfuerzo
que ha hecho el sector de la salud. Hoy no podemos decir que
estamos mejor que antes, descontado, como es lógico,
el adelanto tecnológico, tanto en la línea dura
como en el campo de la capacitación y formación,
lo cual se ha logrado más por el afán personal
de unos cuantos que por los estímulos del sistema.
La medicina nuestra, haciendo referencia al ejercicio actual
que realizan en conjunto las profesiones de la salud, tiene
su propio mérito y le debe muy poco al sistema. Más,
el sistema específicamente en este aspecto es desobligante,
desalentador y desestimulante y poco le importa y hasta considera,
que es más un inconveniente que los médicos
sepan mucho, que las enfermeras profundicen en sus disciplinas
o que las bacteriólogas alcancen niveles superiores
en su campo. Todo el progreso que se ha dado cuesta y a la
vez genera costos. De ahí en adelante ya nunca más
se hará un diagnóstico con dos o tres pruebas
y un examen clínico. El médico juicioso querrá,
como es su deber, hacer el diagnóstico lo más
certero posible y un tratamiento totalmente específico.
Y el paciente, lógicamente desea lo mismo. Y como el
compromiso del médico, no solamente del buen médico,
sino del médico bueno, está con su paciente,
encontrará mil dificultades en un sistema que privilegia
la tarea por encima de la eficacia, los rendimientos por encima
del sentimiento humano y lo financiero por sobre todas las
cosas.
El informe del Consejo al Congreso tiene importancia por lo
que contiene y también por lo que no contiene. Ahí
está escrito el esfuerzo de un país entero y
subyace el sacrificio de médicos, odontólogos,
enfermeras y en general de todo el personal de la salud, que
le toca jugar en los dos campos: como ciudadanos y como los
mayores aportantes de si mismos a un sistema que hasta hoy
prometió mas de lo que pudo pero cumplió sólo
en una cosa: lastimar la profesión médica, porque
los organismos asesores externos, con la aquiescencia y simpatía
local, quitaron a los profesionales de acá, lo que
allá, en su tierra, no se atreven a tocar a fondo.
Y no es porque nadie sea profeta en su tierra, sino porque
existe cierto grado de valentía y a la vez de desapego
en pelear en batallas ajenas. Con las cifras del informe,
hablando específicamente de coberturas, sacrificar
a los médicos para lograr lo logrado, no fue más
que irrelevante. Como irrelevante es para el gobierno el Consejo
Nacional de Seguridad Social en Salud, porque al fin y al
cabo, parece escucharse, ¿Consejo para qué?. |
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