MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 274 JULIO DEL AÑO 2021 ISNN 0124-4388
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Más allá de las conveniencias y defectos que tuviera el proyecto de reforma al sistema de salud, el 010 de 2020, lo cierto es que su hundimiento se debió a los juegos dinámicos de la política, y si bien estamos acostumbrados a que en Colombia, y en los países con estructuras político administrativas similares, las reformas legislativas responden a un tira y afloje de intereses variopintos, una reflexión urgente debería ser que el funcionamiento de los sistemas de salud, y sus reglamentaciones, deben estar por encima de este tipo de vaivenes.
La pandemia por COVID-19 debe dejar enseñanzas, y la primera de ellas sería asumir nuestra fragilidad como seres vivos y como sociedades. Un pequeño virus, insignificante para la mayoría, desconocido para todos, puso en aprietos la economía mundial, detuvo el crecimiento y “desarrollo” global (con algunas excepciones) cambió los hábitos de vida social, y ha causado millones de muertes y cantidades ingentes de dolor.
Estas consecuencias deben entenderse como la confirmación de que los temas sanitarios no son aislados del resto del funcionamiento social, por el contrario, se debería entender, por fin, que son la base para que las sociedades se desarrollen e incluso sobrevivan.
Es evidente que el país requiere de una reforma profunda del sistema de salud, y no porque el actual haya fallado completamente, existen logros importantes, es innegable, pero subsisten problemas que desde hace años no encuentran una respuesta adecuada, el COVID-19 desnudó muchos de ellos, pero además, debemos prepararnos como sociedad ante los nuevos retos.
Todos los organismos sanitarios internacionales, amparados en investigaciones bastante serias, vaticinan nuevas pandemias en los años siguientes, y es innegable que Colombia no solo no estuvo preparada para la actual, sino que su manejo no ha producido los resultados esperados; las cifras de muertes, contagios, resultados en positividad, y demás indicadores, nos aproximan a ser el país con las peores cifras mundiales en la actual emergencia. No se compadece que el número de muertes diarias tras año y medio del primer caso, se ubiquen entre los tres primeros lugares del mundo, disputándose ese deshonroso lugar con países que nos cuadruplican en población. Algo no funcionó, y no necesariamente solo por las medidas tomadas, sinmo también por las características sociales del país.
Por esa razón una reforma a la salud es necesaria, pero debe tener tres condiciones para que responda a las necesidades nacionales.
Que recoja las enseñanzas del COVID-19 y su manejo teniendo como referencia a aquellos países que lo hicieron bien. Ejemplos hay muchos. También analizando con cabeza fría y sin apasionamiento, el resultado de las estrategias adoptadas en el país para detectar los puntos de falla, y nuevamente, aprendiendo de ellos. Y preparándonos normativamente para que situaciones similares en el futuro puedan ser enfrentadas sin tantas consecuencias nefastas para la población. Hay que decirlo, ahora una urgencia del sistema de salud debe ser proteger a la población de posibles pandemias.
Pero la reforma no puede ser solo coyuntural, y acá la segunda condición. Debe recoger las opiniones calificadas de los distintos sectores que ahora hacen parte del sistema, pero también las del resto de la sociedad. La salud no puede seguir siendo competencia exclusiva de unos cuantos, en la medida que nos afecta a todos, todos deben ser parte de la solución, y es mucho lo que puede aportar una participación ciudadana real, amplia, que en verdad sea estudiada y recoja las propuestas, y no las utilice como legitimadores de las iniciativas gubernamentales o de ciertos intereses particulares. Las necesidades a las que hay que buscarles solución se viven en los territorios y en los hogares, no en los escritorios de funcionarios muchas veces desconectados del resto del país y que terminan generando propuestas de leyes llenas de vericuetos técnicos sujetos a mil interpretaciones.
Y desde acá se desprende la tercera condición, una reforma al sistema debería ser un gran pacto nacional que supere los intereses particulares, que dé respuesta real a los problemas y que se enmarque dentro de las verdaderas capacidades que se tienen como nación. Ante el año electoral que se avecina, se corre el riesgo de que nuevamente la salud esté en los discursos de los candidatos, con lo que el tema se politizará para convertirse en bandera de los partidos y movimientos, con rifirrafes ideologizados y no necesariamente conectados con las soluciones que se buscan, y en este escenario dos grandes perdedores se pueden observar desde ya: la salud como sistema, y el bienestar de las personas.
De llegarse a un pacto nacional por la salud, el tema deberá excluirse de las polarizaciones, y enfrentarse con la altura ética que exige el pensar en la vida de las personas.
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