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Tus sueños
son tu verdad:
Tomás Eloy Martínez
Hernando
Guzmán Paniagua - Periodista - elpulso@elhospital.org.co |
Al niño Tomás
Eloy Martínez sus padres lo encerraron y le prohibieron
leer, como castigo por ir al circo sin permiso. Allí
nació su primer cuento: un chico que se mete en una estampilla
para poder viajar a todas partes, origen de una literatura donde
el sueño es más real que el mundo visible. Siempre
creyó que los narradores escribimos sobre lo que
sabemos para aprender aquello que no sabemos. |
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Al tucumano
(1934 - enero 31/10) lo mató un tumor cerebral, pero
empezó a morir al fallecer su esposa Susana. Sobrevivió
porque creía que escribir es la única razón
para seguir vivo, y como buen agnóstico no cedió
al chantaje del cielo ni del infierno, al decir de Borges. Ido
el maestro, quedó Argentina como un país
huérfano, que él habitó como si fuera su
propia piel, expresó la periodista mejicana Alma
Guillermoprieto.
La novela de Perón (1985) con el general y su mayordomo
José López Rega, padre de la fatídica Alianza
Anticomunista Argentina, como actores, conforma con Santa
Evita (1995) una obra en dos actos, con seres de ficción
más ciertos que los de verdad. Integran el mismo caleidoscopio
de Las vidas del general (2004), Memorias del exilio, La pasión
según Trelew (1974), quemada por la dictadura militar;
El sueño argentino (1999), Réquiem por un país
perdido (2003), El cantor de tango (2004), Ficciones verdaderas
(2000), El vuelo de la reina (Premio Alfaguara - España);
Purgatorio, sobre el amor de dos cartógrafos en la dictadura,
y El Olimpo, novela inconclusa sobre el campo de concentración
de Vélez Sarsfield.
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La historia de Santa
Evita, su obra cumbre, traducida a 36 idiomas, empezó
como todas las vidas de los seres míticos: con su muerte,
o poco antes: Nadie se daba cuenta de que la enfermedad
la adelgazaba pero también la encogía. Como le
permitieron vestirse hasta el final con los piyamas del marido,
Evita flotaba cada vez más suelta en la inmensidad de
aquellas telas. '¿No me encuentran hecha un jíbaro,
un pigmeo?', le decía a los ministros que rodeaban su
cama. Ellos le contestaban con alabanzas: 'No diga eso, señora.
Si es un pigmeo usted, ¿nosotros que seremos: piojos,
microbios?. Y luego: La engañaban como a
una criatura, y la ira que le ardía por dentro, sin salida,
era lo que más la ahogaba: más que la enfermedad,
que el decaimiento, que el terror insensato a despertarse muerta
y no saber qué hacer. La vida prosigue como eternidad
del mito: el proceloso peregrinaje del cadáver, militares
que enloquecen y asesinan para mantener el cuerpo como botín,
flores y velas anónimas en cada estación del viacrucis
Aquí está, por fin, la novela que yo quería
leer, dijo Gabriel García Márquez. |
Por su narrativa y por
su
periodismo, desfila la realidad en todas
sus aristas, incluso la mítica.
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Argentina, pasión
y compromiso de Tomás Eloy, vuelve a fulgurar en El
cantor de tango, donde un estudiante gringo llega a Buenos
Aires tras la huella de una voz incluso mejor que la de
Gardel: Julio Martel, descrito como el cantor que devolvió
al tango su pureza original, su salvaje energía. Travesía
alucinante por los vericuetos de la gran ciudad: el tango, el
amor, el crimen, la vida. Por la casa situada en la calle
Maipú 994, donde Borges había vivido más
de cuarenta años, talvez vista en otra parte, o
una escenografía condenada a desaparecer apenas
me diera vuelta. Martel -dice- era bajo, de cuello
corto, con un pelo negro y denso, endurecido por lacas y fijadores.
Se movía a saltos, como una langosta: tal vez se apoyaba
en un bastón (
). Tuve la sensación de que
en el Buenos Aires de aquellos meses los hilos de la realidad
se movían a destiempo de las personas y tejían
un laberinto en el que nadie encontraba nada, ni a nadie.
Contrapunto del remolino vital, es la visita al cementerio de
La Chacarita, a las ausencias siempre presentes: Al entrar
en una de las avenidas, me salió al paso una estatua
de Aníbal Troilo tocando el bandoneón con ademán
pensativo. Y
un mar de granito en que se adentraba
la poetisa Alfonsina Storni, mientras a su lado se estrellaban
los automóviles funerarios de los hermanos Gálvez.
Y
el monumento a Agustín Magaldi, que había
sido novio de Evita Perón y seguía tañendo
la guitarra de su eternidad, y los lamentos desgarradores,
de tres mujeres que lloraban al pie de la estatua de Carlos
Gardel, al que le habían encendido un cigarrillo entre
los labios verdosos
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Cantor
de mitos
Por su narrativa y por su periodismo, desfila la realidad
en todas sus aristas, incluso la mítica. Lo que no necesariamente
fue pero pudo haber sido, ilustró su credo de que sólo
en la ficción los hechos del pasado recobran su elocuencia,
dijo Santiago Kavadloff. Estudioso del boom, amigo de Fuentes,
García Márquez y otros profetas mayores, devoto
de Cortázar, guionista de cine, las tenía todas
consigo para una ficción refinada. A Heriberto Fiorillo,
confesó en Cartagena: En el caso de Santa Evita,
si bien yo tuve una inmensa masa informativa, la dejé
de lado y me preocupé más por construir el mito,
las inscripciones, los tatuajes que había venido dejando
la memoria y la historia de Eva Perón sobre la imaginación
de los lectores. Si el General con sus memorias, construyó
una historia con la cual trataba de tejer su propia inmortalidad,
yo deconstruí esa historia y mostré el revés
del tejido. En artículo del New York Times en 1997,
sobre la recuperación del Canal de Panamá, contó
que el guía mulato de un barco en que viajaba, resultó
ser hijo del alcalde de Colón, anfitrión de Perón
allí. Quién sabe si era verdad, dice
Martínez. También refirió que en el fuerte
Clayton, Perón cayó prendado de una mujer
de Chicago, alta, de buena presencia. Si ella le hubiera correspondido,
otra sería la historia. |
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Nadie sabe el
momento preciso en que nacen los mitos, porque todo mito tarda
décadas o siglos en encender los sueños de los
hombres. El del Che Guevara, sin embargo, brotó ese mismo
9 de octubre de una manera clara y fue -como el de Cristo- una
creación de sus enemigos, escribió en Cambio
16. Y agregó: Si en 1996 la presencia de Eva de
Perón parecía abrumadora, en 1997 la del Che amenaza
con ser infinita. En entrevista al ex presidente venezolano
Carlos Andrés Pérez, en su casa-cárcel
(1996), concluyó: Mientras habla, el retrato del
Libertador que luchaba por la unidad política del continente
se yergue a sus espaldas como una luz. Sin embargo ese Bolívar
alzado sobre un trono de nubes parece inalcanzable para él
o para cualquiera. Desde el principio de los tiempos, los mitos
siempre han derrotado a los hombres.
Para Tomás Eloy Martínez la ficción es
su novia y la realidad su reina. La ética del periodismo
tiene en él a un denodado defensor. Yo soy una
sola persona y no me divido cuando escribo para la novela o
para el periodismo, afirmó el condenado a muerte
por el gorilato argentino. En agosto de 2002, pocos días
antes de la posesión del Presidente colombiano, bajo
el título de ¿Quién le teme a Álvaro
Uribe?, dijo en la revista Diners: Como en Sicilia,
las guerras colombianas empiezan siempre con una muerte en la
familia y aludió a los asesinatos de los padres
de Uribe, de Manuel Marulanda y de los hermanos Castaño,
y recordó que en Estados Unidos, Uribe prometió
que en 2006 el narcotráfico ya no sería un problema.
Martínez añadió que Uribe parece
tener la decisión de cambiar la historia de su país.
Pero esa historia es de una beligerancia tan tenaz que quizás
acabe cambiándolo a él. Su hijo y albacea
literario, Ezequiel, expresó: Con el tiempo descubrí
por qué para él, periodismo y literatura han sido
siempre los afluentes de un mismo río, y aludió
a las verdades que sólo pueden enderezarse con
la voz de la imaginación. Tomás Eloy Martínez
no fue un iluso, sino un soñador honesto que trabajó
por una América tan grande como nuestros sueños.
Por eso decía: Tus sueños son tu verdad. |
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Fragmentos de Santa
Evita
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Al
despertar de un desmayo que duró más de tres días,
Evita tuvo al fin la certeza de que iba a morir. Se le habían
disipado ya las atroces punzadas en el vientre y el cuerpo estaba
de nuevo limpio, a solas consigo mismo, en una beatitud sin
tiempo y sin lugar. Sólo la idea de la muerte no le dejaba
de doler. Lo peor de la muerte no era que sucediera. Lo peor
de la muerte era la blancura, el vacío, la soledad del
otro lado: el cuerpo huyendo como un caballo al galope.
(
) No parecía la misma persona que había
llegado a Buenos Aires en 1935 con una mano atrás y otra
adelante, y que actuaba en teatros desahuciados por una paga
de café con leche. Era entonces nada menos que nada:
un gorrión de lavadero, un caramelo mordido, tan delgadita
que daba lástima. Se fue volviendo hermosa con la pasión,
con la memoria y con la muerte. Se tejió a sí
misma una crisálida de belleza, fue empollándose
reina
(
) Podría grabarles un
mensaje por radio y decirles adiós a su manera, encomendándoles
al marido como siempre hacía, pero aún le quedaba
la mañana entera para enderezar la voz, ordenar que instalaran
los micrófonos y tener un pañuelo a mano por si
los sentimientos se le desbocaban como la última vez.
La mañana entera, pero también la tarde, y el
día siguiente, y el horizonte de todos los días
que le faltaban para morir. Otra ráfaga de debilidad
la devolvió a la cama, el cuerpo apagó la luz
y la felicidad de su ligereza la llenó de sueño,
pasó de un sueño a otro y a otro más, durmió
como si nunca hubiera dormido. |
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Soy el mentiroso más
fantástico: J.D. Salinger |
Si de verdad les interesa
lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber
es dónde nací, cómo fue todo ese rollo
de mi infancia, qué hacían mis padres antes de
tenerme a mí, y demás puñetas estilo David
Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero
porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría
un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida
privada. Así empieza El guardián entre
en el centeno (1951), única novela de Jerome David
Salinger, quizás el escritor más marginal y excéntrico
que haya dado Estados Unidos. Aún en sus propias palabras,
su perfil será ambiguo y misterioso. Por algo dijo: Soy
el mentiroso más fantástico que puedan imaginarse.
Es terrible. Si voy camino del quiosco a comprar una revista
y alguien me pregunta que adónde voy, soy capaz de decirle
que voy a la ópera. |
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Salinger nació en 1919
en Nueva York y vivió sus últimos 50 años
en un exilio interior, fiel a su vocación de solitario
y disidente (murió el pasado 27 de enero). Completan
su corta obra Levantad, carpinteros, la viga del tejado
y Seymour: una introducción (1963), Franny
y Zooey (1961) y Nueve cuentos (1953). Tan
amado como aborrecido, su silencio auto-impuesto en 1966 lo
sacó de circulación. La soledad llega hasta sus
libros, sin prólogo ni prefacio. En el cuento El
período azul de Daumier-Smith dice: Recé
para que la ciudad quedara desprovista de gentes, por el privilegio
de estar solo, so-lo, que es la única plegaria neoyorquina
que rara vez se pierde o sufre retrasos burocráticos
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De espíritu antigregario, hizo de El
guardián una diatriba contra la sociedad norteamericana
de la posguerra, contra su materialismo y sus convenciones vacías,
un raro milagro de la ficción, dijo Clifton
Fadiman; su protagonista Holden Caulfield encarna un nuevo tipo
de héroe, víctima de su sociedad. Al menos por
su escandalosa obra, lo comparan con Lawrence (El amante de
Lady Chatterley), con Dickens, con Tarkington (Seventeen); y
por el tratamiento de la crisis de la adolescencia, con Mark
Twain (Huckleberry Finn), con Joyce (Retrato del artista adolescente)
y con Faulkner (The bear). Salinger sufría de irrealidad,
aunque sus personajes eran visiblemente reales, dijo el
escritor Fernando Denis. Su pluma satiriza a las voces hipócritas
de los curas, a los cretinos que en el cine se ríen
como condenados por cosas que no tienen la menor gracia,
a las fiestas, a su hermano que se prostituye en Hollywood
Y en Seymour, a los locos del volante,
a los vagabundos del dharma, a los fabricantes de
filtros de cigarrillos, a los creyentes elegidos,
a la vanidad literaria (Lo que hay que tratar de oír
siempre en el que se confiesa en público, es lo que no
confiesa), a los expertos en lo que deberíamos
o no deberíamos hacer con nuestros pobres y pequeños
órganos sexuales
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Siempre cáustico,
Harold Bloom dice que pese a su relación personal
con Hemingway, desciende de Scott Fitzgerald, pero El
guardián entre el centeno difícilmente alcanza
la dignidad estética de El gran Gatsby. Le
endilga falta de vigor en la caracterización o
de espontaneidad en la invención narrativa, aunque
dice que sus libros transmiten una curiosa sensación
de totalidad. Al margen de la crítica, su prosa
es cautivante y reveladora; la mayoría de sus escritos
es autobiográfica, propicia el monólogo interior
y la textura sicológica de sus personajes. Recurre al
flash-back y a un cuento dentro de otro, como en El hombre
que ríe, donde un ser monstruoso que asesina, secuestra,
roba y esconde valiosos tesoros en el fondo del Mar Negro, quita
el protagonismo al narrador. |
Sonny, como
le llamaban, era
una curiosa mezcla de desobediente
civil, buen salvaje, militar retirado
y monje budista.
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Veterano de la Segunda
Guerra Mundial, divorciado de una médica europea, retornó
a vivir con sus padres en Greenwich Village (Nueva York) y abrazó
el budismo Zen; en el cuento Para Esmé, con amor
y sordidez, se mezclan incidencias amorosas y su intervención
en el Desembarco de Normandía, que decidió la
II Guerra Mundial:
Íbamos a ser destinados
a la divisiones de infantería y de paracaidistas organizadas
para el día de la invasión. Anota que su
equipaje incluía una funda para máscara
antigás repleta de libros que yo había traído
conmigo desde el otro lado del océano. Sonny,
como le llamaban, era una curiosa mezcla de desobediente civil,
buen salvaje, militar retirado y monje budista. Sólo
tuvo una hermana, Doris, y tres gatos: Minino 1,
2, y 3; dicen que bebía su propia orina, y que maltrataba
a sus mujeres. Para él, la diferencia entre la
felicidad y la alegría es que la felicidad es un sólido
y la alegría es un líquido. Cualquier conclusión
es válida, como al final de Seymour: He
terminado con esto. O mejor dicho, esto ha terminado conmigo. |
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Fragmentos de El guardián
entre el centeno
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-¿Sabes
lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría
ser de verdad si pudiera elegir?
-¿Qué?
-¿Te acuerdas de esa canción que dice: 'Si un
cuerpo coge a otro cuerpo, cuando van entre el centeno
'?
(
)
-
Muchas veces me imagino que hay un montón de niños
jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están
solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos.
Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo
consiste en evitar que los niños caigan en él.
En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo
salgo y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo
el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre
el centeno. Te parecerá una tontería, pero es
lo único que de verdad me gustaría hacer. |
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