DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 15    No. 187  ABRIL AÑO 2014    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

 

“Me quedo con mi patria y con mi pueblo”: César Uribe Piedrahíta
Hernando Guzmán Paniagua Periodista - elpulso@elhospital.org.co
No es fácil ser a la vez creador y protagonista de novelas, como lo fue César Uribe Piedrahíta. Pues nada más novelesco que su vida, eterna aventura por el saber, y por el mundo. Aventura es forrarse el cuerpo en papel periódico para resistir el frío como estudiante de Harvard, por no tener con qué comprar un abrigo; es vivir los rigores de la explotación cauchera en la Amazonía y de la explotación petrolífera en Venezuela; es transportar armas en una noche tempestuosa para los rebeldes que quieren derrocar al dictador venezolano Juan Vicente Gómez; aventura es ser secuestrado por tropas alemanas y atender al mariscal Rommel, enfermo de paludismo cerebral en el desierto africano.
Médico, naturalista, investigador, antropólogo, profesor internacional, parasitólogo, salubrista, etnólogo, diplomático y congresista, aún le quedó tiempo para las artes y las letras. Todo ello y su inmensa calidad humana, lo hacen “el colombiano que más amaba a Colombia”, al decir de Enrique Uribe White.
César Uribe Piedrahíta nació en 1896 en Medellín, en la calle Perú, entre Sucre y El Palo, donde hoy está la Avenida Oriental; lo bautizaron en la Iglesia de La Candelaria y estudió el bachillerato en el Colegio de San José. Su padre, Emilio Uribe Gaviria, murió en 1905 en Guaduas (Cundinamarca) de paludismo, el mal que el científico analiza profundamente en su tesis de grado sobre la geografía médica del Ferrocarril de Urabá, brillante tratado de patología, parasitología, biología y antropología. Su madre, Margarita Piedrahíta Villa, murió en 1913. En orfandad, estudió en la Facultad de Medicina y Ciencias Naturales de la Universidad de Antioquia.
En 1926 casó en la Ermita de la Veracruz con su pariente lejana Lucrecia Uribe Lince, “su cara mitad, su cero a la derecha, su novia de toda la vida, su alma gemela y compañera inseparable de aventuras”. De estas aventuras dirá al regresar de varios continentes: “Me varé en Jerusalén, en Atenas, en Roma, en todas partes. En Constantinopla me metieron a la cárcel porque no dejé que le pegaran unas patadas a un marinero”. En cambio, en El Cairo, el rey Fuad I de Egipto lo condecoró con la orden del Nilo en grado de Caballero. Ya resaltamos la labor médica y científica de Uribe (EL PULSO No. 3, noviembre/1988: “César Uribe Piedrahíta: El hombre que dignificó un oficio”. En: www.periodicoelpulso.com/ediciones anteriores), cuyos estudios de las lenguas aborígenes de la Amazonía colombiana están en el archivo de Paul Rivet en París.
Para Jorge Moreno Clavijo, Uribe Piedrahíta
era uno de los mejores acuarelistas de Colombia,
pero siempre se creyó un aprendiz en la pintura y en las letras.
Una vez le pidió a Dios la gracia de los primeros tres
millones de años de eternidad para aprender a pintar.
Bajo el seudónimo de “Emilia”, un periodista dijo en 1951 que Uribe “nació en el trópico pero derrotó a todos los parásitos, los metió en un frasco para hacer un experimento un día cualquiera”. Y el médico Hernando Groot, su discípulo y compañero, expresó: “Nos inculcó el valor de la medicina preventiva y la necesidad de estudiar tanto al paciente como su entorno, y de estudiarlos bien. 'No quiero que sean médicos sólo de pulso, lengua y sulfato' -nos decía- y fue el primer profesor que nos señaló: Él médico cura unas pocas veces, mejora otras, pero consuela siempre”.
El médico Fernando Serpa Flórez lo pinta así: “Alguna vez lo observé de lejos y me impresionaron su cabello rojo, su piel muy blanca manchada por las efélides oscurecidas del trópico, su mirada desafiante y arisca (…) Sus amigos recuerdan los dones del maestro, su entrega a la investigación, su charla amena”. Y señala la común admiración por su capacidad en todos los campos de la ciencia, la literatura y al arte, “desde el asombrosamente pequeño de los protozoarios al inconmensurable de la selva y sus anchurosos ríos y el ilimitado de las constelaciones” (Bosquejo de la historia de la medicina colombiana, Bogotá, 1999).
Artista y bohemio
Contertulio “no oficial” de los Panidas en el café El Globo -decorado con sus primeras caricaturas y dibujos-, fue amigo de Ricardo Rendón, quien llegaría un día a morir en la casa de Uribe en Bogotá, con el disparo que se dio en la cabeza.
Amigo de Pepe Mexía, artista, arqueólogo y humanista como él; de los consagrados León De Greiff, Tomás Carrasquilla y Fernando González, como lo documenta el médico, historiador y musicógrafo Luis Carlos Rodríguez Álvarez (“César Uribe Piedrahíta, un científico fuera de serie”, Revista Academia Colombiana de Ciencia, diciembre 1996), quien alude a su bohemia en el célebre Café Windsor de Bogotá, con la élite intelectual santafereña: “Los dos Zalameas -Jorge y Eduardo-, los dos De Greiff -León y Otto-, Umaña Bernal, Gilberto Owen, Eduardo Caballero Calderón, Juan Lozano y Lozano, Uribe Prada y Edgardo Salazar Santacoloma, entre otros. Allí se corroboró su fama de extraordinario conversador y contertulio”.
“Uribe Piedrahíta disfrutaba como
pocosla virtud, la fuerza y las disposiciones necesarias
para producir belleza. Sentía en su interior las vibraciones
del sonido del color o de la luz. Más que imitar la naturaleza,
sabía amarla, comprenderla e interpretarla”.
Manuel Luque
Adolescente, recibió del maestro Francisco Antonio Cano lecciones de pintura, cristalizadas en preciosas acuarelas que fueron pasto del fuego en los sucesos luctuosos del 9 de abril de 1948 en Bogotá, junto con su amplia biblioteca, manuscritos, plantas, animales y el completo instrumental de laboratorio. Cuentan que en ese episodio, César Uribe exclamó: “Lo he perdido todo… Sin embargo, me quedo con mi patria y con mi pueblo”. En las xilografías tituladas “Maderas” plasmó paisajes de “Coconuco”, patria chica de su novela “Toá”. También empleó el lápiz y la témpera. Para Rodríguez Álvarez, Uribe “era un maestro del buril y consideraba el grabado como la cima de su expresión artística”. Fue crítico de arte: en “Comentarios a Un repique insonoro” (Revista Universidad de Antioquia, enero de 1938), polemizó en contra de “una andanada puritanista” del bacteriólogo Alonso Restrepo, sobre los murales de Pedro Nel Gómez y otros tópicos (Ver “Ocioso lector” en esta edición).
De su conspicuo círculo de la plástica eran Pedro Nel Gómez, Oswaldo Guayasamín, Ricardo Rendón, Eladio Vélez, Ignacio Gómez Jaramillo, Rodrigo Arenas Betancur, Eduardo Ramírez Villamizar, entre otros, más de uno patrocinado por sus “Laboratorios CUP” (César Uribe Piedrahíta).
Expuso “Paisajes, flores, árboles y frutas” y “Muñecos” en el Club Médico de Bogotá (1943) y participó en una muestra colectiva de acuarelas en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional, con Eduardo Ramírez Villamizar y Eduardo Ibáñez. Para Jorge Moreno Clavijo, Uribe Piedrahíta era uno de los mejores acuarelistas de Colombia, pero siempre se creyó un aprendiz en la pintura y en las letras. Una vez le pidió a Dios la gracia de los primeros tres millones de años de eternidad para aprender a pintar; sus últimos días los pasó vestido de sayal, pintando y dibujando en el Convento del Santo Ecce Homo en Boyacá.
La música tampoco escapó a su actividad artística. Nombrado rector de la Universidad del Cauca en 1932 por el presidente Enrique Olaya Herrera, y emulando a los maestros Antonio María Valencia, en Cali, y Pepe Bravo Márquez en Medellín, formó un orfeón, para poner a cantar a toda Popayán. En 1945 fue nombrado Agregado Cultural de la Legación de Colombia ante el Kremlin. Aprendió los dialectos Huitoto, Bora y Siona y escribió sus músicas, y tocó para sus amigos melodías clásicas en el violín. Manuel Luque expresa de él: “Disfrutaba como pocos la virtud, la fuerza y las disposiciones necesarias para producir belleza. Sentía en su interior las vibraciones del sonido del color o de la luz, y su temperamento de verdadero artista palpitaba al calor de sus sueños y de sus emociones. Más que imitar la naturaleza, sabía amarla, comprenderla e interpretarla”.
 
 
César Uribe Piedrahíta:
Un científico genial
Retrato de César Uribe Piedrahíta, 1932, elaborado por Alberto Arango.
El doctor Roberto Serpa Flórez, amigo de César Uribe Piedrahíta, recuerda que el médico antioqueño encarnó en su tiempo los ideales del humanismo renacentista, el espíritu aventurero de los conquistadores y colonizadores, y la sensibilidad humanitaria del socialismo decimonónico. Doctor en Medicina Tropical de la Universidad de Harvard, director del Instituto Nacional de Higiene, impulsó el desarrollo de una de las mayores colecciones de flora y fauna, y aprendió varias lenguas aborígenes. Fundó en la Universidad Nacional el departamento de Parasitología. En 1931-1932 fue rector de la Universidad del Cauca. Elaboró el primer antídoto fabricado en Colombia contra el veneno de serpientes. Estudió el curare y los venenos y tóxicos indígenas.
(Extractos de “César Uribe Piedrahíta”, columna en “Vanguardia Liberal”, junio 19 de 2011).
 
 
Uribe Piedrahíta,
eterno aventurero del saber
El largo camino literario de Cesar Uribe arrancó a los 13 años cuando tradujo poemas del escritor portugués Teixeira de Pascoaes, textos hoy perdidos. De su época estudiantil es “Diario de estudiante”, con ensayos notables, en la columna literaria “Hojas de mi cartera”. En “Revista de las Indias” escribió “Contribución al estudio del arte Quimbaya”, entre otros textos, y en la revisa “Pan” el discurso inaugural de una exposición del pintor Carlos Correa, “Teotil en Santa Marta”, su versión del relato tradicional “Sebastián de las Gracias”, etc. Para sus alumnos era el “Mono Uribe”, o el “Estafilococo dorado”. Del poeta Guillermo Valencia, mereció el apelativo de “Caballero del Renacimiento”.
“Toá dentro de su contexto
continental seinstituye como
una expresión de rechazo a una
civilización europeizante que no
tiene ni idea de lo que en verdad
constituye la realidad hispanoamericana”.
Yolanda Forero
Quince días le bastaron a Uribe Piedrahíta para escribir su más célebre novela: “Toá. Narraciones de caucherías” (1933), en la hacienda “Coconuco”, situada en las faldas del volcán Puracé, y vieja residencia del general Tomás Cipriano de Mosquera. Es la historia de un joven médico que intenta remediar la explotación de los indios y colonos caucheros por comerciantes peruanos y brasileños, marco para un romance selvático con la india Toá. Para algunos, una novela menos lograda que “La Vorágine” de Rivera.
Elisa Mujica, Antonio García y otros la valoran como “gran novela americana”, aunque sin el estro poético de José Eustasio Rivera. García, en la “Nota preliminar” de Toá, dice: “Rivera describe fantásticos volúmenes policromados, César Uribe paisajes sombríos de colores crudos”. Juan Gustavo Cobo Borda la elogia por la sobriedad en la denuncia, porque sus personajes “se presentan a sí mismos a través de un lenguaje que es simultáneamente, su acción”, por el conocimiento de la naturaleza, por sus episodios de “congelado horror cinematográfico” y como “un intento por romper los esquemas de una narrativa convencional”.
El profesor Augusto Escobar Mesa, de la Maestría en Literatura de la Universidad de Antioquia, conceptuó que Uribe, “adonde iba, observaba y constataba cómo la llaga social se acrecentaba en todas partes y de diversas maneras, bajo la acción de latifundistas, siringueros, capitalistas, compañías multinacionales, gobernantes ineptos o dictadores, que asolaban al campesino, al colono, al indígena, al obrero, sin mostrar el menor escrúpulo moral”.
Y debieron pasar varias décadas para un ejercicio similar de creación en la literatura colombiana con Álvaro Cepeda Samudio o García Márquez, y en Latinoamérica “con las experimentaciones formales de Cortázar, Severo Sarduy o José Lezama Lima” (Prefacio a la reedición de “Apuntes para la geografía médica del Ferrocarril de Urabá”).
Elisa Mujica, Antonio García y otros
valoran a “Toá” como “gran novela
americana”, aunque sin el estro poético
de José Eustasio Rivera.
La investigadora Yolanda Forero Villegas observa: “La separación entre personajes pertenecientes a la cultura oral y a la cultura escrita ha permitido una comprensión de la dicotomía existente en la novela”. (…) “Toá dentro de su contexto continental se instituye como una expresión de rechazo a una civilización europeizante que no tiene ni idea de lo que en verdad constituye la realidad hispanoamericana” (“Toá” o el rechazo a la civilización dominante”, Centro Virtual Cervantes, 1991). Es una de las tres novelas colombianas dos veces editada por la Espasa-Calpe argentina, junto con “María” y “La Vorágine”, y además traducida al ruso con 20.000 ejemplares.
A la obra pertenece este diálogo:
“De dónde eres, Toá? preguntóle Antonio una mañana y la muchacha contestó ingenuamente: Yo… señor?... Yo soy del río…
Sí, era hija del agua, había nacido de la cópula del río con la selva”.
(Colección Bicentenario de Antioquia, Universidad CES, 2013, página 94).
En junio de 1935 salió su segunda novela, “Mancha de aceite”, con el sambenito de “anti-imperialista”, y sí que lo era: recrea la explotación feroz de los campesinos por las compañías petroleras multinacionales en el golfo de Maracaibo, vivencia personal y directa. En la revista “Pan” se publicó el primer capítulo de su novela inconclusa “Caribe”, que prometía ser un “libro de aventuras”, y en Revista de las Indias, “Pesca de perlas” (1939), señalado como tercer capítulo de “Caribe”, y que retrata el universo de traficantes y contrabandistas gringos en el mar Caribe.
Eduardo Zalamea Borda conceptúa: “No creo que fuese César un estilista. Su lenguaje directo mostraba más cuidado por la exactitud que por el primor”.
Para Álvaro Medina: “Uribe Piedrahíta no era un narrador fluido, pero sí vigoroso. En contraste con el adjetivismo de la prosa de Rivera, la suya en cambio era sustantiva”. En la revista de la Universidad Javeriana, el profesor Jaime Alejandro Rodríguez Ruiz señala: “La novela (Toá) de César Uribe Piedrahíta es un compromiso social de doble objetivo: uno de defender la causa nacional, mostrando las razones por las que esa parte de la Amazonía pertenece a Colombia, y otro de defender los derechos de los indígenas de esa región”.
Como si fuera poco, Uribe Piedrahíta acompañó a María Cano en la fundación del Partido Socialista Revolucionario. Para hombres así, sobran los calificativos. Basta decir, como en el poema que le dedicó Maruja Vieira: “Amaba las orquídeas y los animalitos del campo / y era definitivamente bueno”.
 
Ocioso Lector
“Comentarios a ‘Un repique insonoro'”
“¡Hay que ver el gusto de nuestros críticos de arte, embobados hace algunos meses en la exposición de calcomanías agropecuarias que se hizo en el centro social de nuestra élite! Recortan monitas de jabón de Reuter y adornan su oficina con abanicos del Tricófero de Barry y tablitas untadas con óleos donde figuran calaveras sobre libros abiertos junto a un manojo de pensamientos y un cirio agonizante. ¡Hay que ver tantas cosas lindas!
¿Y son ellos lo que se atreven a llamar mamarrachos al tríptico de la minería en Antioquia de Pedro Nel Gómez? ¿Porque las mulatas, las negras -nuestras mujeres- no tienen los pechos como poma-rosas y las caderas ondulantes y embelesadoras? ¿Creen que “Horizontes” de Cano es el reflejo de la raza emprendedora que puebla nuestras tierras ásperas y duras? Pues bien, no es así nuestra gente. Con todo el respeto y el amor que tengo a la memoria de Cano, mi amigo de siempre, creo que ese ensayo, no respondió a la realidad. Pido a todos los que no tengan las retinas cubiertas de pomadas y ungüentos europeos que digan si nuestros campesinos no son “pura tierra”, resecos por nuestros soles, deformados por la brega contra el suelo rocoso, el río cargado de oro y de muerte, y el socavón estrecho o el organal que los obliga a penetrar al lecho aurífero, como entran las raíces en terreno pedregoso.
¡Nuestros niños! ¿Quieren que se reproduzcan en el muro grandioso de nuestra municipalidad como avisos de Leche Dryco o como una repetición de Las Quíntuples? ¡Imposible! El muro no está colgado con guirnaldas ni angelotes nalgudos. El muro está hecho con la tierra de nuestros montes, con el esfuerzo de un pueblo que se quema en el sol y en la fiebre. En ese muro humanizado por Pedro Nel y enriquecido con la fuerza del color de tierra dorada, de carne morena como el pan, aparecen los niños de nuestro pueblo”.
(Extracto de “Comentarios a 'Un repique insonoro'”, César Uribe Piedrahíta - Revista Universidad de Antioquia, enero de 1938).
 



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