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Siempre bello: David, de
Miguel Ángel.
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Una
mirada indiscreta tras las sombras
ocultas entre afeites, baños, cirugías y cosméticos |
El miedo tras
el bello espejo
Omaira
Arbeláez Echeverri,
Periodista - elpulso@elhospital.org.co |
Cómo
se sentiría Natalia París si un amanecer cualquiera
se viera sumida en la tragedia de Gregorio Samsa, un insecto
entre las sábanas. Sin embargo, hoy, muchos seres humanos
sanos, aunque todavía no ven el insecto, lo sospechan
en las sombras y se adelantan a la metamorfosis. |
Acto
I
La luz en el espejo
¡Despertad! La búsqueda de la belleza humana
es una lucha contra la vejez. No es, ni siquiera, la forma perfecta,
porque varía con los tiempos y la cultura. Es la lucha
cruel y perdida contra el implacable tiempo que se lo devora
todo. Calendarios que corroen el alma y se arrastran la piel,
volviendo el tapete persa sucios lazos de tejidos infames, muchas
veces pisoteado por las horas perdidas. Estamos vivos, pero
¿en qué momento nos pensamos bellos? Casi nunca.
Sin embargo, es indudable que el instante en qué más
deseamos serlo es cuando estamos enamorados y algo hacemos en
pos de conseguirlo. Como decía el escritor irlandés
Oscar Wilde: Cuando se está enamorado, comienza
uno por engañarse a sí mismo y acaba por engañar
a los demás. En especial, si intuimos o realmente
sentimos que somos correspondidos.
Irremediablemente, al estar enamorado, una belleza única
se aparece esplendorosa en las pupilas, en el marco de un brillo
que devora el más bello cielo nocturno, envolviendo con
su velo de luces la mirada, acompasada en su devenir con espontáneas
y singulares sonrisas que engalanan todo el rostro -la única
belleza, según Tolstoi-, y es entonces cuando hasta los
labios más mustios se tornan húmedos pétalos
deseables, misteriosos y excitantes. Pasión que alerta
la piel y exalta los sentidos susceptibles al más leve
roce, incluso, al más simple y lejano tono de voz, que
erecta cada vellito traslucido en la curva más recóndita
de la oreja o en el desliz más escondido de cabello sobre
el declive del cuello desnudo que hace temblar la espalda.
Un joven siempre es bello, aunque esté obeso o delgaducho
como una cola de cometa. Un niño siempre infunde ternura
y sentido de protección aunque esté mueco, arrugado
y libere sus órganos de gases, líquidos y materia
indeseable sin recato ni decoro ante ningún presente,
sea éste vagabundo o presidente. Un viejo, todo lo que
haga, es despreciable. Si es gordo, apesta. Si es flaco, inquieta:
¿un esqueleto viviente, un cáncer deambulante?
Si no tiene dientes, es un asco. Si está enfermo, un
estorbo. Si no escucha es un tonto; si habla mucho, insoportable,
y si tropieza, es un torpe. Para completar, si es pobre, se
degrada a miserable y si es rico, sólo llega a codiciable.
Si es sabio, lamentable, y si es necio, innecesario. Y aunque
todo lo que haga y diga sería celebrado si tuviera la
piel, la edad y el cuerpo suave de un niño, en su vieja
y corrugada figura, todo y a casi todos, les resulta repudiable.
La vejez es fea y nadie la soporta, aunque algunos pocos la
toleren si es su santa madre, su padre el bueno, su abuelo el
cómplice, su querido maestro de la vida o el achacoso
tío rico u pariente lejano
y jamás, jamás,
si corresponde a su propia imagen en el espejo.
Le ponen nombres: la tercera edad, el adulto mayor, la edad
dorada, una hipocresía infame de palabrillas sin sentido
para intentar maquillar lo irreparable: el tallado del tiempo
en la piel, en los órganos, en el cerebro, en el paso,
en la palabra y en las manos temblorosas de miedo a la impotencia,
a la dependencia, al desprecio, a la pobreza y a la muerte en
soledad. No buscamos sólo la belleza: le corremos a la
vejez. A la muerte. Al desamor. A la soledad. Aunque siempre
e indefectiblemente nos acompañen.
Los jóvenes con o sin siliconas buscan como todo adolescente
ser aceptado por el grupo y si alcanzarlo hoy implica cirugías
y anestesias lo harán a toda costa. Como en otros tiempos
algunas se pusieron corsé, pantalones, fumaron, bebieron,
redujeron los senos, los crecieron, practicaron el amor libre,
consumieron marihuana, pastillas, se tatuaron, se perforaron
con piercings; llevaron ropa negra, de marca o con remaches,
y viajaron a pie, en auto stop o en motocicleta.
Ser aceptados, miembros vitales de la nueva generación,
está detrás de la consigna. Y parece que ahora
ésta requiere de bisturí, centros de estética,
diseño de sonrisa, dietas ultra rápidas y mucho
reagguetón.
Los adultos del siglo XXI, hombres y mujeres, ocultan su documento
con tal que el cuerpo y el cabello digan que tienen menos años,
que las curvas de espaldas creen falsas edades y las pieles
de frente se estiren para disimular el tiempo o, en su defecto,
sacar sigilosos una billetera que alcance a tapar con invitaciones,
viajes y regalos lo que el cuerpo no logra equilibrar ante el
espejo, ni en las altas plenitudes de la desnudez de la vieja
ilusión de un fugaz amor adolescente que se descuelga
junto con la piel y las arrugas. No en vano sufría el
famoso compositor Gustav von Aschenbach antes de su Muerte
en Venecia, descrita en la magistral pluma del escritor
alemán Thomas Mann; agobiado entre la peste, los malos
olores, sus fracasos y las pasiones atrapadas en piel, sucumbe
ante la juvenil belleza, perfecta y sublime, que se pasea ante
sus ojos y el mar, y que nunca logra alcanzar, ni siquiera rozar,
y termina afrontándose solo con su vejez. Claro que el
viejo Aschenbach aceptó y se sintió por un instante
rejuvenecido al ver los grandes cambios que pequeños
artes de tintes y cosméticos sutiles producían
en su rostro y en su espíritu. Sin embargo, tiene la
certeza interior de su vejez maquillada y la confirmación
de que en el chico reposa la otra belleza, fresca, juvenil,
perfecta, la deseada, la idealizada, la platónica, a
la cual sólo tiene acceso por el deleite de la contemplación.
Sin embargo, el peluquero lo despidió con una frase que
le clavó la espina de la esperanza: «¿Ve
usted qué fácil ha resultado? dijo dando los últimos
toques al tocado de Aschenbach. Ahora puede el señor
enamorarse sin reparo».
Todos queremos ser bellos, con frecuencia para nosotros mismos
y siempre para los otros. Algunos se conforman con lo que ven
en el espejo y casi no se observan; otros lo transforman cuanto
pueden para mantenerlo joven; algunos se obsesionan, ven visiones
y se enferman; otros aceptan la realidad cambiante del paso
del tiempo y la dejan en libertad. Sin embargo, en todas las
culturas ancestrales se buscaron los secretos de la belleza
o la eterna juventud y encontraron sus aliados en
la buena alimentación, el ejercicio, la cosmética
y el sabio consejo médico del curandero, sabio o chamán,
cuando algo la perturbaba. Así, él primero escuchaba
los tormentos del corazón en las palabras del paciente
y luego de liberarlo de sus angustias y fantasmas mentales con
un ritual especial, recomendaba los cuidados del cuerpo: medicinas,
baños, masajes, dieta, higiene, reposo u ejercicio, aire
fresco y mar. A veces, buscaban colaboración de los astros
o las artes del sexo como en China, India, Escandinavia y la
América Precolombina, otras con la ayuda de los dioses
y el conocimiento de la naturaleza como en Egipto, Grecia, Babilonia,
Roma y los pueblos de África.
Sombras en el cristal
¿Quién observa la belleza de un corazón
funcionando, de un cerebro creando, de unas manos realizando
sueños musicales? Sólo un Da Vinci, un artista,
un científico o un Ser enamorado puede ver tal belleza,
cuando otros sólo observan un viejo escuálido
o una matrona gorda, apostada en el balcón, molestando
con los ecos de un viejo chelo que otrora acariciara con maestría
en la Sinfónica y ahora, hasta para levantarse, hay que
darles la mano y casi arrancarlos como de una planta carnívora
a una amplia silla mullida.
Qué hubiese pasado si la diva del Amor en los tiempos
del cólera se hubiese convertido en una gorda matrona
y la pluma garciamarquiana no la hubiese liberado de los crueles
avatares del tiempo, conservándola como gacela altiva
aún mucho después del campanazo inevitable de
la vejez. Aunque ella, implacable, detestaba todo lo que implicaba
estar al lado de un viejo, así fuera su marido, el prestigioso
médico, y se sintió libre cuándo
éste falleció y obtuvo por fin su título
de viuda.
Quien nos hace ver bellos, fundamentalmente es el Otro. Ni siquiera
nosotros mismos somos capaces de ver todos nuestros encantos,
porque cuando lo hacemos nos pasa lo que al bello Narciso, nos
ahogamos. Mientras, si es el Otro, volamos al infinito, volamos
con alas ajenas y con frecuencia sucede lo que a Icaro, cuando
el Otro no está o ya no ve lo que antes quería
ver, se nos queman las alas con el Sol eterno de la Soledad.
Por eso el Nóbel Gabriel García Márquez
afirmaba que el secreto de una buena vejez, no es otra
cosa que un pacto honrado con la soledad.
Acto II
La metamorfosis
¡No hay remedio! Soportar la pérdida de
la belleza, es decir, de la juventud, es abominable. No hay
que ser Dorian Gray, para sentirlo, si al mirarte al espejo
observas que mientras ella se escapa, quien te abraza sutil
y diariamente es la vejez y con ella
la promesa inevitable
de la muerte. Sería un tema insulso, si no fuera porque
en pleno siglo XXI, aunque las normas internacionales estandaricen
que se es viejo a partir de los 60 años, la realidad
es que se empieza a serlo entre los 30 y 35 años, cuando
para los niños sos un viejo, para los adolescentes un
atrasado y para tus pares un desempleado. Y acaso asalte por
algún rincón la sonrisita murmurante de Goethe:
¿Quieres ser invisible para los hombres? Sé
pobre. ¿Quieres ser invisible para las mujeres? Sé
viejo.
En medio de este barullo saltan al ruedo los medios y los comerciantes,
reforzando el mito del éxito con una fórmula magistral:
juventud+belleza+dinero=felicidad y entonces la ofrecen con
el maquillaje serio de los informativos y el glamour
propio de sus notas de entretenimiento y los presentadores
vislumbrados como ejemplos vivos de la fórmula
mágica, olvidando por un desliz poner en el fondo el
logo informativo de espacio publicitario, aunque
comerciantes rasos o profesionales salud o de PhD. salgan a
hacer su agosto disfrazando de noticia el producto en venta:
la belleza, la eterna juventud, la felicidad.
Claro que también existen los programas serios o los
que aparentan ciencia discoveriana, con variedad
de historias sobre vidas de famosos cirujanos plásticos
casi hollywoodienses, multimillonarios, algunos de un género
indescifrable, viviendo en mansiones, transitando en yates lujosos,
en carros último modelo, mostrando su vida íntima,
solteros, homosexuales o en crisis matrimonial, como parte del
espectáculo y garantía de su éxitos, rodeados
por las angustias propias de quien tiene que cambiar el carro,
pelear por el éxito del colega, salir a un desfile de
modas con la novia, estar rodeados de modelos dispuestas y pacientes
angustiados que gastan miles y miles de dólares para
que les arreglen con bisturí la puesta del vestido de
baño, la soledad, los traumas de la niñez, la
vida de pareja, el matrimonio gay, la vida en pasarela, lo que
dañaron con la boca y la quietud y quieren arreglar ahora
con dólares en las manos y dietas ultra rápidas.
Pieles colgantes que el personaje de verde cirugía demarca
ante la cámara, recorta en la película de acción,
compara en la pausa del antes y el ahora, y cierra con un ¡click!
en la máquina registradora.
No se tiene que ser feo, lo que se necesita es plata. Los elementos
éticos, la importancia de la salud y de la higiene, del
ejercicio al aire libre y de la dieta cotidiana saludable como
hábitos regulares y la preocupación seria por
la estabilidad psico-emocional del paciente, son elementos que
pasan de largo por estas historias o son tan sutiles que se
pierden en los capítulos. Parece que esos principios
de todas las culturas en Oriente y Occidente, que predicaron
tanto la medicina de Grecia, la egipcia, la sumeria, los hindúes,
los chinos y los árabes, pasaron de largo entre quienes
hicieron el juramento hipocrático y entre aquellos que
en los medios tienen la función de educar e informar.
Ahora no hay que ir al circo para ver al ser más feo
del mundo, prenda la televisión, ahí están,
¡a diario! arreglándose, reparándose. Eso
sí, con plata hasta el más feo tiene remedio.
Es decir, el pobre seguirá siendo feo. A no ser que se
gane un concurso para una cirugía, para un par de siliconas
o pase el colador de las filas para un espectáculo de
sus desgracias estéticas en vivo y en la televisión,
con un final feliz de cambio total y baje de peso o uno terrible
¡estás despedido! confirmado por el
público. No estamos hablando de la cirugía reconstructiva
ni de una cirugía plástica que en términos
estéticos del Renacimiento busque a lo Leonardo Da Vinci
recuperar la armonía, la simetría, el equilibrio
en las proporciones y mejorar la perspectiva de un sujeto que
padece una evidente malformación, una enfermedad, una
secuela de cáncer o un defecto físico que lo hace
sumamente infeliz.
Un mundo de feos
El mensaje ha dejado de ser particular y se ha hecho
general: todos somos feos, hasta que el cirujano
no repare el daño de fábrica. Así
hubo una época en que todas las narices operadas se parecían,
todas las caras estiradas eran igual de escalofriantes pegadas
a sus cuellos arrugados, los senos grandes fueron out
y las operaciones para reducirlos a pettit se hicieron
populares, luego llegaron los grandes y aunque puedan flotar
con ellos, las adolescentes están locas por conseguirlos.
Los jóvenes y algunos adultos se aplican láser
porque la barba y los vellos en piernas, pecho, espalda y genitales
no están de moda y son indeseables y si no -a lo dama
antes criticada-, afeitada o depilación con cera. En
Estados Unidos los negros se operan para blanquearse, los orientales
para semejarse a los latinos y los latinos para asimilarse a
los gringos, tras el argumento de evitar la discriminación
o tener más opciones de empleo.
Aquí, ¡qué nadie se sienta seguro! Porque
nadie es bello y hasta los bellos viven traumatizados porque
siempre tienen algo por pulir y perder; y los cirujanos, esteticistas
y mercaderes algo por mejorar y ganar, y los medios algo por
mostrar y vender. La inseguridad invadió no sólo
todo lo que el público ve -porque hasta rostros se pueden
trasplantar-, sino lo que en privado se siente o se vive en
la intimidad: ahora se ofrecen abioplastias, rejuvenecer
la vagina, estrecharla o hacerla virgen, y alargar el
pene, recortarle la piel colgante del escroto, quitar la grasa
circundante del vientre para destacar la presencia del pene
y acaso la fantasía de hacerlo más grande sin
una prótesis; o si el problema está en la definición
de género, no hay problema, se le cambia el sexo y se
le ponen senos.
Pregunte por lo que no vea, podría ser el
lema, sea mueco, viejo, gordo sin gracia, flaco sin curvas,
modelo extra plano, indeciso de género, ¡todo!.
Todo es solucionable, sólo es cuestión de dinero.
La industria cosmética gana millones de dólares
ofreciendo productos para gordos, cosméticos para feos
ahí caemos todos-, belleza para mujeres,
cuidados para hombres, jabones para pobres, perfumes
para pudientes, feromonas para todos, ropa para tallas extremas,
aparatos para los deportistas, fajas para los perezosos, dietas
milagro para los creyentes, naturismo para cualquier problema,
spa para los ricos, liposucción para la clase media,
y cirugía para los que ahorran o tienen dinero. ¿Y
quien no ha caído siquiera en alguna de ellas? Como decía
Oscar Wilde: Puedo resistirlo todo, excepto la tentación
Entre dioses y paganos
Si es cierto lo que decía Nietzsche, que "el Hombre,
en su orgullo, creó a Dios a su imagen y semejanza",
es cierto que le costaría bastante caro al venerable
anciano retratado por Miguel Ángel hacerlo parte del
actual grupo de los bellos, y si la verdad está, como
decía el escritor norteamericano, Mark Twain, en que
el hombre es la criatura que Dios hizo al final de una
semana de trabajo, cuando ya estaba cansado", es a los
mortales a quienes les toca alcanzar ese ideal de belleza que
se refleja y palpa en su David.
El artista ofrece sus modelos y el público escoge. Así
que no es de extrañar que otros mundanos vieran negocio
en los divinos errores de cálculo y fabricación;
entonces por todos estos miserables feos, enfermos, inconformes,
viejos, amantes de la moda o carentes de autoestima, se llenan
las arcas de la banca, se mueven millones en el comercio, las
camas en las clínicas, las sillas de los odontólogos
y hasta el turismo en los aviones, porque ¡Oh progreso!
La cirugía estética es producto de exportación
y hace parte de los ingresos en el Producto Interno Bruto
(PIB), en muchos países: Estados Unidos, Brasil, España,
Venezuela, donde saben muy bien lo rentable del negocio.
En la Unión Europea, Italia y España llevan la
delantera en estas cirugías estéticas, poniendo
a circular un promedio de $1.000 millones anuales de Euros en
cada uno de estos países con costa mediterránea.
En España, donde las tarifas oscilan entre los $900 y
$6000 euros, se obtuvieron ingresos por $1.100 millones de Euros
el año pasado. En Estados Unidos se calcula en US$15.000
millones de dólares en ese mismo período y se
realizaron 10.2 millones de procedimientos, y eso que el turismo
médico les ha quitado clientes, puesto que ahí
se les han marchado US$61 millones, cuyo destino preferido es
América Latina, ya que en países como Argentina
las mismas intervenciones sólo cuestan una quinta o tercera
parte que en EU. En el exportador de reinas, Venezuela, un sólo
rubro como los cosméticos hace girar en el mercado más
de US$500 millones de dólares anuales, en una ruleta
en la cual las mujeres ponen el 20% de sus salarios para obtenerlos
y donde las aspiraciones de quienes sueñan
con ser coronadas se satisfacen con US$60.000 dólares.
En síntesis, un mercado rentable que en torno del dinero
en algunos casos parece haber enterrado la orientación
al paciente de que éstas cirugías no garantizan
la felicidad, no son la panacea de la tranquilidad interior,
no resuelven conflictos de pareja o soledad, ni traumas emocionales
que psíquicamente no se hayan afrontado. Es más,
no es recomendable operarse si está atravesando por una
crisis nerviosa o iniciando una etapa de duelo, así sea
por ser feo. Incluso, es bueno estar muy alertas, ver la hoja
de vida de los profesionales, su título y afiliación
a un colegio o asociación profesional, pacientes que
ya han pasado esta prueba, comparar opiniones clínicas,
conocer otras alternativas menos invasivas, y tener muy claros
los pro y los contra de cada procedimiento, inyección
o cirugía.
Hay que recordar como a principios de los años 90 se
presentó el famoso conflicto por la seguridad física
de las prótesis de siliconas, que se rompían y
causaban patologías auto-inmunes. Este fenómeno
afectó a más de 300.000 mujeres de Canadá
y Estados Unidos, quienes se unieron para demandar a los fabricantes,
que fueron sentenciados a pagar indemnizaciones por US$2,350
millones debido a los perjuicios causados a la salud de las
mujeres. Y eso que a la gente se le olvida que la cirugía
estética es de resultados, en el aspecto legal, y estos
los debe garantizar por escrito el cirujano a sus pacientes.
Así que esa tragedia del cuento del escritor argentino
Mario Benedetti en La noche de los feos, de pasar
por aquello de no tener a nadie que le tome la mano en la fila
para el cine o le robe un beso en las penumbras del teatro o
tener que cerrar todo, cubrir hasta la última rendija
de luz para encontrar las pasiones del deseo o el sueño
del amor, podría tener dos moralejas: O aceptarse tal
como se es o asumir el hecho lastimoso de que su único
problema es no tener plata.
Lo cierto es que el hombre seguirá creando y buscando
arte y apreciándolo en todo su sublime placer estético
en cada uno de los objetos físicos que le rodeen, y contemplará
la belleza humana con una percepción placentera, con
deleite y fascinación, según el modelo que impere
en su mente y en la cultura de su época, mientras desde
el mundo griego Epicuro de Samos, creyente del sueño
de la felicidad, le susurra al oído lo que no debe olvidar
"
en la moderación hay un término medio
y quien no da con él, es víctima de un error parecido
al de quien se excede por desenfreno". Lo único
cierto, sin embargo, es que la vejez va llegando de a poquito,
como las enfermedades terminales: caminan despacio, pero se
saben mortales. |
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