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En
"El Pulso" lamentamos profundamente la muerte
del doctor Juan Luis Londoño de la Cuesta, Ministro
de Protección Social. Era un hombre honesto, dedicado,
juicioso y de excelente temperamento. Era y es un ejemplo
para todos.
Que Dios le de a él paz y a los demás consuelo.
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La
salud como
un mal económico
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Se estaría tejiendo uno
de los peores golpes que se le pueda dar a las posibilidades
de salud de los colombianos. Ya sabemos, con sobrados argumentos,
que la Ley 100 de 1993 no privilegia la salud como tal, puesto
que desde su óptica, lograrla es entendido como un
gasto. El pensamiento que hay en el sistema es así,
tal cual se ha dicho, y prueba de ello es el hecho de que
el dinero que pueda restar de la Unidad de Pago por Capitación
al final del período, pasa a ser de propiedad de las
EPS, es decir, cada autorización de servicios va en
su contra. Claro que esto no son embelecos de las EPS, sino
aberraciones del propio sistema.
El ambiente que se respira en el sistema, no es el de que
la salud es una inversión y que las acciones que se
hagan para lograrla, ponen en condiciones adecuadas a la gente
para tener una vida próspera y satisfactoria, y a la
vez generar bienestar y desarrollo.
Anteriormente pusimos sobre la mesa una idea que ahora ventilamos
nuevamente en el sentido de que por tratarse de dinero público
el que reciben las EPS con cada Unidad de Pago por Capitación
(UPC), lo no ejecutado por ellas en servicios de salud después
de deducir los costos de afiliación y mantenimiento
de usuarios, regrese nuevamente al Estado; incluso no sería
necesario un flujo de dinero, sino que se podría dar
un cruce de cuentas y abonar el excedente a la siguiente vigencia.
Así, las utilidades de las EPS estarían dadas
por el manejo de sus propios recursos y no por la prestación
cicatera de servicios.
La salud no es un objeto para negocios, no es un mal económico,
ni un filón para explotar, ni siquiera es una opción
y menos es un elemento para estar en manos distintas a las
del doliente propiamente. La salud es para poder vivir la
vida, es una oportunidad de plenitud, es un bien indispensable
para poder generar progreso para todos, para poder hacer familia
y poder conformar sociedad. Lógico que alcanzar la
salud tiene unos costos, pero ellos nunca pueden anteponerse
a ella, y como es necesario hablar de costos en el campo de
la salud, cualquier propuesta que se haga, debe tender a proteger
y privilegiar al hombre, pero nunca a conformar una injuria
contra él o contra la vida.
La apreciación de la salud solamente como un derecho
económico, laceraría gravemente, profundamente
y de manera humillante los sentimientos del ser humano, y
por la condición de pobreza que pueda tener el paciente,
es ofensiva contra él, contra los suyos y contra la
sociedad.
La forma abyecta de mirar al enfermo es lo que abre paso y
tiende a formalizar la propuesta de eliminación en
la práctica de la tutela, como última forma
para reclamar una oportunidad de vida.
La acción de tutela ha servido mucho a muchos en salud.
Ha sido en miles de casos la única manera de ser escuchado
y de ser atendido, y en ella el enfermo y su familia han vislumbrado
la oportunidad límite de poder seguir viviendo.
La propuesta de enredar jurídicamente la tutela en
salud, favorecería a una élite y discriminaría,
silenciaría y amordazaría el resto de la gente,
la gran masa: los más pobres y enfermos.
Esa fórmula es sin duda una manera cruda y perversa
de contemplar al hombre. Es una forma despreciable de mirarlo
y es una forma abominable de aparentar aproximarse a él.
La propuesta fórmula de establecer que la tutela sólo
procedería cuando el afectado, es decir el enfermo,
no disponga de otro medio de defensa judicial, es un dar y
quitar; es quitar tratando de quedar bien. No, el problema
que hay que solucionar es otro. Es el de la inoportunidad
de los servicios, es la discriminación establecida
entre los regímenes contributivo y el subsidiado; es
la dilación en la expedición de órdenes;
es la espera infructuosa de una llamada para una hospitalización;
es la cola mortificante y desde la madrugada, que logran hacer
desistir; es el vericueto jurídico, la excesiva reglamentación
y la exagerada normatividad, y en una palabra, el sí
pero no. Eso es lo que hay que eliminar y no otra cosa, no
el derecho a un derecho; no el derecho a reclamar y a que
se resuelva con prontitud; no hay que eliminar la voz del
que no tiene poder de intriga ni capacidad de pago.
En un sistema perfecto no se requiere de ningún medio
para ser atendido cuando se tienen problemas de salud, pero
ese sistema simplemente no existe y por supuesto, no es el
nuestro. Este, el que vivimos y sufrimos, está plagado
de dificultades de orden práctico y de inconvenientes
de orden humano, aparte de los reveses para los intereses
elementales de los que están enfermos.
Hay muchas cosas que arreglar por delante antes de la eliminación
de la tutela. Extendamos una mano con energía y dignidad
a estos otros problemas que sí constituyen un mal trato
para la gente y retiremos con respeto, comprensión
y solidaridad la otra, la del garrote.
La salud no es, no puede ser mirada como un mal económico
ni como un gran problema. Debe ser mirada siempre desde el
hombre, como algo que pertenece a su dignidad y propio de
su ser. |
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