MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 266 NOVIEMBRE DEL AÑO 2020 ISNN 0124-4388 elpulso@sanvicentefundacion.com icono facebook icono twitter

Escultura Sol Rojo de Edgar Negret

La maquinaria sagrada

Por: Damián Rúa Valencia. Magister en Literatura Francesa comparada Universidad de Estrasburgo – Francia
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Es un lugar común, en la sensibilidad de hoy, denunciar la fealdad de las ciudades y de todo lo que a ella respecta. El cemento, el hierro, las tuercas, los remaches, los cables, todo debe ir escondido para no herir nostalgias de tierra y verdura. Ya sea con razón o sin ella, les oponemos los árboles, la naturaleza, el cielo, lo mágico, como si no pudiera haber ninguna relación entre lo primero y lo segundo.

Los artistas, por lo menos los que no sucumben a la cursilería de su época, se han empeñado en escarbar y desentrañar lo que subyace, lo que une lo horrible a lo sublime, la belleza a la violencia, lo profundo que da color a la epidermis. En tender “cuerdas, como dice Rimbaud, de campanario a campanario; guirnaldas de ventana a ventana; cadenas de oro de estrella a estrella”.

No es de extrañar que uno de los escultores más notables de la Colombia del siglo XX haya explorado esa relación antagónica entre naturaleza y máquina, y se haya volcado casi exclusivamente al metal como materia, y al arte abstracto, como medio de expresión. Hablo de Edgar Negret, que este año cumple cien de haber nacido y ocho de dejar el mundo terreno, en Bogotá, lejos de la blancura de su Popayán natal.

Bogotá y Popayán, mencionadas así parecería un recorrido corto para estos tiempos: de la provincia a la capital. Sin embargo, en Negret hay un largo recorrido entre las dos ciudades. Un peregrinaje que pasa por Cali, Nueva York, Paris, Barcelona y lo llevó a experimentar con diversos materiales y a acercarse en cuerpo y alma a la obra de los artistas que admira.

Durante sus años de formación, Negret es testigo de la renovación de las técnicas de la escultura que, además de incorporar nuevos materiales, va a aspirar a poetizar la geometría, a pensar el espacio y abrazar el vacío. Artistas de la talla de Constantin Brancusi, Henry Moore, Alexander Calder tendrán una honda huella en la obra de Negret.

A las grandes preocupaciones de la escultura moderna, Negret agrega una muy personal heredada de su madre y visible con mayor o menor intensidad según la época: la religión y, sobre todo, la mística.

De sus primeros trabajos en yeso, madera y metal, sobresalen Cabeza del Bautista (1946), La mano de Dios (1947), Anunciación (1948) y Rostro de Cristo (1949).

En una entrevista afirmaba:

“Yo creo que uno trata de decir la misma cosa de distintas maneras. Va avanzando en la forma de expresión, pero están las grandes obsesiones de siempre [...] Sobre todo en lo religioso, porque empecé en lo más cercano de la religión cristiana y hablé de los Cristos y las Anunciaciones, pero poco a poco me fui ampliando. En esa idea ya entran otros dioses y otras religiones que al final hablan de una religión más amplia”

Sin embargo, en los años 50, sus obras parecen alejarse de la espiritualidad para concentrase en algo más terrenal: las máquinas. La serie Aparatos mágicos, creados durante su estadía en Nueva York, marca un punto de inflexión en el que se afianzan los elementos distintivos de su lenguaje, como el uso de la lámina de aluminio doblada y policromada mediante técnicas industriales, al igual que la utilización de los colores negro, rojo, blanco y amarillo que, unidos a la sobriedad rítmica, dotan al metal de una sensación de ingravidez. En ellas aparece, además, el tornillo que une las láminas como elemento visible y constitutivo de la belleza de la estructura.

Esos aparatos sofisticados y bellos, aunque de utilidad desconocida, unen magistralmente dos polos aparentemente opuestos. Desde el título se entremezclan lo mecánico, que evoca lo racional, y lo mágico, más cercano a lo inexplicable, a lo que sobrepasa la comprensión humana.

Por extraño que parezca, es precisamente en Nueva York, la ciudad moderna por excelencia, donde Negret descubrirá la selva y precisamente ahí donde encontrará la manera de trasponerla en términos artísticos mediante el aluminio, “ese metal tan humanizado”, como dirá alguna vez, que “todo el mundo tiene en la cocina” y que “es utilizado en la construcción de las naves espaciales”.

En Estados Unidos tendrá también ocasión de acercarse al mundo de los indígenas del oeste norteamericano, gracias a una beca de la Unesco. De ese encuentro saldrá la obra Kachina, construida con láminas de aluminio delgadas y maleables, inspirada en una muñeca totémica del mismo nombre que representa los espíritus en la cultura de los indios Pueblo.

A su regreso a Colombia, donde trabajará como profesor de la Universidad de los Andes e inspirará, dicho sea de paso, el cuento “Ulrica” de Borges, Negret continúa sus exploraciones del mundo prehispánico.

Fruto de ello son sus obras en homenaje a la cultura Inca, por la que sentía especial cariño, en las que representa la cosmogonía, la geografía del Imperio y el saqueo por parte de Occidente. Las obras Quipus, que se basan en el lenguaje intrincado de cuerdas y nudos de los incas, muestran la destrucción de las culturas antiguas.

No obstante, su atención no sólo se concentra en el gran imperio del sur. Obras como Quetzalcóatl prueban su fascinación por el mundo prehispánico, por su mitología, sus símbolos, sus representaciones del mundo natural y sobrenatural, al que él supo darle vida por medio de un lenguaje contemporáneo.

El Maestro Edgar Negret es sin duda para muchos el mayor escultor que ha tenido Colombia e incluso tal vez Latinoamérica, la región del mundo que lo inspiró, y tanto para quienes conocen y admiran su obra, como para quienes no se han acercado a ella, vale la pena darse un recorrido virtual por la Galería Casa Negret Buitrago, que este año celebra la vida y obra del escultor cuyos trabajos no son sólo una oda a las máquinas sino, sobre todo, un canto al arte y la naturaleza a través de lo humano.


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