MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 271 ABRIL DEL AÑO 2021 ISNN 0124-4388
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Cuando en 1918 el mundo se vio afectado por la gripe española, el fragor de la gran guerra europea opacó durante meses los efectos de la pandemia. Para ese año el desarrollo de las ciencias médicas era incipiente si se compara con lo logrado durante el resto del siglo, y para fortuna de quienes sobrevivieron ambas tragedias, la pandemia desapareció igual a como llegó, de manera silenciosa y misteriosa.
Técnicamente, una pandemia se acaba cuando no hay transmisión comunitaria incontrolada, y los casos se encuentran en un nivel muy bajo. Para 1920 la segunda ola de la gripa española ocasionó más muertes que la primera, pero entre 1921 y 1922 habían comenzado los locos años 20 y la mayoría de las personas ni siquiera percibieron el desmonte de los hospitales de campaña.
El mundo afronta el inicio de un segundo año de la pandemia por Covid-19 y los impactos de la tercera ola en cantidad de vidas son difíciles de calcular. La gente empieza a mostrar signos de cansancio ante las medidas que restringen la movilidad y frente a los aislamientos prolongados, situación que va más allá de una indisciplina social y se acerca para los análisis más bien a una especie de desobediencia civil impulsada por las afectaciones económicas. Las autoridades sanitarias en los países donde persisten los efectos graves del coronavirus no parecen tener iniciativas novedosas que permitan contener la difusión del virus, y la anhelada inmunidad de rebaño no se vislumbra siquiera en un horizonte lejano.
En Colombia el panorama no es el mejor, pero tampoco, infortunadamente, se puede calificar como el peor porque no sabemos si los efectos sindémicos de la Covid-19 puedan agravarse aún más. El tercer pico se había previsto, pero como consecuencia de la relajación de las medidas de bioseguridad que ocurriría durante la semana santa, sin embargo se adelantó y en ciudades como Barranquilla, Cartagena y Medellín los niveles de contagio superan las cifras históricas. Vienen las vacaciones de mitad de año y si no se toman medidas drásticas para evitar un cuarto pico, continuaremos todo 2021 en una montaña rusa de muertes, muchas de ellas evitables.
Pero, ¿de quién es la responsabilidad? El discurso generalizado señala a los ciudadanos como los principales culpables por haber relajado las prácticas de autocuidado, situación que es innegable y que se reforzó en una falsa seguridad, o esperanza, con el inicio de la vacunación en el país. Pero se olvida algo, en las actuales condiciones de emergencia sanitaria y económica, todos tenemos grados de corresponsabilidad que se deben articular para lograr superar la crisis y que se enlazan de una manera tan profunda que la falla de una de las partes genera el fracaso de la lucha.
Veamos algunos componentes de esa articulación.
Los hospitales y clínicas, así como el talento humano en salud, han respondido con creces a sus responsabilidades, e incluso han ido más allá. El agotamiento físico y mental es innegable, las puertas de las instituciones han estado abiertas a pesar de la sobre demanda y a que la crisis financiera de los prestadores se agudizó de manera ilógica cuando más se necesitaba su fortalecimiento. En este punto las responsabilidades se han cumplido.
Ya señalamos que los ciudadanos deben aportar con la auto protección, pero que esta se haya relajado no obedece a un solo detonante. Evidentemente existe una falsa sensación de seguridad por la vacuna, y eso se debe corregir con campañas educativas continuas que muestren que los cuidados deben mantenerse, y el espacio para hacerlo debe ser en las calles, en la radio, en todos los espacios posibles para que la insistencia logre el cometido. Pero hay otro elemento, la desobediencia de las personas frente a las medidas de confinamiento como toques de queda parciales, si bien es algo que parece intrínseco a una cultura de rechazo a la autoridad, también se asocia a una realidad social. La pandemia desnudó que la estructura económica de los colombianos es sumamente frágil, la capacidad de ahorro es casi nula por no decir imposible, cuando la mayoría de los connacionales viven del día a día, y si bien este problema estructural se soluciona solo en el largo plazo, deberían tomarse medidas de ayuda reales que alivianen las cargas no solamente de quienes ya se encontraban inscritos en programas de asistencia social, ya que esto se traduce en una focalización muy limitada ante una emergencia que ha tocado también a las clases medias.
Un tercer agente en este andamiaje son las autoridades sanitarias en todos los niveles territoriales, y acá, por desgracia, la articulación ha brillado en muchas oportunidades por su ausencia. Los mandatarios locales deben actuar bajo la certeza que da el conocimiento real de las condiciones de su territorio, y si bien existen lineamientos generales desde el gobierno central, eso no descarta ser creativos para adaptar los procesos a las condiciones y necesidades de la población, pero además, aportando a mejorar la eficiencia en la aplicación de las dosis.
Una situación similar, aunque se haya tratado de minimizar, es la falta de disponibilidad para aplicar segundas dosis, ya que una simple planificación debe garantizar que imprevistos como la demora en la llegada de nuevos lotes de vacunas, retrasen un proceso generando cuellos de botella.
Estamos lejos de la terminación de la pandemia, pero si además, seguimos cometiendo errores por falta de articular procesos, se puede aplicar la vacuna a todos los colombianos, pero seguiremos en el peor de los escenarios.
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