MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 271 ABRIL DEL AÑO 2021 ISNN 0124-4388
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Mayra Vásquez, farmacéutica, presidente de la asociación de farmacéuticos de Cundinamarca y Bogotá, y de la escuela Ifarma, que llevó a cabo una maestría en Ciencias políticas en la Universidad Javeriana bajo la dirección del doctor Julio César Castellanos, comparó la experiencia de Brasil, Argentina y Cuba en la producción pública y privada de biológicos. Los tres países son reconocidos por su liderazgo regional en esta materia y, en asocio con México, son los que hoy están produciendo sus propias vacunas para la pandemia. Cuba, el país con el menor PIB del grupo, es el único que produce una vacuna (en realidad 4) desarrollada en el país. Los demás mediante licencias de vacunas chinas o europeas. Su conclusión fue directa: es una decisión política.
Por estos días en una entrevista radial en Caracol, Libardo Mojica, un empresario ligado al laboratorio veterinario Limor, comentó que, finalizando el siglo pasado, nuestros dirigentes decidieron suspender la producción de vacunas que hacía el Instituto Nacional de Salud. Se requerían inversiones para modernizar la planta, pero nuestros tecnócratas prefirieron cerrarla. Dijo don Libardo que Limor y Tecnoquímicas, ofrecieron entonces financiar las adecuaciones requeridas, pero la tecnocracia es como es. El mayor peso en la junta directiva del INS la tenían el Ministerio de Salud y el DNP.
Para entonces, esa tecnocracia profesaba (y aún profesa) el fundamentalismo del libre comercio. Quería a toda costa firmar tratados de libre comercio. Libre comercio que reza que a un país como el nuestro le va mejor especializándose en aquello en lo que tiene ventajas competitivas, las pitayas y los aguacates. Libre comercio que desconfía por principio del sector público y que predica que el comercio no es juego de suma cero en el que lo que alguien gana, alguien lo pierde. ¡Que cuando alguien se vuelve millonario, todos ganamos!
Libre comercio que nos arrojó a un proceso de desindustrialización, que llevó a que la ANDI, antes asociación nacional de industriales, la que respaldó los TLC, ahora sea la asociación nacional de empresarios. Lo que en palabras de algunos economistas nos llevó a cambiar a un modelo de desarrollo tipo call center, combinando desindustrialización con un gran auge del sector de servicios con muchísimos empleos de salario mínimo.
Al mismo tiempo, Colombia es cuestionada por la postura asumida en la Organización Mundial del Comercio en el debate entre países ricos y países en desarrollo. India y África del Sur han propuesto una suspensión temporal de los derechos de propiedad intelectual para los productos para la pandemia y mientras dure la pandemia. Más de 100 países (en desarrollo) respaldan tal propuesta. Nuestros representantes en esos espacios respaldan el bloqueo de los países desarrollados a lo que, desde cualquier perspectiva, parecería obvio. A fin de cuentas, la propiedad intelectual es un incentivo que se fundamenta en generar una escasez “legal”, que permite precios no sometidos a la competencia. Por desgracia, esa escasez explica que Israel y los Emiratos Arabes ya hayan vacunado a casi toda su población mientras hay muchos países que hoy no tienen ninguna vacuna. Lo que el Obispo de Ciudad Del Cabo llamó el “apartheid” de las vacunas, y lo que el director general de la OMS calificó como un fracaso moral de la humanidad y, que el Papa Francisco condenó sin atenuantes. En algunos países ha trascendido que esta postura era una de las condiciones no divulgadas de la venta de vacunas, particularmente las norteamericanas.
Bangladesh, un país con un PIB de US $ 1.800 (Colombia ya pasa de los US $ 6.000), y del club de los eufemísticamente llamados “menos adelantados”, y que precisamente por eso hoy disfruta de una exención para la aplicación de los derechos de propiedad intelectual, tomó la decisión de avanzar hacia una industrialización del sector farmacéutico que le ha permitido crecer toda su economía a unas tasas comparables a las de China, e incluso en 2020, en medio de la pandemia y la debacle mundial la superó: Bangladesh al 8 % y China al 5,9 % según el Banco Mundial. Hoy Bangladesh no produce vacunas, pero quien sabe si termine produciéndolas antes que nosotros.
En las semanas anteriores se supo que la Alcaldía mayor de Bogotá había decidido caminar hacia una producción local. Rápidamente la Presidencia y el Ministerio de Salud se sumaron a la idea. Algo tarde es verdad. En mayo del año pasado, un grupo de organizaciones de la sociedad civil organizadoras del Congreso Global en Propiedad Intelectual y el Interés Público, enviaron una carta a Minciencias proponiendo inversiones en alianzas público-privadas para producir vacunas para la pandemia. Desde muchos frentes se recordó que el INS producía vacunas para la Rabia, Polio, DPT, y la más emblemática, la vacuna contra la fiebre amarilla. También produjimos suero antiofídico por años, pero esta producción también fue sacrificada en los altares del fundamentalismo regulatorio, aplicando normas de buenas prácticas de manufactura que aún hoy, no gozan de un consenso internacional.
Ya nos gastamos más de tres billones de pesos en comprar vacunas. Con el 10 % de ese dinero se podría construir una planta. Vecol, un laboratorio público que produce vacunas para el sector veterinario, tiene prevista una ampliación importante de su capacidad de producción con un costo de 45 mil millones, según lo publicado por El Espectador recientemente. Se han mencionado los nombres de Procaps, de Tecnoquímicas y de Vitalis. El presidente y la ministra de ciencia, tecnología e innovación inauguraron un laboratorio de investigación en la Universidad de Cartagena, esperando que en un mediano plazo pueda producir vacunas.
Claro que se puede. Claro que no empezamos de cero. Puede que estemos empezando tarde, pero no demasiado tarde. Esta pandemia se demora, y todo parece indicar que no será la última. No estamos condenados a salir a mendigar un lugar en la fila, a aceptar cláusulas inconstitucionales y ofensivas, a hipotecar nuestra soberanía en las decisiones en los espacios internacionales. Es solamente una decisión política.
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