MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 275 AGOSTO DEL AÑO 2021 ISNN 0124-4388
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Entre los pinos, almendros, laureles y palmas que atraviesan Bolívar y Carabobo se erigió un centro de atención infantil que velaría por la calidad y cobertura de los servicios médicos de alta complejidad para menores. La institución, en sus bodas de diamante, se proyecta a futuro como un centro de excelencia en servicio y conocimiento.
Su historia oficial comienza el 11 de marzo de 1961, día de San Sofronio, un monje caracterizado por la piedad, el saber y la ortodoxia. En el barrio Sevilla, el entonces presidente Alberto Lleras Camargo, autorizó el ingreso del primer paciente al Hospital, un infante con retinoblastoma.
Sin embargo, para poder abrir sus puertas, se necesitaron décadas de esfuerzo a pulso por parte de voluntarios, benefactores e individuos que vieron en una Medellín transformada por el fenómeno migratorio del campo a la ciudad la necesidad de ampliar el volumen de servicios, la atención especializada y que fuera centro de formación en pediatría.
Desde ese momento su propósito institucional no ha cambiado mucho, pero si se ha adaptado a las necesidades del entorno. Actualmente se atienden de manera integral pacientes desde neonatos hasta los 16 años en procedimientos ambulatorios y de hospitalización de alta complejidad médica, llevados a cabo por pediatras, especialistas y subespecialistas.
A los ojos de Abraham Chams, cirujano pediátrico y director de la Unidad Funcional Materno Infantil, este lugar es un patrimonio. Así mismo, explica que los pilares de la institución se basan en el servicio, el acompañamiento, la sostenibilidad, la formación, la investigación y el talento humano. Uno de los puntos que resalta el doctor Chams frente a la importancia de su labor es que: “muchas veces es curar gente, pero otras es ayudar al buen morir, a afrontar esas necesidades”.
Quienes conocen el recorrido de la institución a profundidad relatan en el texto Cien años, una vida entera por la vida, que los primeros pasos para cimentar el Hospital se dieron en 1924, cuando el entonces conocido Hospital San Juan de Dios cedió un ala con 60 camas-cunas al Club Noel. Una década después el San Vicente recibe la petición de acoger la obra dentro de sus instalaciones, pero esta tuvo que ser declinada por no contar con las locaciones necesarias.
Sin embargo en los años 40 se habilitó el pabellón Clarita Santos, donde se empezaron a brindar servicios especializados a los infantes. El espacio se quedó corto ante la demanda, por lo cual tuvo que habilitarse una nueva ala, denominada Los Ángeles.
Pero, ¿De dónde nació esta necesidad? Es simple: la ciudad sufría una transformación al duplicar su población en poco más de un decenio a raíz de la migración proveniente del campo. De igual manera, se vivía un proceso de desarrollo comercial, financiero e industrial dentro de la región que permitían verla como un punto ideal para constituir familias numerosas.
A partir de allí, Gustavo González Ochoa, uno de los pioneros de la pediatría antioquena, encamino sus esfuerzos para la construcción de un “gran hospital para los niños pobres”. Para ello, toco puertas, desde las gubernamentales hasta las de grandes empresarios, llegando incluso a trabajar con comisiones de madres vendiendo gaseosas fuera del Estadio.
Para 1951, con lo recogido, se hizo el traspaso oficial al San Vicente. Se decidió que la ubicación seria la esquina de las calles Barranquilla con Bolívar; la construcción, que vivió reajustes presupuestales constantes, después de diez años, esfuerzos y sacrificios, abrió sus puertas con 189 camas, equipos interdisciplinarios y dos salas de cirugía que esperaban auxiliar a todo niño o familia que lo necesitara.
Hacer tangible y lograr la permanencia de una entidad privada sin ánimo de lucro, la cual está inmersa en un entorno donde el 80 % de los niños que se atienden pertenecen a núcleos familiares de bajos recursos, requiere constantes esfuerzos. “Esto se mantiene a flote por el talento humano, la buena gestión hospitalaria y los aliados colaborativos”, explica Abraham Chams.
Los aliados estratégicos son esenciales para lograr la tarea de la mejor manera y están presentes en todos los ámbitos académicos y económicos. Entre ellos se destaca la Facultad de Medicina de la UdeA, el CES, Cariño, medios de comunicación, hospitales, y el sector privado y benefactores.
Algunos de los espacios beneficiados en los últimos años han sido las Áreas Lúdicas, las Unidades de Cuidado Crítico, Urgencias, Oncología, las aulas y los programas de recreación y alimentación, además de la infraestructura general, que se ha repotenciado, ampliando y remodelando para convertirse en un espacio ameno, que evoca la jovialidad, esperanza y creatividad que reside en el corazón y los sueños de los pequeños.
Según Chams, antes de la pandemia, el Infantil podía tener unas 60.000 atenciones anuales entre consultas, urgencias y cirugías, además de ser el hogar de unos 1.500 nacimientos de alta complejidad. Aunque al principio de la contingencia por el COVID-19 los niños tenían bajas posibilidades de complicaciones, ahora ya se evidencia un fenómeno de cuadros inflamatorios sistémicos, secuela del contagio.
A pesar de las adversidades, en medio de una crisis como la desencadenada por la situación sanitaria, además del cierre sistemático de camas pediátricas en la región durante los últimos años, durante la emergencia se logró mantener los servicios abiertos.
Aunque el volumen de atención disminuyó, las directivas observan esto como una oportunidad de reinvención y mejora, especialmente en aspectos como el distanciamiento y las medidas de bioseguridad requeridas para los tratamientos respiratorios.
Los procesos dentro del Hospital se manejan desde la multidisciplinariedad, la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad. Esto conlleva a que sus procesos de calidad sean reconocidos a nivel nacional e internacional, con galardones como la Orden al Mérito Don Juan del Corral y la Orden al Mérito en Salud Pública Héctor Abad Gómez, categoría Oro al servicio de Nefrología Infantil y el Galardón al Cuidado Materno Infantil, categoría Oro de la Alcaldía de Medellín.
Chams recalca que para ejercer con esta población se necesita una vocación especial que permita impactar de manera positiva la vida del niño y su familia. Así mismo, esta labor implica retos más allá de los profesionales, agregando que: “uno ve acá no solo la enfermedad del cuerpo sino también la social, por abandono y violencia. La misma forma en la que uno se llena de desesperanza con las situaciones en las cuales están los menores, muchas veces dentro de entornos de alta violencia, también se llena de esperanza cuando ve muchas personas que se logran curar”.
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