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El extraño caso del doctor Destouches

Por: Damián Rua Valencia
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Todos los países tienen sus tabúes. El de Francia tiene nombre propio. Se llama Louis-Ferdinand Céline. Basta con pronunciar su nombre una vez (y no las tres que se necesitan para invocar al diablo) para que se desate un escándalo.

El más reciente data de este año. La famosa editorial Gallimard acaba de publicar un texto inédito encontrado entre los papeles del escritor. Se trata de una novela de inspiración medieval: La Volonté du roi Krogold (La voluntad del rey Krogold), que el autor apreciaba casi como un amuleto y que él mismo y toda la humanidad creía perdida para siempre.

Hasta ahí, todo normal. Nada extraño entre los hábitos de los editores sacarle provecho a cualquier manuscrito, sin importar su calidad, abandonado por un escritor famoso. Lo que pasa es que Céline, nombre de pluma de Louis Ferdinand Auguste Destouches, no es como cualquier otro escritor famoso. Es el escritor del “pero”. Es difícil encontrar a un admirador suyo que no finalice sus frases con “pero…” o que no considere oportuno disculparse antes de elogiar su manera de escribir. De la misma manera, sus detractores suelen decir que era un tipo infame, de esos que tienen el triste privilegio de cargar con todo el desprecio del siglo pasado, pero con un talento innegable, solo comparable al de Proust.

Su estatuto de persona no grata va tan lejos que incluso su única hija, Colette Destouches, renunció a la herencia de su padre, un año después de la muerte de este en 1961. Para desgracia de sus propios hijos y sus nietos, que no han visto ni un centavo en regalías y que ahora acaban de demandar a la editorial y a los detentores de los derechos de autor que recayeron sobre François Gibault, ejecutor testamentario y Véronique Chovin, amiga de Lucette Destouches, la última esposa de Céline.

Alguno de ellos dijo en una entrevista: “Nosotros, los herederos de sangre, no hemos heredado sino los problemas”.

Y con toda razón, porque el destino de Céline, como el de los personajes griegos, recae sobre toda su descendencia, y hasta sobre su país, que no sabe muy bien qué hacer con él.

Aunque es reconocido mundialmente por ser el autor de la novela Viaje al final de la noche, Louis Ferdinand Destouches tiene otras vidas paralelas, supremamente interesantes, aunque menos gloriosas.

Comenzó desde joven a ganarse la vida en diferentes puestos como reparador de joyas, antes de enlistarse en el ejército, donde permaneció varios años hasta alcanzar el rango de brigadier cuando no tenía ni veinte. Al estallar la Primera Guerra Mundial, su compañía fue enviada a Holanda en misiones de infantería. Es ahí donde Céline resultó herido de bala en el brazo derecho, y no en la cabeza, como a él mismo le gustaba decir. Tras varias operaciones, fue trasladado a Londres, donde tuvo a su cargo el servicio de visas en el consulado francés. Allí se casó por primera vez, frecuentó los burdeles e incluso consideró la idea de volverse proxeneta.

Al volver a suelo francés, se embarcó en una misión de dos años en Camerún, antes de ser contratado por la fundación Rockefeller para llevar a cabo una campaña de profilaxis contra la tuberculosis. Quizás sea ese el origen de su tardía vocación de médico. O quizá el hecho de haber conocido a otra mujer, Edith, hija de un médico, con la que habría de casarse por segunda vez y tener a su única hija. Él, que ni siquiera había aprobado el baccalauréat, equivalente del examen del Icfes aquí, se preparó para seguir estudios superiores y llegó a defender una tesis sobre la vida y la obra de Philippe Ignace Semmewelweiss. Entretanto, ocupó varios puestos de reemplazo como médico en París y Bretaña.

Luego, golpe de suerte, entre el público de la defensa de su tesis se encontraba el director de la sección de higiene de la Sociedad de Naciones, que habría de contratarlo, algún tiempo después, como technical officer. Puesto que le permitió vivir en Ginebra y hacer largos viajes por los Estados Unidos, donde visitó y quedo sorprendido por las fábricas de Ford.

Esas experiencias aparecerán plasmadas en su primera y más famosa novela Viaje al final de la noche. “New York es una ciudad de pie”, exclama Bardamu, el personaje principal. “Nosotros, claro que ya habíamos visto otras ciudades, y hasta bonitas, y puertos, y hasta conocidos. Pero las nuestras están acostadas, a orillas del mar o del río, se extienden sobre el paisaje, esperando al viajero, en cambio, esa, la gringa, no se arrastraba, para nada, se mantenía erguida (…), tan firme que daba miedo.”

El estilo popular y oral, la narración cínica y la crítica ácida de la sociedad de entonces le garantizaron un éxito rotundo, no solo en librería, sino también en la admiración de sus pares. De Sartre a Aragón, pasando por Elsa Triolet, escritora de ascendencia judía, que lo tradujo al ruso, y Barbusse, la novela encontró un público fiel que vio en ella una sátira lúcida de la sociedad capitalista y de la explotación de las pobres gentes.

Años más tarde, amargado por los vaivenes de la vida y atrincherado en su casa de Meudon, dirá que su único objetivo al escribir esa novela era el de ganar dinero para comprarse una casa. El libro está dedicado a Elizabeth Craig, su más grande pasión amorosa, según cuentan los biógrafos, con la que estuvo varios años, antes de que esta lo dejara para volver a su patria, Estados Unidos. Louis Ferdinand la siguió un tiempo después, para descubrir que se había casado con otro, que, por azares de la vida, era judío.

Muerte a crédito, su segunda novela que ahora figura dentro de sus obras maestras, decepcionó por igual al público y a la crítica.

Es en ese momento cuando, al parecer, su destino bifurca. Se suceden la publicación de varios panfletos que fueron best-sellers de la época y que hoy no se pueden comprar en Francia: Bagatelles pour un massacre (1937), L’Ecole des cadavres (1938), Les Beaux draps (1941). Todos ellos cínicos, de un humor corrosivo y una violencia claramente antisemita que ve en el pueblo judío el origen de todo el mal que le sucede a él y, por ahí derecho, a Francia, al mundo. Todos ellos prohibidos en Francia durante la guerra y no editados después de ella, no solo por el veto que pesa sobre ellos, sino también por la voluntad del mismo Céline.

Durante la ocupación nazi, el escritor se El extraño caso del doctor Destouches moviliza en apoyo a Hitler, escribe artículos de apoyo, elogia el gobierno alemán y, según algunas fuentes, denuncia a los judíos. Aunque este último punto es uno de los más polémicos y que yo no tengo ninguna capacidad para debatir, dicho sea de paso.

Luego del desembarco de Normandía el 6 de junio de 1944, Céline se ve obligado a abandonar el territorio francés. En su huida, confía varios manuscritos a sus amigos, dentro los que están Gignol’s Band II, algunas páginas de Casse-pipe, una novela llamada Londres y algunos relatos de inspiración medieval: La Leyenda el rey René y el ya citado La voluntad del rey Krogold. Son estos últimos los que, como en una película de espionaje, fueron hurtados por no se sabe quién, fueron a parar a manos de un escritor que los guardó durante todos estos años, hasta la muerte de la viuda del escritor, y salieron a la luz hace poco, cuando ya todo el mundo los daba por perdidos, o por un simple delirio de Céline que nunca dejó de quejarse por el robo. Ironías de la vida, los manuscritos, que pasaron por varias manos, de un armario en el barrio Montmartre a un sótano en Neuilly, fueron protegidos, al parecer, por un miembro de la Resistencia.

Los lectores (y ni qué decir de los editores) de Céline pueden estar felices. Con las publicaciones que se han encadenado una tras otra en los últimos años, el escritor vuelve a estar bajo la luz de los proyectores, si es que alguna vez se había apartado. Sus detractores, en cambio, no pueden, sino temer el momento, cuya voluntad ha anunciado ya la editorial Gallimard en el pasado, de reeditar los panfletos antisemitas, acompañados de un aparato crítico, antes que la obra sea de dominio público. Difícil prever las consecuencias. Lo que si está claro es que la huella de Céline sobre la literatura y su mancha sobre la conciencia de Francia van a ser difíciles de borrar.


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