DELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 15    No. 178  JULIO DEL AÑO 2013    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

 

¿De qué color
es la piel de Antioquia?

Hernando Guzmán Paniagua - Periodista elpulso@elhospital.org.co
200 años después de la limitada independencia de Antioquia, vale preguntarse: ¿Existe una raza antioqueña? No es fácil negar un dogma civil con el cual comulgamos dos siglos y que sigue permeando nuestros imaginarios de identidad. Desde el conquistador peninsular hasta el mestizo triétnico de hoy, pasando por el criollo esclavista, se sacraliza una raza supuestamente blanca y pura, y no es otra que la española -una sangre con genes de iberos, moros, judíos, romanos, cartagineses, celtas, galos, fenicios, gitanos, bárbaros-, y encima, de negros e indios.
El historiador e investigador de la Universidad Eafit, Juan Camilo Escobar, curador de la exposición “Antioquias. Diversidad e imaginarios de identidad” en el Museo de Antioquia, confrontó los censos de 1808, 1912 y 1918 con el censo nacional de 2005, y concluyó que la proporción de antioqueños blancos es apenas entre 25 y 31% de la población. Pese a ello, en 1964, el Hermano Justo Ramón, en su Geografía Superior de Colombia, exponía:
“Predomina pues en nuestra raza nacional una mezcla atemperada de las cualidades de la raza española y de la raza indígena. (…) Descuella entre todas, por la hermosura de sus formas, por su vigor y energía para el trabajo y por su buen sentido práctico, la raza antioqueña, que no tiene nada que envidiar a las mejores razas de Europa”.
Afirma Escobar: “Fueron las élites intelectuales quienes fabricaron, por medio de la prensa, los imaginarios de identidad. Las luchas por el territorio, por los recursos, por el control de los grupos sociales, estimularon la invención idílica de una identidad regional y de una 'raza superior'. Imaginario no es simple falsedad o mentira, también tiene aspectos reales en términos de la vida cotidiana. Estos conceptos circulan entre Europa y América como parte del proyecto de civilización y progreso común a ambos continentes desde comienzos del siglo XIX, expresión de una opinión pública elitista que impide la creación de una cultura de la diversidad. El imaginario racial desapareció prácticamente del lenguaje de las ciencias sociales y de la biología, no así de la opinión pública”.
Refirió Escobar que en 1829, “El eco del Tequendama”, periódico de Antioquia, decía: “El clima, no menos que la raza, la religión y los principios del gobierno, son otras fuerzas que obran de continuo en el hombre civil”. Aludió a reflexiones sobre clima y raza del periódico “El amigo del país” en 1846: “Verdad es que en el Valle del Magdalena se podrán cosechar frutos tropicales. Pero este valle, a pesar de su rica y exuberante fertilidad, de su extensión y magnificencia, inculto permanecerá aún por luengos años, pues su clima deletéreo sólo es habitable por la raza etíope, raza de suyo estúpida, perezosa e indolente”. Y agregó que al separar a Chocó de Antioquia y anexarlo a la provincia de Panamá, las élites paisas decían en “El Censor” en 1848: “Es claro y evidente que el Chocó nada puede hacer por su propia prosperidad y mucho menos por el extenso territorio que en el bajo Atrato clama por población, civilización e industria”. (…) “Dudamos que en el Chocó haya alguno que no prefiera agregarse a la culta, industriosa y progresiva Antioquia, más bien que pertenecer a la condición estacionaria del salvaje, estúpido e indolente contemplador del incalculable suelo virgen que se extiende en las márgenes del majestuoso Atrato”.
En un texto clásico, prosiguió el investigador Escobar, Libardo López concluía “que hay un lugar en la América Latina y que existe esa roca ideal de una raza superior, y ese lugar es Antioquia”; y distintos viajeros franceses, ingleses y norteamericanos, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, difundían la noción de “raza antioqueña”, aprendida de nuestras élites locales. En las “Genealogías de Antioquia y Caldas”, Gabriel Arango Mejía escribió en 1910: “He escrito estas genealogías para probar a muchos que sí es la raza antioqueña de casta limpia española”, ante la fuerte hipótesis del supuesto origen judío de los paisas, que molestaba a las personas de clase alta.
Y en conferencia de 1913, Tulio Ospina Pérez decía ante la Academia Antioqueña de Historia, de Jurisprudencia y de Medicina, que los indios de la parte antioqueña en las cordilleras central y occidental no eran de raza mongólica sino blancos que al cruzarse con colonos vascos, “no produjeron los tipos anómalos y desequilibrados que tales mezclas suelen engendrar”. Escobar aclaró que el análisis de la efemérides de 200 años de Antioquia no tiene la intención apologética tradicional, ni la de menospreciar a la población o a la historia de Antioquia, sino de pensarla más equilibrada y neutralmente.
Agregó que estos imaginarios se difundieron en el siglo XX mediante el púlpito, la poesía popular, la música, la arenga política, fiestas, conmemoraciones, las artes y la Internet. Refirió por ejemplo: “Cuando Medellín obtuvo el premio de “la ciudad más innovadora del mundo (otorgado por The Wall Street Journal y Citigroup Citibank en el concurso City of the Year), hice un ejercicio simple: poner entre comillas “ciudad innovadora” y “raza antioqueña”, y encontré no pocos textos diciendo que el premio se debía justamente a esa raza”.
Anotó el intelectual que la ideología racial ha construido también una historia que oculta la presencia de los esclavos libertados por Don Juan del Corral y por otros legisladores a principios del siglo XIX, como si la población liberada hubiera desaparecido...
   
La raza, un cuento bicentenario
El historiador Juan Camilo Escobar declaró a EL PULSO: “Desde el momento en que Francisco Antonio Cano pintó “Horizontes”, muchos escritores vincularon la obra con la ideología racial. Fidel Cano ve allí la Sagrada Familia; en la revista “Sábado”, un autor que firma como “V” dice que esa pareja es la progenitora de la raza, en 1935 el crítico y escritor bogotano Juan Lozano y Lozano ve la vivificación del pasado y el porvenir de la República. En términos pictóricos, independiente de que su autor lo haya querido, el cuadro cobró historia propia y se lo fue usando para legitimar la versión rosa de la colonización antioqueña.
De igual forma, más allá de los propios pintores, es la crítica de arte la que vinculó la obra “Imagen de Antioquia” de Rafael Sáenz con la región, por cierta feminidad pacífica que pinta, una región que sabe cuidar a sus hijos.
Algo parecido le pasó al Escudo de Antioquia: en 1812, se dijo que tendría una montaña de oro, un río, una palmera, un platanar y una mujer vestida a la indiana poniéndose el gorro frigio, símbolo de la abundancia y la libertad; pero en documentos posteriores, a esa mujer la convierten en una matrona que representa la raza antioqueña”.
Desde la llegada de la imprenta a Antioquia en 1813 pululan escritos encomiosos de la raza: “Los jesuitas, los judíos y la raza antioqueña” del padre Félix Restrepo, “La raza antioqueña” de Emilio Robledo, “Elogio de la raza antioqueña” de Oscar Echeverri Mejía y “Libres de toda mala raza”, texto clásico de historia en los años 60 del siglo XX, entre otros. A Humberto Chaves se lo llamó “el pintor de la raza”. Manuel Uribe Ángel nos pintaba así: “La rígida perseverancia de nuestra raza, el temple acerado del antiguo carácter español, movido y fortificado por la índole agreste y dura de los elementos ambientes, han conseguido a fuerza de concentración y trabajo vencer en parte las dificultades que se oponían a nuestra libre marcha por el sendero de la civilización”.
Don Tomás Carrasquilla decía en 1925: “Colonos sencillotes, pacíficos y labradores, campesinos (que) no venían con la espada destructora, ni con la cruz salvadora, ni en busca de Potosíes y Pactolos: venían con su azadón y su arado, a ganarse la comida con el sudor de su frente como Dios manda... adonde no llegaron los moros bereberes, con su profeta, sus molicies y sus amores, ni los judíos con sus usuras y sinagogas”. Y Alejandro López loaba en 1927: “Una raza de brío y tumultuosa como lo es la antioqueña, sedienta de libertad individual y de posesión de la tierra”.
Para la investigadora Nidia Gutiérrez, curadora jefe del Museo de Antioquia, “los imaginarios son imágenes mentales que los pueblos se hacen sobre sí mismos, y adquieren visos de realidad. El problema es que se vuelven definiciones que al cerrarse dejan por fuera a mucha gente, y resultan intolerancias y exclusiones. Hay que mirar hasta qué punto los imaginarios son una respuesta razonable a una pregunta razonable por quiénes somos: la respuesta es múltiple y abierta, y todos podemos formar parte de ella. Otros imaginarios del paisa: 'emprendedor', 'exitoso', 'aventurero', 'familiar', 'correcto', son imágenes tan idealizadas, como 'mujeriego', 'borracho', 'pícaro'. Ni lo uno ni lo otro: tienen visos de verdad, pero son reduccionistas. A Antioquia le gusta pensarse así, y nada de malo hay en eso, el problema es una identidad esencialista. Porque hoy somos una cosa, mañana otra, según el contexto. Ante esa visión idílica de la colonización, como se ve a 'Horizontes', la parodia del artista Carlos Uribe plasma cómo en un momento Antioquia estuvo liderada por quienes señalaban un camino torcido, el caso de Pablo Escobar. Los imaginarios no son exclusivos de Antioquia, son de todo el mundo, hay países que hoy se dejan matar por nacionalismos mal entendidos, por creerse escogidos”.
 

“Ya no hay duda ninguna,
antioqueño es mi Dios”
Buena parte de la canción tradicional andina colombiana recoge los imaginarios de identidad, en particular la “raza”. Son emblemáticos los bambucos con poemas del maestro Luis Carlos González, cantor de nuestra grandeza, y música de compositores como José Macías y Enrique Figueroa.
El curioso bambuco “Raza” de Germán Isaza y Carlos Vieco, serenata en un paisaje idílico: “Despierta niña hechicera, dulce niña encantadora / que el monte y la cordillera, los montes y la pradera copian celajes de aurora”, habla de todo, menos de “raza”, como sí lo hace “Mi Casta” del vate González: “…
y un diccionario de espigas, con millones de palabras / está gritando en mis venas el orgullo de mi casta” o “Compañero”: “Compañero, compañero: no es la vida tan amarga / si es del amor escudero este lema de mi raza”, o bien “Aguardiente de Caña” (González y Figueroa): “Con aguardiente, más machos son los machos de mi raza”. Y, cosa prodigiosa, ¡el maestro Luis Carlos González no creía en la tal “raza”! Sólo utilizaba sus imágenes por su carga emocional y ancestral; prueba elocuente de ello es su agudo poema “Raza”.
“¿Raza?… ¿Raza de qué, tanto pregonan / mi vecino y el cura y el tendero, y la altiva señora del banquero / quien tuvo un hijo negro, siendo mona?
¿Raza? … ¿Raza de qué, si desentona / la ley de Dios con la que explica el clero y al coraje -ni andante, ni escudero- / lo castran el responso y la Corona?
¿Raza de hidalgos? ¿Raza de caciques?/ Imperio de trabucos y alambiques sobre estéril solar de cobardía.
De la maraña que el ancestro escruta / sólo nos queda puro: el hijue...
¡y lo estamos negando todavía!”.
“Antioqueño es mi Dios”
“La Ruana” (González y Macías), compendia los imaginarios paisas, con un referente más real de identidad como la fusión racial fuente de diversidad:
"Porque tengo noble ancestro de Don Quijote y Quimbaya / hice una ruana antioqueña de una capa castellana”. “Antioqueña” (“Antioqueñita) de Miguel Agudelo y Pelón Santamarta, es una sarta de imágenes hiperbólicas de la belleza femenina paisa.
Su casi homónimo “Antioqueñita querida” (González y Figueroa), combina hipérbole y orgullo ancestral: “Antioqueñita querida, yo te presentí en mis sueños / porque en tus ojos se miran las estrellas de mi cielo” (...) “porque la voz que te canta es el alma de mi pueblo”.
Rasgos de “antioqueñidad”: el espíritu andariego, el atuendo, la sencillez, están en el bambuco “Como yo te buscaba” de José Muñoz Ospina: “Así como mis abuelos, así era que te buscaba / ellos eran montañeros de carriel, sombrero y ruana / mi padre era andariego y siempre se enamoraba de mujer sencilla y buena así como era mi mama”; el éxito de “El camino de la vida” de Héctor Ochoa se debe en buena medida a los estereotipos familiares que reúne, como “El retrato del paisa” de Jorge Robledo Ortiz y Eladio Espinosa, donde el poeta es violento y altanero ante sus semejantes, pero sumiso ante la religión: “Traigo para el amor la serenata y para los rivales mi barbera” (...)
“Sólo respeto lo que diga el Papa y tuteo hasta al mesmo Presidente”. Imaginarios de la Antioquia patriarcal perviven aún a fines del siglo XX, como en el nostálgico bambuco de Fausto “Soñando con el abuelo”: “Orgulloso de su raza, practique su identidad”; o en “Muy antioqueño” de Héctor Ochoa, el clímax: “Por toda tu grandeza y hermosura / Ya no hay duda ninguna: / antioqueño es mi Dios”.
El bambuco, ¿blanco o negro?
El musicólogo antioqueño Gustavo Yepes conceptuó frente al tema: “En la música propiamente dicha no veo tanto esa huella racial. Había algo del imaginario más que todo en la manera en que se miraba la música; me tocó de niño notar cierto desprecio del bambuco, en la época de los bisabuelos, pues se consideraba que tenía su raíz negra como en efecto la tiene, e indígena, pues realmente viene de una tierra entre Cauca y Valle, donde el currulao se llama 'bambuco viejo'; por eso, les gustaba más el pasillo, el vals, la guabina, las vueltas y otros aires de origen europeo o indio. El investigador australiano Barney, con un doctorado sobre el bambuco, descubrió en Senegal (África) dos poblaciones: 'Cauca' y 'Bambuk'.
La africanía del bambuco está demostrada hace por lo menos 12 años, Jorge Isaacs y los etno-musicólogos la sostenían, todos menos Jorge Áñez, quien explica el origen por el lado indígena y blanco de Cundinamarca”.
Yepes admite cierta huella de la idea de “raza” en las canciones, pero dice que eso nunca se trató con seriedad en el discurso, sino como un dogma, y un poco de ello hay en Jorge Robledo Ortiz, quien habla de raza y de “antioqueñidad”, pero nunca los liga a lo blanco, es más por hacerle gracia a los paisas. Y precisó: “Menos podría decir que bajo las alpargatas, el carriel y la ruana montañera haya una piel de tal color; menos cuando en Santa Fe de Antioquia cualquier cosa pudo haber menos pureza de raza alguna, sino una gran huella de raza negra, pues dependió mucho tiempo de la esclavitud. Don Juan del Corral proclamó la independencia y la libertad de vientres, algo ajeno a su familia, propio de su espíritu republicano: su abuelo Ramón del Corral hizo trata de esclavos en Cartagena. Y cómo habla de poético Jorge Isaacs de la raza negra en 'María', de sus virtudes, él mismo nació en Chocó, de familia judía inglesa”.
En fin, quienes aún piensan que “antioqueño es mi Dios”, ¿qué pensarían “si Dios fuera negro?”



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