MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 18    No. 232 ENERO DEL AÑO 2018    ISSN 0124-4388    elpulso@elhospital.org.co

 
 
Fundado en Medellín, el 30 de julio de 1998. Director E: Diego José Duque O.
Comite Editorial: Alba Luz Arroyave Z, Diego José Duque O, Jorge Andrés
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Algo grave puede pasarle a Colombia

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Un relato de Gabriel García Márquez nos cuenta que un día una mujer amaneció con el presentimiento de que algo muy grave iba a sucederle a su pueblo, su hijo adolescente repitió la premonición en el billar, y más tarde la madre de un compañero del joven decide comprar una ración doble de carne porque algo grave iba a suceder. El rumor crece como bola de nieve y sucesos cotidianos comienzan a verse con asombro, el calor de las dos de la tarde, un pájaro que canta en el parque, al final del día todos los habitantes huyen envueltos en el pánico mientras la mujer inicial de manera orgullosa recuerda que ella predijo que algo grave iba a suceder en el pueblo.

Un estudio del Grupo de Economía de la Salud GES y del Proyecto ACTUE Colombia acaban de dar a conocer una cifra que debe llevar a la reflexión: alrededor de un 80 por ciento de las personas consultadas consideran que el sistema de salud en el país tiene una corrupción entre alta y muy alta. Y más grave aún puede ser esta otra cifra: un 65 por ciento cree que la corrupción hace parte de la cultura de los colombianos.

Estamos entonces como nación ante una realidad tan grave que pone en peligro los cimientos de la sociedad, o nos encamina a cargar en las espaldas el deshonroso título de ser el país más corrupto, con un dilema ético adicional, nuestros ciudadanos se reconocen corruptos con lo cual de manera automática, convierten a este antivalor en componente de nuestra identidad nacional.

Una característica de la corrupción en Colombia es que cuando se descubren actos de este tipo, sus dimensiones son gigantescas; de ahí que su cubrimiento en los medios de comunicación sea apabullante y por ende la percepción de los ciudadanos de a pie crece de manera proporcional al escándalo descubierto. Comienza así en el imaginario colectivo un circulo nada virtuoso donde nos vemos como un país donde la corrupción ha copado las más altas esferas de poder y de gestión administrativa y gubernamental, y que como consecuencia, si bien no justifica actos de esta clase, siempre repudiados, los explica con un perturbador “es que así somos los colombianos”. Algo similar ocurrió en la década de los 90 cuando la violencia campeaba en Medellín, y muchas otras ciudades del país, y ante la noticia de un homicidio el rechazo social era lo que menos afloraba, la frase del común era: “quien sabe en que estaba metido”.

Pero la segunda consecuencia de una percepción de corrupción generalizada puede ser más grave y toca, esa sí, la base ética, moral y comportamental de la mayoría de personas, y es que cuando se descubren actos corruptos de gran magnitud y significación por el monto de los recursos implicados, todos los demás, los acaecidos en la cotidianidad, se ven disminuidos en su importancia y terminan convertidos en “vivatadas” o en el peor de los casos en pequeños delitos que de no ser descubiertos se vuelven rutinas del día a día.

Pacientes que venden medicamentos, insumos, o pañales por ejemplo; intermediarios que ofrecen sus servicios para agilizar el pago de facturas por servicios de salud prestados; estrategias de negación de atenciones en salud para dilatar la rentabilidad de la UPC consignada en algún banco; profesionales que al prescribir incluyen dentro de su valoración el recuerdo del último congreso al que asistieron financiados por X laboratorio; funcionarios que privilegian intereses particulares por sobre el de la comunidad; usuarios que buscan incapacidades para evadir la asistencia al trabajo. Todos, sin excepción, son actos de corrupción que tienen que ser rechazados con la misma radicalidad que los robos de alto turmequé.

Y acá es donde nuestro sistema de salud, e incluso todo el país, se enfrentan al vaticinio de la mujer del cuento de Gabo, algo muy grave puede suceder si nos dejamos llevar de la percepción de que la corrupción es casi innata a nuestra idiosincrasia, así sea en “las debidas proporciones” que señalaba un mandatario del siglo pasado.

La sostenibilidad del sistema de salud nunca será posible si algunos ven en él la fuente para obtener ganancias individuales por vías inapropiadas, y así, aumentar los recursos de la salud solo servirá para atraer a más inescrupulosos sin que importe mucho que cada vez haya menos resultados sanitarios.

Es el momento de preguntarnos qué nos pasa como sociedad, y que la pregunta surja desde el sector salud es conveniente porque acá hablamos de salud social. En buena hora el ministerio ha decidido crear un sistema para que las relaciones entre el complejo industrial médico farmacéutico y los profesionales de la salud sea transparente, tarea que no será fácil, pero es un primer paso para comenzar a revestir de ética todas las interacciones del área de la salud. Después se podría extender a los demás sectores e ir ganando campo en la lucha contra la corrupción.

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