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Piruetas,
esguinces
y gambetas
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¿Son las
personas pudientes quienes recurren a los hospitales públicos?
¿Son los afilados a las pólizas de salud con
cobertura completa quienes buscan esas instituciones? ¿O
acaso son los que tienen planes de medicina prepagada? ¿O
son quienes tienen cobertura por el Plan Obligatorio de Salud
(POS)? ¿Son las EPS con su régimen contributivo
quienes contratan con esos centros?
Cuando se le está quitando el aliento a los hospitales
públicos, cuando se les está agobiando con estrechez
de recursos, cuando se les están templando sus nervios
hasta reventar porque se les bautiza de burocratizados e ineficientes,
y cuando está claro que los médicos y las enfermeras
y demás funcionarios están allí pendientes
y dispuestos a atender los enfermos, surge necesariamente
una pregunta: ¿Bueno, y quién sufre las consecuencias
de la crisis hospitalaria? Cuando se cierren los hospitales,
los empleados se irán para sus casas, las instalaciones
se caerán como se caen los locales abandonados, a los
equipos arrinconados les llegará su obsolescencia y...
ya, misión cumplida. ¿Y los enfermos? ¡Ah,
pues que se mueran o vean a ver qué hacer! Ese no es
problema del ministro, ni del ministerio, ni del gobierno,
ni entra dentro de lo que cualquiera pudiera considerar como
protección social. Esa, ni más ni menos, es
la lectura de desprotección que puede hacerse de la
protección social y esa es la resultante de la indiferencia
sentida y manifiesta, ante la crisis hospitalaria que hay,
que "no hay".
De la crisis hospitalaria, la Ley 100 no es culpable, pero
tampoco es solución.
De la crisis hospitalaria, la burocracia no es la única
culpable, pero no se le ha dado solución.
De la crisis hospitalaria la ineficiencia es culpable, pero
no es la única culpable.
De la crisis hospitalaria la carga prestacional es culpable,
pero tampoco la única culpable.
¿Qué tal si ante la necesidad de servicios asistenciales
para los pobres, el gobierno simplemente los provee?
¿Qué tal si en vez de cuestionarlo todo y dudar
de todos, el gobierno comprende que tiene un deber elemental
con la gente, que no es cualquier gente sino la mayoría?
¿Qué tal si se dejan de estudios y comisiones
y aportan el dinero que se requiere cada año y todos
los años para que las madres, los niños, los
jóvenes y los hombres sean atendidos en sus requerimientos
de salud? No podemos financiar los servicios asistenciales
metiendo la mano a los bolsillos vacíos de los pobres,
de los descolocados que no tienen Sisbén, ni de los
marginados. Eso no solamente es injusto y ofensivo, sino imposible
y vergonzoso.
Arreglen por fin lo que se deba arreglar en los hospitales,
pero suminístrenle los medios, es decir, el dinero
que requieren para que abran sus puertas y atiendan a todo
el mundo, porque la única condición que debería
existir para no ser atendido en un hospital del Estado, es
estar muerto.
Señor Ministro: No se lleve el punto de ganar batallas
que no debe ganar, ni pretenda derrotar a quien no debe nada,
porque nada tiene. No se obstine en cerrar hospitales porque
a Usted le parece que el costo de ellos es mayor que los ingresos,
porque nunca logrará mostrar un P y G equilibrado partiendo
de la angustia de los marginados. Usted cerrará hospitales
y cancelará cargos y triunfará, pero será
para siempre un triunfo despreciable, pues ese triunfo estará
asentado sobre las lágrimas de los pobres. Eso no puede
ser. Nadie en este país, excepto Usted, quiere que
se cierren hospitales.
Si hay problemas de administración en ellos, arréglelos,
es su deber; pero este país no quiere tener un ministro
que sea impávido y menos, mucho menos, que cierre hospitales.
Su deber es precisamente el contrario. Manténgalos
abiertos, porque su deber como médico no es otro, y
como funcionario público está comprometido con
la gente; Usted lo sabe, y ya lo ha jurado dos veces. No más
piruetas, esguinces ni gambetas. |
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