MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 3    NO 37    OCTUBRE DEL AÑO 2001    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co






 

 

Cuando “era pecado"

leer El Espectador y otras historias

“Si mal no recuerdo...”
Don Luis Cano (1885-1950) calificado por muchos como el mejor director que ha tenido periódico El Espectador, recordaba los comienzos de la publicación que en 1887 fundara su padre, Don Fidel Cano. Eran cuatro páginas de un cuarto de pliego, que se hacían en una destartalada casa de la Calle El Codo de Medellín, adquirida a cuotas y con la ayuda de amigos, muy de acuerdo con la "permanente y franciscana pobreza del periódico", según contaba Don Gabriel, otro de los reconocidos periodistas de la familia Cano.

Por Luis Cano
Quiero ahora -¿quién no lo ha intentado alguna vez?- evocar el más lejano recuerdo de mi vida, buscar en el último repliegue de la memoria la primera impresión todavía no olvidada... y veo en una callejuela contrahecha de Medellín un patio mohoso, cubierto de llantén y malva. En el enclaustrado diez o más cachivaches viejos. Una prensa de cadena. Un muchacho embadurnado de tinta hasta los ojos. Obreros y emboladores. En un cuarto atestado de libros y papeles, mi padre, inclinado sobre una mesa muy grande, corrige y escribe.
Eso era el Espectador en los primeros años, tal vez en los primeros meses de su fundación, cuando apenas abría yo los ojos a la vida. Tengo el vago recuerdo de que una noche se desplomó el techo de la casa que ocupábamos, contigua a la imprenta, y por ese motivo la familia buscó asilo allí donde lo han tenido siempre las ideas liberales y el ideal cristiano. Meses o años después el ilustrísimo señor Herrera Restrepo, entonces obispo de Medellín, declaró pecado mortal la lectura de El Espectador. Lo recuerdo porque lo oí a mi madre entre lágrimas.
Hay una laguna en mi memoria. Vagamente sé que dejamos a Medellín para recluirnos en una pobre casa de campo, porque el gobierno había prohibido la publicación del periódico y clausurado la imprenta. Mis únicas informaciones acerca de la política de entonces consistían en estos cantos, de tonada doliente, con que las leñateras entretenían sus fatigas al descender de un áspero monte vecino:
"Murió Colombia,
Murió Colombia,
Murió Colombia la radical.
Pero ella vuelve,
Pero ella vuelve,
Pero ella vuelve a resucitar.
Y en tanto !viva Colombia,
Viva Colombia la radical!"
Desde entonces imaginaba yo una tenue relación entre la letra y sobre todo entre la música de esos versos bárbaros y nuestra obligada reclusión en el campo, pero sólo mucho más tarde pude saber con exactitud que nuestros interminables y frecuentes veraneos eran ordenados por decretos ejecutivos desde Bogotá.
El General Uribe Uribe, editor
Ya en el año de 1891 conocía yo los nombres de los amigos y compañeros de mi padre, y tal vez recuerdo haber oído declamar a alguno de ellos el discurso del Indio Uribe, que le costó a éste el destierro por haberlo dicho y a mi padre 18 meses de cárcel y de confinamiento por haberlo publicado. Un día de ese año el general Uribe Uribe le anunció a mi madre la prisión y la causa de ella, y como para consolarla le pidió permiso para editar en la imprenta un nuevo periódico que desde ese instante se llamó: "La disciplina", y que tenía por objeto conquistar su celda en la cárcel al lado de sus amigos. La imprenta ocupaba la parte interior de la casa en que vivíamos, y desde los corredores altos mirábamos todo el día al general, que con unos pocos obreros y en mangas de camisa, adelantaba la edición del nuevo periódico. En las primeras horas de la tarde lo gritaban estrepitosamente una docena de emboladores en las calles de la ciudad, y minutos después la soldadesca invadió la casa para recoger hasta el último número, haciendo jurar ceremoniosamente a los obreros que no quedaba uno solo en su poder. El General Uribe, como él lo esperaba, fue reducido a prisión y ocupó la misma cárcel en que estaba mi padre. Al Indio lo encerraron en el cuartel del Batallón "La Popa, y de allí salió para el destierro, de donde no volvió nunca.

"Sus enemigos han probado en años de persecución implacable pero inocua, que si les sobran deseos, les faltan alientos para rendirnos.”

La cárcel cultivada de flores
El alcaide de la cárcel un viejecito de apellido Suárez, a quien algunos de los amigos de mi padre llamaba "Fidel sin Marco", nos permitía a los hijos del General Uribe y a nosotros pasar los domingos en ella, haciendo compañía a los primeros. En uno de esos días llegó el barbero, y mi padre, que nada esperaba de la clemencia de sus enemigos, le propuso al general que se hicieran rapar la cabeza, ya que aquello llevaba trazas de ser muy largo. Asintió el general y en poco rato les dejó el peluquero la cabeza limpia de pelo, como de barba la cara. En la tarde de ese mismo día llegó la orden de ponerlos en libertad provisional, tan inoportunamente como si hubiera sabido el doctor Ospina Camacho la ocurrencia de la mañana. Días después el General Uribe fue confinado a Cartagena y mi padre a Envigado, donde completó los 18 meses de castigo, cultivando una pequeña huerta de legumbres y de flores.

 
Existencia inverosímil
Tras este largo silencio reapareció El Espectador y, entre amenazas, decretos oficiales, censuras religiosas y otros contratiempos llegó el año de 1895. De orden superior fue nuevamente llevado el director a la cárcel, y fuera al fin de ella entró el periódico en la quinta etapa de su existencia inverosímil, hasta la revolución de 1899. El último número pedía aún la paz con acento que no escucharon los amigos y olvidaron muy pronto los adversarios.
En la tarde de ese mismo día empezó la persecución, y en las primeras horas de la noche, acompañado de dos de sus hijos, cabalgaba mi padre una mula enjalmada, en traje de arriero, camino de la montaña hospitalaria que tantas veces le ha servido de asilo generoso contra la hostilidad de los enemigos de su política. En esos mismos montes aromados dormía intranquilo sueño alguna noche del año de 1896, cuando lo despertó una carga de fusilería ordenada por nuestro actual ministro en Washington, señor Betancourt, quien, habiendo desesperado de arrancar a su elocuente pobreza una contribución militar excesiva, se conformó con la inicua esperanza de cobrar en sangre inocente lo que no alcanzara a recibir en oro.
“DON LUIS CANO: En su traje campestre, durante una de sus excursiones a caballo por los montes se su hacienda “Acandaima”, en las Mesitas del Colegio. (fotografía de DANIEL RODRIGUEZ, para el “DOMINICAL”).”
Guerra y pobreza
El triunfo de "Las Lajas" decidió a los liberales de Antioquia a tomar parte en la guerra, y mi padre que opinó siempre en contra de esa aventura, se lanzó en ella sin embargo, con diez centenares de soldados inermes, que en breve y desgraciada campaña fueron aniquilados por un enemigo tres veces superior en número. Su oposición franca y constante ala guerra no moderó la implacable persecución de que era objeto, y en realidad cuando se puso a la cabeza de la revolución en el occidente antioqueño no hizo sino un esfuerzo inútil pero necesario para mejorar la precaria condición de perseguido. Largas noches de azar y de vigilia en la montaña, abrigado a medias por un rancho de juncos silvestres, era todo lo que se le ofrecía en recompensa de su propaganda pacifista, mientras los seres más caros a su alma sufrían ya las asechanzas de la escasez, vecina de la miseria, y eran sorprendidos casi cotidianamente en altas horas de la noche por la soldadesca conservadora que husmeaba intranquila el lugar de su retiro.
En la madrugada del 23 de diciembre de 1900, cuando soñaba acaso con al noche de Navidad, la más amada entre las de su vida, partió a galope con muy pocos de sus amigos, burlando la severa vigilancia d ellas autoridades, y en la ciudad de Antioquia organizó el gobierno provisional del Estado, que se llamó después Quirimará, y que fue una nota lírica en el estruendo de la guerra.
No la ambición, ni siquiera la esperanza de un triunfo que parecía imposible inspiraron aquella ingenua organización del movimiento revolucionario. Para su temperamento rígidamente legalista, habría sido excesivo acaudillar una montonera rebelde, y por esto aceptó con sencillez de apóstol la designación de presidente provisorio de un Estado, cuyos límites no iban más allá del reducido cerco que alcanzaran a formar las escasísimas escopetas de sus tropas. Después de un combate formal fueron hechos prisioneros casi todos los jefes de la revolución y conducidos a Medellín, atadas las manos a la espalda en un largo trecho del camino.
Editar almanaques y novenas
Mientras tanto, y hasta la terminación del período revolucionario, la imprenta de El Espectador nos servía a mis hermanos y a mi para editar almanaques y novenas, que vendíamos a precios irrisorios, al industrioso sacristán de una parroquia vecina, hombre bueno y pío, que no reparó jamás el origen sospechoso de los devocionarios con que él ganaba indulgencias y dinero, y nosotros dinero únicamente.

"La imprenta de El Espectador nos servía a mis hermanos y a mi para editar almanaques y novenas, que vendíamos a precios irrisorios”

Una nueva época, si no exenta e contrariedades, mucho menos precaria por lo menos, fue para el Espectador la que medió entre los primeros días de la paz y la iniciación del gobierno del General Reyes. Decidió entonces mi padre ahorrar a la naciente dictadura el insignificante contratiempo que hubiera podido causarle la suspensión de un periódico que por muchas razones tenía que parecerle ingrato y peligroso, y por primera vez en su vida pudo El Espectador darse el lujo modesto de cerrar con sus propias manos las puertas de su casa.
Mesa revuelta
Quisimos entonces nosotros aprovechar la obligada ociocidad de la imprenta en una labor menos edificante que la de editar devocionarios, y ensayamos la publicación de un periódico que se llamó "Mesa revuelta" y que desde sus primeros números fue penado con una multa superior a las entradas mensuales. Antes de llegar a la centena fue suspendido por orden de la gobernación, a causa de la publicación de un suelto mucho más que inocente sobre algún viaje de estilo que proyectaba entonces hacer a Medellín el presidente dictador...
En 1911, cuando parecía asegurada, acaso para siempre, la libertad de prensa, reanudó sus labores El Espectador, con nuevos elementos materiales, con el mismo programa y con mejores bríos. En 1915 fundó su edición en Bogotá, y ya nada teme del porvenir porque, en realidad, sus enemigos han probado en años de persecución implacable pero inocua, que si les sobran deseos, les faltan alientos para rendirnos.
Fuente: (Texto publicado en EL ESPECTADOR, en julio 30 de 1950, con ocasión de la muerte de su autor. Apartes)
 



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