MEDELLÍN,   COLOMBIA,   SURAMÉRICA    AÑO 8    NO 97  OCTUBRE DEL AÑO 2006    ISSN 0124-4388      elpulso@elhospital.org.co

Reflexión del mes

“El mejor médico es el que conoce la inutilidad de la mayor parte de las medicinas”.
“Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”.
Benjamín Franklin (1706 – 1790). Estadista y científico estadounidense.

El vergonzoso y horroroso suceso de una niña abusada sexualmente por su padrastro y la gestación resultante de los actos delictuosos de éste, volvieron a poner sobre el tapete, y al rojo vivo, las opiniones en pro y en contra del aborto. No es el momento de hacer de nuevo un examen antropológico del todavía más horroroso hecho de matar a un ser humano que inicia su vida como resultado de actos en los cuales dicho ser no participó, ni ontológicamente pudo haberlo hecho.
Hemos presenciado entrevistas de comunicadores o periodistas en las que se hizo apología del derecho de la niña a decidir aún siendo menor de edad; a una abuela empeñada en que se lleve a cabo la muerte de su bisnieto que vive y crece en las entrañas de su nieta; de una madre que deja todo en manos de Dios, pero al final consiente; de secretarios de salud afirmando que puede y debe realizarse el aborto porque está despenalizado, de un Procurador que casi exige que se realice pronto; de unos médicos que prudentemente no querían llevarlo a cabo por temor de incurrir en penas legales, pero que no declararon públicamente su posición ética, una razón antropológica para no dejar de ser médicos y actuar como verdugos. Pero al fin de cuentas, encontraron al verdugo que ejecutó la sentencia de muerte.
Sin embargo, surge un tremendo interrogante para quienes creemos que no todo lo permitido por la ley es verdaderamente justo desde el punto de vista ético, es decir humano, antropológico. ¿Qué delito, qué falta cometió ese nuevo ser para ser condenado a la pena de muerte, cuando el padrastro que faltó inclusive a la ley natural que le indica proteger a su hijastra, una niña, recibe como pena cerca de cuatro años que pueden convertirse en unos cuantos meses de prisión? ¿Es acaso ese embrión, ese ser humano, el agresor, o será más bien él como su madre, personas agredidas? Quisiéramos escuchar sin ambages cual es el delito que según los acuciosos periodistas, los secretarios de salud, el Procurador, los Magistrados de la Corte Constitucional, el médico abortista, ha cometido ese nuevo ser para condenarlo a muerte, sin ninguna otra opción, sin posibilidad como sí la tiene su padre, de rebaja de penas, de rehabilitación.
¿Qué principio universal de justicia -no qué leyes positivas- permite ajusticiar a quien no participó ni siquiera como testigo en la ejecución de un crimen, -porque crimen es lo que llevó a cabo el padrastro de la niña en cuestión- mientras que al verdadero criminal sólo se condena a vivir protegido por el Estado en una cárcel unos meses o años? ¿O será que proclamar el aborto como remedio a la descomposición moral y social es sólo un deseo de figurar como personajes de “avanzada”, personajes que propician con su actitud el progreso de esa descomposición, en nombre de una libertad que discrimina al débil- y por lo tanto no es libertad es, más bien, libertinaje- y mucho menos justicia?
Y que no se nos diga que la defensa de la vida desde su comienzo es cuestión de curas de la Iglesia Católica. La historia nos muestra que los médicos, incluso en los pueblos mal llamados primitivos, siempre hemos optado por la protección de esa nueva vida como bien lo expresa el Juramento Hipocrático desde el siglo V o IV antes de Cristo: «No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal, ni haré semejante sugerencia. Igualmente tampoco proporcionaré a mujer alguna un pesario abortivo. En pureza y santidad mantendré mi vida y mi arte».
En otras palabras, llevar a cabo un aborto es cometer un asesinato y a asesinar a un inocente estimulan con su conducta periodistas, magistrados, Procurador, etc., que se hacen lenguas haciendo la apología de esta repugnante y criminal práctica.
 

Por varios años hemos visto el deterioro paulatino de un sistema que para muchos fue ejemplar después de la segunda guerra mundial: la democracia estadounidense. La posición respetable en el mundo diplomático que alguna vez tuvo, está relegada a un gran laberinto. Las políticas de la administración Bush en torno de la tortura y maltrato de los detenidos en diferentes regiones del globo, son día a día más contradictorias. En esta guerra iniciada contra el terrorismo, se justifica en nombre de un dios obtener la verdad a como dé lugar. En un futuro no muy lejano, esta lucha se definirá como la cruzada del siglo XXI.
Recientemente, vimos cómo en un gesto de buena voluntad, -que yo llamaría más bien un gesto por presión internacional-, el presidente Bush aclaró que artículos acordados en la Convención de Ginebra (1949) tendrán cabida en el nuevo manual de las fuerzas militares norteamericanas. Pero como es frecuente en ciertos establecimientos del poder, la historia no se aplica a todos: el servicio de inteligencia más poderoso del planeta, la CIA, podría ser la excepción a la regla. Según esto se justificarían las prácticas inhumanas y degradantes para la obtención de información por parte de esta agencia, permitiendo técnicas que han sido revaluadas recientemente, tales como la tortura, tratos inhumanos y penas crueles. El Congreso estadounidense envió el año anterior un claro mensaje donde estos procedimientos estaban prohibidos para todo personal norteamericano, sin excepción alguna. Pero la democracia más preciada del mundo tiene muchas veces un tinte casi dictatorial, gracias a las nuevas facultades de su presidente.
Las prácticas que tanto se critican son, entre otras, el confinamiento del prisionero a lugares donde se experimenta la soledad e incomunicación por largos períodos de tiempo, la extenuación física y psíquica manteniendo despierto al prisionero con técnicas tales como ruido constante o música a alto volumen, la imposibilidad de determinar el tiempo dentro del lugar de interrogación, además de baños de agua fría constantes en momentos de cansancio extremo. Todo esto, muchas veces sumado al uso de perros para amedrentar y humillar al prisionero, junto a la creación de situaciones simuladas tales como la posible electrocución o ahogamiento si no se coopera.
El propio senador republicano por el Estado de Arizona, John McCain, quien fuera prisionero de Guerra en Vietnam y que durante ese período fue torturado, ha cuestionado estas prácticas, creando una enmienda donde trata de dar un mensaje inequívoco en torno de este tema.
Y no siendo poco con lo anterior, el sistema judicial que quieren crear Bush y sus asesores para los prisioneros de esta guerra terrorista, pretende limitar los derechos en la Corte de los presuntos implicados. Senadores de ambos partidos, incluyendo republicanos y abogados de las fuerzas militares, han dicho que esto violaría los principios básicos de justicia.
Brevemente, unos de los temas mas difíciles y de mayor crítica, es que en la propuesta Bush no se permite al supuesto terrorista tener acceso a la evidencia -la cual se considera secreta-, siendo ésta la posible causa de su condena. Lo que se busca es declarar culpables basados en información clasificada, sin nunca compartirla con los sospechosos.
“Yo no conozco de ningún caso en el mundo donde haya un sistema de jurisprudencia reconocido por gente civilizada, donde un individuo pueda ser procesado y condenado sin haber visto la evidencia contra él," expresó al Washington Post el general brigadier James C. Walter, quien se desempeña como juez adscrito al Comando General de los marines.
Continuamos este inicio del siglo XXI con divergencias que quizás hace siglos pudimos haber entendido y resuelto. Pero irónicamente buscamos solucionarlas de la manera más absurda y trillada: la guerra. Hoy, a pesar de vivir más, seguimos cometiendo los mismos errores de siglos anteriores, cuando el ser humano civilizado supo cultivar sin cambio alguno, una de sus muchas virtudes racionales: el egocentrismo. Peor aún, como pudimos observar recientemente durante la Asamblea General de la ONU, seguimos eligiendo líderes con poca o nula visión de lo que es el respeto a la humanidad. En un sistema donde lo que importa son los intereses propios y no los del otro, estamos condenados a justificar lo injustificable. Pregúntesele a cualquier colombiano lo que esto significa.

 
Bioética
La bioética y la idoneidad

Carlos Alberto Gómez Fajardo, MD - elpulso@elhospital.org.co

Así como avanza la generación de los conocimientos en diversas áreas, avanzan las exigencias académicas para afrontarlos con un sentido de la idoneidad profesional. Este hecho se aprecia en el inevitable proceso de especialización profesional que aconteció en el siglo XX en variadas áreas del saber. Tal fue la tendencia histórica en campos de acción como medicina, ingenierías, ciencias básicas, disciplinas sociales y humanas. La especialización fue un intento natural de afrontamiento de nuevas perspectivas educativas que debían llenar necesidades desbordadas por modelos cuyos elementos clásicos y humanistas de alcance “generalista” habían comprobado su validez para las épocas correspondientes. Pero llegaron nuevos retos, nuevos problemas, nuevas necesidades. Si acudimos a la definición del término “Bioética” en una de sus referencias bibliográficas de mayor peso académico (Encyclopedia of Bioethics, ed. 1995), podemos verificar que aquellas nuevas exigencias se encuentran sugeridas aquí:
“Estudio sistemático de las dimensiones morales -incluyendo visión moral, decisiones, conductas y políticas- de las ciencias de la vida y el cuidado de la salud, empleando una variedad de metodologías éticas en un espacio interdisciplinario”.
Se comprende que enfrentamos, desde el inicio del uso del término por van Rensselaer Potter en 1970, una nueva disciplina, con sus exigencias, su método racional y documentado, su tradición de conocimientos, sus raíces que se remontan a las más poderosas y antiguas corrientes filosóficas y humanísticas, con su correspondiente aspiración -exigencia de la ciencia- al rigor intelectual, al ansia de validez y universalidad de sus logros y a la interacción y crecimiento de los mismos en una dinámica de diálogo productivo, honrado e inteligente.
La característica de la interdisciplinariedad a su vez exige la integración fluida de conocimientos de las más diversas fuentes, áreas y especialidades. De dicha integración coherente, racional, comprensible, depende lo verosímil y acertado de los conceptos que van apareciendo en este campo. En realidad, como lo ha anotado certeramente José Luis del Barco, estamos ante el hecho de la “seriedad de la ética”. No caben la superficialidad o la intrascendencia diletante cuando a lo que hacemos referencia es al tema de la libertad, al sentido último de la existencia humana, a las nociones de solidaridad y de convivencia justa. No es banal el compromiso asumido ante las generaciones futuras con los desaciertos y aciertos de las decisiones y acciones actuales.
No todo lo que se “puede” hacer en el estado actual de las aplicaciones de la tecnociencia, en realidad se “debe” hacer, a la luz de la argumentación ética-racional. El poder hacer se encuentra coherentemente justificado siempre que promueva un Bien de alcance humano concreto, tanto en el aspecto individual personal como en el social.
Son complejos los problemas que atañen a esta disciplina. No sólo en el área de la bioética clínica, como consta al médico experimentado en la arena de los problemas diarios de su práctica, pues constantemente sus decisiones bordean los límites de la incertidumbre; son frecuentes aquellas decisiones ante las cuales son imprecisas e insuficientes las recomendaciones algorítmicas propuestas por la metodología “basada en evidencias”. Cuántas veces el plan terapéutico es modificado sustancialmente por la respuesta a esta pregunta: “¿Y dónde vive usted?”. Pocas respuestas al caso concreto puede dar la base de datos Cochrane.
Pero los problemas además trascienden. Hay que emitir juicios éticos fundamentados ante temas como la asignación justa de recursos en salud, las políticas sanitarias, el bioderecho, la investigación en humanos. Los problemas como los límites de la fragilidad del ser humano al inicio de la vida y al final de la misma (respeto por la vida del no nacido, cuidados paliativos, principio terapéutico, proporcionalidad en el uso de los medios terapéuticos, consentimiento) exigen respuestas sustentadas. Igual exigencia comprende a tópicos de gran alcance global: eco-bioética, cuidado del medio ambiente, protección y uso adecuado de recursos naturales, manipulación genética en agroindustria, demografía, diagnóstico genético aplicado a conceptos de control de riesgos o discriminación laboral y de protección de seguros, guerra biológica, manejo de información clínica sistematizada... El abanico de asuntos se abre ampliamente.
En la Bioética Fundamental han de considerarse temas que tocan la definición y alcance antropológico de las diversas visiones que se tienen sobre el problema del hombre y las dimensiones axiológicas, las escalas de valores y sus niveles de jerarquía y polaridad. Evaluar esto con conocimientos sólidos del “estado del arte” de las posibilidades brindadas por el “poder hacer” de la tecnociencia, no es terreno fértil para la improvisación.
Son tareas para las que se requieren personas calificadas, con idoneidad, es decir, como el diccionario lo define, con buena disposición, suficiencia o aptitud para asumirlas decorosamente.
La idoneidad -como un máximo nivel de exigencia intelectual y ética- es compatible con una profunda actitud de respeto ante la realidad, como lo concibe un pensador del siglo XX, Dietrich von Hildebrand. Aquí no concuerdan opciones de cinismo o de nihilismo. El respeto es la actitud de quien quiere ser fiel a la estricta realidad de las cosas. La actitud de respeto es madre de toda vida moral.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética - Cecolbe-.

 











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