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Reflexión del mes
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El mejor médico
es el que conoce la inutilidad de la mayor parte de las medicinas.
Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo,
involúcrame y lo aprendo.
Benjamín Franklin (1706
1790). Estadista y científico estadounidense. |
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El vergonzoso y
horroroso suceso de una niña abusada sexualmente por
su padrastro y la gestación resultante de los actos delictuosos
de éste, volvieron a poner sobre el tapete, y al rojo
vivo, las opiniones en pro y en contra del aborto. No es el
momento de hacer de nuevo un examen antropológico del
todavía más horroroso hecho de matar a un ser
humano que inicia su vida como resultado de actos en los cuales
dicho ser no participó, ni ontológicamente pudo
haberlo hecho.
Hemos presenciado entrevistas de comunicadores o periodistas
en las que se hizo apología del derecho de la niña
a decidir aún siendo menor de edad; a una abuela empeñada
en que se lleve a cabo la muerte de su bisnieto que vive y crece
en las entrañas de su nieta; de una madre que deja todo
en manos de Dios, pero al final consiente; de secretarios de
salud afirmando que puede y debe realizarse el aborto porque
está despenalizado, de un Procurador que casi exige que
se realice pronto; de unos médicos que prudentemente
no querían llevarlo a cabo por temor de incurrir en penas
legales, pero que no declararon públicamente su posición
ética, una razón antropológica para no
dejar de ser médicos y actuar como verdugos. Pero al
fin de cuentas, encontraron al verdugo que ejecutó la
sentencia de muerte.
Sin embargo, surge un tremendo interrogante para quienes creemos
que no todo lo permitido por la ley es verdaderamente justo
desde el punto de vista ético, es decir humano, antropológico.
¿Qué delito, qué falta cometió ese
nuevo ser para ser condenado a la pena de muerte, cuando el
padrastro que faltó inclusive a la ley natural que le
indica proteger a su hijastra, una niña, recibe como
pena cerca de cuatro años que pueden convertirse en unos
cuantos meses de prisión? ¿Es acaso ese embrión,
ese ser humano, el agresor, o será más bien él
como su madre, personas agredidas? Quisiéramos escuchar
sin ambages cual es el delito que según los acuciosos
periodistas, los secretarios de salud, el Procurador, los Magistrados
de la Corte Constitucional, el médico abortista, ha cometido
ese nuevo ser para condenarlo a muerte, sin ninguna otra opción,
sin posibilidad como sí la tiene su padre, de rebaja
de penas, de rehabilitación.
¿Qué principio universal de justicia -no qué
leyes positivas- permite ajusticiar a quien no participó
ni siquiera como testigo en la ejecución de un crimen,
-porque crimen es lo que llevó a cabo el padrastro de
la niña en cuestión- mientras que al verdadero
criminal sólo se condena a vivir protegido por el Estado
en una cárcel unos meses o años? ¿O será
que proclamar el aborto como remedio a la descomposición
moral y social es sólo un deseo de figurar como personajes
de avanzada, personajes que propician con su actitud
el progreso de esa descomposición, en nombre de una libertad
que discrimina al débil- y por lo tanto no es libertad
es, más bien, libertinaje- y mucho menos justicia?
Y que no se nos diga que la defensa de la vida desde su comienzo
es cuestión de curas de la Iglesia Católica. La
historia nos muestra que los médicos, incluso en los
pueblos mal llamados primitivos, siempre hemos optado por la
protección de esa nueva vida como bien lo expresa el
Juramento Hipocrático desde el siglo V o IV antes de
Cristo: «No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún
fármaco letal, ni haré semejante sugerencia. Igualmente
tampoco proporcionaré a mujer alguna un pesario abortivo.
En pureza y santidad mantendré mi vida y mi arte».
En otras palabras, llevar a cabo un aborto es cometer un asesinato
y a asesinar a un inocente estimulan con su conducta periodistas,
magistrados, Procurador, etc., que se hacen lenguas haciendo
la apología de esta repugnante y criminal práctica. |
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Por varios años hemos visto el deterioro paulatino
de un sistema que para muchos fue ejemplar después
de la segunda guerra mundial: la democracia estadounidense.
La posición respetable en el mundo diplomático
que alguna vez tuvo, está relegada a un gran laberinto.
Las políticas de la administración Bush en torno
de la tortura y maltrato de los detenidos en diferentes regiones
del globo, son día a día más contradictorias.
En esta guerra iniciada contra el terrorismo, se justifica
en nombre de un dios obtener la verdad a como dé lugar.
En un futuro no muy lejano, esta lucha se definirá
como la cruzada del siglo XXI.
Recientemente, vimos cómo en un gesto de buena voluntad,
-que yo llamaría más bien un gesto por presión
internacional-, el presidente Bush aclaró que artículos
acordados en la Convención de Ginebra (1949) tendrán
cabida en el nuevo manual de las fuerzas militares norteamericanas.
Pero como es frecuente en ciertos establecimientos del poder,
la historia no se aplica a todos: el servicio de inteligencia
más poderoso del planeta, la CIA, podría ser
la excepción a la regla. Según esto se justificarían
las prácticas inhumanas y degradantes para la obtención
de información por parte de esta agencia, permitiendo
técnicas que han sido revaluadas recientemente, tales
como la tortura, tratos inhumanos y penas crueles. El Congreso
estadounidense envió el año anterior un claro
mensaje donde estos procedimientos estaban prohibidos para
todo personal norteamericano, sin excepción alguna.
Pero la democracia más preciada del mundo tiene muchas
veces un tinte casi dictatorial, gracias a las nuevas facultades
de su presidente.
Las prácticas que tanto se critican son, entre otras,
el confinamiento del prisionero a lugares donde se experimenta
la soledad e incomunicación por largos períodos
de tiempo, la extenuación física y psíquica
manteniendo despierto al prisionero con técnicas tales
como ruido constante o música a alto volumen, la imposibilidad
de determinar el tiempo dentro del lugar de interrogación,
además de baños de agua fría constantes
en momentos de cansancio extremo. Todo esto, muchas veces
sumado al uso de perros para amedrentar y humillar al prisionero,
junto a la creación de situaciones simuladas tales
como la posible electrocución o ahogamiento si no se
coopera.
El propio senador republicano por el Estado de Arizona, John
McCain, quien fuera prisionero de Guerra en Vietnam y que
durante ese período fue torturado, ha cuestionado estas
prácticas, creando una enmienda donde trata de dar
un mensaje inequívoco en torno de este tema.
Y no siendo poco con lo anterior, el sistema judicial que
quieren crear Bush y sus asesores para los prisioneros de
esta guerra terrorista, pretende limitar los derechos en la
Corte de los presuntos implicados. Senadores de ambos partidos,
incluyendo republicanos y abogados de las fuerzas militares,
han dicho que esto violaría los principios básicos
de justicia.
Brevemente, unos de los temas mas difíciles y de mayor
crítica, es que en la propuesta Bush no se permite
al supuesto terrorista tener acceso a la evidencia -la cual
se considera secreta-, siendo ésta la posible causa
de su condena. Lo que se busca es declarar culpables basados
en información clasificada, sin nunca compartirla con
los sospechosos.
Yo no conozco de ningún caso en el mundo donde
haya un sistema de jurisprudencia reconocido por gente civilizada,
donde un individuo pueda ser procesado y condenado sin haber
visto la evidencia contra él," expresó
al Washington Post el general brigadier James C. Walter, quien
se desempeña como juez adscrito al Comando General
de los marines.
Continuamos este inicio del siglo XXI con divergencias que
quizás hace siglos pudimos haber entendido y resuelto.
Pero irónicamente buscamos solucionarlas de la manera
más absurda y trillada: la guerra. Hoy, a pesar de
vivir más, seguimos cometiendo los mismos errores de
siglos anteriores, cuando el ser humano civilizado supo cultivar
sin cambio alguno, una de sus muchas virtudes racionales:
el egocentrismo. Peor aún, como pudimos observar recientemente
durante la Asamblea General de la ONU, seguimos eligiendo
líderes con poca o nula visión de lo que es
el respeto a la humanidad. En un sistema donde lo que importa
son los intereses propios y no los del otro, estamos condenados
a justificar lo injustificable. Pregúntesele a cualquier
colombiano lo que esto significa.
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Bioética
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La bioética y la
idoneidad
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Carlos
Alberto Gómez Fajardo, MD - elpulso@elhospital.org.co
Así como avanza la generación de los conocimientos
en diversas áreas, avanzan las exigencias académicas
para afrontarlos con un sentido de la idoneidad profesional.
Este hecho se aprecia en el inevitable proceso de especialización
profesional que aconteció en el siglo XX en variadas
áreas del saber. Tal fue la tendencia histórica
en campos de acción como medicina, ingenierías,
ciencias básicas, disciplinas sociales y humanas. La
especialización fue un intento natural de afrontamiento
de nuevas perspectivas educativas que debían llenar
necesidades desbordadas por modelos cuyos elementos clásicos
y humanistas de alcance generalista habían
comprobado su validez para las épocas correspondientes.
Pero llegaron nuevos retos, nuevos problemas, nuevas necesidades.
Si acudimos a la definición del término Bioética
en una de sus referencias bibliográficas de mayor peso
académico (Encyclopedia of Bioethics, ed. 1995), podemos
verificar que aquellas nuevas exigencias se encuentran sugeridas
aquí:
Estudio sistemático de las dimensiones morales
-incluyendo visión moral, decisiones, conductas y políticas-
de las ciencias de la vida y el cuidado de la salud, empleando
una variedad de metodologías éticas en un espacio
interdisciplinario.
Se comprende que enfrentamos, desde el inicio del uso del
término por van Rensselaer Potter en 1970, una nueva
disciplina, con sus exigencias, su método racional
y documentado, su tradición de conocimientos, sus raíces
que se remontan a las más poderosas y antiguas corrientes
filosóficas y humanísticas, con su correspondiente
aspiración -exigencia de la ciencia- al rigor intelectual,
al ansia de validez y universalidad de sus logros y a la interacción
y crecimiento de los mismos en una dinámica de diálogo
productivo, honrado e inteligente.
La característica de la interdisciplinariedad a su
vez exige la integración fluida de conocimientos de
las más diversas fuentes, áreas y especialidades.
De dicha integración coherente, racional, comprensible,
depende lo verosímil y acertado de los conceptos que
van apareciendo en este campo. En realidad, como lo ha anotado
certeramente José Luis del Barco, estamos ante el hecho
de la seriedad de la ética. No caben la
superficialidad o la intrascendencia diletante cuando a lo
que hacemos referencia es al tema de la libertad, al sentido
último de la existencia humana, a las nociones de solidaridad
y de convivencia justa. No es banal el compromiso asumido
ante las generaciones futuras con los desaciertos y aciertos
de las decisiones y acciones actuales.
No todo lo que se puede hacer en el estado actual
de las aplicaciones de la tecnociencia, en realidad se debe
hacer, a la luz de la argumentación ética-racional.
El poder hacer se encuentra coherentemente justificado siempre
que promueva un Bien de alcance humano concreto, tanto en
el aspecto individual personal como en el social.
Son complejos los problemas que atañen a esta disciplina.
No sólo en el área de la bioética clínica,
como consta al médico experimentado en la arena de
los problemas diarios de su práctica, pues constantemente
sus decisiones bordean los límites de la incertidumbre;
son frecuentes aquellas decisiones ante las cuales son imprecisas
e insuficientes las recomendaciones algorítmicas propuestas
por la metodología basada en evidencias.
Cuántas veces el plan terapéutico es modificado
sustancialmente por la respuesta a esta pregunta: ¿Y
dónde vive usted?. Pocas respuestas al caso concreto
puede dar la base de datos Cochrane.
Pero los problemas además trascienden. Hay que emitir
juicios éticos fundamentados ante temas como la asignación
justa de recursos en salud, las políticas sanitarias,
el bioderecho, la investigación en humanos. Los problemas
como los límites de la fragilidad del ser humano al
inicio de la vida y al final de la misma (respeto por la vida
del no nacido, cuidados paliativos, principio terapéutico,
proporcionalidad en el uso de los medios terapéuticos,
consentimiento) exigen respuestas sustentadas. Igual exigencia
comprende a tópicos de gran alcance global: eco-bioética,
cuidado del medio ambiente, protección y uso adecuado
de recursos naturales, manipulación genética
en agroindustria, demografía, diagnóstico genético
aplicado a conceptos de control de riesgos o discriminación
laboral y de protección de seguros, guerra biológica,
manejo de información clínica sistematizada...
El abanico de asuntos se abre ampliamente.
En la Bioética Fundamental han de considerarse temas
que tocan la definición y alcance antropológico
de las diversas visiones que se tienen sobre el problema del
hombre y las dimensiones axiológicas, las escalas de
valores y sus niveles de jerarquía y polaridad. Evaluar
esto con conocimientos sólidos del estado del
arte de las posibilidades brindadas por el poder
hacer de la tecnociencia, no es terreno fértil
para la improvisación.
Son tareas para las que se requieren personas calificadas,
con idoneidad, es decir, como el diccionario lo define, con
buena disposición, suficiencia o aptitud para asumirlas
decorosamente.
La idoneidad -como un máximo nivel de exigencia intelectual
y ética- es compatible con una profunda actitud de
respeto ante la realidad, como lo concibe un pensador del
siglo XX, Dietrich von Hildebrand. Aquí no concuerdan
opciones de cinismo o de nihilismo. El respeto es la actitud
de quien quiere ser fiel a la estricta realidad de las cosas.
La actitud de respeto es madre de toda vida moral.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano
de Bioética - Cecolbe-.
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