Se asume la idea
de que la ética corresponde a aquella disciplina que
se ocupa de la dimensión del deber-ser, en cuanto ofrece
pautas normativas para la acción. Situados dentro del
marco de una ética racional, asumimos el hecho de que
todo acto humano es contingente y singular, el cual se gesta
siempre bajo circunstancias únicas a partir de las
cuales sólo es posible establecer un juicio en torno
a su bondad o maldad, su justicia o su injusticia. Los actos
se desenvuelven siempre en un ámbito de relación,
esto es con otro u otros, con una persona o con la sociedad
y un juicio de valor en torno a ellos no puede establecerse
al margen de dicho ámbito.
La medicina es una profesión que se mueve en el ámbito
permanente de lo singular. El paciente, el usuario, o el cliente
según la nueva terminología, es ante todo un
singular, por esto los actos médicos, que son de relación
en su esencia, siempre estarán en un permanente estado
de valoración, el cual de manera sintética resumieron
Beauchamps y Childress en cuatro principios, a saber: no-maleficencia,
justicia, autonomía y beneficencia. La ética
es epidérmica a la medicina, es decir, lo más
superficial pero a la vez lo más profundo, esto es,
que todo acto médico está atravesado por el
referente de que sus resultados se sitúen no sólo
en su bondad sino en su excelencia. ¿Pero que ha pasado
en ese deber-ser de la medicina, en ese deber-ser de nuestros
actos médicos que a diario se suceden en la institución
de salud?
Se habla de encrucijada como aquel lugar que es cruzado por
varios caminos, por analogía se trataría de
aquella situación compleja y confusa sobre la cual
convergen más de una explicación, más
de una causa, que paraliza la acción y confunde el
hacer. La medicina ciertamente se encuentra en una situación
como la descrita. El proceso de globalización antes
descrito y una versión del capital cimentada en el
mercado como el agente regulador, ha llevado a la medicina
a convertirse en un negocio, lo cual se constituye el hecho
que más ha impactado la estructura de valores de la
profesión y en general de la institución de
salud. Así para algunos plantear reservas a la idea
del lucro en las actividades de salud corresponda a rezagos
de la moral católica, la realidad es que allí
hay un claro desencuentro entre la lógica del capital
centrada en el logro de unas determinadas tasas de ganancia
y el horizonte trazada para la medicina de hacer no sólo
el bien sino buscar la excelencia. A tal desencuentro es al
que se quiere hacer referencia. Toda estructura de valores
se levanta a partir de unas finalidades concretas, y tales
finalidades funcionan a la manera de una atmósfera
que opera como un referente.
Si la finalidad que le asiste a todo sistema de salubridad,
como bien lo señala la Corte Constitucional en su sentencia
366 de 1993, es la de garantizar que cada "sujeto viva
en condiciones saludables" para que le sea posible el
desarrollo adecuado de su proyecto de vida, cuando el sistema
coloca la racionalidad económica como la más
explícita de sus finalidades, la orientación
práctica de toda la institución de salud sufre
un giro radical y con ella toda su estructura de valores.
Esto es lo que ha sucedido con nuestro Sistema de Seguridad
Social en Salud en donde, por la fuerza de la más explícita
de sus finalidades, la racionalidad económica, el Estado
ha colocado contra la pared -al calificarlo de ineficiente
e improductivo- a todo el sistema hospitalario del país
sin importarle su cierre, y por las mismas razones al borde
de la liquidación a la EPS más grande y más
importante del Sistema, el ISS. El médico general es
arrinconado y sobornado por EPSs e IPSs, convirtiéndolo
más que en un agente de salud en un agente de productividad.
La ganancia, el lucro, el enriquecimiento fácil, la
sostenibilidad económica, la viabilidad económica,
la decisión médica cuadriculada en el protocolo
que homogeniza al paciente, el paradigma de la evidencia médica
que efectúa un relanzamiento de la simplicidad y de
la certeza en la práctica médica, son palabras
e ideas que hoy configuran toda una armazón para legitimar
un hacer, unas decisiones, de tal manera que enfrente de otras
ideas que apuntan a que cada individuo y la sociedad vivan
en condiciones saludables, configuran todo un escenario de
conflictividades éticas con expresiones muy concretas
en lo individual, en lo institucional y en lo público.
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Miradas las cosas de esta manera, el panorama
se abre y la tentación de lo simple y de salidas prácticas
se desvanecen. Ciertamente estamos enfrente de algo complejo
que por su amplio margen de incertidumbre nos colocaría
en un real estado de impotencia. ¿ Estamos condenados
a tal suerte que nos ha deparado el destino?. De ser así
indudablemente estaríamos enfrente de una profesión
sin esperanza alguna, a la espera tal vez de que ese mismo
destino y por efectos del azar, nos permita llegar a un mejor
puerto o que quizás haga de la medicina que hoy se
hace una pieza de museo como de hecho hoy se nos presentan
las medicinas que nos precedieron. De no asumirse de esta
manera, nos encontraríamos ante el reto de entender
plenamente la época que nos toca vivir y comprender
que las cosas existen porque hay circunstancias que las hacen
posibles y tales circunstancias pueden ser modificadas o inclusive
crearse otras que permitan ir construyendo ese lugar mejor.
Para la medicina ese lugar mejor no es otro que un reencuentro
con lo humano, reencuentro que es a la vez ético y
político, de pronto más ético que político.
Allí se configura un escenario de actuación
que no es nuevo pero del cual siempre hemos tomado distancia,
lejanía por la cual hemos tenido que pagar un precio
demasiado alto.
En el ámbito individual e institucional lo ético
y lo político adquieren materialidad en el modelo de
gestión y en el modelo médico. Provocar cambios
es estos dos componentes tendría como único
objetivo poner la institución de salud y al médico
a tono con sus finalidades, esto es, con su deber-ser. Coherente
con el hecho de que la finalidad de todo sistema de salud,
incluido por supuesto el colombiano, es que individual y colectivamente
se viva en condiciones saludables, el médico debe a
su vez reconocer que el acto médico es sólo
una parte de tal finalidad pero que lo otro no puede dejarse
al garete y que ello exige sumergirnos en lo social y en lo
político. Es constituirnos como sujetos sociales conscientes
a los cuales nos atañe el rumbo de la sociedad y por
lo tanto una responsabilidad directa en la construcción
de opciones políticamente de mayor alcance que vayan
más allá de reivindicar la salud o la seguridad
social, esto es, que se ubiquen en la perspectiva de consolidar
un proyecto democrático para la sociedad colombiana
cuyo horizonte no sea otro que la justicia y la equidad.
¿Estaremos en la posibilidad de asumir este reto?
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