MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 253 OCTUBRE DEL AÑO 2019 ISNN 0124-4388
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Domunicado del 16 de septiembre del año 1894:
Con gran tristeza y amargura nos hemos visto en la grave circunstancia de comunicar esta lamentable nueva. El querido doctor Abrenuncio, conocido por los Nadie, fue internado en el psiquiátrico de la calle Moria, una vez fuera hallado en lamentable condición de alienación.
Vestido con un batín de lona blanca, fue denunciado por los atemorizados vecinos de su calle, cuando fue pillado, en más de una ocasión, auscultando las paredes de las casas y percutiendo con su martillo clínico el invernal piso de una calle abandonada. Aquellos que pudieron escucharlo atestiguan que su discurso era errático y de una disonancia extravagante. Mirando fijamente a las construcciones se entregaba a largas entrevistas con las lámparas, mientras buscaba diagnosticar a sus bombillas. Largas y enconadas diatribas le dedicaba a los muros de escuelas, universidades y catedrales, no bien intentaba hacerlas entrar en razón. Les reclamaba por preocuparse más por el espectáculo que por los espíritus perdidos.
Ya en el psiquiátrico, atado de manos y pies, y llevado a cabestro por dos gendarmes, fue confinado a la famosa “nave de los locos”, lugar harto conocido por ser el destino de aquellos que algún día hicieron parte de los cuerdos, para luego afincarse en la patria de los fugados de la vida.
Para evaluar la gravedad de su perturbación, fue sometido a múltiples entrevistas por los más reputados frenólogos venidos de la capital, pues el nombrado galeno era ya conocido por sus excentricidades y su habilidad para engatusar a los expertos en los males de la luna. Fue incluso llevado a la capilla, donde un doctísimo padre de la Iglesia, ducho en exorcismos, se diera a la noble tarea de expurgar su alma, en busca de señales del maligno. Con una apatía irreverente, mezclada con fúricos arrebatos de vesania, el doctor Abrenuncio insistía en que solo explicaría el motivo de su desorden a algunos pupitres, tablas y tableros, y quizá, solo quizás, a algunas tizas sus razones, pues los hombres, según su lógica, habían perdido la cordura. A una baldosa, a quien quiso llamar “honorable piso y materia humilde de la vida”, dijo esto: “querida argamasa a quien pisan los bípedos andantes, ¿no es acaso una tremenda insensatez que estos encumbrados errores de la vida se nieguen a mirar abajo y solo refundan su vista en altas pompas?”, y a un candil, al que llamó “embrujo de tontos”, le increpó a gritos diciéndole: “torpe, fascinador de insectos buscadores de las luces y miradas, cómo refulges y qué fácil se engañan los cazadores de reconocimientos y diplomas”. Tantos y tantos fueron los intentos de comunicarse con el fugado, que los dueños de casa diagnosticaron como causa perdida al extraviado Abrenuncio, que solo entre maníacos y escindidos de la mente parecía sentirse a gusto.
Aislado en una torre, lejos de conocidos y comunes, dedica sus horas a escribir su diario de locuras.
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