MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 263 AGOSTO DEL AÑO 2020 ISNN 0124-4388
elpulso@sanvicentefundacion.com
¡El niño de ojos pálidos ve con los dedos! —dije, pero como siempre me ignoraron—. Les insistí que podía hacerlo, que con sus yemas leía lo que para otros era invisible. Luego escribí sobre la dinámica de la excepción como evidencia primera que acreditaba el orden de la vida, pero para qué, pues de nuevo vieron con recelo lo que intentaba mostrarles. Tardé diez años en silencio para publicar mi “Tratado de la vía alterna o camino tercero como solución para los problemas imposibles”, y entre burlas apodaron mis estudios de maliciosos y carentes de método, pero ignoraron que ante la falta de cálculos conocidos para agrupar opuestos, la opción de mi apuesta no yacía en usar sus aritméticas, sino más bien en crear un método alterno que me permitiera sumar manzanas con peras sin anularse la operación por pensarse como imposible. Mi principio era de una sencillez tan pasmosa que se hacía invisible en su transparencia, pues carecía de argucias y entuertos como los suyos. La respuesta me llegó el día que, siendo un chiquillo, me encontré con la escena de una serpiente que se mordía la cola. Tardé muchos años para enterarme de que mi observación no era pionera y que muchos ya habían mencionado la imagen y escrito enormes volúmenes sobre ella. Yo apenas sospechaba, o quizá intuía, lo rotundo de mi hallazgo, pero no atinaba a encontrar las palabras que describieran el encuentro. ¿Cómo hacer que en lo opuesto, o contrario, esté aquello que permita la vida? Que habilite una tercera vía donde anide lo que se sospecha o se intuye con el espíritu —hablo de él, pero confieso que debo ubicarlo como un órgano no ordinario alojado en el vientre bajito, justo entre la bolsa de las aguas y ese ganchoso apéndice que corona el esternón por debajo—. Como sé que esto que estoy pintando luce confuso, intentaré dar algunos ejemplos concretos o corrientes que me servirán de demostración para lo que intento describirles.
La vida se vive, así se la viva muriendo. Nacemos muriendo y vivimos de veras solo si morimos vivos. ¿Lo notaron? Aunque sutil, allí mismo está el germen del que quiero se percaten. Búsquenlo en la mitad de la frase o si quieren cierren los ojos y medítenla, pues en silencio se hace evidente ese organillo que arriba les mencioné.
El “todo” amenaza las posibilidades vitales, pues los sistemas ahítos se anestesian y rompen el anhelo y el impulso que nace del deseo. ¿Allí si lo vieron, verdad? Un poco velado pero más patente aun que en el ejemplo primero.
A riesgo de aguarles la fiesta denunciando el secreto del juego, les dejo unas pistas.
Entre el “todo” —hartazgo anestesiante— y el “vacío” —carencia absoluta— baila el deseo como potencia móvil que se columpia entre ambos extremos sin permitirse la quietud que, cancelada su variable en la ecuación, traería la muerte como resultado. No vaya esto a confundirse con el principio de la homeostasis ni con la dinámica alostérica, pues siendo estas parecidas son primas lejanas. El secreto está en un punto móvil donde se gesta la posibilidad de esa elusiva “solución alterna” o “camino tercero”. Las lógicas formales suelen encontrar en los contrarios un tipo de negación a su opuesto, pero que vistos de cerca comparten tanto de iguales cuanto de distintos, pues el uno no vive sin el otro. Solo habita allí esa tercera vía entre el medio de lo que parece distinto, pero que estando allí no contradice al otro, así lo parezca.
Volvamos al chico de ojos opacos que veía con los dedos. ¿No puede este acaso dibujar en su imaginación y llevar a su intelecto las formas que otros obtenían con el sentido de su vista? ¿Lo vieron? Que digo, ¿lo sintieron con el órgano de su espíritu? Les adelanto otra pista ante lo confuso de mi texto. Reflexionen en eso a lo que los animo, a no buscar entender pero percatarse de esa contradicción que nace en nombrar al espíritu como una anatomía que funcionaría como un radar visceral, un entripado que capta lo encriptado en esa lógica imposible que permite que lo distinto se celebre sin que se excluya. ¿No debería acaso volverse una política o principio universal que guiara nuestra conducta? ¿No permitiría, entonces, este juego que se percibe como imposible, demostrar que lo igual solo vive porque es distinto y así en su orden contrario?
Piénsese ahora como chiquillos sentados a horcajadas en el mástil de un péndulo oscilando entre dos extremos, de manera que les permita ir de un sitio al otro festejando este movimiento como un feliz ir y venir entre dos puntos que apenas logran rozar con los dedos en su oscilar. Este movimiento favorece la tercera opción que hoy he de llamar de tantas maneras que muestre su potencia. Un tipo de nudo en el que no habrá que hacer esfuerzos para descifrar su forma ni intentar desanudar, pues su poder radica allí mismo, en su entrelazado y unión y no en su ruptura.
Por último, y a modo de conclusión. Todo lo que antes les dije, ¿habrá que haberlo entendido? Pues no, para nada, y allí radica su efecto. Pues todo lo que he descrito no es más que palabra viva que le dicto a sus cuerpos, así que quien no entendió, pero algo experimentó o sospechó, siéntase feliz porque participó del juego y logró el encuentro.
EL PULSO como un aporte a la buena calidad de la información en momentos de contingencia, pública y pone a disposición de toda la comunidad, los enlaces donde se pueden consultar de manera expedita todo lo relacionado con el Covid-19-
Tel: (4) 516 74 43
Cel: 3017547479
diana.arbelaez@sanvicentefundacion.com